Pájaros blancos, Allen William Seaby

El Hombre verde de la tierra de Nadie

Cuentos con Magia
Cuentos con Magia

Había un joven molinero llamado Jack que era un gran jugador. Nadie podría vencerlo.

Un día llegó un extraño hombre y lo desafió:

—Hola buen hombre. Me han dicho que eres un gran jugador. Quiero apostar contigo mi castillo por tu molino. Si me ganas tú te quedarás mi castillo, si yo gano me quedaré tu molino.

Jack aceptó y jugaron.

En la primera ronda, Jack ganó y exigió el castillo. Entonces el hombre le pidió una segunda ronda y, esta vez, Jack perdió, entonces el hombre le dijo:

—Haremos un trato. Yo soy el Hombre Verde de la Tierra de Nadie. Si en menos de un año encuentras mi castillo, te lo quedarás. Si pasa un día de este año y no has encontrado mi castillo, serás decapitado.

El extraño hombre se marchó y Jack quedó solo en su molino pensando en esto sin saber a dónde ir. Pasó el tiempo, llegó el invierno, con la nieve y Jack decidió salir a buscar el castillo del Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

Caminando, llegó a la cabaña de una bruja.

—¿Qué te trae aquí Jack? ¿Estás buscando tu destino o estás huyendo de él?

—Dame de comer y un sitio para descansar, abuela —contestó Jack.

La anciana le proporcionó comida y alojamiento. Cuando había descansado, Jack le preguntó si conocía al Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

—No — dijo ella, —Pero con este cuerno puedo llamar a una cuarta parte de todos los hombres del mundo, si ellos conocieran al Hombre Verde de la Tierra de Nadie, ya tendrías tu respuesta.

Por la mañana, Jack se subió al tejado de la anciana, tocó el cuerno que resonó en los confines de todo el mundo, y allí se presentó una cuarta parte de los hombres del mundo. Entonces la anciana les preguntó si conocían al Hombre Verde de la Tierra de Nadie y ninguno supo responder, así que se despidió de ellos y regresaron a donde procedían.

—¿Qué voy a hacer ahora? — preguntó Jack a la anciana.

—Preguntaremos a los pájaros.

La anciana cogió el cuerno y sopló, y su sonido resonó en los confines del mundo entero, y allí se presentaron una cuarta parte de los pájaros del mundo. Nuevamente la anciana les preguntó si conocían al Hombre Verde de la Tierra de Nadie pero ninguno sabía de quién podría tratarse ni cuál sería aquella tierra. Les despidió y todos los pájaros regresaron volando a los mismos lugares de donde habían venido.

Jack estaba desolado y la anciana le dijo:

—Tal vez mi hermana mayor, que es mucho más sabia que yo, sepa quién es el Hombre Verde de la Tierra de Nadie. Ve a verla y ella podrá ayudarte. — La vieja bruja sacó un ovillo de hilo y un fuerte caballo. —Coloca este ovillo de hilo entre tus orejas, sube al caballo y este te llevará hasta la casa de mi hermana mayor.

Entonces Jack partió montado en el caballo, guiado por el ovillo de hilo, y a los pocos días llegó a la casa de la segunda hermana de la bruja. Era una caballa en un bosque donde una anciana, más anciana todavía que la anterior, quien salió a recibirlo:

—Hace mucho tiempo que no veo el caballo de mi hermana pequeña. ¿Qué te trae aquí Jack? ¿Estás buscando tu destino o estás huyendo de él?

—Dame de comer y un sitio para descansar, abuela —contestó Jack.

La anciana le proporcionó comida y alojamiento. Cuando había descansado, Jack le preguntó si conocía al Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

—No — le dijo — pero con mi cuerno mágico, podemos preguntar a la mitad del mundo a ver si alguien lo conoce.

A la mañana siguiente Jack subió al tejado, tocó el cuerno y llegó de nadie sabe dónde hombres y mujeres de todas las direcciones, y allí estaban a los pies de la cabaña de la bruja la mitad del mundo. La anciana les preguntó si sabían quién era o dónde vivía el Hombre Verde de la Tierra de Nadie, pero nadie lo conocía. Se despidió de ellos y cuando todos se habían ido, la anciana cogió el cuerno y sopló, y su sonido resonó en los confines del mundo entero, y de todos los rincones aparecieron pájaros de todos los tipos, tamaños y colores, hasta que el lugar se llenó con la mitad de los pájaros del mundo. La anciana les preguntó por el Hombre Verde de la Tierra de Nadie pero tampoco los pájaros supieron que responder, se despidió de ellos y se marcharon.

