santiago apostol

El Buen Santiago y el Alegre Barbero de Compostela

Cómico
Cuento Cómico

Justo cerca de la catedral de Compostela vivía un barbero cuyo verdadero nombre era Pedro Moreno, pero que era conocido como el El Macho, porque era tan testarudo que si tocaba la guitarra, lo hacía, y no paraba aunque una docena de clientes esperaban ser afeitados. Pero en España, en aquél tiempo, un barbero también aplicaba sanguijuelas, extraía dientes y callos, de modo que era muy molesto para un hombre que sufría de dolor de muelas y quería que le sacaran la muela o le detuvieran el dolor, tener que esperar hasta que el barbero terminara de tocar la guitarra para que le atendiese.

El Macho era también adivino y sabía repetir de memoria toda la profética Buena Dicha. Era, en efecto, el hombre más útil de Compostela, y había cultivado el arte de afeitar la cara y la cabeza. Era capaz de tocar la guitarra con tal destreza que, sosteniendo el mástil con la mano izquierda y presionando las cuerdas con los dedos, golpeará el instrumento en el dedo gordo del pie izquierdo, haciéndolo vibrar al son de la inmortal Cachucha o de un Bolero, mientras con la mano derecha tocaba las castañuelas.

Un barbero puede hacer pulir todos los días sus barbillas de latón, que cuelgan fuera de la puerta, su mosquero renovado cada mes, mantener sus botellas que contienen sanguijuelas limpias, y, por su puesto, conocer todos los escándalos de la ciudad, lo cual es decididamente parte de su deber; pero si no puede tocar la guitarra y las castañuelas al mismo tiempo, lo cual sólo puede hacer llevando el ritmo con el dedo gordo del pie izquierdo con precisión, no debe ser considerado un barbero de primera clase. Puede servir para afeitar a los sacerdotes pobres y a los aguadores, pero no podrá afeitar a un abad, ni a un arzobispo, y menos aún a un grande de España, que pueda sentarse ante el rey con el sombrero puesto.

En otros países, el puesto de barbero es algo menos importante que antes, cuando la limpieza exigía que un hombre se presentara a la misa dominical temprano bien afeitado, pero en España la limpieza del rostro es una gran recomendación, pues una barbilla áspera nunca merece besos. Por eso el barbero sigue siendo muy respetado en la tierra del Cid, y aunque don Pedro Moreno era conocido con el nombre de “El Macho”, nadie se hubiera atrevido a llamarle así.

Un día el arzobispo llamó al Macho para pedirle que fuera a contemplar en la catedral la imagen de Santiago Apóstol, a quien está dedicado el edificio, porque esta santa figura, que tantos milagros había hecho, extrañamente, comenzó a dejarse crecer la barba, con gran asombro de todo el sacerdocio y del pueblo llano, y consternación de varios caballeros que habían sido armados caballeros en el altar de Santiago, porque en aquellos días los caballeros no usaban barba.

El barbero, al ver al arzobispo entrar en su casa, avanzó, se arrodilló y besó su anillo; y, sabiendo a qué propósito venía, se mostró tan diligente en conseguir el favor del arzobispo, que dejó a un lado su guitarra y esperó respetuosamente las órdenes del prelado.

santiago apostol
estatua de Santiago Apostol

Habiendo informado el arzobispo a Pedro del estado del mentón de la imagen de Santiago, procedió a informarle que se había decidido, en reunión del clero, encomendar el afeitado del santo a él, Pedro Moreno; pero que, como este crecimiento de cabello era excepcional, visto que la imagen era de madera, era probable que el proceso habitual de afeitado no fuera suficiente.

—Y tiene usted toda la razón, excelentísimo señor, en su suposición — exclamó el barbero—; Porque si no consigo un poco del agua bendita en que fue bautizado el buen santo, y un trozo del jabón con que Judas Iscariote untó la cuerda con la que se ahorcó, será inútil tratar de afeitarlo, porque el cabello crecerá tan rápido como se despegue.

