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La Historia de los Rakshasas

Amor
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Miedo
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Criaturas fantásticas
Criaturas fantásticas

Había brahmán pobre y medio tonto que tenía esposa pero no hijos. Sólo con dificultad pudo satisfacer sus necesidades y las de su esposa. Y lo peor era que era más bien perezoso.

Era reacio a realizar viajes largos, y de haberlos hecho, hubiera podido tener favores y regalos de hombres ricos, que le hubiesen permitido vivir cómodamente a él y a su esposa.

En aquel tiempo, había un rey en un país vecino que celebraba con gran pompa las exequias fúnebres de su madre.

Brahmanes y mendigos, ricos y pobres, acudían de todas partes del reino con la expectativa de recibir ricos regalos. Su esposa le pidió a nuestro Brahman que aprovechara esta oportunidad y obtuviera un poco de dinero, pero su indolencia se interpuso. La mujer, sin embargo, no le dio descanso a su marido hasta que le arrancó la promesa de que iría.

Para que su marido, como buen brahmán, pudiera acercarse al rey, y pareciera pulcro y limpio, la buena mujer cortó un plátano y lo quemó hasta convertirlo en cenizas, con las que limpió a ropa de su marido y la dejó tan blanca como cualquier batanero podía hacerla. Tras esto, el brahmán salió de su casa hacia el palacio del rey.

Como era algo imbécil, no preguntó a nadie qué camino debía tomar, y siguió y siguió, y prosiguió hacia donde le dirigían su vista. Por supuesto, no estaba en el camino correcto, de hecho, había llegado a una región donde no se encontró con un solo ser humano en muchos kilómetros y donde vio cosas que nunca en su vida había visto.

Vio montículos de cauríes (conchas utilizadas como dinero) al borde del camino: no se había alejado mucho de ellos cuando vio montículos de piezas de monedas, luego sucesivamente montículos de monedas de cuatro annas, montículos de monedas de ocho annas y montículos de rupias. Para infinita sorpresa del pobre brahmán, estos montículos de brillantes monedas de plata fueron sucedidos por una gran colina de mohurs de oro bruñido, todos tan brillantes como si acabaran de salir de la casa de la moneda.

Cerca de esta colina de mohurs dorados había una casa grande que parecía el palacio de un rey poderoso y rico, a cuya puerta se encontraba una dama de exquisita belleza.

La señora, al ver al Brahmán, dijo:

—Ven, mi amado esposo. Te casaste conmigo cuando yo era joven y nunca viniste después de nuestro matrimonio, aunque te he estado esperando cada día desde entonces. Bendito sea este día que me ha hecho ver el rostro de mi marido. Ven, dulce mío, entra, lava tus pies y descansa después de las fatigas de tu camino. Comeremos y beberemos, y después nos divertiremos.

El brahmán quedó asombrado sin medida. No recordaba haber estado casado en su juventud con ninguna otra mujer que no fuera la que ahora vivía en su casa con él. Pero siendo un Kulin Brahman, pensó que era muy posible que su padre lo hubiera casado cuando era un niño pequeño, aunque de haber sido así, no tenía ni un lejano recuerdo de este hecho.

Pero lo recordara o no, el hecho era seguro, porque la mujer declaró que ella era su esposa casada, ¡y qué esposa! tan hermosa como las diosas del cielo de Indra, y sin duda tan rica como hermosa.

Mientras estos pensamientos pasaban por la mente del brahmán, la dama volvió a decir:

—¿Estás dudando si soy tu esposa? ¿Es posible que todo recuerdo de ese feliz acontecimiento haya sido borrado de tu mente: toda la pompa y circunstancia de nuestras nupcias? Entra, amado; esta es tu casa, porque todo lo que es mío es tuyo.

El brahmán sucumbió a las amorosas súplicas de la bella dama y entró en la casa. La casa no era cualquiera: era un palacio magnífico, con todas las habitaciones grandes, elevadas y ricamente amuebladas. Pero lo que más sorprendió al brahmán, fue que en todo el palacio no se veía ninguna persona más que la propia dama. No se explicaba como un palacio en medio de la nada, rodeado de dinero y monedas, estuviera tan vacío.

Tampoco podía explicar como en ningún paseo matutino y vespertino pudo encontrar a ningún ser humano. Pero el caso es que la dama no era un ser humano. Ella era una Rakshasi, un demonio gigante que comen crudas a las personas .

La Rakshasi se había comido al rey, a la reina y a todos los miembros de la familia real, a todo su séquito y, poco a poco, a todos sus súbditos. Esta fue la razón por la que no se veían seres humanos por aquellos lares.

El Rakshasi y el Brahman vivieron juntos durante aproximadamente una semana, cuando la Rakshasi le dijo al Brahmán:

—Estoy muy ansiosa por ver a mi hermana, tu otra esposa. Debes ir a buscarla y viviremos todos felices juntos en esta casa grande y hermosa. Debes ir mañana temprano y te daré ropa y joyas para ella.

A la mañana siguiente, el Brahmán, provisto de finas ropas y costosos adornos, partió hacia su casa.

La pobre mujer estaba muy angustiada pues todos los brahmanes y pandits que habían asistido a la ceremonia fúnebre de la madre del rey habían regresado a casa cargados de generosidad, pero su marido no había regresado, y nadie podía dar noticias de él, porque nadie lo había visto allí. La mujer concluyó que debió haber sido asesinado en la carretera por bandoleros. Estaba en este terrible suspenso, cuando un día escuchó un rumor en el pueblo de que su marido había sido visto regresando a casa con finas ropas y joyas costosas para su esposa. Y efectivamente, pronto apareció el Brahman con su valiosa carga.

