Perejil Basile

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Perejil
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Ésta es una de las historias que contaba aquella alma buena, la abuela de mi tío (a quien el Cielo lleve en su gloria); y, a menos que me haya puesto las gafas al revés, creo que os dará placer.

Había una vez una mujer llamada Pascadozzia, y un día, estando junto a su ventana, que daba al jardín de una ogresa, vio un lecho de perejil tan fino que casi se desmayó de deseo. Entonces, cuando la ogresa salió, no pudo contenerse más y arrancó un puñado. La ogresa llegó a casa y se disponía a cocinar su potaje cuando descubrió que alguien había estado robando el perejil, y dijo: «Mala suerte para mí, pero atraparé a este pícaro de dedos largos y haré que se arrepienta. Le enseñaré que cada uno debe comer de su propio plato y no entrometerse en las tazas de los demás.

La pobre mujer bajaba una y otra vez al jardín, hasta que una mañana la ogresa la encontró y, furiosa, exclamó: «Por fin te he atrapado, ladrón, pícaro. Te haré pagar por todo lo que descaradamente has robado de mi jardín. Por mi fe, te haré hacer penitencia sin enviarte a Roma.»

La pobre Pascadozzia, presa de un miedo terrible, comenzó a excusarse, diciendo que ni por glotonería ni por ansia de hambre había sido tentada por el diablo a cometer esta falta, sino por un atojo del embarazo y por temor a que su hijo naciera con una cosecha de perejil en su cara.

-Las palabras no son más que viento-, respondió la ogresa, -no vas a sorprenderme con tu charlatanería. Ya se ha equilibrado la balanza, y sólo salvarás la vida si me entregas al niño, niña o cualquier cosa que vaya a tener.

La pobre mujer, para escapar del peligro en que se encontraba, juró, con una mano sobre la otra, cumplir la promesa, y así la ogresa la dejó en libertad. Pero cuando nació el bebé, era una niña, tan hermosa que era un placer contemplarla, que se llamó Perejil. La niña fue creciendo día a día hasta que, cuando tenía siete años, su madre la envió a la escuela, y cada vez que iba por la calle y se encontraba con la ogresa la anciana le decía:

-Dile a tu madre que se acuerde de su promesa.

Y siguió repitiendo este mensaje tantas veces que la pobre madre, no teniendo ya paciencia para escuchar el estribillo, dijo un día a Perejil:

-Si te encuentras con la anciana como de costumbre y ella te recuerda la odiosa promesa, responde ella, tómalo.

Cuando Perejil, que no soñaba con ningún mal, volvió a encontrarse con la ogresa y la oyó repetir las mismas palabras, ella respondió inocentemente como le había dicho su madre, tras lo cual la ogresa, agarrándola por el pelo, se la llevó a un bosque que la Los caballos del Sol nunca entraron, por no haber pagado el peaje a los pastos de aquellas Sombras. Luego metió a la pobre muchacha en una torre que hizo levantar con su arte, sin puerta ni escalera, sino sólo una ventanita por la que subía y bajaba por medio de los cabellos de Perejil, que eran muy largos, como suben los marineros, arriba y abajo del mástil de un barco.

Y sucedió que un día, cuando la ogresa había salido de la torre, Perejil asomó la cabeza por la ventanilla y soltó sus dos trenzas al sol, y el hijo de un príncipe que pasaba por allí vio aquellos dos reflejos dorados que invitaban a todas las almas a alistarse bajo el estandarte de la Belleza, y contemplando con asombro, en medio de aquellas relucientes olas, un rostro que encantaba a todos los corazones, se enamoró perdidamente de tan maravillosa belleza; y, enviándole un memorial de suspiros, decretó recibirlo con favor.

