En la antigüedad vivía en una ciudad montañosa un padre de familia que se había casado con una esposa de su propia casta. Cuando le nació un hijo, dijo a su esposa:
—Buena mujer, ahora que nos ha nacido un generador de deudas y quien disminuirá nuestros bienes, tomaré mercancías y me haré a la mar.
Ella respondió:
—Hazlo, señor.
Entonces se hizo a la mar con sus mercancías, y allí murió.
Una vez superado el luto, su esposa continuó viviendo, en parte mantenida por su trabajo y en parte por sus familiares.
No lejos de ella vivía un tejedor que era hábil y distro en su arte. Al ver que él, gracias a su arte, había llegado a ser rico, llegó a la conclusión de que tejer era mejor que hacerse a la mar, porque cuando un hombre hacía esto último, se exponía innecesariamente a la desgracia. Entonces acudió al hilandero y le dijo:
—Oh hermano, enséñale a tejer a este sobrino tuyo.
Él respondió:
—Como es buen chico, lo haré.
El joven se convirtió en su aprendiz y en poco tiempo aprendió el arte de tejer, porque era listo y rápido.
Mientras el tejedor vestía ropas finas, se bañaba bien y comía ricos alimentos, el joven le dijo un día:
—Tío, ¿Cómo es que, aunque tú y yo hacemos exactamente el mismo tipo de trabajo, tú tienes mejores resultados? buena ropa, buenos baños y deliciosos manjares, pero a mi nunca me llega para tales cosas?
El tejedor respondió:
—Sobrino, realizo dos tipos de trabajos. De día soy hilandero, pero de noche robo.
—Si es así, tío, yo también practicaré el robo.
—Sobrino, no puedes ser ladrón.
—Tío, sí puedo.
El maestro hilandero pensó en ponerlo a prueba, así que lo llevó al mercado, compró allí una liebre y se la dio, diciéndole:
—Sobrino, me bañaré y luego volveré a casa. Mientras tanto, cocina esta liebre.
Mientras se bañaba, el joven asó apresuradamente la liebre y se comió una de sus patas. Cuando el tejedor regresó del baño, dijo:
—Sobrino, ¿has asado la liebre?
—¡Sí!
—Veámoslo entonces.
Cuando el joven trajo la liebre, y el tejedor vio que sólo tenía tres patas, dijo:
—Sobrino, ¿dónde está la cuarta pata?.
—Tío, es cierto que las liebres tienen cuatro patas, pero si la cuarta pata no está, no puede haber ido a ninguna parte.
El tejedor pensó: «Aunque he sido un ladrón durante mucho tiempo, este muchacho es un ladrón aún mayor».
Y entró con el joven y la liebre de tres patas en un bar y pidió licor. Cuando ambos hubieron bebido, el tejedor dijo:
—Sobrino, la cuenta hay que pagarla con una trampa.
—Tío, quien haya bebido que haga la trampa. Pero yo, que no he bebido, ¿por qué debería hacer esto?
El tejedor vio que el muchacho era un gran estafador, por lo que decidió cometer un robo junto con él.
Decidió allanar una morada. Una vez que habían hecho un agujero en una casa y el tejedor iba a pasar su cabeza por la abertura, el joven dijo:
—Tío, aunque tú eres el ladrón, no entiendes como haces las cosas así. Primero se deberían meter las piernas, no la cabeza. Porque si te cortaban la cabeza, te reconocerían y toda tu familia se vería sumida en la ruina. Por lo tanto, pon tus pies primero.
Cuando el tejedor hubo hecho esto, alguien lo vio y se escuchó desde el interior el llamado de:
—¡Ladrones! ¡ladrones!
Al oír ese grito se reunió una gran multitud de personas, que agarraron al tejedor por las piernas y comenzaron a tirar de él. El joven, por más que tiró, no pudo sacar a su tío desde el otro lado; pero le cortó la cabeza al tejedor y se salió con la suya.
Los ministros llevaron la noticia al rey, diciendo:
—Su Majestad, el ladrón fue arrestado en el lugar donde tuvo lugar el allanamiento de morada; pero alguien le cortó la cabeza y se la llevó.
