el espiritu del pozo de violetas

El fantasma del pozo de las violetas

Amor
Amor

En la agreste provincia de Yamato, próxima a sus límites, existe una bella montaña conocida como Yoshino-yama. No solo es famosa por la abundancia de flores de cerezo en primavera, sino que también es célebre por las sangrientas batallas que allí se entablaron. De hecho, Yoshino debería ser conocida por ser el escenario de batallas históricas. Cuando uno se encuentra en Yoshino, suele decir que «Caminamos entre la historia, ya que Yoshino es la historia misma». Próxima a Yoshino se alza otra montaña, conocida como Tsubosaka; y entre ellas dos se extiende el valle de Shimizutani, en el cual se encuentra el Pozo de las Violetas.

Con la llegada de la primavera, la hierba adquiere en esta hondonadaun intenso color verde esmeralda, mientras el musgo crece exuberante sobre rocas y cantos rodados. Hacia finales de abril, enormes parches de flores silvestres de un profundo violeta cubren las zonas bajas del valle, mientras las laderas se tiñen de los tonos rosa y escarlata de las azaleas, de una manera que cualquier descripción empobrece.

Hace aproximadamente treinta años, una bella joven de diecisiete, llamada O-Shinge, se encaminaba a Shimizutani acompañada de cuatro sirvientas. Habían salido al campo a comer, y las cuatro estaban, cómo no, recogiendo flores silvestres. OShinge era la hija de un daimio que vivía en la comarca. Tenía la costumbre de salir cada primavera a buscar flores, y a finales de abril venía a Shimizutani a recoger su flor favorita, la violeta conocida como sumire.

Las cinco jóvenes portaban cestas de bambú en las que acumulaban ansiosamente las flores, disfrutando de esa actividad como solo las jóvenes japonesas saben hacer. Rivalizaban por componer la cesta más bonita. Como no consiguieron todas las flores violetas que hubieran deseado, O-Shinge propuso lo siguiente:

—Vayamos al extremo norte del valle, donde se encuentra el Pozo de las Violetas.

Naturalmente, sus compañeras asintieron y todas salieron a la carrera —pues cada una de ellas estaba ansiosa por ser la primera en llegar—, riendo mientras corrían.

O-Shinge dejó atrás a las demás y llegó antes que nadie. Y al vislumbrar un enorme manojo de sus flores favoritas, del más profundo violeta y el más dulce olor, se apresuró ansiosa por hacerse con ellas antes de que las demás llegaran. Pero al extender su delicada mano para recogerlas ¡horror!, una enorme serpiente de montaña alzó la cabeza desde su oscura madriguera.

Tanto se asustó O-Shinge que perdió el sentido en el acto.

Mientras tanto, las otras muchachas habían dejado de correr, ya que sabían que a su señora le agradaría ser la primera en llegar. Así que se entretuvieron recogiendo las flores que más llamaban su atención y cazando mariposas, y llegaron quince minutos después de que O-Shinge se hubiera desvanecido. Al verla tendida en el suelo de esta guisa, un enorme temor de que estuviera muerta se adueñó de ellas, y su alarma se incrementó al ver una enorme serpiente esmeralda enrollada cerca de su cabeza.

Las cuatro gritaron, como hacen la mayoría de las jóvenes en tales circunstancias, pero una de ellas llamada Matsu, que no había perdido la cabeza como las otras, arrojó su cesta de flores a la serpiente. El animal, disgustado por el bombardeo, se desenrolló y se fue deslizándose con la esperanza de encontrar un lugar más tranquilo. Las cuatro doncellas se inclinaron entonces sobre su joven señora. Frotaron sus manos y le arrojaron agua sobre el rostro, sin obtener ningún resultado. La bella faz de O-Shinge estaba cada vez más pálida, mientras que sus rojos labios adoptaban esa tonalidad purpúrea que es señal de que la muerte se avecina. Las damas estaban afligidas, las lágrimas caían por sus mejillas. No sabían qué hacer, ya que eran incapaces de cargarla en sus brazos. ¡Qué terrible situación!

Justo en ese momento escucharon la voz de un hombre a su espalda.

—¡No desesperéis! Si me lo permitís, puedo hacer que la joven dama recupere la consciencia.

