Brian, el hijo del rey de Grecia, se enamoró de la hija de la gallina y no se casaría con otra más que con la gallina. Su padre le dijo que en un día de días, antes de que eso sucediera, debía conseguirle primero el pájaro más maravilloso que había en el mundo. Entonces aquí fue Brian, y puso el mundo bajo su cabeza, hasta que llegó mucho más lejos de lo que puedo contar, o lo que ustedes pueden imaginar, hasta que llegó a la casa del Carlin de Buskins. Carlin lo acogió muy bien, y pasó allá la noche; y por la mañana ella le dijo:
—Es hora de que te levantes, te queda mucho por viajar.
Cuando llegó a la puerta, ¿qué encontró sino que alguien se había llevado sus calcetines y sus zapatos? Miró por aquí y por allá hasta que dio con un zorro con sus zapatos y sus calcetines.
—¡Sha! Bestia—, dijo Brian, —será mejor que me devuelvas mi par de zapatos y mis calcetines.
—¡Ay!—, dijo el zorro, —hace mucho que no llevo puesto un zapato o una calcetín; y estoy pensando en utilizarlos a partir de ahora.
—Bestia fea, ¿estás pensando en robarme lo que cubre mis pies, y mientras yo te estoy viendo hacerlo?
—Bueno—, dijo el zorro, —si me aceptas como tu sirviente, obtendrás tu par de zapatos y tus calcetines.
—¡Oh pobre bestia!—, dijo, —conmigo encontrarías la muerte por hambre.
—¡Ho! ¡Ho! —dijo el zorro—, hay poco bien en el sirviente que se sirve a sí mismo y a veces a su amo.
—Sí, sí—, dijo, —bueno, no me importa; en cualquier caso, puedes acompañarme.
No habían avanzado mucho en su viaje cuando el zorro le preguntó si era bueno montando. Dijo que sí, si se pudiera saber en qué.
—Súbete a mi lomo y te cargaré un rato—, dijo el zorro.
—¡Encima de ti! Pobre bestia, te rompería la espalda.
—¡Ho! ¡oh! Hijo del rey de Grecia—, dijo el zorro, —no me conoces tan bien como yo te conozco a ti. No te preocupes más si puedo no puedo llevarte.
Brian se subió sobre el zorro, y cuando estuvo montado en él, sacaban agua de cada charco y chispas de cada guijarro. Y no se detuvieron ni descansaron hasta llegar a la casa del Gigante de Cinco Cabezas, Cinco Jorobas y Cinco Estrangulaciones.
—Aquí tienes—, dijo el zorro, —la casa del gigante que tiene el pájaro maravilloso. ¿Y qué le dirás cuando entres?
—¿Qué puedo decir sino que vine a robar el pájaro maravilloso?
—¡Huh! ¡Hu!— dijo el zorro, —entonces no te dejará vivir. Pero, acepta servir a este gigante como mozo de cuadra. No hay ningún tipo de pájaro bajo los siete peldaños rojizos del mundo que él no tenga. Y cuando saque el pájaro maravilloso, di: «¡Fuith! ¡Fuith! Ese pájaro desagradable, sácalo de mi vista. Podría encontrar pájaros más valientes que esos en los basureros de mi casa”.
Brian hizo esto.
El gigante tenía una gran colección de pájaros y cuando vio el más maravilloso de todos, dijo como le había pedido el zorro:
—¡Fuith! ¡Fuith! Ese pájaro desagradable, sácalo de mi vista. Podría encontrar pájaros más valientes que esos en los basureros de mi casa”.
—S’tia!— dijo el gigante al escuchar eso, —entonces debo ir a tu país a capturar esos pájaros.
Brian estuvo sirviendo al gigante y el gigante se sentía muy cómodo con él y se empezó a confiar. Una de las noches Brian robó el pájaro maravilloso y se escabulló con él. Cuando estaba a bastante distancia de la casa del gigante, «¡S’tia!» se dijo Brian, «No sé si será el pájaro correcto.» entonces abrió la cubierta de la jaula del pájaro y el pájaro soltó un chillido, y el chillido despertó al gigante.
—¡Oh! ¡Vaya! Hijo del rey de Grecia—, dijo el gigante—. Ya veo que vienes a robar el pájaro maravilloso.
