Thorstein Karlsson y las doce gigantas

Criaturas fantásticas
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Miedo
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Érase una vez un hombre y una mujer que vivían en su cabaña y tenían un hijo que se llamaba Thorstein. Cuando se hizo mayor, perdió a su madre y trabajó de pastor en casa de su padre, que se volvió a casar.

De camino hacia donde Thorstein tenía que llevar a pastar el ganado había una colina, y Thorstein sospechaba que estaba habitada. Una vez, al pasar por aquella colina, vio a una mujer con un vestido azul. La mujer le invitó a entrar y a jugar al ajedrez. Estuvieron jugando todo el día, pero Thorstein ganaba siempre. Por la noche, ella dijo que eso no podía continuar. El, sin embargo, regresó a su casa y no se lo contó a nadie. A la mañana siguiente, se volvió a marchar; la mujer le estaba esperando con un vestido verde y le invitó a jugar al ajedrez. Al principio, él se resistió, pero finalmente aceptó. Y ocurrió exactamente lo mismo que el día anterior.

Al tercer día, decidió no volver a la colina, pero algo le atraía tanto hacia allí que finalmente se puso en camino. Ella estaba fuera, llevaba un vestido rojo y le invitó a jugar al ajedrez. Al principio vaciló, pero finalmente aceptó. Aquel día jugaron mucho tiempo, hasta que ella pegó un empujón a la mesa y aseguró que aquello no podía continuar. Le dijo:

—Está dicho y te está predestinado que abandonarás tu casa paterna y tendrás que ir a un bosque. Allí te encontrarás con unos pájaros que te querrán matar. Si consigues salir con vida, te encontrarás con unos perros. Si consigues librarte de ellos, te encontrarás con doce toros. Si también te libras de ellos, irás a parar a la cueva en la que viven mis doce hermanas. ¡Y a ellas ya se les ocurrirá lo que hacer contigo! Entonces Thorstein dijo:

—Está dicho y te está predestinado que tendrás que estar con un pie en esta colina y el otro en aquella montaña —y la señaló—. Los verdugos vendrán y encenderán un fuego por debajo de ti, de forma que por abajo te quemarás y por arriba tendrás frío. Pero si yo muero o me libro de tu maldición, caerás al fuego y te abrasarás.

Entonces ella replicó:

—Bueno, entonces dejémoslo. Pero él contestó:

—No, ahora todo debe seguir su curso.

Thorstein regresó a casa muy angustiado. Le contó a su madrastra lo que le sucedía y le pidió consejo. Ella le dijo que era difícil darle un consejo, que lo que tenía que hacer era irse, así que lo preparó todo para el viaje. Cuando estuvo listo para partir ella le dio un puñado de grano y le aconsejó que cuando se encontrara con los pájaros esparciera el grano a su alrededor y así quizá consiguiera detenerlos. Si lo lograba, debía irse rápidamente de allí. Le dio también un trozo de carne para que se lo tirase a los perros; le dijo que si éstos se detenían con él, debía irse rápidamente de allí. Finalmente, le dio avena para que se la tirase a los toros al encontrarse con ellos; le dijo que si se detenían con eso, debía irse rápidamente de allí. Le dijo que ésos eran los únicos consejos que podía darle.

Así pues, Thorstein se puso en camino hacia el bosque, y no hay nada que decir de su viaje hasta que se encontró con los pájaros y éstos intentaron hacerle pedazos.

Pero él esparció el grano a su alrededor, los pájaros se volvieron hacia el grano y consiguió pasar. Al marcharse, los pájaros le gritaron:

—¡Llámanos cuando nos necesites!

Prosiguió su camino hasta que se encontró con los perros y éstos intentaron hacerle pedazos. Entonces les echó la carne, éstos se volvieron hacia la carne y consiguió pasar. Al marcharse, le gritaron:

—¡Llámanos cuando nos necesites!

Siguió andando y se encontró con los doce toros, que se abalanzaron sobre él con grandes mugidos. Pero él les tiró la avena, los toros se volvieron hacia la avena y él consiguió pasar. Al marcharse, los toros le gritaron:

—¡Llámanos cuando nos necesites!

Prosiguió su camino hasta que llegó a una cueva. Entró en ella —pues se había hecho de noche—, pero no encontró a nadie. Poco después oyó fuera un ruido terrible, y a continuación entraron doce repulsivas gigantas que se pegaron una comilona y luego se fueron a la cama. Sin embargo, no se dieron cuenta de la presencia de Thorstein porque éste no dijo ni esta boca es mía.

A la mañana siguiente se marcharon de nuevo y Thorstein entonces se puso a investigar en la cueva. Llegó a una puerta y consiguió abrirla. Entonces vio dentro a una mujer encadenada a una silla. La saludó y ella le pidió que la liberase de las garras de aquellos espíritus malignos. Él le preguntó cómo había ido a parar hasta allí. Ella le contestó que era la princesa de otro país, que las gigantas la habían secuestrado y que querían obligarla a que se casara con un pariente suyo que vivía por los alrededores, pero que ella se había negado y por eso la trataban así. Él entonces la desató, y luego se pasaron todo el día explorando juntos la cueva. Pero cuando se hizo de noche la volvió a atar, y pronto las gigantas volvieron a casa.

Antes de que entraran él se escondió, pero entonces la primera dijo:

—Tarde viene el mensajero de nuestra hermana, pero ya huele a carne humana.

