Bruja

El Caballo-diablo y la Bruja

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Había una vez un Sultán que tenía tres hijas. Un día, el anciano padre lo preparó para un viaje y, llamando a sus tres hijas, les encargó directamente que alimentaran y abrevaran a su caballo favorito, aunque descuidaran todo lo demás. Amaba tanto al caballo que no permitiría que ningún extraño se acercara a él.

Entonces el Sultán siguió su camino, pero cuando la hija mayor llevó el forraje al establo, el caballo no la dejó acercarse a él. Entonces la hija mediana trajo el forraje y él la trató de la misma manera. Por último, la hija menor trajo el forraje, y cuando el caballo la vio no se movió ni un centímetro, sino que dejó que ella lo alimentara. Las dos hermanas mayores, al ver lo que ocurrió, quedaron contentas de que la menor cuidara del caballo, así que se despreocuparon.

El Sultán llegó a su palacio y lo primero que preguntó fue si le habían proporcionado todo al caballo.

-No nos dejaba acercarnos a él-, dijeron las dos hermanas mayores; -Fue nuestra hermana menor aquí quien lo cuidó.

Tan pronto como el Sultán escuchó esto, le dio a su hija menor al caballo como esposo, pero sus otras dos hijas se las dio a los hijos de su Jefe Mufti y su Gran Visir, y celebraron los tres matrimonios en un gran banquete, que duró cuarenta días.

Luego la hija menor entró en el establo, pero las dos mayores habitaron en un espléndido palacio. Durante el día, la hermana menor sólo tenía un caballo por marido y un establo por vivienda, pero por la noche el establo se convertía en un jardín de rosas, el marido caballo se transformaba en un apuesto héroe, y vivían en un mundo propio. Nadie lo sabía excepto ellos dos. El día lo pasaban juntos todo lo que podían, pero en el atardecer vivían su más impacientes deseos.

Un día, el Sultán celebró un torneo en el palacio. Muchos valientes guerreros entraron en las listas, pero ninguno luchó tan valientemente como los maridos de las hijas mayores del sultán.

-¡Sólo mira ahora! – dijeron las dos hijas mayores a su hermana que vivía en el establo -. ¡Mira ahora! cómo nuestros maridos derriban con sus lanzas a todos los demás guerreros; ¡Nuestros dos esposos son como leones! ¿Dónde está ese caballo tuyo?

Al oír esto de su mujer, el marido-caballo se enfureció, se transformó en hombre, se arrojó a un caballo, dijo a su mujer que no le traicionara bajo ningún concepto, y en un instante apareció entre las listas de caballeros. Derribó a todos con su lanza, desmontó a sus dos cuñados y reapareció en el establo como si nunca hubiera salido de él.

Al día siguiente, cuando los deportes comenzaron de nuevo, las dos hermanas mayores se burlaron como antes, pero entonces el héroe desconocido apareció de nuevo, venció y desapareció.

Al tercer día, el caballo le dijo a su esposa:

-Si alguna vez sufro algún problema o necesitas mi ayuda, toma estos tres mechones de cabello, quémalos y te ayudarán dondequiera que estés-. Dicho esto, se apresuró a volver a los juegos y triunfó sobre sus cuñados. Todos quedaron asombrados de su habilidad, las dos hermanas mayores también, y nuevamente dijeron a su hermana menor:

-¡Mira cómo estos héroes destacan en destreza! ¡Son muy diferentes a tu sucio marido caballo!

La niña no podía soportar quedarse allí sin nada que decir, así que les dijo a sus hermanas que el apuesto héroe no era otro que su marido caballo, y tan pronto como lo señaló, él desapareció de delante de ellas como si hubiera nunca lo he estado. Sólo entonces recordó la orden que su señor le había dado de no revelar su secreto, y se apresuró a ir al establo. Pero todo fue en vano, ni el caballo ni el hombre acudieron a ella, y a medianoche no había ni rosaleda, ni si quiera una sola rosa.

-¡Pobre de mí! – lloró la muchacha -. He traicionado a mi señor, he faltado a mi palabra, ¡qué crimen el mío!