El rey dijo:
—Oh amigos, el que corta la cabeza y se va con ella, es un gran ladrón. Id y exponer el cuerpo sin cabeza en el cruce de la calle principal. Entonces vosotros poneos a un lado y arrestad a quien lo abrace y se lamente por él, porque ese será el ladrón.
Entonces los sirvientes del rey expusieron el cuerpo decapitado en el cruce de la calle principal y se apostaron a un lado.
Pensando que sería un error no abrazar a su tío y despedirse de él, el otro ladrón adoptó apariencia de loco y se puso a abrazar a hombres, mujeres, carros, caballos, bueyes, búfalos, cabras y perros. Después, como todos pensaron que estaba loco, apretó el cuerpo sin cabeza contra su pecho, lloró sobre él todo lo que quiso y luego siguió su camino.
Sus hombres informaron al rey que un loco había presionado el cuerpo sin cabeza contra su pecho y, mientras lo sostenía, había llorado sobre él y luego se había ido. El rey dijo:
—Oh amigos, este hombre seguro era el otro ladrón. Habéis actuado mal al no echarle las manos encima. Por tanto, seréis castigados por esto.
El otro ladrón se dijo:
—Si no le hago honor a mi tío, estaré actuando mal.
Entonces adoptó la apariencia de un carretero y condujo un carro cargado de leña seca hasta el lugar donde estaba el cadáver del tío expuesto. Cuando llegó allí, volcó el carro con su carga de leña seca, desunció los bueyes, prendió fuego al carro y se fue.
El cuerpo decapitado fue consumido por las llamas. Sus hombres informaron al rey que el cadáver había sido quemado y le contaron todo lo sucedido. El rey dijo:
—Oh amigos, el carretero ciertamente era el ladrón. Habéis actuado mal al no echarle las manos encima. Por tanto, se impondrá un castigo sobre vosotros.
El ladrón se dijo a sí mismo:
—No actuaré correctamente a menos que lleve ofrendas de almas al lugar de entierro de mi tío.
Entonces asumió la apariencia de un brahmán y vagó de casa en casa recogiendo comida. Con lo que recogió hizo cinco tortas de ofrenda, que dejó en el lugar del entierro y luego se fue. Los hombres del rey le dijeron que un brahmán había vagado de casa en casa recogiendo comida y luego había dejado cinco tortas de ofrenda en el lugar donde el cuerpo había sido quemado, y luego se había ido. El rey dijo:
—Oh amigos, ese era realmente el ladrón. Habéis actuado mal al no echarle las manos encima.
El ladrón pensó:
—Estaré actuando mal si no arrojo los huesos de mi tío al Ganges.
Así que asumió la apariencia de un Kāpālika, un portador de Śiva de los que portan una calavera. Disfrazado fue al lugar donde el cadáver había sido quemado, untó su cuerpo con cenizas, llenó un cráneo con huesos y cenizas, lo arrojó al Ganges y luego siguió su camino.
Cuando sus hombres le contaron al rey todo lo sucedido, dijo:
—Oh amigos, ese era realmente el ladrón. Habéis actuado mal al no echarle las manos encima. Para poner fin al asunto, déjenlo en paz. Yo mismo atraparé a ese hombre.
El rey hizo construir un jardín en un lugar donde el Ganges formaba una bahía, y envió hombres a vigilar ambas orillas. En la orilla de3l río colocó a su hermosísima hija, dándole órdenes de llorar a gritos si alguien intentaba tocarla. También dio orden a los centinelas de que, en cuanto oyeran algún sonido, se dirigieran al parque y, si allí se encontraba algún hombre, lo apresaran y lo trajeran ante él.
Ahora, el ladrón pensó que no debía dejar escapar de sus manos la oportunidad de disfrutar de la hija del rey. Entonces tomó un cántaro vacío, descendió a la orilla del Ganges y comenzó a sacar agua. Mientras llevaba el primer cántaro, los centinelas llegaron corriendo, creyendo que era el ladrón, y le propinaron un golpe, a consecuencia de lo cual se rompió el cántaro. Mientras cargaba el segundo cántaro, su cántaro se rompió de la misma manera. Pero después de que esto sucedió tres veces, los centinelas llegaron a la conclusión de que era un aguador y no le prestaron más atención. Luego el ladrón se cubrió la cabeza con una olla y nadó río abajo hasta la bahía. Allí desembarcó y le dijo a la doncella:
—Si gritas, morirás.
