Hubo una vez un erudito confuciano que vivió en la parte sur de Seúl. Se dice que un día salió a caminar mientras su esposa permanecía sola en casa. Cuando él estaba ausente vino a pedir limosna una anciana que parecía una sacerdotisa budista, pues aunque era muy vieja su rostro no tenía arrugas. La esposa del erudito le preguntó si sabía coser. Ella dijo que sí, y entonces la esposa le hizo esta propuesta:
—Si te quedas y trabajas para mí, te daré tu desayuno y tu cena, y no tendrás que mendigar en ningún lado; ¿Estás de acuerdo?
Ella respondió:
—Oh, muchas gracias, estaré encantada.
La esposa del erudito, muy satisfecha con su trato, la acogió y la puso a recoger algodón y a tejer e hilar. El primer día, ya hizo más que ocho mujer juntas y, aun así, aparentemente tenía mucho tiempo de sobra. La esposa, quedó encantada con su trabajo y la invitó a un gran banquete.
Sin embargo, al cabo de cinco o seis días, el sentimiento de deleite y el deseo de tratarla generosamente y bien se disiparon un poco, de modo que la anciana se enojó y dijo:
—Estoy cansada de vivir sola, y por eso quiero que tu marido sea mi esposo —. Al ser rechazada, se fue furiosa, pero regresó acompañada por un anciano decrépito que parecía un mendigo budista.
Estos dos entraron atrevidamente en la habitación y tomaron posesión de lo que quisieron, sacaron las cosas que estaban en la antigua caja de tablillas que había en el estante de la pared y ambos desaparecieron, de modo que no fueron vistos en absoluto, sino sólo sus voces.
Sus caprichos crecieron, y encargaron más comida y más cosas. Cuando la esposa del erudito ya no pudo complacerlos, enviaron pestes y enfermedades tras ella, de modo que sus hijos enfermaron y murieron.
Los familiares, al enterarse de esto, vinieron a verlos, pero también contrajeron la peste, enfermaron y murieron.
Poco a poco nadie se atrevió a acercarse al lugar, y por fin se supo que la esposa estaba prisionera de estas dos criaturas duendes.
Durante un tiempo, la gente del pueblo vio humo saliendo diariamente de la chimenea y supieron que la esposa aún vivía, pero después de cinco o seis días el humo cesó y supieron entonces que el fin de la mujer había llegado. Nadie se atrevió siquiera a hacer preguntas.
Leyenda popular coreana recopilado por Im Bang sXVII
Im Bang (1640-1724) fue un escritor y recopilador de cuentos y leyendas coreanas