Ella le contó sus problemas y le imploró que la rescatara. Pero una chismosa de la ogresa, que siempre estaba husmeando en cosas que no le concernían y metiendo la nariz en todos los rincones, se enteró del secreto y dijo a la malvada mujer que estuviera alerta, porque habían visto a Perejil hablando con cierto joven, ella tenía sus sospechas. La ogresa agradeció a la chismosa por la información y dijo que tendría mucho cuidado en detenerse en el camino. En cuanto a Perejil, además le era imposible escapar, porque la había hechizado, de modo que, a menos que tuviera en la mano las tres nueces de agalla que había en una viga de la cocina, sería trabajo perdido intentar escapar.

Perejil Basile
Perejil Basile

Mientras hablaban así, Perejil, que estaba con los oídos bien abiertos y sospechaba un poco de los chismes, escuchó todo lo que había sucedido. Y cuando la Noche hubo extendido sus vestiduras negras para protegerlas de la polilla, el Príncipe llegó como lo habían indicado, se dejó caer el cabello; lo agarró con ambas manos y gritó:

-Levántate.

Cuando estuvo detenido, ella primero le hizo subir a las vigas y buscar las nueces, sabiendo bien el efecto que tendrían, ya que la ogresa la había hechizado. Luego, habiendo hecho una escala de cuerda, ambos descendieron al suelo, se pusieron en marcha y huyeron hacia la ciudad.

Pero la chismosa, al verlos salir, lanzó un fuerte

-hola-, y comenzó a gritar y hacer tal ruido que la ogresa despertó, y, viendo que Perejil se había escapado, descendió por la misma escalera, que todavía estaba atado a la ventana, y salió tras la pareja, quienes, al verla venir pisándoles los talones más rápido que un caballo suelto, se dieron por perdidos.

Pero Perejil, recordando las nueces, arrojó rápidamente una al suelo, y he aquí que al instante se levantó un bulldog corso -¡oh, madre, qué bestia tan terrible!- que, con las fauces abiertas y ladrando fuerte, se abalanzó sobre la ogresa para tragársela de un bocado. Pero la vieja, más astuta y rencorosa que nunca, metió la mano en el bolsillo y sacando un trozo de pan se lo dio al perro, que le hizo colgar la cola y calmar su furia.

Entonces se volvió para correr otra vez tras los fugitivos, pero Perejil, al verla acercarse, arrojó la segunda nuez al suelo, y he aquí, se levantó un león feroz, el cual, azotando la tierra con su cola, y sacudiendo su melena y con las fauces abiertas separadas un metro, se disponía a matar a la ogresa cuando, volviéndose rápidamente, desolló un asno que pastaba en medio de un prado y corrió hacia el león, quien, ¡imagínense!, ¡un auténtico idiota!, se asustó tanto que se alejó dando saltos lo más rápido que pudo.

La ogresa, habiendo saltado este segundo foso, se volvió de nuevo para perseguir a los pobres amantes, quienes, al oír el ruido de sus tacones y ver nubes de polvo que se elevaban hacia el cielo, supieron que ella venía de nuevo. Pero la anciana, que temía en todo momento que el león la persiguiera, no había quitado la piel del asno, y cuando Perejil arrojó la tercera nuez, surgió un lobo, el cual, sin darle tiempo a la ogresa, para jugar cualquier truco nuevo, se la tragó tal como estaba en forma de burro. Así que Perejil y el Príncipe, ahora libres de peligro, se dirigieron tranquila y pausadamente al reino del Príncipe, donde, con el libre consentimiento de su padre, se casaron. Así, después de todas estas tormentas del destino, experimentaron la verdad de que…

«Una vez en puerto, el marinero, libre de miedos,
Olvida las tempestades de cien años.»

Versión original del cuento Rapunzel, Cuento popular recopilado por Giambattista Basile (1566-1632), Pentamerón, el cuento de los cuentos

Giambattista-Basile

Giambattista Basile (1566-1632). Giovanni Battista Basile fue un escritor napolitano.

Escribió en diversos géneros bajo el seudónimo Gian Alesio Abbattutis. Recopiló y adaptó cuentos populares de tradición oral de origen europeo, muchos de los cuales fueron posteriormente adaptados por Charles Perrault y los hermanos Grimm.

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