—Pero eso es imposible—, respondió el arzobispo; —porque ni siquiera sabemos dónde fue bautizado el buen santo; y en cuanto al jabón usado por última vez por el archi-traidor, no me sorprendería saber que Satanás se lo había llevado cuando fue a buscar a Judas. No, buen Pedro; debes ayudarme a salir de esta dificultad de alguna otra manera.

—Entonces habrá que hacer con Santiago de Compostela lo que hicieron los hombres de Burgos con su alcaide, que se empeñaba en emborracharse cuando debía estar sobrio. Consiguieron otro alcaide lo más parecido posible al primero, salvo que no era borracho. Debemos conseguir otro Santiago como este, pero sin barba, y la gente no se dará cuenta.

—Pero—, susurró el venerable arzobispo, —¿qué vamos a hacer sin nuestro verdadero, propio, bueno y dulce Santiago, cuyos milagros han sido el medio de restaurar al redil a tantos descarriados y traer tanto dinero a la Iglesia? ¿Cómo podemos reemplazarlo? Y además, ¿dónde podemos esconder el actual?

—Todo esto se puede arreglar muy fácilmente—, respondió El Macho. —Cualquier Santiago hará los mismos milagros, porque el pueblo tiene fe en él. A mí me pasa lo mismo: Los hidalgos tienen fe en mí, y por eso creen que soy el único hombre en Compostela que puede afeitarlos, aunque hay muchos otros barberos. Es la fe del pueblo la que realiza los milagros. En cuanto a esconder al santo, lo pondré en una caja que tengo y lo encerraré de forma segura.

—Buen señor, dejo el asunto en sus manos—, continuó el arzobispo; —Pero cuidado, no sea que la gente se entere.

Y dicho esto, montó en su mula y se fue.

El Macho marchó en busca de un escultor, amigo suyo, y le dijo que quería una imagen exactamente igual a la de Santiago en la catedral, porque había hecho voto de vivir soltero hasta los cincuenta años de edad, y que dotaría a su iglesia parroquial de Córdoba de un Santiago semejante al que había en la Catedral. Instó a su amigo a que se diera prisa y le dijo que le pagaría bien por las molestias.

Al cabo de diez días quedó terminada la imagen y entregada al barbero, quien, en mitad de la noche, con la asistencia del arzobispo, entró en la catedral, descolgó al buen Santiago, le despojó de su armadura, y habiéndola puesto sobre el nuevo Santiago, lo colocó sobre el altar y luego llevó la antigua imagen a casa.

Habiendo cerrado la puerta con llave, procedió a colocar al santo en la caja de madera, pero descubrió que sus piernas eran demasiado largas, entonces hizo dos agujeros en el costado, por donde les permitía salir, y, bajando la tapa, la cerró.

A la mañana siguiente, terminada la primera misa, la gente dio rienda suelta a su alegría al ver que Santiago tenía la cara afeitada como antes, y el barbero, que estaba a la puerta, se ganó grandes elogios al informarles que él había sido el medio indigno de afeitar a su santo patrón.

Ahora, el santo, que escuchó esto desde su palco, comenzó a golpear a su alrededor y gritó:

—Buena gente, soy Santiago el de la barba. ¡El Macho es un villano!

Pero la gente se rio, pensando que era el aprendiz que estaba en la habitación interior y no había superado la bebida de la noche anterior. Así que siguieron su camino, riéndose de la idea de que un niño imberbe pensara que era el buen Santiago de la barba.

Las cosas iban muy bien con respecto al nuevo Santiago, que no dejó de obrar los milagros que la gente gustaba de atribuirle y creer de él. Los caballeros con cinturón se alegraron al descubrir que dejarse crecer la barba era sólo una fantasía pasajera de su patrón, y como todos estaban satisfechos y las rentas aumentaban, también los sacerdotes estaban muy contentos.

