Hubo una vez un hombre que tenía siete hijos. Cuando crecieron, abandonaron la casa, y nadie se quedó con su padre.
Cuando el anciano se puso blanco como la nieve, llamó de nuevo a sus hijos y les ordenó que mataran un toro. Una vez hecho esto, el anciano les ordenó a su hijo mayor que distribuyera la carne. Pero el hijo se negó porque no sabía compartir. Entonces el padre dijo:
—Divídenlo en tres partes iguales, y da una tercera parte a los parientes de mis huesos, una tercera parte a la gente de adentro que sale, y una tercera parte a la gente de afuera que entra.
Los siete hijos no comprendieron lo que les estaba pidiendo, nadie allí comprendió lo que el anciano estaba pidiendo, , el mayor volvió a preguntar al padre:
—Padre, explícate, por favor; ¿A quién te refieres con los parientes de tus huesos? ¿Quién con la gente de adentro que sale afuera y quién con la gente de afuera que entra?
—Los parientes de mis huesos—, respondió el anciano, —eres tú mismo, porque después de tu muerte estarás conmigo sepultado en la tumba de nuestros antepasados, no en otra tumba, ni en otro país, pues entonces no serías enterrado conmigo. Las personas de dentro que salen son tus hermanas que se han casado con hombres de otras casas o países, y las personas de fuera que entran son las mujeres que se han casado con tus hermanos y viven en nuestra casa. Estas mujeres concebirán aquí y los hijos que traigan al mundo serán descendientes de nuestros antepasados.
Cuando terminó de dividir la carne, el anciano dijo a sus hijos:
—Traed nuestro perro de caza, vamos a ir de caza.
Entonces el padre partió acompañado de sus hijos y el perro. Vieron varias gallinas de guinea y el perro inmediatamente salió a perseguirlas, pero cuando llegó hasta ellas, todas las gallinas se defendieron, se abalanzaron sobre el perro, lo golpearon con las alas, le sacaron los ojos con el pico y lo cegaron. Sangrando, el perro huyó hacia su amo. El padre no dijo una palabra.
Tomó la mano de su hijo mayor, le ató el pulgar junto con los tres dedos siguientes, dejando libre sólo el meñique, y le ordenó que usara ese dedo para quitarle un piojo de la cabeza. El hijo vio el piojo, pero no pudo quitárselo; Dijo:
—Padre, si quieres que te quite el piojo, entonces tienes que desatarme los dedos otra vez.
El anciano, que notó que sus hijos habían entendido la instrucción, dijo:
—Queridos hijos, ahora sabéis que muchas gallinas de guinea, no se amedrentarán por un solo perro, y que no se puede quitar un piojo con un dedo.
Así surgieron los dos proverbios.
Cuento popular malayo, recopilado por Pablo Hambruch (1882-1933) en Malaiische Märchen aus Madagaskar und Insulinde, 1922
Paul Hambruch (1882 – 1933) fue un etnólogo y folclorista alemán.
Realizó recopilaciones de cuentos de hadas de los mares del sus de Australia, Nueva Guinea, Fiji, Carolinas, Samoa, Tonga Hawaii, Nueva Zelanda, Malayos, Madagascar e Insulindia