No cerró un ojo en toda esa noche, sino que lloró hasta la mañana. Cuando apareció el rojo amanecer, fue a ver a su padre, el Sultán, se quejó de que había perdido a su marido, el caballo, y le rogó que pudiera ir hasta los confines de la tierra a buscarlo. En vano su padre trató de retenerla, en vano le señaló que su marido probablemente ahora estaba entre demonios y que ella nunca podría encontrarlo. Por más que intentó, no pudo disuadirla ¿Qué podía hacer sino dejarla seguir su camino?

Con muchas ganas la doncella emprendió su búsqueda, caminó y caminó hasta que su tierno cuerpo se cansó por completo, y al fin se hundió exhausta al pie de una gran montaña. Luego recordó los tres cabellos, sacó uno y le prendió fuego… ¡y he aquí! su señor y su amor estaban nuevamente en sus brazos, y no podían hablar de alegría.

-¿No te ordené que no dijeras nada de mi secreto? – gritó el joven con tristeza; – Y ahora, si la bruja de mi madre te ve, instantáneamente te hará pedazos. Esta montaña es nuestra morada. Ella vendrá inmediatamente y ¡ay de ti si te ve!

La hija del pobre sultán estaba terriblemente asustada y lloró más que nunca ante la idea de perder nuevamente a su señor, después de todos los esfuerzos por encontrarlo.

El corazón del hijo del diablo se conmovió ante su dolor: la golpeó una vez, la transformó en una manzana y la puso la estantería.

La bruja descendió volando de la montaña con un estruendo terrible y gritó:

-¿Huele a carne humana! – mientras se le hacía la boca agua al saborear la carne humana.

En vano su hijo negó que allí hubiera carne humana, ella no le creería ni un poco.

-Si juras por el huevo que no te ofenderás, te mostraré lo que he escondido-, dijo su hijo.

La bruja maldijo, y su hijo le dio un golpecito a la manzana, y allí, ante ellos, estaba la hermosa damisela.

-¡He aquí mi esposa! – le dijo a su madre.

La anciana madre nunca dijo una palabra, lo hecho no se podía deshacer.

-Si es tu mujer, le daré algo para hacer.

Vivieron juntos un par de días en paz y tranquilidad, pero la bruja sólo esperaba que su hijo saliera de casa. Por fin, un día el joven tenía trabajo que hacer en otra parte, y apenas había puesto el pie fuera cuando la bruja le dijo a la doncella:

-¡Ven, barre y no barres! – . Y dicho esto salió y dijo que no volvería hasta la tarde.

La niña pensaba una y otra vez: “¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué quiso decir con “barrer y no barrer”?

Luego pensó en los pelos, y sacó y quemó el segundo pelo también. Inmediatamente su señor se presentó ante ella y le preguntó qué pasaba, y la muchacha le contó la orden de su madre: “¡Barras y no barres!” Entonces su señor le explicó que debía barrer la cámara, pero no la antecámara.

La muchacha hizo lo que le dijo y, cuando la bruja llegó a casa por la noche, le preguntó si había cumplido su tarea.

-Sí, madrecita -, respondió la novia, -he barrido y no he barrido.

-Tú, hija de perro -, gritó la vieja bruja, – no tu propio ingenio, sino la boca de mi hijo, te ha debido decir esto.

A la mañana siguiente, cuando la bruja se levantó, le dio a la damisela jarrones y le dijo que los llenara de lágrimas. En el momento en que la bruja se fue, la damisela colocó los tres jarrones frente a ella y lloró y lloró, pero ¿Qué podrían hacer sus pocas lágrimas para llenarlos? Luego sacó y quemó el tercer cabello.

Nuevamente apareció ante ella su señor, y le explicó que debía llenar los tres jarrones con agua, y luego poner en cada vaso una pizca de sal. La muchacha así lo hizo, y cuando la bruja llegó a casa por la noche y exigió cuentas de su trabajo, la muchacha le mostró los tres jarrones llenos de lágrimas.

-¡Hija de perro-” reprendió de nuevo la anciana, -esa no es tu obra; pero lo haré todavía por ti y también por mi hijo.

Al día siguiente se le ocurrió alguna otra tarea que realizar; pero su hijo supuso que su madre irritaría a la moza, por lo que se apresuró a regresar a casa con su novia. Allí la pobre se preocupaba sola, porque el tercer cabello ya estaba quemado y no sabía cómo emprender la tarea que le había sido encomendada.

