
Un hombre tenía dos hijos: un niño y una niña. Este hombre les pedía cada mañana que le contaran lo que habían soñado. La niña, cada día, relataba su sueño, fuera cual fuera, pero el niño no lo hacía, pues cada noche soñaba con lo que efectivamente le ocurriría: soñaba que mataba a un rey, se casaba con la hija de un conde y se convertía en rey en el reino donde había matado al monarca.
El padre, furioso, pensó que su hijo no contaba sus sueños porque tenía miedo, así que lo echó por el camino y lo golpeó tanto que el niño lloraba desconsoladamente. Justo pasaba un conde en carruaje y oyó al niño llorar. Ordenó a su criado ir hasta el hombre y decirle que no lo golpeara, que cuánto quería para entregarle al niño. El hombre respondió que con tal de no verlo más, se lo llevara sin pagar nada. El conde tomó al niño y lo llevó a su casa.
El conde tenía una hija que enseguida tomó cariño al niño. En casa del conde también había costumbre de contar los sueños, pero el niño seguía sin decir el suyo. Era siempre el mismo que en casa de su padre. El conde se enfadó mucho y mandó construir una bóveda subterránea en el jardín, donde encerrarían al niño sin que pudiera recibir comida ni luz.
Pero la hija del conde, muy apenada, fue donde los albañiles y les prometió una bolsa de dinero si dejaban una pequeña abertura por la que ella pudiera alimentarlo de noche. Los albañiles aceptaron el dinero y cumplieron. El niño estuvo siete años encerrado, sin poder sentarse ni acostarse.
Un día, el rey envió al conde un bastón y le dijo que lo atacaría con un ejército si no le indicaba por qué lado se abría. Esa noche, la joven fue a llevarle comida al niño y le dijo:
– Hoy es la última vez que te traigo comida. El rey nos ha enviado un bastón, y si mi padre no acierta a abrirlo, seremos destruidos por su ejército. Moriremos bajo el cielo abierto, y tú aquí dentro.
El niño respondió:
– No temas. Ve, acuéstate, y al poco levántate diciendo a tu padre: “Querido papá, he soñado con buena suerte para nosotros.” Él preguntará qué soñaste, y tú responde: “Soñé que si quieres abrir el bastón, basta con llenar una tina de agua y colocar el bastón dentro; se girará por sí solo y mostrará el lado por el que se abre.”
Así se hizo. El conde puso el bastón en agua, este giró, mostró el lado correcto, lo selló y lo envió al rey. El rey respondió:
– Lo has logrado, pero no con tu tonta cabeza. Hay alguien cerca de ti que lo ha hecho por ti.
Luego, el rey volvió a escribirle: le enviaría tres caballos idénticos, y debía decir qué edad tenía cada uno. Eran de uno, dos y tres años. La hija del conde llevó comida al niño y le contó la situación. Él le dijo:
– Dile a tu padre que prepare tres montones de avena de diferentes años y deje que los caballos se acerquen. Cada uno irá al que le corresponde según su edad.
Así fue. El rey volvió a escribir:
– Lo has logrado otra vez, pero no tú. Aún queda una prueba. Te enviaré una maza de guerra que, justo a la hora de tu comida, volará y te sacará la cuchara de la boca. Tendrás que devolvérmela del mismo modo.
La maza llegó como predicho, golpeó la cuchara y se incrustó en la bodega, donde ni veinte soldados pudieron moverla. El conde llamó a todos los hombres posibles, pero nadie pudo lanzarla. La hija del conde fue de nuevo al niño y le dijo:
– Nos has salvado dos veces, pero esta vez no podrás. Moriremos todos.
El niño preguntó qué debía hacerse y, tras saberlo, respondió:
– Dile que solo yo puedo hacerlo. El conde dudará, pero como ya soñaste dos veces con acierto, tal vez te crea.
El conde mandó abrir la bóveda. Vio al niño tan débil que dijo:
– Yo, que estoy fuerte, no puedo levantarla. ¿Cómo lo hará él?
El niño dijo:
– Ve al rey que tiene 900 vacas registradas por año de nacimiento. Compra una que tenga exactamente nueve años. Lo que te pida, págalo. Si pagas un kreutzer menos, estaré más débil.
El conde fue, pagó nueve mil monedas por la vaca, la llevó y la sacrificaron. El joven pidió estar tres meses solo, alimentándose solo de sopa de carne. Cuando el cocinero chismeó al conde, este fue y le preguntó por qué no comía carne. El joven lanzó un trozo a la pared y dijo:
– ¿Ves? La carne cae, la sopa se queda. Así me ocurre: la sopa se queda en mí, la carne no.
Al cabo de tres meses, pudo mover la maza. Comió otros tres meses y la lanzó al aire con su mano izquierda. Comió otros tres meses y se volvió poderosísimo. Indicó al conde que escribiera al rey: tal día, tal hora, la maza le sacará la cuchara de la boca. Así fue. La maza voló y cruzó hasta el reino del rey.
El rey escribió:
– Lo lograste, pero no tú. Fue aquel a quien encerraste. Envíamelo.
El conde no quería, pero no tuvo opción. El joven dijo:
– Haz que toda tu gente se reúna. Elige a nueve parecidos a mí, yo seré el décimo. Vístelos igual, dales caballos iguales. Iremos juntos.
Así se hizo. Antes de entrar al reino, les dijo:
– Vamos a morir, pero no teman. El rey dará órdenes: “¡Milutín, desmonta!” Todos desmonten. “¡Milutín, entra!” Todos entren. “¡Milutín, siéntate!” Todos se sientan. “¡Milutín, acuéstate!” Todos lo hacen.
Y así fue. El rey, sin poder reconocerlo, mandó esconder a un sirviente bajo la cama para ver quién hablaba más sabiamente. Milutín dijo:
– El rey aún no me ha reconocido, pero lo hará y vendrá tras nosotros. Entonces, recen. Si yo escupo fuego primero, mátense; si él lo hace primero, no teman: eso quiere decir que la carne humana hervirá en sangre humana.
El sirviente oyó eso y cortó un pedazo del talón de su bota. Por la mañana, Milutín revisó los trajes de todos y al ver que le habían marcado la bota, dijo:
– ¡Todos, corten el talón de sus botas como el mío!
El rey llamó: “¡Milutín, ven a desayunar!” y todos fueron. Como todos tenían la misma marca, el rey no pudo distinguirlo. Luego dijo: “¡Milutín, vete a casa!” y todos se marcharon.
Pero el rey reconoció su caballo, lo siguió y lo alcanzó. Milutín, como había dicho, se arrodilló, y pelearon. Primero a caballo, luego a pie, y la tierra temblaba. Ambos escupían fuego. Pero al final, el rey fue vencido, Milutín le cortó la cabeza y la llevó al conde.
Hubo gran alegría, Milutín se casó con la hija del conde, tomó el reino del rey que había vencido, y celebraron una gran fiesta.
Y ese es el final.
Cuento popular croata, recopilado por A. H. Wratislaw en Sixty Folk-Tales from Exclusively Slavonic Sources, en 1890
Albert Henry Wratislaw (1822–1892) fue un clérigo inglés y erudito en lenguas eslavas, de ascendencia checa.
Entregó especial importancia a los textos de tradición oral y cuentos populares, y tradujo y difundió gran cantidad de textos eslavos, siendo relevante su papel en la literatura en el movimiento europeo del s. XIX.