El Buen Santiago llevaba unos tres meses confinado en su palco cuando llegó el día de su procesión anual y se habían hecho grandes preparativos para la ocasión. Cada caballero había enviado su caballo de guerra completamente enjaezado, conducido por dos sirvientes con la librea de la familia, y seguido por su escudo y sus lanceros. Había alrededor de ciento cincuenta corceles de este tipo que precedían al caballo que llevaba la imagen de Santiago, que estaba asegurado en la silla por un caballero que caminaba a cada lado, sujetándole las piernas, mientras otro lo seguía llevando su estandarte.

Luego venían los abanderados de los caballeros, cada uno con un paje ricamente vestido, y luego venía el arzobispo bajo el palio, rodeado de los dignatarios de la catedral y de los sacerdotes menores de los pueblos vecinos. Todas las santas cofradías se presentaron con sus túnicas de diferentes colores, con sus cruces de oro y plata, sus estandartes ricamente blasonados; y en medio de ellos caminaban niñas vestidas para imitar a los ángeles, mientras los niños pequeños agitaban saumérios de incienso humeante. En la retaguardia iban doce escuadrones de caballería, cuatro baterías de artillería y cinco brigadas de infantería, que habían llegado de diferentes ciudades para participar en la procesión. De todas las ventanas colgaban cortinas de damasco escarlata, así como de los balcones donde aparecían las hermosas hijas de España en toda su grandeza, abanicándose graciosamente, arte que han cultivado en detrimento de la conversación, que para ellas todavía es un arte poco atendido.

Las calles por las que debía pasar la procesión estaban sembradas de flores, especialmente flores de lis, y la multitud se había congregado en las aceras.

El Macho había dado medias vacaciones a su aprendiz, y estaba parado afuera de su casa, hablando con unos clientes, cuando de repente oyó un gran ruido, y volviéndose vio que el buen Santiago en el palco corría hacia la catedral desde donde emergía la procesión. Carcajadas y gritos de “El cajón” fueron retomados por la multitud; pero, afortunadamente para El Macho, no vieron de qué casa había salido la caja con patas.

Sin esperar a ser admitido y derribando a los centinelas de la puerta, el santo en el palco se dirigió directamente hacia el arzobispo, quien, sabiendo lo que era, entró silenciosamente en la sacristía, seguido por Santiago, y cerró la puerta.

Entonces abrió la caja y vio al buen Santiago con una barba de tres meses en la barbilla, que gritaba:

—¡Hazme afeitar, buen arzobispo! Permítanme ocupar mi lugar en esta gran cabalgata y prometo no volver a dejarme barba.

El arzobispo ordenó silencio; y llamando a uno de sus acólitos, le ordenó que detuviera la procesión por media hora, que condujera el caballo que llevaba al otro Santiago al patio cercado, y mandara llamar al barbero El Macho. Hecho esto, mandó al barbero que afeitara al santo y le pusiera la armadura que llevaba el otro. Esto no tomó mucho tiempo; pero aun así el pueblo se maravillaba de lo sucedido, que sin embargo nunca llegaría a saber, ni siquiera el misterio de esta caja con patas, porque el arzobispo emitió una pastoral otorgando la absolución plenaria a todos aquellos que no le hicieran preguntas, y excomunión a todo aquel que se enterare.

Una vez más a caballo y rodeado de sus fieles caballeros, Santiago recibió el homenaje de la multitud vulgar y de las bellas damas, y regresó a su antiguo lugar en el altar.

Que no le gustó estar encerrado en el calabozo durante tres meses lo prueba el hecho de que, cuando, en tres o cuatro ocasiones, su vanidad se apoderó de él y el arzobispo creyó ver señales de dejarse la barba crecer, fue suficiente mostrarle la caja grande para que retirara las desagradables greñas.

El Macho presentó al nuevo Santiago en la iglesia parroquial de Córdoba y, cumplida su promesa, se casó con la sobrina del arzobispo, abandonó el negocio y murió poco después.

Cuento popular español, recopilado por Charles Sellers (1847-1904)

ilustración cuento portugués

Charles Sellers (1847-1904). Escritor de importante familia portuguesa, que recopiló y adaptó cuentos populares españoles y portugueses.

Scroll al inicio