Jack quedó desolado y la anciana le dijo:

—Tal vez mi hermana mayor, que es mucho más sabia que yo, sepa quién es el Hombre Verde de la Tierra de Nadie. Ve a verla y ella podrá ayudarte. — Igual que había hecho su hermana pequeña, la vieja bruja sacó un ovillo de hilo y un fuerte caballo. —Coloca este ovillo de hilo entre tus orejas, sube al caballo y este te llevará hasta la casa de mi hermana mayor.

Entonces Jack partió montado en el caballo, guiado por el ovillo de hilo, y a los pocos días llegó a la casa de la tercera hermana de la bruja. Era una caballa en un bosque donde una anciana, muchísimo más anciana que las otras dos, quien salió a recibirlo:

—Hace mucho tiempo que no veo el caballo de mi hermana mediana. ¿Qué te trae aquí Jack? ¿Estás buscando tu destino o estás huyendo de él?

—Dame de comer y un sitio para descansar, abuela —contestó Jack.

La anciana le proporcionó comida y alojamiento. Cuando había descansado, Jack le preguntó si conocía al Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

—No — le dijo — pero con mi cuerno mágico, podemos preguntar a todas las gentes del mundo, y si es de este mundo, alguien lo debe conocer.

En la mañana, Jack subió al tejado de la cabaña de la bruja, tocó el cuerno mágico que resonó en los confines del mundo entero, y al poco, allí se reunió todas las gentes de todo el mundo, de todas las tierras, llegando desde todas las direcciones. La anciana les preguntó pero ninguno sabía quién era el Hombre Verde de la Tierra de Nadie, pero ninguno de los hombres o mujeres que allí estaban supo responder, les despidió y todos regresaron por donde habían venido. Entonces la anciana cogió el cuerno y sopló, y su sonido resonó en los confines del mundo entero, y allí se presentaron todos los pájaros del mundo, de todos los tipos, tamaños y colores. Les preguntó pero tampoco sabían que responder.

La anciana entonces vio que faltaba uno. Buscó y rebuscó entre todos los pájaros allí congregados y al ver que algo no encajaba, bajó a la cabaña y buscó en su libro donde estaban anotados todos los nombres de todo el mundo, comprobando que no estaba el águila. Así que volvió a subir, sopló una vez más el cuerno, y allí se presentó el águila.

—¿De dónde vienes, águila, que no estabas aquí? — preguntó la bruja.

—Vengo de estar con el Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

¿Y cómo se puede llegar allá?

—El Hombre Verde de la Tierra de Nadie tiene tres hijas, que se transforman en pájaros blancos para volar y chapotear en el estanque de la cascada y las flores. Para llegar a la Tierra de Nadie tendrás que robar las plumas del más pequeño de estos tres pájaros, quien no tendrá más remedio que decirte lo que le preguntes para que le devuelvas las plumas y así poder regresar con su padre.

La anciana bruja le entregó a Jack su caballo y le dijo cómo llegar al estanque de la cascada y las flores. Allá llegó Jack, se escondió entre la maleza y no tardó en llegar tres pájaros blancos preciosos, se quitaron las plumas y se transformaron en mujeres, una tras otra entraron en el agua para bañarse, pero cuando la más joven se quitó las plumas, Jack aprovechó y se las robó.

Cuando la mujer ave vio que le habían robado sus plumas lloró y exigió sus plumas.

—No te las daré —le dijo Jack,—a menos que me digas cómo llegar al castillo de tu padre, el Hombre Verde de la Tierra de Nadie

—Yo no soy la hija de ese hombre — mintió la joven pájaro. — Devuélveme mis plumas, ¡las necesito!

—No te las daré —le repitió Jack,—a menos que me digas cómo llegar al castillo de tu padre, el Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

—Pero ya te he dicho que yo no soy la hija de ese hombre — mintió la joven pájaro. — Devuélveme mis plumas, por favor, ¡las necesito!

