Un hombre fue a cazar a las montañas y se encontró con un gran oso negro, al que hirió con una flecha.
El oso se giró y empezó a correr en dirección contraria, y el cazador lo siguió, disparándole una flecha tras otra sin lograr derribarlo.
Lo que el hombre no sabía, es que este era un oso curandero, y podía hablar o leer los pensamientos de las personas sin que dijeran una palabra.
Finalmente se detuvo, sacó las flechas de su costado y se las dio al hombre, diciendo:
—De nada sirve que me dispares, porque no puedes matarme. Ven a mi casa y vivamos juntos.
El cazador pensó para sí mismo: «Puede matarme»; pero el oso leyó sus pensamientos y dijo:
—No, no te haré daño.
El hombre volvió a pensar: «¿Cómo puedo conseguir algo de comer?” pero el oso conocía sus pensamientos y dijo:
—Habrá mucha comida.
Entonces el cazador se fue con el oso.
Siguieron juntos hasta que llegaron a un agujero en la ladera de la montaña, y el oso dijo:
—Aquí yo no vivo, pero aquí está el consejo de osos, y veremos que deciden.
Entraron y el agujero se fue ensanchando a medida que avanzaban, hasta que llegaron a una gran cueva que parecía una casa. La cueva estaba lleno de osos (osos viejos, osos jóvenes y cachorros, osos blancos, osos negros y osos pardos) y un gran oso blanco presidía la reunión.
Se sentaron en un rincón, pero pronto los osos olfatearon al cazador y empezaron a preguntar:
—¿Qué es eso que huele mal?
El jefe dijo:
—No hables así. Es sólo un extraño que viene a vernos. Déjalo en paz.
La comida escaseaba en las montañas y el consejo de osos debía decidir qué hacer al respecto.
Habían enviado mensajeros a todas partes, y mientras hablaban entraron dos osos que contaron que habían encontrado una tierra en un lugar bajo donde había tantas castañas y bellotas que los mástiles llegaban hasta las rodillas.
Entonces todos se alegraron y se dispusieron a bailar, y el líder del baile era el que los indios llaman Kalâs′-gûnăhi′ta, un gran oso negro que siempre está delgado. Después del baile, los osos notaron el arco y las flechas del cazador, y uno dijo:
—Esto es lo que usan los hombres para matarnos. Veamos si podemos manejarlos y tal vez podamos luchar contra el hombre con sus propias armas.
Entonces le quitaron el arco y las flechas al cazador para probarlas. Colocaron la flecha y tiraron de la cuerda, pero cuando la soltaron se enganchó en sus largas garras y las flechas cayeron al suelo. Vieron que no podían usar el arco y las flechas y se los devolvieron al hombre.
Terminado el baile y el consejo, comenzaron a irse a casa, excepto el jefe Oso Blanco, que allí vivía, y al fin salieron juntos el cazador y el oso.
Siguieron hasta llegar a otro agujero en la ladera de la montaña, cuando el oso dijo al cazador:
—Aquí es donde vivo—, y entraron.
En ese momento el cazador tenía mucha hambre y se preguntaba cómo podría conseguir algo de comer. El otro sabía lo que pensaba, y sentándose sobre las patas traseras se frotó el vientre con las patas delanteras, y en seguida tuvo ambas patas llenas de castañas y se las dio al hombre. Se frotó el estómago otra vez, y en seguida tuvo las patas llenas de arándanos y se las dio al hombre. Volvió a frotar su estómago y le dio al hombre ambas patas llenas de moras. Se frotó de nuevo el estómago y tenía las patas llenas de bellotas, pero el hombre dijo que no podía comerlas, y que ya tenía suficientes.
El cazador vivió en la cueva con el oso todo el invierno, hasta que por todo su cuerpo empezó a crecer pelo largo como el de un oso y empezó a comportarse como un oso, pero aun así caminaba como un hombre. Un día, a principios de primavera, el oso le dijo:
—Tu gente en el asentamiento se está preparando para una gran cacería en estas montañas. Pronto vendrán a esta cueva, me matarán y me quitarán esta piel, pero a ti no te harán daño y te llevarán a su casa con ellos.
El oso sabía lo que hacía la gente en el asentamiento, del mismo modo que siempre supo en qué estaba pensando el hombre. Pasaron algunos días y el oso volvió a decir:
—Este es el día en que los Topknots vendrán a matarme, pero los Narices Partidas vendrán primero y nos encontrarán. Cuando me hayan matado, me arrastrarán fuera de la cueva, me quitarán la piel y me cortarán en pedazos. Debes cubrir la sangre con hojas, y cuando te estén llevando mira hacia atrás después de haber pasado un trecho del camino y verás algo.
Pronto oyeron a los cazadores subir a la montaña, y entonces los perros encontraron la cueva y empezaron a ladrar. Los cazadores vinieron, miraron adentro, vieron al oso y lo mataron con sus flechas. Luego lo arrastraron fuera de la cueva, desollaron el cuerpo, apartaron la piel y lo cortaron en cuartos para llevarlo a casa.
Los perros siguieron ladrando hasta que los cazadores pensaron que debía haber otro oso en la cueva. Volvieron a mirar hacia adentro y vieron al hombre en el otro extremo.
Al principio pensaron que era otro oso por su largo pelo, pero pronto vieron que era el cazador que se había perdido el año anterior, así que entraron y lo sacaron.
Luego cada cazador tomó una carga de carne de oso y emprendió el regreso a casa, llevándose consigo al hombre y la piel. Antes de irse, el hombre amontonó hojas sobre el lugar donde habían cortado al oso, y cuando habían avanzado un poco, miró hacia atrás y vio al oso surgir de las hojas, sacudirse como si nada y regresar al bosque.
Cuando llegaron cerca del asentamiento, el hombre dijo a los cazadores que debían encerrarlo donde nadie pudiera verlo, sin nada que comer ni beber durante siete días y sus noches, hasta que la naturaleza del oso lo abandonó y volviera a ser como un hombre.
Entonces lo encerraron solo en una casa y trataron de no decir nada, pero la noticia se supo y su esposa se enteró.
Ella vino por su marido, pero la gente no la dejó acercarse a él, pero ella venía todos los días y suplicaba tanto que al fin a los cuatro o cinco días le dejaron ver a su marido.
Ella se lo llevó a su casa, pero al poco tiempo murió, porque todavía tenía naturaleza de oso y no podía vivir como un hombre.
Si lo hubieran mantenido encerrado y en ayunas hasta el fin de los siete días, habría vuelto a ser hombre y habría vivido.
Mito popular Cherokee recopilado por James Mooney (1861-1921)
James Mooney (1861-1921) fue un antropólogo y etnógrafo estadounidense.
Vivió varios años entre cheroquis, y publicó muchos estudios sobre indígenas estadounidenses.