Henry Justice Ford, La Novia peluda

La Novia Arbusto

Hechicería
Hechicería
Amor
Amor

Érase una vez un hombre viudo que tenía un hijo y una hija de su primer matrimonio; eran buenos chicos que se querían con todo el corazón. Al cabo de un tiempo el hombre volvió a casarse y escogió a una viuda que tenía una hija que era fea y malvada, igual que su madre. Desde el primer día que la nueva esposa llegó a la casa, los hijos del hombre no encontraron paz ni reposo en ninguna parte. Por esta razón el chico decidió que lo mejor que podía hacer era salir al mundo e intentar ganarse el pan por sus propios medios.

Al cabo de un tiempo de rondar por aquí y allá llegó al palacio del rey, donde encontró trabajo como ayudante del cochero. Y como era un chico listo y activo, los caballos que estaban a su cargo estaban fuertes y bien acicalados; tenían brillo.

Pero a su hermana, que se había quedado en casa, le iba cada vez peor. Tanto su madrastra como su hermanastra le echaban siempre la culpa de cualquier cosa; sin importar lo que hiciera ni a donde fuera. La regañaban y la molestaban tanto que la chica no tenía un minuto de descanso. La obligaban a hacer los trabajos más pesados, la insultaban todo el día y le daban de comer muy poco.

Un día la enviaron al arroyo por agua y del agua salió una cabeza horrible que le dijo: “¡Lávame, niña!”

—Está bien. Te lavaré con gusto —le dijo la chica y comenzó a tallar el rostro horrible, pero no pudo evitar pensar que era algo muy desagradable. Una vez que terminó de lavarla (y de lavarla muy bien) salió otra cabeza del agua, más fea aún que la anterior.

—¡Cepíllame, niña! —le dijo la horrible cabeza.

—Sí, te cepillaré con gusto —dijo la chica y se puso a desenredar aquel cabello enmarañado. Como es de suponer, ésta tampoco era una tarea muy agradable.

Una vez que terminó, una cabeza todavía más fea que las anteriores salió del agua.

—¡Bésame, niña!

—Sí. Te besaré —dijo la hija del viudo y así lo hizo, pero no sin pensar que era lo más desagradable que había tenido que hacer en la vida.

Entonces las cabezas comenzaron a hablar entre sí y a preguntarse qué podían hacer por esta chica que era tan bondadosa.

—Será la chica más hermosa que haya existido; tan bella y luminosa como el día —dijo la primera cabeza.

—De sus cabellos caerán doblones de oro al cepillarse —dijo la segunda cabeza.

—También será oro lo que salga de su boca cuando hable —dijo la tercera.

De modo que cuando la hija del viudo volvió a casa, tan hermosa y radiante como el día, la madrastra y su hija se enojaron mucho. Y más se enojaron cuando vieron que de los labios de la chica caían monedas de oro cuando hablaba. La madrastra, enfurecida, envió a la chica al porquerizo para que se quedara con los cerdos. “Bien puede montar aquí su espectáculo de oro˝, dijo, “porque no le permitiré que entre
en mi casa”.

No pasó mucho tiempo antes de que la madrastra quisiera que su hija también fuera al arroyo por agua para la casa.

Cuando la muchacha llegó con sus cubetas salió del agua la primera cabeza y le dijo: “¡Lávame, niña!”

—¡Lávate tú! —le respondió. Entonces apareció la segunda cabeza.

—¡Cepíllame, niña!

—¡Cepíllate tú! —le dijo la chica.

Entonces la cabeza se sumergió en el agua y del mismo lugar emergió la tercera cabeza que le dijo: “Bésame, niña”.

—Ya parece que te voy a besar si estás horrible —respondió.

Las cabezas comenzaron a hablar entre sí acerca de lo que debían hacer con esta niña que tenía tan mal carácter y que se daba tanta importancia y acordaron que la nariz le mediría cuatro pies, la mandíbula le crecería al triple y sus cejas se harían tan espesas que le cruzarían la frente. Y cada vez que hablara, de su boca saldrían cenizas.

Cuando volvió a casa con sus cubetas, le gritó a su madre que estaba dentro de la casa: “¡Abre la puerta!”

—Abre la puerta tú misma, querida hija —le dijo su madre.

—No me puedo acercar por lo largo de mi nariz.

Se pueden imaginar la reacción de la madre cuando salió a verla. Se puso a gritar y a lamentarse, pero ni la nariz ni la mandíbula se achicaron.