Las muchachas se giraron y descubrieron a un joven extraordinariamente apuesto de pie sobre la hierba, no muy lejos de donde se encontraban. Tenía la apariencia de un ángel celestial. Sin decir una palabra más, el joven se aproximó a la postrada figura de O-Shinge y, tomando su mano en la suya, le buscó el pulso.

Ninguna de las sirvientas trató de interferir en esta violación de la etiqueta. Él no había pedido permiso para proceder así, pero su actitud era tan gentil y compasiva que nada podían objetar. El extraño examinó a O-Shinge cuidadosamente y en silencio. Al terminar la exploración, sacó de su bolsillo una pequeña caja de medicinas, y vertiendo un poco de polvo blanco de la caja en un papel, dijo:

—Soy médico de un pueblo cercano, y vengo de visitar a un paciente del extremo del valle. Por fortuna he regresado por este camino, y puedo ayudaros a salvar la vida de vuestra señora.

Suministradle esta medicina mientras busco y doy muerte a la serpiente.

O-Matsu-san le hizo tragar la medicina a su señora, disuelta en un poco de agua, y en unos pocos minutos esta comenzó a recuperarse. Poco después, el médico regresó con la serpiente, que colgaba muerta de un palo.

—¿Es esta la serpiente que visteis tumbada al lado de vuestra joven ama? —les preguntó.

—Sí, sí —gritaron—. Es esa horrible criatura.

—Entonces —dijo el doctor—, es una suerte que haya aparecido, ya que es muy venenosa, y me temo que vuestra señora habría muerto si yo no hubiese llegado a tiempo y le hubiese suministrado la medicina. ¡Ah! Ya veo que está surtiendo efecto y que la bella dama se está recuperando.

Al escuchar la voz del joven, O-Shinge se incorporó y dijo:

—Mi señor, ¿podría preguntar a quién le debo el haberme devuelto la vida?

El médico no le respondió, pero en su rostro se dibujó una sonrisa de satisfacción, y le hizo una profunda y respetuosa reverencia como solo un japonés sabe hacer. Luego partió tan silenciosa y humildemente como había llegado, desapareciendo en la espesa niebla que siempre se forma en las tardes de primavera en el valle de Shimizu.

Las cuatro doncellas ayudaron a su señora a regresar a casa, a pesar de que no necesitaba ninguna ayuda, pues la medicina le había hecho mucho bien y se sentía con fuerzas renovadas. Los padres de O-Shinge estaban muy agradecidos por la recuperación de su hija. Sin embargo, el nombre del joven y apuesto benefactor permanecía en el anonimato para todos excepto para la joven sirvienta Matsu.

Durante los cuatro días siguientes, O-Shinge se encontró bastante bien; pero al llegar el quinto, por alguna extraña razón, se quedó en la cama aduciendo que se encontraba indispuesta. Apenas dormía y no deseaba hablar con nadie, pues únicamente quería pensar, pensar y pensar. Ni su padre ni su madre podían dictaminar qué clase de enfermedad la afligía, ya que no tenía indicios de fiebre. Hicieron llamar a un gran número de médicos, pero ninguno de ellos supo decir qué le ocurría a la joven.

Simplemente observaron que cada día que pasaba, su salud se debilitaba más y más. Asano Zembei, el padre de O-Shinge, tenía el corazón roto, lo mismo que su esposa. Lo habían intentado todo, hasta lo más mínimo, para curar a la pobre O-Shinge, pero no habían hallado remedio.

Un día Matsu solicitó una audiencia con Asano Zembei, quien, por otra parte, era el jefe del clan familiar, un daimio y un noble importante. Zembei no tenía por costumbre escuchar la opinión de sus sirvientes, pero sabiendo que Matsu era muy leal a su hija y que la quería tanto como él, consintió en escucharla. Así que Matsu fue llevada a su presencia.

—Oh, señor —dijo la sirvienta—, si me permitieseis buscar un médico para vuestra hija, os prometo que encontraré al único capaz de curarla.

—¿En qué lugar de la Tierra podrías encontrar a un médico así? ¿Acaso no hemos traído a los mejores médicos de la provincia, e incluso a algunos de la capital? ¿Dónde lo buscarías?