—No te las daré —repitió por tercera vez Jack,—a menos que me digas cómo llegar al castillo de tu padre, el Hombre Verde de la Tierra de Nadie.

—Vale, te lo diré. — respondió finalmente la joven.

La hija más joven del Hombre Verde explicó entonces a Jack cómo llegar al castillo de su padre y Jack le devolvió su plumaje blanco.

Jack, montado en su caballo, cabalgó hasta el castillo del Hombre Verde de la Tierra de Nadie, quien salió a recibirlo y le dijo:

—Así que has encontrado mi castillo, Jack.

—Sí, — respondió Jack — y vengo a reclamar lo que es mío.

—Bien —respondió el Hombre Verde—, tendrás lo que te corresponde, y podrás casarte con la menor de mis hijas, si superas las pruebas que te voy a poner, pero si no las superas, perderás tu cabeza.

Jack recordó la joven pájaro en el estanque y accedió al nuevo reto. Entonces el Hombre Verde le dijo:

—En la primera prueba, deberás limpiar mis establos.

Jack fue a los establos, cogió la pala y comenzó a limpiarlos, pero cada vez que arrojaba una palada de tierra, aparecían tres, y en vez de limpiar, se amontonaba más y más estiércol en todas las direcciones. Jack se dio por vencido, y se puso a llorar por su destino.

Entonces apareció la más joven de las hijas del Hombre Verde y le dijo:

—Jack, no te preocupes, toma esta cena que te traigo y descansa, cuando despiertes ya estará hecha tu tarea. Pero no le cuentes a mi padre que te he ayudado.

Y así fue. Jack cenó de la comida que la joven le había traído, descansó y mientras dormía, la joven cumplió su tarea. Al despertar, los establos estaban limpios, impolutos.

Por la mañana se presentó el Hombre Verde preparado para sentenciar a Jack y comprobó que los establos estaban perfectos:

—¿Quién te ayudó a concluir tu tarea? — preguntó enojado el Hombre Verde.

—¿Cómo me acusáis así? — respondió Jack — La tarea está concluida, he cumplido mi cometido.

—Tienes razón — dijo el Hombre Verde — la tarea está concluida. Ahora, antes del medio día, deberás talar aquél bosque de allá — señalando un gran bosque espesísimo donde los árboles se enredaban unos con otros. La tarea parecía imposible para un sólo hombre y mucho más en una mañana.

Jack cogió el hacha y se dirigió al bosque, pero cada vez que clavaba el hacha en un tronco, rápidamente crecían tres árboles más. Lo intentó con más fuerza, más rápido, pero cada vez que intentaba cortar un árbol, aparecían de la nada más y más árboles. Hasta que se derrumbó y rendido comenzó a llorar por su inminente destino.

Entonces apareció la joven hija del Hombre Verde.

—Jack, no te preocupes, no te pasará nada. Toma esta comida que te traigo y descansa, cuando despiertes ya estará hecha tu tarea. Pero no le cuentes a mi padre que te he ayudado.

Y nuevamente, mientras Jack comía y descansaba, la joven taló el bosque por él.

Al medio día, justo cuando el sol brillaba en lo alto del cielo, apareció el Hombre Verde y comprobó como todo el bosque estaba talado y los troncos apilados convenientemente en un lateral.

—¿Quién te ayudó a concluir tu tarea? — preguntó más enojado si cabe el Hombre Verde.

—¿Cómo me acusáis así? — respondió Jack — La tarea está concluida, he cumplido mi cometido.

—Tienes razón — dijo el Hombre Verde — la tarea está concluida. Ahora, antes del anochecer, tendrás que cubrir el tejado del granero. El tejado debe estar hecho con plumas, pero para hacerlo bien, deberás usar una sola pluma por cada ave del mundo. Para que la tarea se concluya, no podrá faltar una pluma de ningún ave, ni tampoco podrán repetirse plumas de cualquier pájaro.

Jack fue al granero y lo primero que vio fue un petirrojo. Con mucho esfuerzo lo atrapó, y le arrancó una pluma, pero nada más atraparla, pero al ponerla en el tejado del granero, esta desapareció y retornó al petirrojo del que se la arrancó.

Jack se dio por vencido y se pudo a llorar su sino, comprendiendo que sería imposible acabar y esa misma noche moriría. Entonces llegó la joven y le trajo comida, le pidió nuevamente que comiera y descansara, le aseguró que ella cumpliría su tarea y le volvió a advertir que no contara nada a su padre.