Al ver a su esposa, el Brahmán la abordó así:

—Ven conmigo, mi queridísima esposa. He encontrado a mi primera esposa. Vive en un palacio majestuoso, cerca del cual hay montañas de rupias y una gran colina de mohurs de oro. ¿Por qué deberías languidecer en la miseria y la miseria en este horrible lugar? Ven conmigo a la casa de mi primera esposa y viviremos todos felices juntos.

Cuando la mujer escuchó a su marido hablar de su primera esposa, de montones de rupias y de un montón de mohurs de oro, pensó en su mente que su buen hombre medio tonto se había vuelto completamente loco, pero cuando vio las sedas y rasos exquisitamente hermosos y los adornos engastados con diamantes y piedras preciosas, que sólo las reinas y princesas solían usar, concluyó en su mente que su pobre marido había caído en las redes de un Rakshasi.

El brahmán, sin embargo, insistió en que su esposa fuera con él y declaró que si ella no venía, podía desfallecer en la pobreza, y, eligiera lo que eligiera, él pensaba regresar inmediatamente con su primera y rica esposa.

La buena mujer, después de mucho discutir con su marido, resolvió ir con él y juzgar por sí misma cómo estaban las cosas.

Partieron a la mañana siguiente y siguieron el mismo camino por el que había viajado el Brahman.

La mujer quedó no poco sorprendida al ver montículos de cauríes, de especias, de monedas de ocho annas, de rupias y, por último, una elevada colina de mohurs de oro.

En la entrada de un gran palacio, vio también a la dama sumamente hermosa que salía a recibirles y se apresuraba hacia ella. La dama cayó sobre el cuello de la mujer brahmán, llorando lágrimas de alegría y dijo:

—¡Bienvenida, amada hermana! ¡este es el día más feliz de mi vida! ¡He visto el rostro de mi queridísima hermana! Luego el grupo entró en palacio.

Los siguientes años fueron los más felices para el Brahmán: viviendo en un majestuoso palacio, con los más deliciosos manjares que aparecían de la nada, con las caricias y cariños de sus dos esposas, la humana y la demonio, que competían entre sí para darle felicidad y comodidades.

El Brahmán se sumergió en un océano de disfrute, y así pasó unos dieciséis años, en este estado de placer elíseo, periodo en el cual, sus dos esposas le regalaron dos hijos.

El hijo del Rakshasi, que era el mayor y que parecía más un dios que un ser humano, se llamaba Sahasra Dal, literalmente el de las Mil Ramas; y el hijo de la mujer humana del Brahmán, que era un año menor, se llamó Champa Dal, o sea, Rama de un Árbol Champaka. Los dos muchachos se querían mucho. Ambos fueron enviados a una escuela que estaba a varias millas de distancia, a la que solían ir todos los días montando dos pequeños ponis de extraordinaria rapidez.

La mujer Brahmán siempre había sospechado por mil pequeñas circunstancias que su cuñada no era un ser humano sino una Rakshasi, pero su sospecha aún no se había convertido en certeza, porque la Rakshasi ejercía un gran autocontrol sobre sí misma y nunca hacía nada que los seres humanos no hicieran. Pero tarde o temprano, su naturaleza demoníaca, como el asesinar, acabarían saliendo a la luz.

El Brahmán, al no tener nada que hacer, para pasar el tiempo recurrió a la caza.

El primer día que regresó de la caza, había atrapado un antílope que cargó hasta el palacio. Al ver el antílope, la boca del Rakshasi se hizo agua deseando comérselo crudo. Antes de llevar al animal a la cocina para cocinarlo, lo llevó a una habitación y comenzó a devorarlo.

La mujer Brahmán, que observaba toda la escena desde un lugar secreto, vio a su hermana Rakshasi arrancar una pata del antílope y, abriendo sus tremendas fauces, que a su imaginación parecía extenderse desde la tierra hasta el cielo, y pudo ver cómo se lo tragaba sin esfuerzo. Vio cómo devoraba el cuerpo y las extremidades del antílope, hasta que sólo quedaba un poco de carne para la cocina.

El segundo día de caza, el Brahmán se embolsó otro antílope, y el tercer día otro. La Rakshasi, incapaz de contener su apetito por la carne cruda, devoró a estos dos animales como había devorado al primero.

Al tercer día, la mujer Brahmán, que había visto todo, expresó a la Rakshasi su sorpresa por la desaparición de casi toda la carne del antílope, a excepción de un poquito.

La Rakshasi con feroz voz dijo:

—¿Como carne cruda?

A lo que la mujer brahmán respondió:

—Quizás sí, por lo que parece.

La Rakshasi, sabiendo que había sido descubierta, parecía más feroz que antes y juró venganza.

La mujer Brahmán concluyó mentalmente que su destino, el de su marido y el de su hijo estaba sellado. Pasó una noche miserable, creyendo que al día siguiente la mataría y se la comería, y que su marido y su hijo correrían el mismo destino.

A la mañana siguiente, temprano, antes de que su hijo Champa Dal fuera a la escuela, ella le dio en un pequeño recipiente dorado con una pequeña cantidad de su propia leche materna y le dijo que vigilara constantemente su color.

