

Un rey tenía tres hijos. Al más joven le dio cien mil piastras, lo mismo le dio al hijo mayor y al del medio.
Con el dinero, el menor se levantó, tomó el camino y dondequiera que encontraba gente pobre, les daba dinero; aquí, allí, lo regaló todo hasta gastar todo el dinero. Su hermano mayor fue y mandó construir barcos para ganar dinero. Y el del medio se fue, hizo construir tiendas.
Tras un tiempo volvieron con su padre.
—¿Qué has hecho, hijo mío?
—He construido barcos.
Al más joven:
—Tú, ¿qué has hecho?
—A cada pobre que encontré, le di dinero; y para las muchachas pobres yo pagaba el coste de su matrimonio.
El rey dijo:
—Mi hijo menor cuidará bien de los pobres. Toma otras cien mil piastras.
El muchacho se fue. Aquí y allá gastó su dinero. Cuando murió, tan sólo le quedaban doce piastras. Tras encerrar su cadáver, unos judíos que sabían que había sido enterrado con el poco dinero que le quedaba, lo desenterraron y lo empezaron a golpear.
Por allí pasaba un joven gitano que vio lo que ocurría y les dijo a los judíos:
—¿Qué queréis de ese cadáver, porqué le estáis golpeando?
—Queremos robarle doce piastras.
—Os los daré si lo dejáis en paz.
Los hombres aceptaron, les dio el dinero, dejaron en paz al muerto y se marcharon. Tras esto, el muerto salió de su tumba y fue tras el muchacho que le había ayudado.
—¿Adónde vas? —preguntó el muerto.
—Voy a ver mundo — respondió el joven.
—Yo también iré; iremos juntos; seremos socios— le respondió el muerto.
—Que así sea.
—Ven, te llevaré a un lugar que conozco.
Lo tomó y lo llevó a un pueblo.
En el pueblo había una fiesta de una boda, y había música y todos bailaban. El joven gitano se acercó a la fiesta, y el muerto fue detrás. Allá encontró una muchacha bailando, la que se iba a casar, y se enamoró de ella.
Esa misma noche, los recién casados se fueron a la cama, y al amanecer del día siguiente, el esposo estaba muerto.
—Ahora que se que ha enviudado podré casarme con ella — repetía el joven cuando se enteró de la noticia.
—Has de tener cuidado — dijo el muerto — esa mujer se casó muchas veces, y todas las mañanas, tras la noche de bodas, su esposo amanece muerto.
—No importa — dijo el gitano — a mi nada me pasará. La amo.
—Esta bien. Te ayudaré a conseguir esa chica, pero siempre seremos socios — dijo el muerto — Primero te esconderé en alguna parte hasta que vea que es seguro.
El muerto escondió al joven y fue tras la chica para ver que ocurría, y descubrió que por la noche, mientras dormía, de su boca se asomaba un dragón con tres cabezas.
El muerto no se preocupó por esto e hizo que la muchacha y el joven gitano se encontraran.
El joven le propuso matrimonio, la muchacha aceptó y ese día se casaron.
Durante la ceremonia, el muerto le dijo al joven:
—Te traje a la joven, pero esta noche, cuando te vayas a la cama, yo también me acostaré con vosotros.
En la noche, cuando se acostaron los recién casados, el muerto se acercó con la espada y el muchacho al ver al muerto le dijo:
—Eso nunca servirá. Si la quieres, llévate a la chica, pero no puedes matarnos.
—¿Acaso no somos socios? — respondió el muerto —Si tu te acuestas con ella, yo también dormiré aquí.
El joven no pudo impedirlo y allí estaban los tres, cuando, a medianoche ve a la joven abrir la boca y cómo salía de su boca tres cabezas de dragón. El muerto sacó su espada y le cortó dos de las cabezas, pero otra se escondió rápido y la joven volvió a cerrar la boca. Luego colocó las dos cabezas de dragón en su pecho y se pudo a dormir.
A la mañana siguiente, la muchacha se despertó y vio que el hombre seguía vivo a su lado.
Corriendo fueron a contar al padre de la muchacha que por primera vez, su esposo había visto un amanecer.
El padre feliz dijo:
—Ese será el yerno.
El muchacho tomó a la niña y fue con el padre de la joven, a cobrar la dote y la herencia de la joven.
Una vez con el dinero y la muchacha, le llamó el muerto:
—Ven—, dijo el muerto al joven, —dividamos el dinero.
Dividieron el dinero en partes iguales y tras esto dijo el muerto:
—Hemos dividido el dinero; Dividamos también a tu mujer.
El muchacho dijo:
—¿Cómo dividirla? Si la quieres, llévala, pero no se puede dividir a un ser humano.
—No la llevaré a ningún lugar; nos la dividiremos.
—¿Cómo la vamos a dividir?— dijo el muchacho.
El muerto dijo:
—Yo, yo lo dividiré.
El muerto la agarró; le ató las rodillas y dijo.
—Si tú agarras un pie, yo tomaré el otro.
Levantó su espada para golpear a la chica. En su miedo, la muchacha abrió la boca y gritó, y de su boca cayó un dragón. El muerto le dijo al muchacho:
—No tienes que preocuparte, ¿ves? Yo no estoy buscando esposa, ni estoy buscando dinero. Pero estas cabezas de dragón son las que devoraron a los hombres. Tomarla. La chica será tuya, el dinero será tuyo. Me hiciste un favor; Yo también te he hecho uno.
—¿Qué favor te hice? —preguntó el gitano.
—Me libraste de los judíos.
Tras decir esto, el muerto regresó a su tumba y no se volvió a saber de él. Luego el muchacho tomó a su mujer y fueron con su suegro a vivir.
Cuento gitano, de la región de Turquía, recopilado por Francis Hindes Groome, traducción libre de Altaïr