Érase una vez un hombre que se llamaba Thrand y era legislador. Su mujer ya había muerto cuando esta
historia ocurrió; él mismo era ya un hombre viejo, pero aún seguía siendo muy listo. Tenía dos hijos: un chico que se llamaba Sigurd y una hija que se llamaba Finna. Ésta era una mujer muy inteligente, y decían que sabía más de lo que la gente se creía. Un día, cuando su padre se disponía a ir a caballo al Consejo Real, ella dijo:
—Intuyo, padre, que en este viaje te van a pedir mi mano, así que ruego que no se la concedas a nadie a no ser que te vaya en ello la vida.
Él prometió que así lo haría y se fue a caballo al Consejo Real. Allí muchos hombres distinguidos le pidieron la mano de Finna, pero él los rechazó a todos.
Cuando terminaron las sesiones del Consejo Real, el legislador Thrand emprendió el viaje de regreso. Cuando una tarde iba cabalgando él solo por delante de sus criados, se encontró con un hombre que iba montado en un caballo pardo y parecía bastante brutal. El hombre se apeó del caballo, cogió las riendas del caballo de Thrand y dijo:
—¡Mis saludos, Thrand!
Thrand le devolvió el saludo y le preguntó su nombre. Se llamaba Geir y dijo que quería pedir la mano de Finna, la hija de Thrand. Éste contestó:
—No puedo prometértela, pues quiere decidir ella misma al respecto.
Geir entonces sacó su espada, le puso a Thrand la punta en el pecho y exigió que tomara una decisión: o se la prometía como esposa o le mataría allí mismo.
Entonces Thrand no tuvo más remedio que prometerle a su hija. Le dijo que fuera a por ella al cabo de medio mes. Después Thrand regresó a caballo a su casa y también Geir siguió su camino.
Cuando Thrand llegó a casa, Finna le estaba esperando fuera; saludó a su padre y dijo:
—¿Es verdad lo que intuyo, que me has prometido a un hombre?
Él admitió que así era y aseguró que su vida había dependido de ello. Ella dijo que así debía ser entonces, pero que algo le decía que no iba a ser muy feliz.
En la fecha acordada, Geir llegó a recoger a su futura mujer y fue bien recibido. Dijo que no se podía quedar mucho tiempo, así que le pidió a Finna que se preparara rápidamente para el viaje, porque quería partir a la mañana siguiente.
Ella así lo hizo. Decidió llevarse consigo únicamente a su hermano Sigurd.
Se despidieron los tres de Thrand y siguieron su camino a caballo hasta que llegaron a una pradera en la que sólo pastaban vacas. Finna le preguntó a Geir de quién era todo aquello, y él contestó:
—Sólo mío y tuyo. Al día siguiente, llegaron a una segunda pradera en la que sólo había ovejas. Finna le preguntó a Geir de quién era todo aquello, y éste contestó:
—Sólo mío y tuyo. Al tercer día, llegaron a una tercera pradera en la que sólo había ca—ballos. Finna le preguntó a Geir de quién era todo aquello, y éste contestó:
—Sólo mío y tuyo.
Así, siguieron cabalgando todo el día. Por la noche, llegaron a una inmensa granja; Geir se apeó del caballo y le pidió a Finna que fuera con él, pues allí era donde él vivía. Finna fue bien recibida y enseguida se hizo cargo de la hacienda. Geir no era demasiado amable con ella, pero ella no le daba mucha importancia. También a Sigurd, el hermano de Finna, le trataban bien.
El día de Nochebuena, Finna quiso lavarle la cabeza a Geir, asi que mandó que le buscaran, pero no le encontraron por ninguna parte. Entonces Finna preguntó al ama de su marido si aquélla era una costumbre que él tenía. Ésta le contó que desde hacía ya mucho tiempo él se ausentaba de su casa en Navidad. Dicho esto, el ama se echó a llorar. Finna pidió a los criados que no buscaran, les dijo que ya volvería a casa cuando llegara el momento. Luego, como habitualmente, preparó el banquete y no se preocupó demasiado por la ausencia de Geir.
