el pescador

El pescador y sus hijos

Criaturas fantásticas
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Cuentos con Magia
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Como muchos otros en el mundo, había un pescador que vivía con su esposa. Un día estaba pescando y pescó un pez hermoso (en aquella época todos los animales y todas las cosas hablaban), y el pez le dijo:

—¡Perdona mi vida! ¡Perdona mi vida! Te daré todo lo que desees.

Y este pobre hombre le perdonó la vida, y se fue a casa sin haber cogido nada más. Al llegar a casa su esposa le preguntó:

—¿Dónde están tus peces?

Él le contó que había atrapado un pez, que le había rogado que le perdonara la vida y que lo había dejado en el agua. Al oír esto, su esposa le dijo:

—¿Has perdido la cabeza entonces? ¡Después de haber pescado un pez para volver a ponerlo en el agua!

Y ella lo llamaba todo tipo de nombres, incluso “viejo burro”.

Al día siguiente volvió a pescar y ¡qué casualidad!, volvió a aparecer el mismo pez. Le pidió nuevamente que le perdonara la vida. Pero el hombre respondió:

—¡No! Mi esposa se enojó conmigo anoche por dejarte marchar.

—Si me dejas ir, —dijo el pez — te daré cuanto dinero desees.

Y nuestro pescador lo volvió a dejar ir.

Luego permaneció allí todo el día, pero no pescó nada más, y de nuevo se marchó a casa sin nada.

Al verlo, su esposa se enfureció. Él le dio algo de dinero, pero ella no quedó satisfecha y le dijo a su marido que debería haber traído el pescado.

Por tercera vez fue a pescar al día siguiente, y por tercera vez atrapó el mismo pez:

—Déjame en el agua — le rogó el pez.

Pero nuestro hombre no lo dejará ir otra vez, pues temía que la esposa lo volviera a regañar.

—Debe llevarte a casa —le dijo al pez.

—Bueno, entonces, ya que me llevarás a casa, te diré cómo debes dividirme. Debes darle mi cola al perro, mi cabeza a la yegua y mi lomo a tu mujer. Al cabo de cierto tiempo, tu esposa tendrá tres hijos, y todos serán exactamente iguales, trillizos idénticos. La yegua tendrá tres potros, pero los tres iguales, y la perra tres cachorros, todos exactamente iguales también. Y si a alguno de los tres niños le sucediera alguna desgracia, el pozo que está detrás de la casa empezará a hervir.

La mujer hizo lo que le había dicho el pez a su esposo, y al poco tiempo, dio a luz a tres niños maravillosamente hermosos, que eran todos exactamente, exactamente iguales, y la yegua tuvo tres potros exactamente iguales, y la perra tres cachorros exactamente iguales también.

Cuando estos niños crecieron, uno de ellos dijo a sus padres que deseaba ir de país en país para ver mundo. Sus padres no lo querían dejar ir, pero el joven tenía tantas ganas que al final le dieron permiso. Tomó un caballo y un perro, extraordinariamente grandes y hermosos, y también una espada, y se puso en marcha.

Anduvo y anduvo, muy, muy lejos. Hasta que llegó a una ciudad y fue a la posada. Allí todos estaban tristes y se lamentaban en voz alta. Él les preguntó:

—¿Qué pasa? ¿Por qué os lamentáis de esta manera?

Aquella familia le contó al joven que en el monte vivía una serpiente de siete cabezas. La serpiente cada día debía comerse una persona para apaciguar su ira, pues de no hacerlo, atacaría a todos en aquella región. Entonces cada día echaban suertes para saber quién debía ir a ser sacrificado, y ese día le ha tocado la suerte a la hija del rey. Todos estaban de luto porque al día siguiente, la princesa debía partir muy temprano al monte.

Al amanecer nuestro joven tomó su caballo, su perro y su espada y se puso en camino hasta llegar donde estaba la princesa. Se mantuvo escondido hasta que la comitiva de acompañantes de la princesa se hubo marchado y ella quedó sola en la cima. Entonces salió nuestro muchacho y la princesa le dijo:

—¿Qué haces aquí? Baja rápido, de lo contrario te comerán también. Basta con que sólo muera uno.

Nuestro muchacho no quería bajar y la princesa le rogó y le rogó pero el negó irse. Quería intentar hacer algo.

En ese momento oyeron un silbido estridente y llegó la serpiente.

El muchacho le dijo al perro:

—Haz tu trabajo.

Y el perro saltó sobre la serpiente y la retuvo. Entonces el joven tomó su espada y le cortó las siete cabezas. Cuando lo hubo hecho, sacó las siete lenguas de las siete cabezas y las guardó en su bolsillo.

La princesa tenía siete túnicas, cada una más hermosas que las anteriores, y de cada túnica, cortó un trozo. Y reunió los siete pedazos de tela por separado con las lenguas de las cabezas de la serpiente.