El hermano, que trabajaba en el palacio del rey, llevaba consigo un retrato de su hermana y cada mañana y cada noche se arrodillaba ante él y rezaba por su hermana, pues la quería mucho.

Los otros chicos que trabajaban en el establo lo habían escuchado rezar y lo espiaron por el ojo de la cerradura de su cuarto; así lo vieron de rodillas frente al retrato y comenzaron a decir que el chico le rezaba mañana y noche a un ídolo que adoraba. Decidieron ir con el rey y le pidieron que él mismo se asomara para comprobarlo. Al principio el rey no creía en esto, pero después de un tiempo en que ellos insistían,
lo convencieron. Y el rey acudió a la puerta del cuarto del chico y se asomó por el ojo de la cerradura. Vio al chico de rodillas con las manos entrelazadas ante un retrato que colgaba de la pared.

—¡Abre la puerta! —exclamó el rey, pero el chico no podía escucharlo.

El rey repitió la orden, pero como el chico rezaba con tanto fervor, tampoco lo escuchó esta vez.

—¡Dije que abrieras la puerta! ¡Soy el rey y quiero entrar!

Entonces el chico llegó a la puerta de un brinco y la abrió, pero por la confusión olvidó esconder el retrato.

Cuando el rey entró y lo vio, se quedó de una pieza y no podía ni moverse de lo hermosa que le parecía la chica del retrato.

—No hay en el mundo una mujer tan hermosa —dijo el rey.

Pero el chico le dijo que era su hermana y que él había pintado el retrato y que si ella no era más hermosa que el retrato, al menos no era más fea tampoco.

—Pues si es tan hermosa como parece, quiero que sea mi reina —dijo el rey y le ordenó que se fuera a casa y la trajera sin tardanza. El chico prometió cumplir la orden tan rápido como le fuera posible y salió del palacio.

Cuando el muchacho llegó a su casa a recoger a su hermana, su madrastra y hermanastra también quisieron ir y se las llevó a las tres. Su hermana llevaba consigo un alhajero en el que guardaba sus monedas de oro y un perro llamado Nieve. Estas dos cosas eran lo único que había heredado de su madre. Al cabo de un tiempo llegaron a la costa, pues debían cruzar el mar. El hermano se sentó al timón y la madre
y las dos medias-hermanas se sentaron en la parte de atrás del bote y navegaron un largo, largo camino hasta que por fin encontraron tierra a la vista.

—¿Ven esa línea blanca sobre la playa? Ahí es donde atracaremos —dijo el hermano señalando hacia el otro lado del mar.

—¿Qué dice mi hermano? —preguntó la chica.

—Dice que debes arrojar tu alhajero al mar —dijo la madrastra.

—Si mi hermano lo dice, lo haré —respondió la hermana y arrojó el alhajero al mar.

Una vez que habían avanzado un poco más, el hermano volvió a señalar al otro lado del mar y dijo: “Ahí se ve el palacio al que nos dirigimos”.

—¿Qué dijo mi hermano? —volvió a preguntar la chica.

—Dice que ahora debes arrojar a tu perro al mar —respondió la madrastra.

La chica lloró y se sintió muy triste, pues Nieve era lo más querido para ella sobre la tierra, pero terminó arrojándolo por la borda.

—Si mi hermano dice que debo arrojarlo, lo haré, aunque bien sabe el cielo cuánto no desearía tener que hacerlo, querido Nieve.

Y así continuaron su viaje un poco más lejos.

—Aquí viene el rey a recibirte —dijo el hermano.

—¿Qué dijo mi hermano?

—Dice que debes darte prisa y arrojarte tú misma por la borda.

La chica lloró, pero como era una orden de su hermano, le pareció que debía obedecerlo y se arrojó al mar. Pero cuando llegaron al palacio y el rey miró a esa novia horrible que tenía una nariz de cuatro pies de largo y una mandíbula que medía otros tres y una frente peluda se quedó aterrorizado. Sin embargo, el festín para la boda estaba listo.

Ya estaban sobre la mesa los pasteles y la cerveza, y todos los invitados a la boda estaban sentados esperando. A pesar de ser tan fea, el rey se vio obligado a aceptarla.

Pero estaba muy enojado (nadie puede reprochárselo) y mandó que arrojaran al chico a un pozo lleno de serpientes.

