Erase una vez un rico comerciante que tenía dos esposas. Una de ellos tenía un hijo cuya frente estaba curvada por un mechón. Su marido le dijo:
—Mujer, no trabajes más, sólo cuida al niño. La otra esposa hará todo el trabajo.
Un día fue al mercado. La esposa sin hijos le dijo a la otra:
—Ve a buscar agua.
—No—, respondió ella, —nuestro marido no quiere que trabaje.
—Ve a buscar un poco de agua, te lo pido yo.
Y la mujer obedeció y fue a la fuente. En el camino se encontró con un cuervo medio muerto de cansancio. Un comerciante que pasaba por allí lo recogió y se lo llevó. Llegó ante la casa de la mujer que había ido a la fuente, y allí encontró a la segunda esposa.
—Dale algo a este cuervo—, exigió el comerciante.
—Si me das ese cuervo—, respondió ella, —te haré rico.
—¿Qué me darás?— preguntó el comerciante.
—Un niño—, respondió la mujer.
El comerciante se negó y le dijo:
—¿Y dónde robaste al niño?
—¿A quién se lo robé?— ella lloró. —Es mi propio hijo.
—Tráelo.
La esposa le llevó al niño. El comerciante le dejó el cuervo y llevó al niño a su casa, y pronto se hizo muy rico.
Cuando la madre volvió de la fuente. La otra mujer dijo:
—¿Dónde está tu hijo? Escucha, ese hijo tuyo está llorando.
—Él no está llorando—, respondió ella.
—No sabes cómo calmarlo. Iré a buscarlo.
—Déjenlo en paz—, dijo la madre. —Mi hijo está dormido.
Las dos mujeres molieron un poco de trigo y el niño no pareció despertar.
Entonces el marido regresó del mercado y le dijo a la madre:
—¿Por qué no te ocupas de cuidar a tu hijo?
Entonces ella se levantó para cogerlo y encontró un cuervo en la cuna. La otra mujer gritó:
—¡Esta es la madre de un cuervo! Llévala a la otra casa y rocíala con agua caliente.
La llevó a la otra casa y le echó agua caliente al cuervo.
Mientras tanto, el niño llamaba padre al comerciante y madre a la esposa del comerciante. Un día el comerciante emprendió un viaje. Su madre le llevó algo de comida a la habitación donde estaba recluido.
—Hijo mío—, dijo, —¿prometes no traicionarme?
—Tú eres mi madre—, respondió el niño; —No te traicionaré.
—Sólo prométemelo.
—Prometo no traicionarte.
—Bueno, debes saber que yo no soy tu madre y mi marido no es tu padre.
Más tarde, ese día, el comerciante regresó de su viaje y le llevó algo de comida al niño, pero él no quiso comerla.
—¿Por qué no quieres comer?— preguntó el comerciante a su mujer. —¿Tu madre podría haber estado aquí?
—No—, respondió el niño, —ella no ha estado aquí.
El comerciante se acercó a su esposa y le dijo:
—¿Podrías haber subido a la habitación del niño?
La mujer respondió:
—No subí a la habitación.
El comerciante llevó comida al niño, quien le dijo:
—Por el amor de Dios, te ruego que me digas si eres mi padre y si tu esposa es mi madre.
El comerciante respondió:
—Hijo mío, yo no soy tu padre y mi esposa no es tu madre.
El niño le dijo:
—Prepáranos algo de comida.
Cuando hubo preparado la comida, el niño montó en un caballo y el comerciante en una mula. Siguieron un largo camino y llegaron al pueblo cuyo jefe era el verdadero padre del niño. Entraron a su casa. Le dieron comida al niño y le dijeron:
—Come.
—No comeré hasta que la otra mujer suba aquí.
—Come. Ella es una mala mujer.
—No, déjala subir.— Como insistía llamaron a la mujer y el comerciante corrió hacia el niño.
—¿Por qué actúas así con ella?
—¡Oh!— gritaron los presentes—. Tuvo un hijo que se transformó en cuervo.
—Sin duda—, dijo el comerciante; —pero el niño tenía una marca.
—Sí, tenía una marca en la frente.
—Bueno, si lo encontramos, reconoceremos al niño. Apaga la lámpara.
Cunado apagaron la lámpara, el niño se quitó la capucha. Volvieron a encender la lámpara.
—Alégrate—, gritó el niño, —¡soy tu hijo!
Cuento anónimo popular cabila, pueblo de las montañas del noroeste de Argelia, editado en 1901 René Basset en Moorish Literature
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»