—Mi señor —respondió Matsu—, mi señora O-Shinge no está sufriendo ninguna enfermedad que pueda curarse con medicinas; ni aunque se las suministrasen por litros. En estos casos, los doctores son inútiles. Sin embargo, conozco uno que podría curarla. La aflicción que sufre mi señora es del corazón. Es por amor que sufre mi señora; sufre así desde el día en que este joven salvó su vida tras la mordedura de una serpiente.

Entonces Matsu relató los detalles de su aventura durante la excursión, pues O-Shinge había pedido a sus criadas que guardaran silencio, temiendo que no se les permitiera volver al valle del Pozo de las Violetas de nuevo.

—¿Cómo se llama ese médico? —preguntó Asano Zembei—. ¿Y quién es?

—Señor —respondió Matsu—, es el doctor Yoshisawa, un joven muy guapo, con los modales más exquisitos; pero es de baja cuna, ya que se trata de un eta (una casta muy baja de Japón). Por favor, mi señor, pensad en el doliente corazón de mi joven señora, lleno de amor por el hombre que salvó su vida, y no os preocupéis, pues es un joven muy agraciado y tiene los modales de un orgulloso samurái. La única cura para su hija, señor, es que le permitáis casarse con su amor.

La madre de O-Shinge se sintió terriblemente afligida al oír todo esto. Ella conocía bien, quizás por experiencia, la enfermedad que causa el amor. Lloró, y le dijo a Zembei:

—Me encuentro tan apenada como vos, mi señor, por el terrible infortunio que nos atañe, pero no puedo ver a mi hija morirse.

Permítenos comunicarle que realizaremos pesquisas sobre el hombre al que ama, para ver si podemos hacer de él nuestro yerno.

En cualquier caso, es costumbre hacer indagaciones, que habrán de prolongarse durante varios días; y en ese tiempo nuestra hija podría recobrarse lo suficiente como para ser capaz de aceptar que no podemos consentir a su amor como nuestro yerno.

Zembei estuvo de acuerdo, y Matsu prometió no contar nada de la entrevista a su señora. La madre de O-Shinge habló con su hija y le comunicó que, aunque su padre no había consentido aún el matrimonio, había prometido hacer indagaciones sobre Yoshisawa.

Al oír esta noticia, O-Shinge volvió a comer y recuperó muchas de sus fuerzas. Diez días después, y en compañía de su madre, fue llamada a la presencia de su padre.

—Mi dulce hija —dijo Zembei—, he realizado cuidadosas averiguaciones sobre tu amado, el doctor Yoshisawa. Me duele mucho decirte que yo, tu padre y cabeza de nuestra familia, no puedo consentir tu matrimonio con alguien de tan baja estirpe como Yoshisawa, quien, a pesar de su bondad, ha salido de entre los eta.

No quiero oír más sobre este asunto. Un compromiso así es imposible para la familia Asano.

Nadie se atrevió a decir nada más. En Japón, el cabeza de familia tiene la última palabra. La pobre O-Shinge hizo una reverencia a su padre y regresó a sus aposentos, donde lloró amargamente. Matsu, la fiel sirvienta, lo intentó todo para consolarla. A la mañana siguiente, para el asombro de toda la casa, nadie fue capaz de encontrar a O-Shinge. Se la buscó por todos los lados; incluso el doctor Yoshisawa participó en la búsqueda. Al tercer día de su desaparición, uno de los que la buscaban miró en el Pozo de las Violetas y descubrió el cuerpo de la pobre O-Shinge flotando en el agua. Dos días más tarde fue enterrada, y ese mismo día Yoshisawa se arrojó también al pozo.

La gente cree que incluso hoy, en las húmedas noches de tormenta, es posible ver al fantasma de O-Shinge flotando sobre el pozo, mientras que algunos juran haber oído a un joven llorando en el valle de Shimizutani.

Cuento popular leyenda japonesa contado por Shofukutei Fukuga, recopilado por Richard Gordon Smith (1858-1918)

Richard Gordon Smith

Richard Gordon Smith (1858 – 1918) fue un viajero, deportista y naturalista británico.

Realizó muchos viajes y vivió en Japón varios años. Creo diarios de los viajes con ilustraciones.

Transcribió cuentos y mitos populares antiguos japoneses.

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