—Si ves que la leche se pone un poco roja—, le dijo, —, entonces significa que tu padre ha sido asesinado, y si lo ves ponerse aún más rojo, entonces a mi me han asesinado. Cuando veas cualquiera de estas dos cosas, galopa lo más presto y lejos posible para salvar tu vida, ve tan rápido como tu caballo te pueda llevar, porque si no lo haces, también serás devorado.

La Rakshasi, al levantarse de la cama estaba agotada, pues había pasado la noche impidiendo que el Brahmán tuviera algún contacto con su esposa. Y nada más despertarse propuso que ella y el Brahmán fueran a bañarse al río, que estaba a cierta distancia. No aceptó ninguna negativa del Brahmán, por lo que el hombre tuvo que seguirla tan dócil como un cordero.

La mujer Brahmán, al verles partir al río, comprendió de inmediato que la ruina era inminente, pero estaba decidida a hacer cuanto estuviese en su mano para evitar la catástrofe.

La Rakshasi, a la orilla del río, recuperó su forma Rakshasi, con sus propias dimensiones gigantescas, agarró al desafortunado Brahman, lo desgarró miembro por miembro y lo devoró.

Luego corrió a su casa, agarró a la mujer Brahman y la trago de un bocado, metiéndola en su espacioso estómago, con ropa, cabello y todo.

El joven Champa Dal, que, siguiendo las instrucciones de su madre, observaba diligentemente la leche en el pequeño recipiente dorado, quedó horrorizado al descubrir que la leche enrojecía un poco. Lanzó un grito de horror comprendiendo que habían matado a su padre. Algunos minutos después pudo ver que la leche se había vuelto completamente roja, y lloró aún más fuerte. Entonces corrió a su poni y montó en él.

Su medio hermano, Sahasra Dal, sorprendido por la conducta de Champa Dal, dijo:

—¿Adónde vas, Champa? ¿Por qué estás llorando? Déjame acompañarte”.

—¡Oh! no vengas a mí. Tu madre ha devorado a mi padre y a mi madre. No vengas a devorarme.

—No te devoraré hermano, te salvaré.

Apenas había pronunciado estas palabras y se había alejado galopando tras Champa Dal, cuando vio a su madre en su propia forma Rakshasi aparecer a lo lejos y exigir que Champa Dal viniera hacia ella. Sahasra Dal dijo:

—Iré yo a ti, madre, no Champa.

Dicho esto, fue donde su madre y con su espada, que siempre llevaba cuando era joven príncipe, le cortó la cabeza.

Mientras tanto, Champa Dal había galopado una buena distancia, mientras corría para salvar su vida, pero Sahasra Dal, galopándo tras él, pronto lo alcanzó y le dijo que su madre ya no existía, que él mismo la había matado con su espada.

Esto fue un pequeño consuelo para Champa Dal, ya que la Rakshasi, antes de ser asesinado, había devorado tanto a su padre como a su madre; aun así no podía dejar de sentir que la amistad de Sahasra Dal era sincera.

Ambos cabalgaban rápido y, como sus caballos eran de la raza de pakshirajes (literalmente, reyes de los pájaros), viajaron cientos de millas llegando a otro reino.

Una o dos horas antes de la puesta del sol divisaron una aldea, a la que llegaron y se hospedaron en la casa de uno de sus habitantes más respetables. Los dos amigos encontraron a los miembros de esa respetable familia sumidos en una profunda tristeza y gran agitación interior. Vieron algunas personas llorando, y otros conversando en bajo con gran dolor

La señora mayor de la casa, la madre del jefe, dijo en voz alta:

—Déjame ir, que soy la mayor. He vivido lo suficiente, a lo sumo, mi vida se vería acortada sólo por uno o dos años.

La más joven de la casa, que era una niña, dijo:

—Déjame ir, que soy joven e inútil para la familia; si muero, nadie me extrañará.

El jefe de la casa, el hijo de la anciana, dijo:

—Yo soy el jefe y representante de la familia. Es razonable que entregue mi vida.

Su hermano menor dijo:

—Tú eres el principal sostén y pilar de la familia. Si te vas, toda la familia queda arruinada. No es razonable que vayas. Déjame ir, ya que no me extrañarán mucho.

Los dos desconocidos escuchaban toda aquella conversación con gran curiosidad. Se preguntaron qué significaba todo eso. Sahasra Dal finalmente, a riesgo de ser considerado entrometido, se atrevió a preguntar al jefe de la casa el tema de sus consultas y el motivo de la profunda miseria, pero demasiado visible en sus rostros y palabras. El jefe de la casa dio la siguiente respuesta:

—Sepan ustedes, dignos invitados, que esta parte del país está infestada por un terrible Rakshasi, que ha despoblado todas las regiones circundantes. Esta ciudad también habría quedado despoblada, de no ser porque nuestro rey se convirtió en suplicante ante la Rakshasi y le rogó que tuviera misericordia de nosotros, sus súbditos. ante lo que el Rakshasi respondió a nuestro rey: «Consentiré en mostrar misericordia a ti y a tus súbditos sólo con la condición de que cada noche pongas a un ser humano, ya sea hombre o mujer, en cierto templo para que yo pueda darme un festín. Si consigo un ser humano cada noche, descansaré satisfecho y no cometeré más depredaciones contra tus súbditos. Nuestro rey no tuvo otra alternativa que aceptar esta condición, porque ¿Qué seres humanos pueden esperar luchar contra un Rakshasi? A partir de ese día, el rey estableció como regla que cada familia de la ciudad debía, a su vez, enviar a uno de sus miembros al templo como víctima para apaciguar la ira y satisfacer el hambre del terrible Rakshasi. Todas las familias de este barrio han tenido su turno, y esta noche le toca a uno de nosotros dedicarse a la destrucción. Por lo tanto, estamos discutiendo quién debería ir. Ahora debes percibir la causa de nuestra angustia.

