bruja volando en su escoba
Cuentos con Magia
Cuentos con Magia

Erase una vez el Rey Rojo que tenía tres hijos y una hija.

Un día compró víveres por valor de diez ducados. Los cocinó y los metió en una despensa. Cerró la despensa, y de noche en noche puso gente para guardar las provisiones.

Una mañana, cuando miró, encontró muchos platos vacíos y muchos alimentos habían desaparecido. Entonces el rey dijo:

—Daré la mitad de mi reino a quien se mantenga guardando la despensa, para que no le falten víveres.

Con esto, el hijo mayor del rey pensó para sí: «¡Qué desperdicio! ¿Darle la mitad del reino a un extraño? Sería mejor que me lo de a mi. Voy a probar suerte.

Fue con su padre y le dijo:

—Padre, saludos. ¡¿Quiere usted darle la mitad del reino a un extraño? Me gustaría intentar proteger esa despensa.

Y su padre le respondió:

—Como Dios quiera, sólo que no te asustes por lo que puedas ver.

Luego dijo:

—Hágase en mí la voluntad de Dios.

Y después fue y se acostó en el palacio. Y puso su cabeza sobre la almohada, y permaneció con la cabeza sobre la almohada hasta el amanecer. Y a las diez una brisa cálida y somnolienta llegó y lo adormeció. Entonces su hermana pequeña se levantó. Dio una voltereta, y sus uñas se volvieron duras como hachas y sus dientes como palas. Luego abrió el armario y se comió todo lo que quiso. Casi cuando iba a amanecer se volvió a transformar en niña y volvió a su lugar en la cuna, porque aún era bebé de pecho.

Entonces el muchacho se despertó, se levantó y le dijo a su padre que no había visto nada. Su padre miró la despensa y encontró los platos vacíos, sin víveres ni nada. Su padre dijo:

—Haría falta un hombre mejor que tú, e incluso podría ser que él no hiciera nada.

Su hijo mediano también dijo:

—Padre, saludos. Voy a velar esta noche.

—Ve, querido, se un hombre.

—Hágase en mí la voluntad de Dios.

Y el joven entró en el palacio y puso su cabeza sobre una almohada. Y a las diez llegó una brisa cálida y el sueño se apoderó de él. Se levantó su hermana y se desenrolló de los pañales y dio un salto mortal, y sus dientes se convirtieron en palas y sus uñas en hachas. Y fue a la despensa, la abrió y comió en los platos lo que encontró. Se lo comió todo, dio otra voltereta y volvió a su lugar en la cuna. Amaneció y el muchacho se levantó, y su padre le preguntó y le dijo:

—Se necesitaría un hombre mejor que tú, y tal vez él ni siquiera podría hacer nada.

El hijo menor se levantó.

—Padre, saludos. Déjame también vigilar la despensa por la noche.

—Ve, querido, pero no te asustes con lo que veas.

—Hágase en mí la voluntad de Dios—, dijo el muchacho.

Y fue y tomó cuatro agujas y se acostó con la cabeza sobre la almohada; y clavó las cuatro agujas en cuatro partes de la almohada. Cuando el sueño se apoderó de él y se apoyó en la almohada, se clavó la cabeza contra una aguja, por lo que permaneció despierto hasta las diez. En esto que su hermana se levantó de la cuna, y él lo vio todo. La muchacha dio un salto mortal y él la estaba mirando. Y sus dientes se volvieron como palas y sus uñas como hachas. Y fue a la despensa y se lo comió todo. Dejó los platos vacíos. Cuando se hartó de comer, dio un salto mortal y volvió a ser diminuta como era; entonces regresó a su cuna. El muchacho, al ver esto, tembló de miedo. Estaba tan asustado que le pareció que pasaban diez años hasta el amanecer. Comprendió que su hermana era una bruja y que se comería todo y a todos en cuanto creciese un poco. Entonces él se levantó y fue a su padre.

—Padre, saludos.

Entonces su padre le preguntó:

—¿Viste algo, Peterkin?

—¿Qué vi? ¿Qué no vi? Lo que sea lo voy a solucionar, confía en mi. Para ello voy a casarme padre; Dame dinero y un caballo, un caballo fuerte para cargarme a mi en un largo viaje y llevar el dinero, porque voy a buscar a mi esposa.

Su padre le dio un par de sacos de ducados y él los puso en su caballo. El muchacho fue e hizo un agujero en el límite de la ciudad. Hizo un cofre de piedra, puso allí todo el dinero y lo enterró. Colocó una cruz de piedra encima y se fue. Después viajó por ocho largos años y llegó a la reina de todas las aves que vuelan.

Y la reina de los pájaros le preguntó:

—¿Adónde vas, Peterkin?

—Allí, donde no haya muerte ni vejez, cásate conmigo.

La reina le dijo:

—Aquí no hay muerte ni vejez.

Entonces Peterkin le preguntó:

—¿Cómo es posible que aquí no exista ni la muerte ni la vejez?

Entonces ella le dijo:

—Cuando corte la madera de todo este bosque, entonces vendrá la vejez y la muerte y se me llevará.

Entonces Peterkin dijo:

—Un día y una mañana vendrá la muerte y la vejez y me llevarán.