Tras comer y descansar, Jack descubrió que la joven había logrado lo imposible y el tejado del granero lucía con plumas de todas las aves del mundo entero. Entonces llegó el Hombre Verde y se enfureció aun más. Cuando preguntó quién le había ayudado, Jack volvió a eludir la respuesta y así le asignó la cuarta tarea.

Atravesaron un bosque juntos y llegaron a un lago, en cuyo centro había un islote con una gran montaña de cristal. El Hombre Verde le dijo:

—En la cima de esta montaña de cristal que emerge del centro del lago, hay un nido de un gran ave. En aquel nido sólo hay un huevo. Quiero que me traigas ese huevo.

Entonces el Hombre Verde se marchó convencido de que Jack no podría lograr esta hazaña.

Jack quedó en la orilla, divisando el gran lago imposible de cruzar a nado, y la gran montaña cuya cima, entre las nubes, se perdía de la vista. Se derrumbó antes de comenzar y allí estaba llorando su destino cuando volvió a aparecer la joven hija del Hombre Verde.

—Jack, ve a buscar una barca, te ayudaré. En el otro lado del lago encontraremos una.

Jack y la joven recorrieron la orilla y llegaron al otro lado, encontraron la barca y juntos navegaron hasta la montaña de cristal.

Cuando bajaron de la barca, Jack comprobó que la montaña de cristal era imposible de escalar. No tenía huecos, ni piedras, era lisa y transparente, y por más fuerza que hiciera, no se quebraba ni se hacía arañazos. Entonces la joven le dijo a Jack:

—Tienes que seguir cada uno de mis pasos, sin perder ninguno.

Jack prometió seguir sus pasos y la joven hija del Hombre Verde sopló sobre sus dedos y según los ponía en la montaña se abrían escalones que, tras ella, Jack podía utilizar para ascender. Así subieron hasta la cima.

La joven hacía con sus dedos los escalones y Jack tras ella pisaba uno tras otro. Pero cuando estaban llegando a la cima, Jack se saltó el último peldaño y cogió el huevo. Al momento, el dedo que la joven había utilizado para crear ese escalón se rompió y cayó.

Cuando descendieron, la joven hija del Hombre Verde le dijo a Jack:

—Cuando llegues ante mi padre, te pedirá una última tarea. Consistirá en distinguirme a mi y a mis hermanas mientras sobrevolamos el castillo. La que vuela más alto, será mi hermana mayor, pues ella siempre se eleva sobre las nubes. La que vuela en el centro, rodeando las torres y torreones, es mi hermana mediana, las más juguetona en su vuelo. Y la que vuela en círculos más amplios, seré yo. Pero, por favor, no le digas que te ayudé a resolver ninguna de las pruebas.

Tras esto, con el huevo en las manos, Jack regresó con el Hombre Verde al castillo y le dijo:

—¿Quién te ayudó a concluir tu tarea? Se que tú sólo no pudiste completarla— preguntó más enojado si cabe el Hombre Verde.

—¿Cómo me acusáis así? — respondió Jack — La tarea está concluida, he cumplido mi cometido.

—Tienes razón — dijo el Hombre Verde — la tarea está concluida. Tendrás que superar ahora la última de las tareas. Mis hijas a menudo sobrevuelan el castillo, si deseas casarte con la más joven, deberás advertir cuál de ellas es y decirme también quienes son las otras dos.

En ese momento aparecieron tres hermosos pájaros blancos que sobrevolaron sobre el castillo. Al momento, por su vuelo y gracias a las indicaciones de la joven. Jack pudo distinguirlas y señaló una tras otra a las tres hermanas.

Al Hombre Verde no le quedó más remedio que permitir que Jack se casara con su hija y heredara el castillo, y rápidamente se organizó la boda, Jack se casó con la hija del Hombre Verde, y vivieron juntos y felices.

Cuento gitano de la región de Gales, recopilado por Francis Hindes Groome, traducido y adaptado por Altaïr

Francis Hindes Groome

Francis Hindes Groome (1851 – 1902) fue un escritor y comentarista británico.

Destacó su trabajo sobre el folclore de la cultura romaní.

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