Los dos amigos hablaron entre ellos unos minutos y, al concluir sus consultas, Sahasra Dal dijo:

—Estimado anfitrión, no estés triste por más tiempo. Como has sido muy amable con nosotros, hemos resuelto corresponder a vuestra hospitalidad yendo nosotros mismos al templo y convirtiéndonos en el alimento del Rakshasi. Nosotros iremos como los representantes de su familia.

Toda la familia protestó con la propuesta. Ellos consideraban que los huéspedes eran sagrados, y lograr su comodidad era obligación del anfitrión, no podían permitir que los huéspedes soportaran ningún sufrimiento por el anfitrión. Pero los dos extraños insistieron en actuar como representantes de la familia, quienes, después de mucho sí y no, finalmente aceptaron el acuerdo y los jóvenes hermanos acudieron al templo.

Inmediatamente después de encender las velas, Sahasra Dal y Champa Dal, con sus dos caballos, se instalaron en el templo y cerraron la puerta.

Sahasra Dal le dijo a su hermano que se fuera a dormir, ya que él mismo estaba decidido a permanecer despierto toda la noche y vigilar la llegada del terrible Rakshasi. Champa Dal pronto durmió plácidamente, mientras Sahasra permanecío despierto. Nada sucedió durante las primeras horas de la noche, pero tan pronto como el gong del palacio del rey anunció la medianoche, Sahasra escuchó el sonido como de una tempestad e inmediatamente concluyó, por su conocimiento de los Rakshasas, que el Rakshasi estaba cerca. Se oyó un golpe atronador en la puerta, acompañado de las siguientes palabras:

—»¡Cómo, corta, khow!
Un ser humano huelo;
¿Quién está dentro?

A esta pregunta, Sahasra Dal respondió lo siguiente:

—“Sahasra Dal observa,
Champa Dal observa,
Dos caballos alados observan”.

Al escuchar esta respuesta, el Rakshasi se giró con un gemido, sabiendo que Sahasra Dal tenía sangre Rakshasa en sus venas. Una hora después, el Rakshasi regresó, llamó a la puerta y gritó:

—“¡Cómo, corta, khow!
Un ser humano huelo;
¿Quién mira dentro?

Sahasra Dal volvió a responder:

—»Sahasra Dal observa,
Champa Dal observa,
Dos caballos alados observan”.

El Rakshasi volvió a gemir y se fue. A las dos y a las tres la Rakshasi apareció una y otra vez, hizo la pregunta habitual y, obteniendo la misma respuesta, se fue con un gemido.

Sin embargo, después de las tres, Sahasra Dal sintió mucho sueño: ya no podía mantenerse despierto. Por lo tanto, despertó a Champa, le dijo que observara y le ordenó estrictamente, en respuesta a la pregunta del Rakshasi, que mencionara primero el nombre de Sahasra Dal. Con estas instrucciones se fue a dormir.

A las cuatro en punto, la Rakshasi volvió a aparecer, llamó a la puerta y dijo:

—“¡Cómo, corta, khow!
Un ser humano huelo;
¿Quién mira dentro?

Como Champa Dal estaba terriblemente asustado, olvidó por el momento las instrucciones de su hermano y respondió:

—»Champa Dal vigila,
Sahasra Dal observa,
Dos caballos alados observan”.

Al oír esta respuesta, el Rakshasi lanzó un grito de júbilo, rio con una risa que sólo los demonios pueden hacer y con un ruido espantoso abrió la puerta. El ruido despertó a Sahasra, quien en un momento se puso de pie y con su espada, que era tan flexible como una hoja de palma, y sin dudar, cortó la cabeza del Rakshasi.

La enorme montaña del cuerpo del gigante cayó al suelo, haciendo un gran ruido, y quedó cubriendo muchos acres.

Sahasra Dal mantuvo la cabeza cortada del Rakshasi cerca de él y se volvió a dormir.

Temprano en la mañana, algunos leñadores que pasaban cerca del templo vieron el enorme cuerpo en el suelo. Desde lejos no pudieron distinguir qué era, pero al acercarse supieron que era el cadáver de la terrible Rakshasi, que con su voracidad casi había despoblado el país. Recordando la promesa hecha por el rey de que el asesino del Rakshasi sería recompensado por la mano de su hija y con una parte del reino, cada uno de los leñadores, al no ver ningún reclamante a la mano, pensó en obtener la recompensa.

En consecuencia, cerraron la puerta del templo para que nadie saliera de allá, y cada uno cortó una parte de una extremidad del enorme cadáver, fue al rey, se presentó como el destructor del gran comedor crudo y reclamó la recompensa.

El rey, para descubrir al verdadero héroe y libertador, preguntó a su ministro el nombre de la familia a quien le tocaba la noche anterior ofrecer una víctima al Rakshasi. El cabeza de esa familia, al ser llevado ante el rey, contó cómo dos jóvenes viajeros, que estaban invitados en su casa, se ofrecieron como voluntarios para ir al templo en la habitación de un miembro de su familia.

Entonces el rey, mandó forzar la puerta del templo para rescatar a los caballeros. Cuando la puerta del templo fue forzada, Sahasra Dal y Champa Dal y sus caballos fueron encontrados a salvo y el jefe del Rakshasi, que estaba con ellos, demostró sin lugar a dudas que habían matado al monstruo. El rey cumplió su palabra. Le dio a su hija en matrimonio a Sahasra Dal y la soberanía de la mitad de sus dominios.