Al verse en esta situación, Brian salió corriendo lo más rápido que pudo con el pájaro en mano.
Entonces aquí el gigante se puso los zapatos que podían recorrer nueve millas a cada paso, y no tardó mucho en atrapar al pobre Brian. Regresaron a la casa del gigante, y el gigante le ató con fuerza, y arrojó a Brian en un rincón de turba, y estuvo allí hasta la mañana del día siguiente.
—Ahora—, dijo el gigante, —hijo del rey de Grecia, tienes dos opciones: tu cabeza esté en esa estaca, o ir a robar la Daga Blanca de Luz que está en el reino de Big.
—Un hombre es amable con su vida—, resondió Brian. —Iré a robar la Daga Blanca de Luz.
Brian no se había alejado mucho de la casa del gigante cuando el zorro se encontró con él.
—Oh hombre sin mente ni sentido, no seguiste mi consejo, ¿y qué suerte te depara ahora el futuro? Vas al reino de las Mujeres Gigantes para robar la Daga Blanca de Luz. Eso es veinte veces más difícil para ti que el pájaro maravilloso de ese gigante.
—Pero ¿qué puedo hacer ahora? Lo hecho, hecho está—, dijo el pobre Brian.
—Bueno, entonces—, dijo el zorro, —ven encima de mí y espero que seas más sabio la próxima vez.
Fueron entonces más lejos de lo que puedo recordar, hasta que llegaron a la loma del país detrás del viento y de cara al sol, que estaba en el reino de las Mujeres Gigantes.
—Ahora—, dijo el zorro, —te sentarás aquí y comenzarás a llorar y llorar, y cuando las Mujeres Grandes salgan de donde estás, te levantarán en sus bueyes y te llevarán a su casa. Allí intentarán persuadirte. Pero no dejes de llorar hasta que consigas la Daga Blanca de Luz; y te lo dejarán en la cuna toda la noche, para que estés tranquilo.
El pobre Brian no lloró muy bien, pero lo intentó. Lloriqueó y lloriqueó, hasta que llegaron las Mujeres Gigantes, le vieron y se lo llevaron como había dicho el zorro. Una vez allí lo mecieron y le intentaron calmar, pero Brian continuó lloriqueando hasta que le pusieron en una cuna y le dejaron con la Daga Blanca de Luz. Entonces, muy sigiloso salió de la casa con la Daga Blanca de Luz y cuando pensó que ya estaba lejos de la casa, dudó si tenía la espada adecuada. La sacó de la vaina y la espada emitió un sonido. El sonido despertó a las Mujeres Gigantes y en seguida se levantaron:
—¿A quién tenemos aquí—, dijeron, —sino al hijo del rey de Grecia que viene a robar la Daga Blanca de Luz?
Siguieron a Brian y no tardaron en traerlo de regreso. Lo ataron (como a una pelota) y lo arrojaron en un rincón de turba hasta que amaneció blanco el día siguiente. Cuando llegó la mañana, le dieron a elegir: arrojarlo al fuego, o ir a robar a la Diosa Sol, hija del rey de la Unión de Fionn.
—Un hombre es amable con su vida—, dijo Brian. —Iré a robar a la Diosa del Sol.
Sin importar nada, Brian fue. Y no tardó mucho en su viaje, que el zorro lo encontró.
—Oh, pobre tonto—, dijo el zorro, —eres tan tonto como siempre. ¿De qué me sirve darte consejos? Ahora vas a robar a la Diosa del Sol. Muchos ladrones mejores que tú hicieron este mismo viaje, pero ninguno regresó de él. Hay nueve guardias custodiándola, y no hay ningún vestido bajo los siete peldaños rojizos del mundo que sea como el vestido que lleva ella, salvo el que hoy traes aqui, y ten cuidado—, dijo el zorro, —de hacer lo que te pido o, si no lo haces, no pasarás a la siguiente historia.
Y sin importar el peligro, fueron, y cuando estuvieron cerca del guardia, el zorro le puso el vestido a Brian, y él le dijo que avanzara directamente a través de ellos, y cuando llegó a la Diosa del Sol que hiciera lo que le ordenaba.
—Y, Brian—concluyo—, si la sacas, no estaré lejos de ti.