La princesa no sabía qué hacer para agradecerle. Quiso llevarse al muchacho a su casa, pero él no quería ir, la dejó marchar al palacio y él regresó a la posada.

Cuando el rey vio aparecer a la princesa sana y salva, y escuchó su historia, proclamó que el hombre que hubiera matado a la serpiente ganaría la mitad de su reino y la mano de su hija, sólo debería darse a conocer.

Nuestro cauto muchacho no se mostró, pero un carbonero que pasaba por la montaña encontró las siete cabezas, y se presentó ante el rey como si hubiera matado a la serpiente.

La princesa no lo reconoció y dijo que él no era el muchacho que le había salvado, pero como no acudió nadie más, el matrimonio prometido debía celebrarse.

Todos reunidos para la boda, allá estaba el muchacho entre la multitud, y la princesa al verlo, señaló a su padres desde la distancia a su salvador. El rey, al ver al joven no creyó lo que decía su hija, pero envió a buscarlo, y le pidió al carbonero que mostrara las siete cabezas.

El carbonero, orgulloso, mostró las siete cabezas, y el joven le pidió que les abriera la boca, y al abrirlas, pudieron comprobar que las bocas no tenían lengua. Entonces, el que había matado realmente a la serpiente, mostró las siete lenguas, y las siete piezas del manto de la princesa. Todos quedaron convencidos de que él había matado a la serpiente, y quemaron vivo el carbonero en medio de la plaza.

Nuestro joven se casó con la princesa, y tuvieron muchos y grandes regocijos porque había librado a todo el mundo de la terrible serpiente.

La primera noche de la boda, cuando se retiraron a su habitación, la esposa se arrodilló para decir sus oraciones, y el marido fue y miró por la ventana, y vio a la luz de la luna un magnífico castillo que nunca antes había visto.

Le preguntó a su esposa:

—¿Qué es aquello?

Su esposa le dijo:

—Es un castillo, pero nadie va a ese lugar, porque los que van allí nunca regresan.

El marido le dijo que debía ir allí. Su mujer no quería permitirlo, pero él tenía tantas ganas de hacerlo, que tomó su caballo, su perro y su espada, y se marchó.

Cuando llegó al castillo rebuscó por toda la edificación, pero no podía encontrar la puerta. Por fin encuentra una puertecita medio escondida, muy pequeña, y él llamó. Una anciana abrió la puerta y le pregunta qué quiere.

Él le dijo:

—He visto este castillo tan hermoso por fuera que estoy ansioso por ver el interior.

La anciana le dejó pasar.

Dentro, el joven vio una gran mesa espléndidamente dispuesta, no había ningún alimento sabroso que no estuviera allá servido. La anciana lo invitó a tomar algo pero el joven dijo que no quería nada. La anciana insistió tanto que el joven terminó por tomar algo, y en cuanto hubo comido el primer bocado, se convirtió en un terrible monstruo, y la anciana le dijo que de ninguna manera podría volver á salir de aquel lugar.

Allá en el pozo de sus padres, tal como había dicho el pez, el agua empezó a hervir. Todos los que están en la casa están afligidos porque sabían al hijo le ha sucedido alguna desgracia.

Entonces, uno de los hermanos dijo que inmediatamente partiría en ayuda de su hermano. Los demás lo sienten mucho, pero lo dejaron ir. Igual que su hermano, llevó un caballo y un perro. El padre y la madre le dieron todo el dinero que pudieron reunir y él se puso en marcha.

Avanzó y avanzó y avanzó, y, como estaba destinado, llegó a la misma posada que había estado su hermano. Como eran idénticos, allí lo reconocieron e informaron al rey que el señor estaba en la casa, porque lo habían hecho buscar por todo el reino. No tardaron en ir a buscarlo y el joven se dejó llevar al palacio sin contar que él no era quien buscaban. Se preparó una gran cena y, tras esto, la princesa le llevó a la habitación. Como antes, la princesa se arrodilló para orar, y el joven se puso a mirar por la ventana y vio el palacio. Él le pregunta qué era aquel hermoso castillo. Ella le dijo:

—¡No sabes lo que ocurre allí! Los que van allí nunca regresan.

El joven entonces dijo que iría directamente a aquel lugar, y su esposa le preguntó:

—¿Volverás a ese castillo como ya lo hiciste? No te vayas, te lo ruego.

Pero nada pudo detenerlo y se fue con su caballo y su perro. Como el otro hermano, dio vueltas y vueltas por el castillo sin encontrar la puerta. Hasta que por fin vio una puertecita medio escondida. Llamó y se acercó la anciana y le dijo:

—¿Qué deseas?

—He visto el exterior de este castillo y deseo ver el interior.