Asustada, ella permaneció en silencio, y se quedó un rato con ella para luego seguir su camino. Los centinelas no sabían qué hacer, viendo que ella no había hecho ruido mientras el ladrón se quedó con ella, y tampoco se había puesto a llorar, y así hasta que el ladrón se hubo satisfecho y se hubo ido. Después contaron con detalle al rey lo que había sucedido. El rey dijo:
—Es muy malo que no lo hayan atrapado.
El resultado de la visita del ladrón fue que, transcurridos ocho o nueve meses, la princesa dio a luz un hijo. Cuando el ladrón se enteró de esto, decidió que no debía faltar a la fiesta del nacimiento de su hijo, por lo que asumió la apariencia de un cortesano y se dirigió al palacio del rey. Al cruzar el palacio, gritó a los sirvientes reales:
—¡Oh amigos, por orden del rey, saquead el barrio de los mercaderes!
Como los sirvientes pensaron que el rey había dado permiso para saquear el barrio de los mercaderes en honor al nacimiento de su nieto, se pusieron manos a la obra. A consecuencia de esto se levantó un gran clamor, y el rey preguntó qué significaba todo aquello. Cuando los ministros le dieron la cuenta completa, el rey dijo:
—Si es así, yo también he sido engañado por él. Por tanto, si no lo castigo, perderé mi trono.
Con esta idea en mente hizo que se hiciera un cercado y, después de que hubiera transcurrido algún tiempo, ordenó a sus ministros que hicieran pública en todo el reino una proclama en el sentido de que todos los hombres que habitaban en el reino estaban obligados a reunirse dentro de aquel recinto; y que ninguna excusa serviría para no acudir, y si alguno no se presentaba sería castigado.
Cuando los ministros hicieron pública esta orden, y todos los habitantes del reino estaban reunidos, el rey le dio al niño una corona de flores, y le dijo que se la diera al hombre que era su padre; y dio orden a los centinelas para que echaran mano al hombre a quien el muchacho debía entregar la corona. Mientras el niño caminaba con la corona entre la multitud reunida y la observaba atentamente, vio al ladrón y, de acuerdo con la incomprensible secuencia de los acontecimientos humanos, le entregó la corona. Los centinelas del rey prendieron al ladrón y lo llevaron ante el rey.
Con el ladrón atrapado, el rey preguntó a sus ministros qué se debía hacer. Ellos opinaban que el ladrón debía ser condenado a muerte. Pero el rey dijo:
—Oh amigos, un héroe así, no merece ser ejecutado, más bien debería ser vigilado cuidadosamente.
Acto seguido dotó a su hija de toda clase de adornos, se la dio al ladrón por esposa y le otorgó la mitad de su reino.
Cuento tibetano, traducido y recopilado por F. Anton von Schiefner en Tibetan Tales, Derived from Indian Sources, 1906. Tibetan Tales, Derived from Indian Sources, es una colección de cuentos tibetanos seleccionados, extraídos y traducidos del Kanjur o Kangyur, que es la lista de textos sagrados reconocidos como el canon del budismo tibetano.
Este cuento es una traducción del Kah-gyur, IV. 132-135
Franz Anton Schiefner (1817-1879) fue un lingüista y tibetólogo alemán del Báltico. Familia de habla alemana y origen de Estonia, se educó en San Petersburgo y estudió lenguas orientales, especializado en el idioma tibetano y mongol, lenguas finlandesas, lenguas de las tribus samoyedas (koibal, karagass, tungusic, buryat, ostyak y kottic), lengua tush, ávar, udj, abjasia, chechena, kasi-kumuk, hircania, osético, y lenguas clásicas.
Realizó muchas traducciones y tratados de distintos idiomas.