Érase una vez una familia de leones que vivían en las montañas del Himalaya en una Cueva Dorada. Eran tres hermanos y una hermana.
Cerca había una montaña plateada con una Cueva de Cristal en lo alto, completamente transparente, y en esta Cueva de Cristal vivía un Chacal.
Los jóvenes leones solían estar fuera todo el día cazando, mientras su hermana mantenía todo limpio y ordenado en casa. Cuando atrapaban algo le guardaban un poco, porque no eran Leones codiciosos, y pensaban que si ella hacía el trabajo en casa se merecía algo de la caza que ellos atrapaban fuera de casa.
Ahora bien, este Chacal se enamoró locamente de la joven Leona. La Leona era muy hermosa, con un suave pelaje marrón, grandes ojos suaves y finos bigotes; y no se detuvo a pensar qué un Chacal parece un perro mestizo, pequeño, furtivo y gruñón, al lado de un León; ni tampoco pensó que era una locura que un Chacal se enamorara de una Leona. De echo, ¡el Chacal propuso matrimonio a la Leona! Te contaré cómo lo hizo.
El Chacal tuvo la sensatez de esperar hasta que los tres hermanos salieran a cazar comida; y luego llegó y golpeó la roca en la entrada de la Cueva Dorada. La Leona miró hacia afuera, y quedó muy sorprendida al ver que allí estaba el Chacal. Ella lo conocía de vista, por supuesto, como vecino; y, de hecho, cuando él estaba en su Cueva de Cristal, siempre se le podía ver, pues la Cueva de Cristal, al ser transparente, mostraba con nitidez todo lo que había en el interior como si todo lo que había dentro flotara en el aire. Pero la Leona no esperaba ninguna visita así, se sorprendió al verle, hizo una reverencia distante y esperó.
—¡Hermosa Leona!— dijo el Chacal —¡Te amo! ¡Tú y yo somos muy parecidos! Tú tienes cuatro patas y yo también; claramente estamos hechos el uno para el otro. ¿Quieres casarte conmigo? ¡Seremos muy felices juntos!
Esta oferta asombró tanto a la Leona que no pudo decir nada. Odiaba a la vil criatura, la más vil de todas las criaturas; ¡Cómo un carroñero como él podía atreverse si quiera a dirigirse a una leona real! La sola idea le pareció un insulto y la enfureció. Decidió que, haber escuchado tal barbarie, era señal de que merecía morir, ya fuese conteniendo la respiración o que se muriera de hambre. Mientras estos pensamientos pasaban por su mente, el Chacal esperaba su respuesta; pero no obtuvo ninguna respuesta; y después de esperar sin obtener ninguna palabra de la Leona, así que volvió a su casa, muy afligido, con el rabo entre las piernas, y se acostó en su miserable Cueva de Cristal.
Poco después, el hermano mayor de la Leona volvió a casa con un hermoso ciervo que había matado.
—Toma, hermana—, gritó, —¡come un poco!
Ella adoptó un aire muy sombrío.
—No—, dijo, —creo que tendré que morir.
—¿Por qué, qué diablos te pasa?— preguntó él.
—¡Vino un chacal sucio y desagradable que quería casarse conmigo!
—¡El bruto!— dijo su hermano. —¿Dónde está?
—¿No puedes verlo, tendido en el cielo?.
La Leona nunca había estado en la Cueva de Cristal, ni si quiera sabía que aquello era una Cueva de Cristal, pero allá en lo alto de la montaña, se veía nítidamente al Chacal flotando en el cielo, suspendido sobre el aire, pues la Cueva de Cristal era completamente transparente. Cuando la Leona señaló el lugar, el joven León salió al galope, furioso de rabia, y cuando llegó junto a la Cueva de Cristal y veía aparentemente suspendido en el aire al Chacal, sin saber que estaba dentro de una Cueva de Cristal, saltó hacia él sin dudarlo, cuando… ¡crac! Su cráneo chocó contra la pared de cristal y el León ¡cayó muerto!
Justo cuando la Leona estaba preocupada por su hermano mayor, llegó el segundo. Ella le contó la misma historia, aunque empezaba a arrepentirse de creer que esa declaración de amor fuera motivo de que tuviese morir de vergüenza. Después de todo, él no la había lastimado; ¡Y qué bien olía la carne! Pero el segundo León no le dio mucho tiempo para pensar: Gruñó y se fue. Cuando llegó a la Cueva de Cristal, saltó en el aire, rompió su cabeza contra la pared de cristal y cayó muerto junto a su hermano mayor.
Ahora, cuando entró el tercer hermano, la Leona estaba bastante segura de que no tenía intención de morir por lo que había pasado. Sin embargo, ella parecía tan triste como siempre y le contó a su hermano lo que había sucedido; sería mejor que saliera y viera qué había sido de los otros dos hermanos. ¡Ambos estaba seguro que los dos Leones eran rival más que suficientes para cualquier Chacal! Aún así, allá en lo alto de la montaña, podía verse al Chacal tranquilo flotando en el aire, y no había rastro de los otros dos leones. Cuando la Leona señaló la dirección y mostró al Chacal flotando en el aire de la montaña, el hermano menor dijo:
—¿En el aire?— pues este era más inteligente que todos los otros dos juntos. —¡Qué tonterías son esas! Déjame pensar. Debe haber algo sobre lo que pueda recostarse; y aún así puedes ver a través de él—. Se rascó la cabeza con una pata y mientras reflexionaba hasta que dijo. —¡Lo tengo! ¡Es cristal!, ¡por supuesto!, ¡o tal vez vidrio!, ¡eso es lo que es! — Así que corrió en la dirección del Chacal y cuando llegó cerca de la Cueva de Cristal, allí vio que estaban sus dos hermanos, muertos, con los cráneos partidos como una taza de té.
Se sentó de nuevo y se rascó la cabeza con la otra pata. —»¡Hm! Parece que puede ser difícil llegar a este Chacal. Sin embargo, primero probaré ser amable.» — pensó el León y luego gritó:
—¡Chacal, amigo Chacal!
Ahora debes saber que los leones tienen una voz muy fuerte, y, si los has oído hablar en el Zoológico, sabrás que incluso cuando quieren engatusarte y ronronear, su voz es suficientemente grave y fuerte como para asustarte. Y así, el pobre Chacal, que, después de todo, no era tan malo como la orgullosa Leona creía, cuando escuchó al León persuadirlo para que se acercara, pensó: «¡Qué rugido más espantoso!» Su corazón latía más fuerte que nunca, y del terror dio un salto tan grande que chocó contra el techo, en ese momento ¡algo se rompió! y el Chacal también cayó muerto en su propia cueva.
Entonces el León miró hacia arriba y vio que el Chacal estaba muerto. Entonces enterró a sus hermanos y fue a contárselo todo a su hermana. Se podría esperar que ella lamentara que sus dos valientes hermanos estuvieran muertos, todo porque mantuvo la orgullosa idea de que era mejor morir antes de casarse con un Chacal; pero realmente no estaba ni un poco arrepentida; quedó bastante satisfecha pues aun contaba con otro hermano vivo que cazaba para ella.
Así que vivió el resto de su vida en la Cueva Dorada, pero nunca escuché que ningún otro animal le pidiera matrimonio.
Cuento de la India, inspirado en un Jataka budista, recopilado y adaptado por W. H. D. Rouse, en The Giant Crab, and Other Tales from Old India, 1897. Autor: W. H. D. Rouse, Ilustrador: W. Heath Robinson