Thorstein entonces comprendió que ya no tenía sentido estar allí, así que salió de su escondite. Las gigantas le dijeron:

—Mañana te encargaremos que hagas algo.

Pasó la noche y, por la mañana, antes de ponerse en camino, le dijeron que tenía que sacar fuera todo su grano, pero que no debía permitir que el viento se llevase ni un solo grano, y mucho menos más de uno. Luego se marcharon y él empezó a sacar el grano, pero justo cuando había terminado empezó a soplar el viento y enseguida le dispersó todo el grano. Entonces se dijo: «¿Cuándo voy a necesitar más que ahora a los pájaros?». Todos los pájaros fueron allí, recogieron el grano con sus picos y Thorstein lo volvió a meter dentro. Cuando terminaron, dijeron que ya no debía de faltar mucho para que volvieran las gigantas. Por la noche, cuando las gigantas llegaron, dijeron:

—¡Esto no has podido hacerlo tú solo, muchacho! Pero él contestó:

—Sólo yo y nadie más. Entonces ellas le dijeron:

—Mañana te encargaremos que hagas algo. Y así transcurrió la noche.

Pero por la mañana le dijeron que tenía que sacar fuera todas sus camas y airear todas las plumas. Luego se marcharon al bosque y él empezó a sacar fuera las camas y extender las plumas. Pero entonces el viento volvió a soplar otra vez y se llevó de allí las plumas. Él se dijo que probablemente nunca iba a necesitar a los perros más que ahora. Éstos llegaron enseguida y recogieron rápidamente todas las plumas. Él las fue metiendo dentro hasta que terminó del todo, y los perros dijeron que ya no podía faltar mucho para que volvieran las gigantas. Les dio las gracias a los perros y éstos se marcharon. Por la noche, las gigantas volvieron a casa y dijeron:

—¡Esto no has podido hacerlo tú solo, muchacho!

—Sólo yo y nadie más —respondió él. Ellas le dijeron:

—Mañana te encargaremos que hagas algo.

Y así transcurrió la noche.

Por la mañana le ordenaron que matase al buey más grande que tenían, lo desollase y curtiese su piel, tallase cucharas de sus cuernos y tuviese toda su carne cocinada para cuando ellas regresaran. Luego se marcharon. Entonces él se dijo:

«¿Cuándo voy a necesitar a los toros más que ahora?». Enseguida aparecieron allí los toros, con un buey de grandes cuernos en el medio. En cuanto entraron en la cueva se convirtieron en hombres y sacrificaron al buey. Unos empezaron a cocinar, otros lo desollaron y curtieron la piel, otros tallaron cucharas de los cuernos. Cuando
terminaron, él les dio las gracias y los toros se marcharon. Durante el día, él siempre desataba a la muchacha, pero por la noche la volvía a atar.

Por la noche, las gigantas volvieron a casa y dijeron:

—¡Esto no has podido hacerlo tú solo, muchacho! Él contestó:

—Sólo yo y nadie más.Y así transcurrió la noche.

Por la mañana las gigantas se fueron, pero esta vez no le mandaron hacer nada. Cuando ya estaban en la puerta de la cueva para salir, una de ellas le preguntó si sería capaz de encontrar las llaves de la gran caja. Pero otra de ellas opinó que no las conseguiría, y entonces se fueron. Él liberó a la muchacha y ambos se pusieron a buscar por la cueva. Encontraron una cueva lateral a la que unas barras de hierro impedían el paso. Consiguieron hacer saltar las barras. Dentro de la cueva había muchas cajas; una de ellas era muy grande, y en lo más alto de la cueva estaban colgadas las llaves. Entonces Thorstein le dijo a la muchacha que se pusiera de pie sobre sus hombros, y de este modo alcanzaría las llaves. Intentaron abrir la gran caja, y finalmente lo consiguieron, después de hacer muchísimos esfuerzos. En la caja encontraron muchos tesoros, entre ellos también un gran pañuelo en el que estaban envueltos trece huevos, uno de ellos completamente amarillo y podrido. Él sacó todos los huevos y examinó el pañuelo. Tenía alas, y en cada ala había letras doradas. Cuando empezó a leer las letras, el pañuelo se elevó por los aires, y se dio cuenta de que allí aparecía escrita la respuesta a todo lo que quisiera preguntar. Por la noche, se dirigió a la puerta de la cueva y se quedó en el umbral hasta que oyó pasos. Inmediatamente después entraron una tras otra las gigantas, pero él les tiró los huevos a los ojos y éstas cayeron muertas.

La muchacha y él encendieron un fuego y quemaron a todas las gigantas. Luego cogieron todo lo que les pareció de más valor, lo sacaron fuera y lo pusieron encima del pañuelo. Finalmente se montaron ellos mismos en el pañuelo, y él fue siguiendo lo que aparecía escrito en él hasta llegar al país en el que vivía el padre de la muchacha.

Los pájaros, los perros y los toros eran en realidad personas cautivas a las que la giganta de la colina había echado una maldición. Pero, cuando mataron a las gigantas, se libraron todas de la maldición.

Thorstein se adiestró en todas las artes de la realeza; luego el rey le dio a su hija por esposa y Thorstein se convirtió en su sucesor. Thorstein y su mujer se amaron intensamente durante mucho tiempo. Y así se acaba la historia.

Cuento islandés, recopilado por Jón Árnason (1819-1888)

Jón Árnason

Jón Árnason (1819-1888) fue un escritor, editor y bibliotecario islandés.

Dirigió el museo islandés y fue el primero en recopilar cuentos populares islandeses

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