Cuando se terminó el banquete y todo el mundo se había ido a la cama, Finna se levantó y se llevó consigo a su hermano Sigurd. Bajaron al mar, soltaron un bote de la orilla y se fueron remando hasta una isla próxima. Finna le pidió a Sigurd que se quedara cuidando del bote mientras ella iba a tierra, y él así lo hizo. Finna bajó a tierra y anduvo hasta llegar a una casa pequeña pero bien construida. La puerta estaba medio abierta; dentro de la casa la luz estaba encendida y había una cama muy bien hecha. Entonces vio a Geir, su marido, acostado en la cama con una mujer entre sus brazos.
Finna se sentó en el suelo, junto a la cama, y pronunció unas frases. Luego salió, volvió a la barca en la que la esperaba su hermano y le pidió que volviera remando
a tierra y que no le contara a nadie dónde habían estado. Él se lo prometió; regresaron después remando a casa e hicieron como si no hubiera ocurrido nada.
Cuando pasaron las Navidades, Finna se levantó temprano una mañana y se dirigió a la cámara en la que ella y su marido dormían cuando éste estaba en casa. Geir estaba en la cámara dando vueltas de un lado para otro, y en la cama había un niño.
Geir preguntó a Finna de quién era el niño, y ésta le contestó:
—Sólo mío y tuyo.
Cogió al niño y se lo dio al ama de Geir para que lo criara. Transcurrió el año sin que ocurriera nada digno de mención.
A la siguiente fiesta de Navidad, todo ocurrió exactamente igual, sólo que esta vez Finna se sentó en un taburete junto a la cama y volvió a pronunciar unas frases.
También llegada la tercera fiesta de Navidad se preparó todo para el banquete y buscaron a Geir, pero no lo encontraron. Finna volvió a pedir a sus criados que no le buscaran.
Cuando terminó el banquete y estaban ya todos en la cama, se dirigió de nuevo con Sigurd a la isla en la que ya habían estado antes.
Sigurd le rogó que le dejara ir a la casa con ella. Ella se lo permitió, pero le encomendó que no dijera ni una sola palabra. Al llegar a la casa, Finna pidió a Sigurd que esperara fuera mientras ella entraba. Y éste así lo hizo. Finna entró, se sentó en el borde de la cama y pronunció estas frases:
Sentada al borde estoy sola. He perdido la alegría. Me la quita un mal marido. Me ha sumido en la desdicha. En sus brazos tiene a otra. ¡Ay, qué desgracia, Dios mío!
Entonces Geir se despertó y dijo:
—Esto no volverá a ocurrir.
La mujer que estaba junto a él en la cama se desmayó. Finna cogió vino, le echó unas gotas en los labios y la muchacha volvió otra vez en sí; era guapísima. Geir le dijo a Finna:
—Me has salvado de una gran pena, pues éste era el último año en que me podían liberar. Mi padre era rey y reinaba sobre Gardariki (nombre vikingo para Bizancio). Cuando murió mi madre, mi padre se casó por segunda vez con una mujer completamente desconocida. Cuando llevaban una temporada casados, ésta envenenó a mi padre. Como mi hermana Ingibjórg y yo no queríamos obedecerla, me echó la maldición de que tuviera tres hijos con mi hermana. Además, si no encontraba a una mujer que lo supiera todo y sin embargo callara, me convertiría en una serpiente y mi hermana en una indómita potranca que iría a la pradera con los demás caballos. Pero ahora, como me has librado de la maldición, quiero casar a mi hermana Ingibjórg con tu hermano Sigurd. A él le concederé todo el reino de mi padre.
Entonces todos regresaron a tierra, a la granja de Geir. Prepararon un nuevo banquete, al que invitaron a Thrand, el padre de Finna, y celebraron entonces los desposorios de Sigurd e Ingibjórg. Posteriormente, Sigurd se fue a Gardariki y se convirtió en el señor del reino. A la madrastra de Geir, sin embargo, la capturaron y la ataron entre dos caballos que la destrozaron en pedazos. Sigurd e Ingibjórg reinaron durante mucho tiempo en Gardariki. Geir, por su parte, sucedió a Thrand como legislador. Y tuvieron muchos hijos y mucha descendencia.
Cuento popular islandes, recopilado por Ulf Diederichs
Ulf Diederichs (1937-2014) . Fue un editor y autor alemán.
De familia de editores, tubo gran interés en cuentos de hadas, leyendas de fantasía y mitología oriental.