John Bauer , princesa

La Princesa que estaba escondida bajo tierra

Cuentos de Amor
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Había una vez un rey que tenía grandes riquezas, las cuales, cuando murió, las repartió entre sus tres hijos. Los dos mayores vivieron en disturbios y festines, y así desperdiciaron y desperdiciaron la riqueza de su padre hasta que no quedó nada y se encontraron en la necesidad y la miseria. El menor de los tres hijos, por el contrario, hizo buen uso de su porción. Se casó con una esposa y pronto tuvieron una hija bellísima, para quien, cuando creció, hizo construir un gran palacio bajo tierra y luego mató al arquitecto que lo había construido. Luego encerró a su hija dentro y luego envió heraldos por todo el mundo para hacer saber que quien encontrara a la hija del rey debería tenerla por esposa. Si no era capaz de encontrarla entonces debía morir.

Muchos jóvenes intentaron descubrirla, pero todos perecieron en el intento.

Después de que muchos habían encontrado la muerte así, llegó un joven, hermoso a la vista y tan inteligente como hermoso, que tenía un gran deseo de intentar la empresa. Primero fue a un pastor y le rogó que lo escondiera en una piel de oveja que tenía un vellón dorado, y con este disfraz lo llevara ante el rey. El pastor se dejó persuadir, tomó una piel que tenía un vellón de oro, cosió en ella al joven, le puso también comida y bebida, y así lo llevó ante el rey.

Cuando éste vio el cordero de oro, preguntó al rebaño:

—¿Me venderéis este cordero?

Pero la manada respondió:

—No, oh rey; No lo venderé; pero si te agrada, estaré dispuesto a complacerte y te lo prestaré gratuitamente durante tres días, después de los cuales deberás devolvérmelo.

El rey accedió a hacerlo, se levantó y llevó el cordero a su hija. Cuando lo condujo al interior de su palacio y atravesó muchas habitaciones, llegó a una puerta cerrada. Entonces llamó:

—¡Abre, Sartara Martara de la tierra!— y la puerta se abrió por sí sola. Después de eso atravesaron muchas más habitaciones y llegaron a otra puerta cerrada. Nuevamente el rey gritó:

—¡Abre, Sartara Martara de la tierra!— y esta puerta se abrió como la otra, y entraron en el aposento donde habitaba la princesa, cuyo piso, paredes y techo eran todos de plata.

Cuando el rey abrazó a la princesa, le dio el cordero, con gran alegría de ella. Lo acarició, lo acarició y jugó con él.

Al cabo de un rato se soltó el cordero, lo cual, al verlo la princesa, dijo:

—Mira, padre, el cordero está libre.

Pero el rey respondió:

—Es sólo un cordero, ¿por qué no debería ser gratis?

Luego dejó el cordero con la princesa y se fue.

Por la noche, sin embargo, el joven se quitó la piel. Cuando la princesa vio lo hermoso que era, se enamoró de él y le preguntó:

—¿Por qué viniste aquí disfrazado con una piel de oveja así?

Entonces él respondió:

—Cuando vi cuántas personas te buscaban y no podían encontrarte, y perdían la vida, inventé este truco, y así he llegado sano y salvo a ti.

La princesa exclamó: ‘Has hecho bien en hacerlo; pero debes saber que tu apuesta aún no está ganada, porque mi padre nos transformará a mí y a mis doncellas en patos y te preguntará: «¿Cuál de estos patos es la princesa?» Entonces volveré mi cabeza hacia atrás y con mi pico limpiaré mis alas, para que me conozcáis.

Después de pasar tres días juntos, charlando y acariciándose, el rebaño volvió al rey y le pidió su cordero. Entonces el rey fue a buscarlo a su hija, lo que preocupó mucho a la princesa, porque dijo que habían jugado muy bien juntos.

Pero el rey dijo:

—No puedo dejártelo, hija mía, porque sólo a mí me lo prestan—. Entonces se lo llevó y se lo devolvió al pastor.

Entonces el joven se quitó la piel y fue al rey, diciendo:

—Señor, estoy seguro de que puedo encontrar a su hija.

Cuando el rey vio lo hermoso que era, dijo:

—Muchacho, tengo compasión de tu juventud. Esta empresa ya ha costado la vida a muchos y seguramente también será la suya.

Pero el joven respondió:

—Acepto tus condiciones, oh rey; O la encontraré o perderé la cabeza.

Acto seguido fue delante del rey, quien lo siguió hasta que llegaron a la gran puerta. Entonces el joven dijo al rey:

—Di las palabras para que se abra.

Y el rey respondió:

—¿Cuáles son las palabras? ¿Debo decir algo como esto: “Cállate; cerrar; cerrar»?’

—No—», dijo él; —di: «Abre, Sartara Martara de la tierra».

Dicho esto el rey, la puerta se abrió sola y entraron, mientras el rey se mordía el bigote con ira. Luego llegaron a la segunda puerta, donde sucedió lo mismo que en la primera, y entraron y encontraron a la princesa.

Entonces habló el rey y dijo:

—Sí, en verdad, has encontrado a la princesa.

Ahora la convertiré a ella y a todas sus doncellas en patos, y si puedes adivinar cuál de estos patos es mi hija, la tendrás por esposa.

E inmediatamente el rey transformó a todas las doncellas en patos, y las condujo delante del joven, y dijo:

—Ahora muéstrame cuál es mi hija.

Entonces la princesa, según entendieron, comenzó a limpiarse las alas con el pico, y el muchacho dijo:

—La que limpia sus alas es la princesa.

Ahora el rey no pudo hacer más que entregársela al joven por esposa, y vivieron juntos con gran alegría y felicidad.

Cuento popular alemán editado por Andrew Lang

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Andrew Lang (1844-1912)

Andrew Lang (1844-1912) fue un escritor escocés.

Crítico, folclorista, biógrafo y traductor.

Influyó en la literatura a finales del s XIX e inspiró a otros escritores con sus obras. Hoy se le recuerda principalmente por sus compilaciones de cuentos de hadas del folclore británico.

Sobresalen sus compilaciones: El libro azul de las hadas, El libro rojo de las hadas, El libro verde de las hadas, El libro amarillo y carmesí de las hadas, El Anillo Mágico y Otras Historias, etc.

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