La noche del primer jueves después de la boda, una hermosa doncella llegó a la cocina del palacio y le pidió a la ayudante de cocina, que ahí dormía, que le prestara un cepillo.

Lo pidió con mucha amabilidad y se lo prestaron; se cepilló el cabello y comenzaron a caer monedas de oro.

Llevaba un perrito con ella al que le dijo: “¡Sal, querido Nieve y ve si pronto amanecerá!”.

Esto lo dijo tres veces y la tercera vez que mandó al perro a que viera si pronto amanecería, ya casi era el momento. Entonces se vio obligada a partir, pero mientras se iba dijo:

Henry Justice Ford, La Novia peluda
Henry Justice Ford, La Novia peluda

Yo te maldigo, horrible novia peluda, pues duermes tan tranquila al lado del rey mientras mi cama es de arena y piedras y mi hermano duerme con las frías serpientes sin nadie que lo llore ni le dé su compasión.

Al final añadió: “Volveré dos veces y luego nunca más”. Por la mañana, la ayudante de cocina contó lo que había presenciado y el rey dijo que la noche del jueves siguiente él mismo haría guardia en la cocina y vería si todo aquello era verdad. Cuando oscureció se dirigió a la cocina con la chica. Pero aunque se frotaba los ojos y hacía todo lo que podía por mantenerse despierto, todo fue en vano, pues la novia peluda
le cantaba suavemente para arrullarlo hasta que al rey se le cerraron los ojos. Cuando la hermosa doncella apareció, el rey estaba tan dormido que roncaba.

Al igual que la vez anterior, pidió prestado un cepillo con el cual se alisó el cabello, del cual cayeron algunas monedas de oro; de nuevo envió al perro tres veces y se fue al amanecer, pero mientras caminaba dijo: “Vendré una vez más y después no volveré nunca”.

La noche del tercer jueves el rey volvió a hacer guardia y le ordenó a dos hombres que lo detuvieran y que lo sacudieran cuando vieran que estaba por quedarse dormido; también envió a dos hombres a que vigilaran a su novia peluda.

Pero mientras la noche avanzaba, la novia peluda comenzó a cantar suavemente y los ojos del rey comenzaron a cerrarse y la cabeza se le iba de lado. Entonces llegó la hermosa doncella, tomó el cepillo y se cepilló el cabello hasta que comenzaron a caer monedas de oro y luego envió tres veces a su pequeño perrito Nieve a que fuera a ver si pronto habría de amanecer. Como en la tercera ya despuntaba el alba, la doncella volvió a decir:

Yo te maldigo, horrible novia peluda, pues duermes tan tranquila al lado del rey mientras mi cama es de arena y piedras y mi hermano duerme con las frías serpientes sin nadie que lo llore ni le dé su compasión.

“Ya no volveré nunca más”, añadió y se dio media vuelta para partir, pero los dos hombres que sostenían al rey le tomaron las manos y le colocaron un cuchillo provocándole un pequeño corte en el meñique a la doncella, de donde comenzó a sangrar.

Y así fue como la novia quedó liberada. El rey despertó y ella le contó lo que había ocurrido y cómo su madrastra y hermanastra la habían traicionado. Entonces el rey mandó sacar al hermano del pozo lleno de serpientes (las serpientes no lo habían mordido) y la madrastra y su hija fueron arrojadas al mismo en su lugar.

Nadie puede saber lo feliz que se puso el rey al verse librado de su novia peluda y tener una reina tan hermosa como el día.

Y esta vez se celebraron las bodas auténticas de tal manera que se habló de ellas en los siete reinos.

Cuento popular noruego, Buskebrura o la novia arbusto, fue recopilado por  Peter Christen Asbjornsen y Jorgen Moe (1813-1882) y reeditado y adaptado posteriormente por Andrew Lang

Jørgen Moe (1813-1882) fue un obispo, folclorista, escritor y poeta noruego.

Autor de cuentos populares que editó junto con Peter Christen Asbjørnsen.

Peter Christen Asbjørnsen (1812-1885). Fue un escritor folclorista y científico noruego. Trabajó como jefe forestal.

Junto con Jørgen Moe, recopiló leyendas y cuentos populares noruegos

Utilizamos cookies para mejorar su experiencia de navegación, ofrecer anuncios o contenido personalizados y analizar nuestro tráfico. Al hacer clic en "Aceptar", acepta nuestro uso de cookies. Pinche el enlace para mayor información.política de cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
Scroll al inicio