Champa Dal permaneció con su amigo en el palacio del rey y se regocijó de su prosperidad.

Sahasra Dal y Champa Dal vivieron felices juntos durante algún tiempo.

Había al servicio de la reina madre, cierta sirvienta que era la empleada doméstica más útil del palacio. Podía realizar cualquier tarea, tenía gran energía, una fuerza poco común en mujeres y era muy inteligente. De ahí que sus servicios fueran muy valorados por la reina madre y todas las damas de palacio.

Pero esta mujer no era una mujer, ella era en realidad una Rakshasi, que había adoptado la apariencia de una mujer para cumplir algún propósito personal y fingía prestar servicio en la casa real.

Por la noche, cuando todos en el palacio dormían, ella solía asumir su propia forma real e iba en busca de comida, porque la cantidad de comida que es suficiente para un hombre o una mujer no es suficiente para un Rakshasi.

Ahora bien, Champa Dal, como no tenía esposa, tenía la costumbre de dormir fuera del palacio, no lejos de la puerta exterior, y ya la había visto merodear devorando diversas cabras, ovejas, caballos y elefantes.

Un día la sirvienta, al ver Champa Dal, creyendo que podría estorbar su cena, decidió deshacerse de él. En consecuencia, fue a ver a la reina madre y le dijo:

—¡Reina madre! Ya no puedo trabajar en el palacio.

—¿Por qué? ¿Qué te pasa, Dasi? ¿Cómo podría seguir sin ti? Cuéntame tus razones. Lo que sea que te pase intentaré solucionarlo

—Bueno—, dijo la sirviente, —hoy en día es imposible para una mujer pobre como yo preservar mi honor en el palacio. Está ese Champa Dal, el amigo de tu yerno. Siempre hace chistes indecentes conmigo. Es mejor para mí mendigar por mi arroz que perder mi honor. Si Champa Dal permanece en el palacio, debo irme.

Como la sirvienta se había convertido en imprescindible en el palacio, la reina madre decidió sacrificarle Champa Dal. Por lo tanto, le dijo a Sahasra Dal que Champa Dal era un mal hombre, que su carácter era relajado y que, por lo tanto, debía abandonar el palacio.

Sahasra Dal suplicó fervientemente en nombre de su amigo, pero fue en vano. La reina madre había decidido expulsarlo del palacio. Sahasra Dal no tuvo el valor de hablar personalmente con su amigo sobre el tema, por lo tanto, le escribió una carta en la que simplemente le decía que, por determinadas razones, Champa debía abandonar el palacio inmediatamente. La carta fue depositada en su habitación después de que se fue a bañar.

Al leer la carta, Champa Dal, muy afligido, montó en su veloz caballo y abandonó el palacio.

Como el caballo de Champa era extraordinariamente veloz, en unas pocas horas recorrió miles de millas y finalmente se encontró a las puertas de lo que parecía un magnífico palacio. Desmontando de su caballo, entró en la casa, donde no encontró ni un solo ser vivo. Fue de departamento en departamento, pero, aunque todos estaban lujosamente amueblados, no vio a ningún ser humano. Por fin, en una de las habitaciones laterales, encontró a una joven de celestial belleza dormida en una espléndida cama.

Champa Dal miró embelesado a la bella durmiente. Nunca había visto una mujer tan hermosa.

Sobre la cama, cerca de la cabecera de la joven, había dos palos, uno de plata y otro de oro. Champa tomó en su mano el bastón de plata y tocó con él el cuerpo de la dama, pero no se percibió ningún cambio.

Luego tomó el bastón de oro y se lo puso a la dama, y en ese instante ella se despertó, se sentó en su cama y, mirando al extraño, le preguntó quién era. Champa Dal contó brevemente su historia.

La joven, o más bien la princesa, porque no lo era menos, dijo:

—¡Desdichado! ¿Por qué has venido aquí? Este es el país de los Rakshasas, y en esta casa y sus alrededores viven no menos de setecientos Rakshasas. Todos ellos parten cada mañana al otro lado del océano en busca de provisiones, y todos regresan todas las noches antes del anochecer. Mi padre fue anteriormente rey en estas regiones y tenía millones de súbditos que vivían en pueblos y ciudades florecientes. Pero hace algunos años tuvo lugar la invasión de los Rakshasas, y devoraron a todos sus súbditos, a él mismo, a mi madre y a mis hermanos y hermanas. Devoraron también todo el ganado del país. No hay ningún ser humano vivo en estas regiones excepto yo, y yo también habría sido devorado hace mucho tiempo si un viejo Rakshasi no hubiera concebido un extraño afecto por mí y hubiera impedido que los otros Rakshasas me comieran. Ves esos palos de plata y oro, la vieja Rakshasi, cuando se va por la mañana, me mata con el palo de plata, y cuando regresa por la noche me reanima con el palo de oro. No sé cómo ayudarte. Si los Rakshasas te ven, eres hombre muerto.

Luego ambos hablaron entre sí de una manera muy afectuosa e intentaron idear juntos alguna estrategia para escapar de las manos de los Rakshasas. Se acercaba rápidamente la hora del regreso de los setecientos comedores crudos, y Keshavati la princesa, que así se llamaba por la abundancia de su cabello, le dijo a Champa que se escondiera entre los montones del trébol sagrado que yacía en el templo de Siva en la parte central del palacio. Antes de que Champa fuera a su escondite, tocó a Keshavati con el palo de plata, en el que ella murió instantáneamente.