Y partió más lejos, y viajó ocho años y llegó a un palacio de cobre. Y una doncella salió de aquel palacio y lo tomó y lo besó. Ella dijo:

—Te he esperado mucho.

Tomó el caballo y lo metió en el establo, y el muchacho pasó allí la noche. Se levantó por la mañana y ensilló el caballo.

Entonces la doncella se echó a llorar y le preguntó:

—¿Adónde vas, Peterkin?

—Allí, donde no hay muerte ni vejez.

Entonces la doncella le dijo:

—Aquí no hay muerte ni vejez.

Entonces él le preguntó:

—¿Cómo es que aquí no hay muerte ni vejez?

—Bueno, cuando estas montañas y estos bosques sean nivelados, entonces vendrá la muerte.

—Éste no es lugar para mí—, le dijo el muchacho. Y se fue más lejos aún.

Entonces ¿qué le dijo su caballo?

—Maestro, azótame cuatro veces y dos veces a ti, porque has llegado a la Llanura del Pesar. Y el arrepentimiento se apoderará de ti y te derribará, con caballo y todo. Así que espolea tu caballo, escapa y no te demores.

Así lo hizo y el caballo galopó como si la vida le fuese en ello.

Llegaron a una choza. En esa choza el joven vio a un niño, como de diez años, que le preguntó:

—¿Qué buscas aquí, Peterkin?

—Busco el lugar donde no hay muerte ni vejez.

El muchacho dijo:

—Aquí no hay muerte ni vejez—. Yo soy el Viento.

Entonces Peterkin dijo:

—Nunca, nunca saldré de aquí—. Y vivió allí cien años y no envejeció.

Allí vivió el muchacho, y salió a cazar a las Montañas de Oro y Plata, y apenas podía llevarse la caza a casa.

Entonces ¿qué le dijo el Viento?

—Peterkin, ve a todas las Montañas de Oro y a las Montañas de Plata; pero no vayas a la Montaña del Pesar ni al Valle del Dolor”.

Él no hizo caso, sino que fue a la Montaña del Pesar y al Valle del Dolor. Y el dolor lo derribó; lloró hasta que se le llenaron los ojos.

Y se fue al Viento.

—Me voy a casa de mi padre, no me quedaré más tiempo.

—No vayas, porque tu padre ha muerto y ya no te quedan hermanos en casa. Han pasado cientos de años desde que llegaste. Se desconoce el lugar donde se encontraba el palacio de tu padre. En él han plantado melones; No hace más que una hora que pasé por allí.

Pero el muchacho partió de allí y llegó a casa de la doncella cuyo palacio era de cobre. Sólo quedó un palo, lo cortó y envejeció. Cuando llamó a la puerta, el palo cayó y ella murió. La enterró y partió de allí. Y llegó a la reina de los pájaros en el gran bosque. Sólo quedaba una rama, y estaba todo asolado.

Cuando la reina lo vio, dijo:

—Peterkin, aun eres muy joven.

Entonces él le dijo:

—¿Recuerdas que me dijiste que me quedara aquí?

Mientras hablaba, con la presión de la mano, la rama se rompió, y la reina también cayó y murió.

Llegó hasta el palacio de su padre y miró a su alrededor. No había palacio ni nada. Y se impresionó:

—¡Dios, todopoderoso!

Sólo reconoció el pozo de su padre y fue hacia él. Su hermana, la bruja, al verlo, le dijo:

—Hace mucho que te esperé, perro.

Ella corrió hacia él para devorarlo, pero él se santiguó y ella pereció.

Y partiendo de allí, se encontró con un anciano que tenía la barba hasta el cinturón.

—Abuelo, ¿Dónde está el palacio del Rey Rojo? Soy su hijo.

—¿Pero qué estás diciendo?—, dijo el anciano, —¿tú eres el hijo del Rey Rojo? El padre de mi padre me ha habló del Rey Rojo. Su ciudad ya no existe. ¿No ves que ha desaparecido? ¿Y me dices que eres el hijo del Rey Rojo? No es posible.

—No han pasado veinte años, viejo, desde que me separé de mi padre, ¿y me dices que no conoces a mi padre? —Habían pasado cientos de años desde que el joven príncipe abandonó su hogar, pero él no lo sabía. —No me creas si no quieres, sígueme y te lo mostraré.

Y fue a la cruz de piedra; sólo una palma estaba fuera del suelo. Y tardó dos días en llegar al cofre con el dinero. Cuando levantó el cofre y lo abrió, la Muerte se sentó en un rincón gimiendo y la Vejez gimiendo en otro rincón.

Entonces ¿qué dijo la Vejez?

—¡Atrápalo!, Muerte.

—Detenlo tú mismo —, respondió la muerte.

La vejez se apoderó de él por delante y la muerte se apoderó de él por detrás.

El anciano lo tomó, lo enterró dignamente y plantó la cruz cerca de él. Y el viejo tomó el dinero y también se quedó con el caballo.

Cuento gitano, de la región de Rumanía, recopilado por  Francis Hindes Groome, traducción libre de Altaïr

Francis Hindes Groome

Francis Hindes Groome (1851 – 1902) fue un escritor y comentarista británico.

Destacó su trabajo sobre el folclore de la cultura romaní.

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