Brian se armó de valor y siguió adelante, y cada guardia le abrió paso, hasta que entró donde estaba la Diosa del Sol, hija del rey de la Unión de Fionn. Ella se alegró de verlo, le saludo y le deseo buena suerte, porque su padre no dejaba que ningún hombre se acercara a ella, y allí estaba Brian.
La Diosa del Sol alojó a Brian, y pasó la noche en el palacio.
—Pero ¿cómo podré escapar?—, pensó por la mañana.
Entonces Brian levantó una ventana, agarró a la Diosa del Sol y la sacó a través de ella. Al otro lado, el zorro los recibió.
—Ahora tú—, dijo el zorro desde el otro lado—. Salta encima de mi.
Y saltó desde la ventana hasta el zorro y salieron lo más rápido que pudieron con la Diosa del Sol amarrada. Y cuando estuvieron muy, muy lejos y cerca del país de las Mujeres Gigantes, el zorro le dijo:
—Ahora, Brian ¿no te parece una lástima para ti regalar esta Diosa del Sol por la Daga Blanca de Luz?
—¿Y qué puedo hacer si no? — preguntó Brian.
—Llévame a mí en su lugar, entrégame a las Mujeres Gigantes, recoge la Daga Blanca de Luz y llévate a la Diosa del Sol contigo. Si me transformo en la Diosa del Sol no notarán la diferencia.
—Pero amigo — dijo Brian, — después de todo lo que hemos pasado, preferiría separarme de la Diosa del Sol en persona que de ti.
—No te preocupes por mi, Brian, no me retendrán por mucho tiempo.
Brian hizo lo que le pidió el zorro, y entregó al zorro como la Diosa del Sol. Las mujeres Gigantes le hicieron entrega de la Daga Blanca de Luz y Brian siguió su camino con la Diosa del Sol.
Al cabo de uno o dos días, el zorro los alcanzó y se le subieron encima.
Montando el zorro, llegaron enseguida a la casa del gran gigante:
—¿No es una gran lástima para ti, oh Brian, desprenderte de la Daga Blanca de Luz por esa inmundicia de pájaro maravilloso?
—No hay remedio para eso—, dijo Brian.
—Puedo convertirme en una Daga Blanca de Luz, y me puedes cambiar a mi como hicimos antes—, dijo el zorro; —Puede ser que todavía encuentres un uso para la Daga Blanca de Luz.
Brian no estaba tanto en contra del zorro esta vez, ya que vio que había salido bien con las Mujeres Gigantes.
Cuando llegaron a la puerta el gigante dijo:
—¿Ya traes lo que te pedí? Estaba en las profecías que debía cortar de un solo golpe este gran roble, que mi padre cortó hace doscientos años con la misma Daga Blanca de Luz.
El gigante le entregó a cambio el pájaro maravilloso y Brian se fue. Había recorrido una corta distancia de la casa del gigante cuando el zorro se acercó a él con su almohadilla en la boca.
—¿Qué te ha sucedido?— dijo Brian.
—¡Oh! El hijo del gigante—, dijo el zorro, —cuando me agarró, con el primer golpe cortó del árbol todo menos un pedacito de corteza. Y mira, no hay diente en la puerta de mi boca que no haya roto.
Brian estaba muy triste porque el zorro había perdido los dientes, pero no había nada que pudiera hacer. Siguieron adelante, unas veces caminando y otras cabalgando, hasta que llegaron a una fuente que había al lado del camino.
—Ahora, Brian—, dijo el zorro, —a menos que me cortes la cabeza con un solo golpe con la Daga Blanca de Luz en este manantial, yo te cortaré la tuya.
—S’tia—, dijo Brian, —un hombre es amable con su propia vida.
Y de un solo golpe le arrancó la cabeza al zorro, y ésta cayó en el pozo. Y en un abrir y cerrar de ojos, ¿qué crees que surgió del pozo sino el hijo del rey que era padre de la Diosa del Sol?
Siguieron hasta llegar a la casa de su padre. Y su padre celebró una gran boda con gozo y alegría, y no se volvió a hablar de casarse con la hija de la gallina, ni entonces ni hasta que me fui de aquél lugare.
Cuento gitano de la región de Escocia, recopilado por Francis Hindes Groome
Francis Hindes Groome (1851 – 1902) fue un escritor y comentarista británico.
Destacó su trabajo sobre el folclore de la cultura romaní.