Poco después del atardecer, Champa Dal escuchó desde debajo de los montones del trébol sagrado el sonido como de un fuerte viento. De pronto oyó ruidos terribles en el palacio. Los Rakshasas estaban regresando a casa después de haber llenado sus estómagos, cada uno, con diversas cabras, ovejas, vacas, caballos, búfalos y elefantes. El viejo Rakshasi, de quien ya hemos hablado, llegó a la habitación de Keshavati, la despertó tocando su cuerpo con la vara de oro y dijo:

—¡Hye, mye, khye!
Huelo a un ser humano.

A lo que Keshavati dijo:

—Soy el único ser humano aquí. Cómeme si quieres.

A lo que el comedor crudo respondió:

—Déjame comerme a tus enemigos ¿Por qué debería comerte? — dicho esto se tumbó en el suelo, tan largo y tan alto como las colinas Vindhya, y al poco tiempo se quedó dormido.

Los otros Rakshasas y Rakshasis pronto también se durmieron, todos cansados debido a sus gigantescas labores de caza durante el día. Keshavati también se compuso para dormir, mientras Champa, sin atreverse a salir de entre los montones de hojas, intentaba con todas sus fuerzas cortejar al dios del descanso para que ningún gigante desvelara su sueño.

Al amanecer, todos los comedores crudos, setecientos en total, se levantaron y se dirigieron como de costumbre a sus excursiones de caza y depredadores, y junto con ellos fue el viejo Rakshasi, después de tocar a Keshavati con el palo de plata.

Cuando Champa Dal vio que no había moros en la costa, salió del templo, entró en la habitación de Keshavati y la tocó con la vara dorada, con la que ella se despertó.

Juntos pasearon por los jardines, disfrutando de la fresca brisa de la mañana. Se bañaban en un estanque de aguas límpias y turquesas que había en el recinto. Comieron y bebieron y pasaron el día conversando dulcemente. Mientras, elaboraron un plan para su liberación.

Acordaron que Keshavati debería preguntar al viejo Rakshasi de qué dependía la vida de un Rakshasa, y cuando se hiciera conocido el secreto adoptarían las medidas correspondientes.

Como la noche anterior, Champa, después de tocar a su bella amiga con el bastón de plata, se refugió en el templo bajo los montones del trébol sagrado. Al anochecer, los Rakshasas, como de costumbre, regresaron a casa; y la vieja Rakshasi, despertando a su mascota, dijo:

—¡Hye, mye, khye!
Huelo a un ser humano.

Keshavati respondió:

—¿Qué otro ser humano hay aquí excepto yo? Cómeme, si quieres.

¿Por qué debería comerte, cariño? Déjame devorar a todos tus enemigos.

Luego dejó en el suelo su enorme cuerpo, que parecía parte de las montañas del Himalaya. La princesa Keshavati, con una ampolla de aceite de mostaza caliente, se dirigió hacia los pies del Rakshasi y le dijo:

Madre, te duelen los pies al caminar, déjame untarlas con aceite.

Diciendo esto, comenzó a frotar con aceite los pies del Rakshasi, y mientras lo hacía, unas cuantas lágrimas de sus ojos cayeron sobre la pierna del monstruo. La Rakshasi probó las lágrimas con los labios y, al notar el sabor salado, dijo:

¿Por qué lloras, cariño? ¿Qué te pasa?

A lo que la princesa respondió:

Madre, estoy llorando porque eres vieja, y cuando mueras, seguramente seré devorada por uno de los Rakshasas.

—¡Cuando muera! Debes saber, niña tonta, que los Rakshasas nunca morimos. No somos inmortales por naturaleza, pero nuestra vida depende de un secreto que ningún ser humano puede desentrañar. Déjame decirte qué es, para consolarte. Ya conoces ese estanque; en medio hay un pilar de cristal, en cuya cima, en la profundidad del aguas, hay dos abejas. Si algún ser humano puede sumergirse en las aguas y sacar a tierra las dos abejas del pilar de un solo aliento, y destruirlas para que ni una gota de su sangre caiga al suelo, entonces nosotros, los Rakshasas, ciertamente moriremos. Pero si una sola gota de sangre cae al suelo, de ella surgirán mil Rakshasas más. Pero ¿Qué ser humano descubrirá este secreto o, al encontrarlo, podrá realizar la hazaña? Por lo tanto, querida, no necesitas estar triste. Soy prácticamente inmortal.

Keshavati guardó el secreto en su memoria y se durmió.

Temprano a la mañana siguiente, los Rakshasas, como de costumbre, se marcharon. Champa salió de su escondite, despertó a Keshavati y empezaron a hablar. La princesa le contó el secreto que había aprendido de los Rakshasi. Nada más escucharlo, Champa comenzó preparativos para llevar a cabo la poderosa hazaña.

Llevó al costado del estanque un cuchillo y una cantidad de cenizas. Se desnudó, se puso una o dos gotas de aceite de mostaza en cada uno de sus oídos para evitar que entrara agua y se sumergió en las aguas.

