Érase una vez tres hermanos en una familia; el mayor se llamaba Carnero, el segundo Cabra y el tercero y más joven Chufíl-Fílyushka. Un día los tres fueron al bosque, donde vivía el guardián que era su abuelo. Con él, Carnero y Cabra dejaron a su hermano Chufíl-Fílyushka y se fueron al bosque a cazar. Fílyushka tenía sus formas y su manera de hacer las cosas, mientras que su abuelo era testarudo y viejo. Y Fílyushka quería comerse una manzana, así que despistó a su abuelo, entró en el jardín y trepó al manzano.
De repente, Dios sabe de dónde, quién sabe cómo, vino Babá Yagá, con un mortero de hierro, y una maja en la mano, saltó al manzano y dijo:
—¿Cómo estás, Fílyushka? ¿A qué has venido aquí?
—¡Oh, a arrancar una manzana!— dijo Filyushka.
—Bueno, entonces, querido, ¡dale un mordisco a mi manzana!— y Babá Yagá extendió su mano y le ofreció una manzana a Fílyushka.
—No, gracias. Está podrida —, dijo Fílyushka.
—¡Bueno, aquí hay otra!
—¡No! — respondió —, esa está todo llena de gusanos!
—No seas maleducado, solo ven y toma una de mi mano.
Fílyushka extendió la mano, y Babá Yagá aprovechó, lo agarró con fuerza, lo metió en el mortero y se fue, saltando colinas, bosques y hendiduras. Y rápidamente con el mortero se perdió en la distancia.
Entonces Fílyushka viéndose atrapado comenzó a gritar:
—¡Cabra, Carnero, venid rápido!. ¡Babá Yagá me ha llevado más allá de las altas y empinadas colinas, de los bosques oscuros y solitarios, de las estepas donde vagan los gansos!.
En ese momento el Carnero y la Cabra estaban descansando. Uno estaba tirado en el suelo y escuchó el ruido de alguien gritando, y le dijo al otro:
—¡Hermano! ¡Levánta y escucha!.
—¡Oh!, es nuestro hermano Fílyushka el que llora.
Corrieron y corrieron, tanto que alcanzaron a Babá Yaga. La derribaron de un golpe, salvaron a Fílyushka y lo llevaron a casa con su abuelo, que casi se había vuelto loco de espanto pensando que había perdido a su niego. Le dijeron que cuidara mejor de Fílyushka y volvieron a salir.
Pero Fílyushka era un niño rebelde y, en cuanto tuvo la oportunidad, se dirigió de nuevo al manzano y trepó a él. Allí estaba nuevamente el Babá Yaga, ofreciéndole una manzana.
—¡No, esta vez no me atraparás, vieja bestia!— dijo Fílyushka.
—¡No seas desconsiderado! Sólo quiero regalarte una manzana. Si no te fías de mi te la tiraré.
—Vale, tírala al suelo y de allí la cogeré.
Entonces Yagá le arrojó una manzana. Fílyushka extendió la mano para cogerla, la bruja le agarró del brazo y lo metió en su mortero. Saltó sobre cerros, valles y bosques oscuros, tan rápido que pareció un abrir y cerrar de ojos, lo metió en su casa, lo lavó, lo metió en la litera a dormir.
Por la mañana se dispuso a salir y ordenó a su hija:
—¡Hija! Calienta bien el horno, muy caliente, y a ese Chufíl-Fílyushka, ponlo en el horno para cenar.
Y salió a buscar más botín para comer.
La hija fue y calentó bien el horno, sacó a Fílyushka de la litera, lo ató y lo puso sobre la pala, y estaba a punto de meterlo en el horno cuando él fue y se golpeó la frente con los pies.
—Así no puedes entrar en el horno, Fílyushka —, dijo la hija del Babá Yaga.
—¿Entonces como?— él respondió. —No entiendo.
—Mira, deja que te lo mostraré—. Ella fue y se acostó sobre la pala de la manera correcta.
Pero aunque Chufíl-Fílyushka era pequeño, ¡no era tonto! La metió inmediatamente en el horno y cerró la puerta de golpe.
Como dos o tres horas después, Fílyushka percibió un olor a buena carne asada, abrió la puerta y sacó a la hija del Yagá-Búra bien cocida. La untó con mantequilla, la puso en la sartén, la cubrió con una toalla y la sirvió en la mesa. Luego subió al árbol del tejado y se llevó el mortero de Babá Yagá.
Al anochecer, entró Babá Yaga, fue derecha a la mesa, destapó la carne y se la comió toda, luego recogió los huesos, los colocó en el suelo en hileras y empezó a rodar sobre ellos.
Mientras rodaba sobre los huesos, al no ver a su hija, dijo:
—Mi querida hija, ¡ven a mí y ayúdame a rodar los huesitos de Fílyushka!
Entonces Fílyushka gritó desde las vigas:
—¡Rueda, madre, y rueda sobre los huesitos de tu hija!
—¿Estás ahí, bandido? ¡Espera que te voy a dar una…!
Pero el pequeño Fílyushka no se asustó, y cuando la Babá Yagá, rechinando los dientes, pisoteando el suelo, llegó al techo, él simplemente agarró el mortero y con todas sus fuerzas la golpeó en la frente de tal suerte que la bruja cayó al suelo. Entonces Fílyushka subió al tejado, vio algunos gansos volando y les gritó:
—Préstame tus alas; quiero alas para regresar a casa.
Le prestaron sus alas y voló a casa.
Pero hacía mucho, mucho tiempo que, pensando que había muerto, toda la familia oraba por el descanso de su alma, y ¡cuán contentos se sintieron al verlo aparecer sano y salvo! ¡Así que cambiaron el réquiem por una alegre fiesta, y desde ese día, vivieron sus vidas felices.
Cuentos de terror y brujas. Cuento popular ruso recopilado por Aleksandr Nikolaevich Afanasiev (1826-1871)
Aleksandr Nikolaevich Afanasev (1826-1871) Historiador, crítico literario y folclorista ruso.
Recopiló un total de 680 de cuentos populares rusos.