En una de las islas cercanas a Tahití vivía un rey llamado Tai, que estaba casado con la bella reina Uta. Llevaban dos años casados y viviendo juntos, cuando le sobrevino el deseo de visitar a su familia que había dejado en la casa donde había pasado su juventud.
Ella suplicó a su marido que le permitiera ir, pero él, que no deseaba que se alejara de su lado, no estaba dispuesto a permitirle partir.
Suplicando, finalmente la mujer logró convencer a su marido, quien a regañadientes permitió que emprendiera el viaje.
Sin embargo, él no estaba dispuesto a dejarla ir a menos que pudiera llevar un regalo adecuado a su pueblo, por lo que fue a los sacerdotes y les rogó que consultaran al oráculo de los dioses sobre lo que se consideraría adecuado para tal propósito. Los dioses le ordenaron que enviara a su esposa a cierto arroyo y le dijera que estuviera atenta a la llegada de una anguila, en cuanto la viese debía capturarla, cortarle la cabeza y colocarla en una calabaza, cuya abertura debía cerrarse cuidadosamente.
El cuerpo de la anguila debía ser arrojada de nuevo al arroyo y luego la calabaza debería ser entregada al rey.
Uta fue informada del papel que iba a desempeñar, y le ordenaron tener cuidado.
Se fue al arroyo y pronto regresó con la calabaza, con la abertura cuidadosamente tapada. Cuando llegó ante el rey, puso la calabaza a sus pies.
Tai, entonces, le dijo que podía emprender su viaje llevando la calabaza como regalo para sus padres y hermanos. También que esta calabaza contenía algo muy precioso, pues contenía el germen de un cocotero, con deliciosos frutos. Un árbol que hasta entonces era desconocido.
El rey añadió que debía tener mucho cuidado con las siguientes cosas que debían observar durante su viaje: ella no podía apartarse del camino, ni bañarse, por muy tentadoras que le parecieran las aguas del arroyo, ni sentarse, ni soltar la calabaza en ningún momento.
Uta emprendió su viaje y durante un tiempo observó todas las instrucciones, pero cuando al mediodía, el sol brillaba en lo más alto, ella se cansó y se acaloró y olvidó su promesa. Dejó la calabaza y se sumergió en las frescas aguas de un arroyo de montaña. Sobre su cuerpo corrían las hermosas ondas de agua fresca, adornando su cabello con diminutas chispas. El baño en el río fue realmente refrescante, dichoso y grato entre las rocas y las hojas frescas.
Después de haber disfrutado de chapotear y descansar un rato en las aguas, miró hacia la calabaza, y para su horror descubrió que la planta había brotado, y que había aparecido la cabeza de un árbol joven, de un follaje que nunca antes había visto. Uta salió corriendo del agua y trató de arrancar el árbol, pero ¡Pobre de ella! La planta estaba firmemente arraigada, y todos sus esfuerzos fueron en vano.
Uta se sentó y se lamentó por mucho tiempo de su necedad y desobediencia, lloró amargamente. No sabía que hacer, pues le daba vergüenza seguir adelante y que esto fuera una equivocación, o regresar y contarle a su marido lo que había sucedido.
En ese momento escuchó un pajarito, enviado como mensajero por el rey, y el pajarito le dio la orden de regresar. Con tristeza regresó a su casa y contó lo que le había pasado.
Su marido estaba aún más abatido y triste que ella, pero él dijo:
—Ve al arroyo en el que arrojaste el cuerpo de la anguila cuya cabeza estaba puesta en la calabaza. Encuentra la cola que se retuerce y destrúyela golpeándola con un palo, y luego vuelve a mí.
Entonces Uta hizo lo que el rey deseaba; pero cuando entró en su casa, descubrió que su marido había sido asesinado por los dioses, como expiación por su pecado.
Cuento popular tahitiano, recopilado por Edward Robert Tregear (1846-1931)
Edward Robert Tregear (1846-1931) fue un folclorista neozelandés.
Fue un prolífero escritor en gran cantidad de géneros literarios. Recopiló obras folclóricas australianas y neozelandesas. Fue un académico en Nueva Zelanda, potenció la reforma social y una nueva legislación laboral.