En un momento llegó a la cima del pilar de cristal en el medio del estanque, agarró las dos abejas que encontró allí y subió de un solo aliento. Tomando el cuchillo, cortó las abejas sobre las cenizas, una o dos gotas de sangre cayeron, pero no al suelo, sino a las cenizas. Cuando Champa agarró a las abejas, se escuchó a lo lejos un terrible grito. Este era el lamento de los Rakshasas, quienes corrían todos a casa para evitar que mataran a las abejas, pero antes de que pudieran llegar al palacio, las abejas habían muerto. En el momento en que mataron a las abejas, todos los Rakshasas murieron y sus cadáveres cayeron en el mismo lugar donde se encontraban.

Champa y la princesa descubrieron más tarde que la entrada del palacio estaba bloqueada por los enormes cadáveres de los Rakshasas, algunos de ellos casi habían logrado llegar al palacio. De esta manera se efectuó la destrucción de los setecientos Rakshasas.

Después de la destrucción de los setecientos monstruos que comían crudos, Champa Dal y la princesa Keshavati se casaron mediante el intercambio de guirnaldas de flores.

La princesa, que nunca había salido de casa, naturalmente expresó su deseo de ver el mundo exterior.

Solían dar largos paseos todos los días, tanto por la mañana como por la tarde, y como un gran río estaba cerca, Keshavati deseaba bañarse en él.

El primer día que fueron a bañarse, a Keshavati se le cayó uno de los cabellos, y como es costumbre entre las mujeres no tirar nunca un cabello sin ir acompañado de otra cosa, lo ató a una concha que flotaba en el agua; después de lo cual regresaron a casa.

Mientras tanto, la concha con el pelo atado flotó corriente abajo siguiendo el cauce del río, y, con el tiempo, llegó a un lugar donde se bañaba Sahasra Dal y sus compañeros tenían la costumbre de realizar sus abluciones.

Y justo, el pelo adato a la concha, pasó ese tramo del río cuando Sahasra Dal y sus amigos se estaban bañandose. Sahasra Dal, viéndola a cierta distancia, les dijo:

—Quien consiga apoderarse de aquella concha será recompensado con cien rupias.

Todos nadaron hacia allí, y Sahasra Dal, siendo el nadador más veloz, lo consiguió. Al examinarlo encontró un cabello atado. ¡Pero qué pelo! Nunca había visto un cabello tan largo. Medía exactamente siete codos de largo.

—La dueña de este cabello debe ser una mujer extraordinaria y debo conocerla — resolvió Sahasra Dal.

Regresó a casa desde el río pensativo y, en lugar de dirigirse al palacio para desayunar, permaneció en la parte exterior. La reina madre, al oír que Sahasra Dal parecía melancólico y no había venido a desayunar, se acercó a él y le preguntó el motivo. Él le mostró el cabello y le dijo que debía ver a la mujer cuya cabeza había adornado. La reina madre dijo:

—Muy bien, tendrás a esa dama en palacio lo antes posible. Te prometo que la traerás aquí.

La reina madre le dijo a su sirvienta favorita, a quien sabía llena de recursos, la misma que era una Rakshasi disfrazada, que debía, lo antes posible, traer a palacio a esa dama que era la dueña del cabello de siete codos de largo. La criada dijo que podría ir a buscarla. Siguiendo sus instrucciones se construyó un barco con madera de Hajol, cuyos remos eran de madera de Mon Paban. Llevó la barca al río y subió a ella con unos cestos de mimbre con hermosos adornos. También llevó consigo algunos dulces mezclados con veneno. Chasqueó los dedos tres veces y pronunció el siguiente hechizo:

¡Barco de Hajol!
¡Remos de Mon Paban!
Llévame al Ghat,
En el que se baña Keshavati”.

Tan pronto como se pronunciaron las palabras, el barco voló como un rayo sobre las aguas. Navegó y navegó dejando atrás muchos pueblos y ciudades. Finalmente se detuvo en un lugar de baño, que la sirvienta Rakshasi concluyó que era el lugar de baño de la princesa Keshavati. Bajo del barco con los dulces envenenados en la mano. La sirvienta Rakshasi se dirigió a la puerta del palacio y gritó en voz alta:

—¡Oh Keshavati! ¡Kesavati! Soy tu tía, la hermana de tu madre. He venido a verte, cariño, después de tantos años. ¿Estás dentro, Keshavati?

La princesa, al oír estas palabras, salió de su habitación, y sin dudar que era su tía, la abrazó y besó. Ambos lloraron ríos de alegría, al menos la sirvienta Rakshasi lo hizo, y Keshavati hizo lo mismo con simpatía.

Champa Dal, sin reconocer a la sirvienta, también pensó que ella era la tía de su esposa recién casada. Todos comieron, bebieron y descansaron a mitad del día.

Champa Dal, como era su costumbre, se fue a dormir después del desayuno. Hacia la tarde, la supuesta tía le dijo a Keshavati:

—Vayamos las dos al río y nos lavemos.

Keshavati respondió:

—¿Cómo podemos irnos ahora? Mi marido está durmiendo.

—No importa—, dijo la tía, —déjalo dormir. Déjame poner estos dulces que he traído cerca de su cama, para que los coma cuando se levante.

Luego se dirigieron a la orilla del río cerca del lugar donde estaba el barco. Keshavati, cuando vio desde cierta distancia las cestas de mimbre en el barco, dijo:

—Tía, ¡qué cosas tan hermosas son esas! Ojalá pudiera conseguir algunos de ellos.

—Ven, hija mía, ven y míralos, y puedes tener tantos como quieras.

Keshavati al principio se negó a subir al barco, pero al ser presionada por su tía, ella fue. En cuanto subieron a bordo, la tía chasqueó los dedos tres veces y dijo:

—“¡Barco de Hajol!
¡Remos de Mon Paban!
Llévame al Ghat,
En el que se baña Sahasra Dal”.