—Entra — dijo la anciana — eres bienvenido.

Dejó fuera su caballo y su perro y vio una mesa espléndidamente dispuesta, no se podía decir nada que faltara, había de todo. Ella le dice que comiera algo pero el joven no quiso, pero tanto insistió la anciana, que al final tomó algo, aunque tan poco, que era casi nada. Al primer bocado se convirtió en un monstruo terrible, y la anciana le dijo que ya no podría salir nunca de aquél lugar.

En el pozo de su casa, el agua empezó a hervir, y así todos supieron que le ha sucedido alguna desgracia.

El tercer hermano dijo que debía partir lo más rápido posible. Los padres no lo quisieron, pero él les dijo:

—Quizás los salve; Déjame ir.

Le dieron todo el dinero que pudieron reunir. Tomó un caballo y un perro y se puso en marcha. Él siguió y siguió y siguió. También llegó a la misma posada que sus hermanos. Lo reconocen inmediatamente y le informan al rey que el joven caballero está allí. El rey mandó a buscarlo inmediatamente e hicieron grandes banquetes y hubo grandes regocijos, pensando que siempre era el mismo que su primer joven caballero. Por la noche lo llevaron a ver a la princesa a su habitación. La princesa se arrodilló para rezar las oraciones de la tarde y su marido, el tercer hermano, deseando ver un poco más de la fiesta, se situó junto a la ventana. También vio el hermoso castillo. Le preguntó a su esposa:

—¿Qué es aquel hermoso castillo?

Ella le dijo:

—¿Qué? ¿Tú? ¿No sabes qué es ese lugar? Nadie regresa de allí. Tú mismo sabes lo que sucede allí, ya que tú mismo has estado allí.

Él le dijo:

—Debo ir a verlo otra vez.

La princesa no lo dejó ir, pero él se separó de ella. Tomó su caballo y su perro y se puso en marcha. Una vez allí rebuscó la entrada y no encontró la puerta, pero antes de encontrar la puerta, se le apareció una anciana y le dijo:

—¿Qué crees que será de ti aquí? Los que entran allí no salen.

—Pero es por eso que deseo entrar, para saber qué pasa dentro.

Entonces la anciana le dio una paloma cocida y preparada para comer, y le dijo:

—Adentro hay una anciana. Ella intentará obligarte a comer, pero si eres sabio, no comerás. Le mostrarás la paloma que tienes en tu bolsillo, se la mostrarás y deberás hacerle comer un poco de la paloma, y entonces tendrás pleno poder sobre ella.

El joven tomó la paloma y llegó a la pequeña puerta, llamó, y salió la anciana. La anciana le preguntó qué quería y respondió que sólo deseaba ver la casa, entonces, ella lo deja entrar. Dejó el caballo fuera pero se llevó al perro con él.

Allí vio la mesa espléndidamente puesta, y la anciana insistió e insistió en que comiera. Pero el dijo que era del todo imposible, que tenía en el bolsillo una paloma que no ha podido comer y que ella debía comer un poco de eso. La anciana dijo que no comería de aquella paloma pero él la insistió hasta que al final, la anciana comió un bocado de la paloma.

Tras esto, el joven dijo:

—Ahora, anciana, cuéntame, ¿qué has hecho con mis hermanos?

—Yo no se nada de ellos — respondió la anciana — no se lo que quieres decir

—Dime lo que has hecho con ellos. Haré que mi perro te estrangule si no me lo dices.

La anciana entonces le mostró algunos terribles monstruos y le dijo:

—Estos son tus hermanos, sus caballos y sus perros.

—Debes devolverlos a su forma, de lo contrario, te sucederá alguna desgracia.

Al anciana asustada se puso manos a la obra para cambiarlos a su estado anterior, y también a sus caballos y perros.

Tras esto, juntos salieron de aquél castillo y regresaron al palacio del rey, donde todos quedan inmensamente asombrados al ver llegar a tres caballeros exactamente iguales en todos los aspectos, con tres caballos iguales y con tres perros iguales.

Le preguntan a la princesa cuál era su marido, pero la pobre joven se sintió muy avergonzada; no podía distinguirlos porque eran exactamente iguales. Por fin, el que había matado a la serpiente dijo que era su marido.

Se alegraron mucho y dieron mucho dinero a los dos hermanos y a sus padres, y estos se fueron a su casa.

El rey mandó quemar a la anciana en medio del mercado, y este hermoso castillo fue entregado a los recién casados, y vivieron felices en la corte; y como vivieron bien, murieron felices.

Cuento popular vasco recopilado por Wentworth Webster (1828-1907)

Wentworth Webster

Wentworth Webster (1828 – 1907) fue un escritor británico.

Estudió con detalle la cultura euskaldún, recopilando mitos, leyendas y cuentos de hadas de Euskadi (País Vasco).

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