Érase una vez un maestro fundidor que estaba fundiendo botones de estaño. Llegó entonces el demonio y le saludó:
—¡Buenos días, buen hombre! ¿Qué estás haciendo?
El hombre le devolvió el saludo y contestó:
—Estoy fundiendo ojos. El demonio preguntó:
—¿No podrías fundir también unos ojos nuevos para mí? El hombre dijo:
—Naturalmente, pero se necesita una pomada para los ojos y en estos momentos no la tengo.
—¿No podrías entonces hacerlo en otra ocasión?
—Sí, naturalmente.
—Pues entonces, ¿cuándo vuelvo?
—Cuando mejor te venga.
Pasado un tiempo, el demonio volvió a visitar al maestro fundidor con la intención de que le hiciese los ojos. El maestro fundidor le preguntó:
—¿Quieres ojos grandes o pequeños?
—¡Que sean muy grandes! —dijo el demonio.
El hombre metió entonces un buen pedazo de estaño en la cuchara de fundir para colarlo diciéndole al demonio:
—Tienes que permanecer atado, pues, de lo contrario, no puedo fundir.
Así pues, le ordenó que se tumbara boca arriba en un banco, cogió una larga y recia soga y le ató concienzudamente. Estando allí el demonio, tan a buen recaudo, le preguntó al maestro fundidor cuál era su nombre.
—«Yo mismo» es mi nombre —contestó el hombre.
—Está bien —dijo el demonio—, era simplemente por saberlo.
En cuanto el estaño se puso líquido, el maestro dijo al demonio:
—Ahora estáte quieto, que la pomada está lista.
El demonio se quedó sin hacer el más mínimo ruido, abriendo muchísimo los ojos para que los nuevos fueran muy bonitos. El maestro fundidor le vertió entonces el estaño hirviendo en los ojos. Con unos dolores terribles, el demonio se puso en pie de un salto y salió corriendo a campo abierto con el banco a la espalda.
Fuera, en el campo, sus sirvientes estaban recogiendo fruta. Cuando vieron los daños que había sufrido el demonio, preguntaron:
—¿Quién ha hecho eso?
—¡«Yo mismo»! ¡«Yo mismo»! —gritó el demonio.
Los sirvientes empezaron a reírse diciéndole:
—Bueno, pues si has sido tú mismo, ¿qué vamos a hacer?
Pero el demonio, que no pudo resistir los terribles dolores de sus nuevos ojos, sucumbió y desde entonces ya no existe.
El maestro fundidor ordenó a su perro que preparara el entierro del demonio.
Como éste no era capaz de hacerlo solo, cogió como ayudante al zorro; pero los dos tampoco pudieron. El perro mandó llamar también a la rata. Pero al ver que ninguno de los dos le servía de ayuda, estranguló al zorro y a la rata. Entonces tuvo que acudir al lobo, y entre los dos enterraron al demonio bajo el estiércol de un jamelgo blanco. Luego prepararon la comida del funeral, sirviendo en la mesa al zorro y a la rata asados. El perro tocó, muy mal, música de fiesta y el lobo bailó a su compás.
Y así fue como se organizó el entierro del demonio.
Cuento popular estonio, recopilado por Ulf Diederichs
Ulf Diederichs (1937-2014) . Fue un editor y autor alemán.
De familia de editores, tubo gran interés en cuentos de hadas, leyendas de fantasía y mitología oriental.