Mangaia

El Guerrero Gigante

Criaturas fantásticas
Criaturas fantásticas

A través de una estrecha brecha en las rocas en el lado sur del paso de Mangaia, fluye agua que se desborda de un pequeño lago, que a su vez recibe los arroyos de los valles de toda la región.

La distancia del lago al mar es sólo una milla aproximadamente, pero el arroyo recorre abismos escarpados y grietas sombrías entre las rocas, entre estos acantilados y cavernas, y allí, se encuentra el refugio favorito de la diosa Eco, cuya voz responde cuando la llaman, pero su presencia física nunca se ve.

Cerca del pequeño lago vivía una mujer llamada «la Durmiente Profunda», porque, como un animal que hiberna, podía dormir durante los desagradables meses del invierno y sólo se despertaba cuando el fruto del pan estaba maduro y los cangrejos han crecido y son abundantes. Durante su hibernación, sus miembros se vuelven rígidos, y cuando los cálidos rayos del verano derritieron su letargo y ella despierta a la estación del brillo. Una primavera, al despertar, llegó el momento en que dio a luz un hijo, pero era tan pequeño y débil que la madre lo colocó en un lugar de la verde orilla del lago y lo abandonó para que muriera allá solo.

De repente, el agua del lago arrastró al pobre bebé entre las rocas, pero entonces fue rescatado por el hada Eco, quien llevó al pequeño niño a su casa entre las rocas y lo alimentó con burbujas de espuma y escarcha recogida en las aguas. Con esta dieta ligera y mística, el niño prosperó y se fortaleció.

Su madre adoptiva le llamó Moké.

Cuando alcanzó la niñez, se le permitió navegar a lo largo del arroyo hacia el mar a través de pasos desconocidos para los mortales.

Un día cuando estaba cerca del borde de las olas, era observado por su madre, la Durmiente Profunda, que por casualidad en ese momento estaba despierta, y ella, por alguna intuición, supo que él era su hijo.

Lo llevó a una caverna cercana, donde ella entonces moraba, lo alimentó con pescado y otros alimentos hasta que creció mucho más allá de la estatura que normalmente tienen los seres humanos, y alcanzó la prodigiosa altura de ¡sesenta pies!

Moké fue entre sus compatriotas, y pronto se ganó su admiración por su altura y su gran fuerza física.

Un día llegó una flota de canoas dobles llevando doscientos guerreros de Rarotonga. Fueron recibidos hospitalariamente y al principio se comportaron admirablemente, pero después de un tiempo se volvieron arrogantes y turbulentos, y su comportamiento culminó con el asesinato del rey de la isla.

Moke está decidido a vengar el cruel e ingrato crimen, pero disimuló su propósito.

Invitó a unos extraños de la región a visitarlo en su casa en el extremo sur de la isla. Ellos estuvieron de acuerdo en hacerlo y, guiados por su gigantesco amigo, se dirigieron a la linde del lago.

Moké resolvió consultar a los dioses, y por medio de dos conchas que colocó en una posición determinada. Luego les dijo a sus invitados como esconderse para una emboscada y les dejó por un corto espacio de tiempo que aprovechó para leer los designios divinos. Moké regresó a las conchas y observó que una de ellas, que representaba al enemigo, había quedado boca arriba, y esto le señaló que saldría victorioso ante ellos.

Mientras tanto, los invitados se habían esparcido por las plantaciones, yendo adonde querían y trepando a los cocoteros en busca de frutos. El gigante dio entonces la señal a sus seguidores, quienes se apresuraron y arremetieron contra el enemigo que estaba disperso, y los condujeron, a punta de lanza, hacia los profundos pantanos y ciénagas, derribando a todos los rezagados.

El combate terminó con la destrucción total de los visitantes, salvo uno a quien los vencedores permitieron escapar a Rarotonga para aumentar la fama del gigante de Mangaia.

Grande fue el lamento en Rarotonga al recibir la noticia de sus guerreros derrotados, y se organizó una gran expedición para vengarse. Entre los participantes de esta expedición, estaba su gigante llamado Teu, que actuaba como almirante de su flota de canoas y como jefe guerrero.

Mientras se acercaban a la costa de Mangaia, Teu se molestó de no ver a Moke, ya que esperaba acabar con él rápidamente en un solo combate.

Pero el astuto Moke se había adentrado en el mar hasta que sólo se le veía la cabeza, ya que el agua tenía varias brazas de profundidad. Había ocultado su rostro, y sus mechones flotaban en el mar como algas. De repente, un soldado de la flota que avanzaba lo vio y le gritó que se mostrara, pero Moke respondió:

— ¡Deja que tu gigante de Rarotonga se mate a sí mismo primero!.

Entonces Teu se levantó sobre la cubierta de su canoa y se irguió orgullosamente hasta alcanzar su plena estatura de diez metros.

Moke aprovechó y salió al arrecife, armado con una piedra enorme. Su cabeza pareció atravesar las nubes y con gritos de terror los invasores hicieron girar sus canoas para huir. Moke hizo edazos el arrecife y los arrojó tras sus enemigos aterrorizados, las piedras cayeron sobre ellos con un sonido como de trueno, haciendo temblar a toda la isla.

Allí se pueden ver las piedras hasta el día de hoy, pesan unas veinte toneladas cada una y se encuentran a una milla de distancia entre sí. Mangaia nunca más tuvo problemas de visitas de guerreros .

Cuento popular de Mangaia (islas Cook), recopilado por Edward Robert Tregear (1846-1931)

Mangaia
Mangaia
Edward Robert Tregear

Edward Robert Tregear (1846-1931) fue un folclorista neozelandés.

Fue un prolífero escritor en gran cantidad de géneros literarios. Recopiló obras folclóricas australianas y neozelandesas. Fue un académico en Nueva Zelanda, potenció la reforma social y una nueva legislación laboral.

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