Tan pronto como se pronunciaron estas mágicas palabras, el barco se movió y voló como una flecha sobre las aguas.

Keshavati se asustó y empezó a llorar al descubrir que le habían secuestrado, pero el barco siguió y siguió, dejando atrás muchos pueblos y ciudades, y en un instante llegó al lugar donde Sahasra Dal tenía la costumbre de bañarse.

La princesa Keshavati fue llevada al palacio. Sahasra Dal pudo admirar su belleza y la longitud de su cabello, y las damas de palacio hicieron todo lo posible por consolarla por la aflicción de haber sido robada, pero Keshavati estaba desconsolada y rogaba que la llevaran de regreso con su marido. Finalmente, cuando vio que estaba cautiva, dijo a las damas de palacio que había hecho voto de no ver el rostro de ningún hombre extraño durante seis meses. Luego fue alojada separada de los demás en una pequeña casa cuya ventana daba a la carretera, y allí pasó todo el día y también toda la noche, porque dormía muy poco, suspirando y llorando.

Mientras tanto, cuando Champa Dal despertó de su sueño, estaba distraído por el dolor de no haber encontrado a su esposa.

Comprendió que la mujer, que pretendía ser la tía de su esposa, era una tramposa y una impostora, y que debía haberse llevado a Keshavati.

No quiso probar los dulces, sospechando que estarían envenenados. Arrojó uno de ellos a un cuervo que, en el momento en que se lo comió, cayó muerto. Esto confirmó su opinión sobre la supuesta tía. Enloquecido por el dolor, salió corriendo de la casa y decidió ir adonde le llevaran sus ojos.

Avanzaba como un loco, siempre lloriqueando

—¡Oh Keshavati! ¡Oh Keshavati!

Viajaba a pie día tras día, sin saber adónde iba. Pasó seis meses en este tedioso viaje cuando, al final de ese período, llegó a la capital de Sahasra Dal.

Al pasar por la puerta del palacio, llamó su atención los suspiros y lamentos de una mujer que estaba sentada junto a la ventana de una casa, al borde del camino. Nada más mirar a la mujer, se reconocieron y empezaron a comunicarse en secreto.

Como habían pasado seis meses, el voto de la princesa había concluido, y es costumbre que un Brahmán erudito, recitara públicamente todo lo relacionado con el voto y la persona que lo llevó a cabo. Champa Dal, decidió proclamarse él mismo recitador para ese momento.

A la mañana siguiente, cuando se proclamó al son de un tambor que el rey buscaba un Brahmán erudito que pudiera recitar la historia de Keshavati sobre el cumplimiento de su voto, Champa Dal tocó el tambor y dijo que él haría la recitación.

A la mañana siguiente se celebró una magnífica asamblea en el patio del palacio bajo un enorme dosel de seda.

Allí estaban presentes el viejo rey, Sahasra Dal, todos los cortesanos y los eruditos brahmanes del país. La princesa Keshavati también estaba allí detrás de una pantalla para no quedar expuesta a la mirada grosera de la gente.

Champa Dal, el recitador, sentado en un estrado, comenzó la historia de Keshavati, tal como la hemos relatado, desde el principio, comenzando con las palabras:

Había un Brahman pobre y medio tonto, etc.

Mientras continuaba con la historia, el recitador de vez en cuando le preguntaba a Keshavati detrás de la pantalla si la historia era correcta, a lo que ella respondió con tanta frecuencia:

—Muy correcto, continúa, Brahman.

Durante la recitación de la historia, la sirvienta Rakshasi palideció, al percibir que su verdadero carácter había sido descubierto, y Sahasra Dal quedó asombrado por el conocimiento del recitador sobre la historia de su propia vida. En el momento en que terminó la historia, Sahasra Dal saltó de su asiento y, abrazando al recitador, dijo:

—Tú no puedes ser otro que mi hermano Champa Dal.

Entonces el príncipe, lleno de ira, ordenó a la sirvienta que se presentara ante él. Se cavó en el suelo un gran hoyo, tan profundo como la altura de un hombre; la sirvienta fue colocada en él de pie; La rodearon con espinas espinosas hasta la coronilla: de esta manera fue enterrada viva la sirvienta. Después de esto, Sahasra Dal y su princesa, Champa Dal y Keshavati vivieron felices juntos durante muchos años.

Así termina mi historia,
La espina de Natiya se seca.
«¿Por qué, oh Natiya-thorn, te marchitas?»
«¿Por qué tu vaca me busca?»
«¿Por qué, oh vaca, navegas?»
«¿Por qué tu cuidado rebaño no me cuida?»
«¿Por qué, oh pastor ordenado, no cuidas a la vaca?»
«¿Por qué tu nuera no me da arroz?»
«¿Por qué, nuera, no me das arroz?»
«¿Por qué llora mi hijo?»
«¿Por qué, oh niño, lloras?»
«¿Por qué me pica la hormiga?»
«¿Por qué, oh hormiga, muerdes?»
¡Vaya! ¡vaya! ¡vaya!

Cuento popular Bengalí, recopilado y adaptado por Lal Behari Day (1824-1892)

warwick goble
Ilustración del cuento por Warwick Goble (1862-1943)
Lal Behari Day

Lal Behari Day (1824-1892) fue un escritor y periodista hindú.

Se convirtió al cristianismo, y se hizo misionero.

Recopiló cuentos populares hindús y bengalís.

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