El Tártaro, en la mitología vasca, es el cíclope, con el ojo redondo del sol. Pero la palabra Tartaro, deriva de Tartaria, o Tartar.
Los tártaros se convierten en una criatura gigante mitológica, sin embargo, sí existió el país de Tartaria, el cuál aparece en los mapas hasta finales del siglo 1800.
El concepto como monstruo mitológico, o cíclope, aparece en toda Europa, pero más especialmente en el País Vasco, para quienes Tártaro es simplemente un hombre enorme con un ojo en el centro de la frente.
Cuento El Tártaro
Había una vez el hijo de un rey que por castigo de alguna falta se convirtió en un monstruo. Un tártaro, un ser enorme con un ojo en el centro de la frente. La maldición decía que sólo volvería a ser hombre si amaba a una mujer y se casaba con ella.
Un día conoció a una joven y se encaprichó de ella. Pero ella lo rechazó porque le tenía mucho miedo.
El Tártaro quiso regalarle un anillo, pero ella no lo aceptó. Entonces el Tártaro le envió a su amada el anillo por medio de otro joven, entonces ella se lo puso en el dedo y tan pronto como se estuvo el anillo en su dedo, empezó a decir:
—¡Heben nuk! ¡Heben nuk! (“¡Me tienes aquí! ¡Me tienes aquí!”)
Siempre gritaba y repetía incansablemente esto. Y el Tártaro la perseguía continuamente.
La joven intentó en vano quitarse el anillo, hizo todo cuanto pudo, pero no logró sacarlo de su dedo. Y como la joven le tenía tanto miedo, se cortó el dedo con el anillo, y los arrojó a un gran estanque.
El Tártaro, siguiendo a su amada, se lanzó al estanque para recuperar el anillo y allí se ahogó.
Cuento El Tártaro
Hubo una vez un Tártaro, un coloso con un solo ojo en medio de la frente y gran cazador, pero cazador de humanos.
El gran Tártaro, todos los días comía una oveja, luego se echaba una siesta, luego comía cualquier cosa que caía en sus manos, lo que fuese: un hombre, una mujer, un niño, o un caballo.
Vivía en un enorme granero que sólo el sabía abrir, y su madre, una vieja bruja, vivía en un rincón del jardín, en una choza construida con jardín.
Un día, joven cayó en las manos del Tártaro, quien se lo llevó a su casa para guardarlo y comérselo más tarde.
Este joven vio al Tártaro comerse una oveja entera, y supo que estaba acostumbrado a echar una siesta, y que después le llegaría su turno. En su desesperación se dijo a sí mismo que debía hacer algo. En cuanto el Tártaro empezó a roncar, puso un hierro alargado en el fuego, lo puso al rojo vivo y se lo hundió en el único ojo del gigante. Inmediatamente se levantó de un salto y echó a correr tras el hombre que lo había herido, pero fue imposible encontrarlo.
—No escaparás. Puedes esconderte lo que quieras, pero te acabaré encontrando—, dijo; —Sólo yo se el secreto de cómo abrir esta puerta.
El Tártaro abrió la puerta a medias y dejó salir a la oveja entre sus piernas. El joven quitó la campana del carnero, se la puso al cuello, se echó sobre sus espaldas la piel del cadáver de la oveja que el gigante acababa de comerse y caminó a cuatro patas hasta la puerta.
El Tártaro examinó la oveja palpándola, percibió el truco y se agarró a la piel, pero el joven se desprendió de la piel, y se zambulló entre las piernas del gigante y salió corriendo.
En seguida la madre del gigante salió al encuentro del joven y le dijo:
—¡Oh, joven afortunado! Has escapado del cruel tirano. Toma este anillo como recuerdo de tu fuga.
Él aceptó, se puso el anillo en el dedo e inmediatamente el anillo empezó a gritar:
—¡Heben nuk! ¡Heben nuk! (“¡Me tienes aquí! ¡Me tienes aquí!”)
El Tártaro, al escuchar el anillo mágico, lo persiguió hasta que logró atraparlo. Del miedo el joven intentó quitarse el anillo, pero no pudo, así que se sacó un cuchillo y se cortó su propio dedo. Lo arrojó lejos y así logro escapar del Tártaro.
Leyenda mitológica y cuento vasco
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»