-Bueno, ahora no queda más remedio que huir-, dijo su señor, -porque ahora no descansará hasta haberte hecho un daño.

Y dicho esto tomó a su esposa y se fueron al ancho mundo.

Por la tarde la bruja volvió a casa y no vio ni a su hijo ni a su novia. ¡Han volado los perros! -gritó la bruja con voz amenazadora, y llamó a su hermana, que también era bruja, para que se preparara y fuera en busca de su hijo y su novia. Entonces la bruja saltó a un cántaro, agarró una serpiente como látigo y fue tras ellos.

El amante de los demonios vio venir a su tía y en un instante transformó a la muchacha en una casa de baños y a él mismo en un hombre de baños sentado en la puerta. La bruja saltó del cántaro, se acercó al encargado del baño y le preguntó si no había visto pasar por allí a un niño y una niña.

-Acabo de calentar mi baño-, dijo el joven, -no hay nadie dentro; si no me crees, puedes ir y comprobarlo tú misma.

La bruja pensó: «Es imposible sacarle una palabra sensata a un tipo como este», así que saltó a su cántaro, voló de regreso y le dijo a su hermana que no podía encontrarlos. La otra bruja le preguntó si había intercambiado palabras con alguien en el camino.

-Sí -, respondió la hermana menor, – había una casa de baños al lado del camino, y le pregunté al dueño sobre ellos, pero como era tonto o sordo, no le presté atención.

-Fuiste tú quien era la tonta – , gruñó su hermana mayor. – ¿No reconociste en él a mi hijo y en los baños a mi nuera?

Luego llamó a su segunda hermana y la envió tras los fugitivos.

El hijo del diablo vio a su segunda tía volando en su cántaro. Luego le dio a su esposa un grifo y lo convirtió en un manantial, pero él mismo se sentó junto a él y comenzó a sacar agua con un cántaro. La bruja se acercó a él y le preguntó si había visto pasar por allí a una niña y a un niño.

-Hay agua potable en este manantial – , respondió él, con la mirada vacía,- «siempre la estoy sacando.

La bruja pensó que tenía que ver con un tonto, se volvió y le dijo a su hermana que no se había reunido con ellos. Su hermana le preguntó si por el camino no se había cruzado con nadie.

-Sí, efectivamente – , respondió ella, – un tipo medio tonto estaba sacando agua de un manantial, pero no pude sacarle una sola palabra sensata.

– Ese tipo medio tonto era mi hijo, la primavera era su esposa, y él es muy listo – , chilló su hermana. – Tendré que ir yo misma. Ya veo – , y con eso saltó a su cántaro, agarró una serpiente que le sirvió de látigo y se fue.

Mientras tanto, el joven volvió a mirar hacia atrás y vio a su madre que venía tras ellos. Le dio un golpecito a la niña y la transformó en un árbol, pero él mismo se convirtió en una serpiente y se enroscó alrededor del árbol.

La bruja los reconoció y se acercó al árbol para hacerlo pedazos; pero cuando vio la serpiente enroscada en él, tuvo miedo de matar a su propio hijo junto con ella, así que le dijo a su hijo:

-¡Hijo, hijo! Muéstrame al menos el dedo meñique de la muchacha y luego os dejaré en paz a los dos.

El hijo vio que no podía liberarse de ella de otra manera y que ella necesitaba al menos un pedacito de la damisela para mordisquear. Entonces le mostró uno de los deditos de la muchacha, y la vieja bruja se lo arrancó y volvió con él a sus dominios.

Luego, el joven le dio un golpe a la niña y a él mismo otro, tomó forma humana nuevamente y se fueron con el padre de la niña, el Sultán.

El joven, desde que su talismán había sido destruido, seguía siendo un hombre mortal, pero la parte diabólica de él se quedó en casa con su madre bruja y sus parientes.

El Sultán se regocijó mucho con sus hijos, les dio un gran banquete, y tal cómo el deseó, heredaron el reino después de su muerte.

Cuento popular turco recopilado por Ignácz Kúnos (1860-1945), en Turkish fairy tales and folk tales, por Kúnos (autor), Celia Levetus (ilustrador, y R. Nisbet Bain (traductor del turco al inglés) en 1901

Ignác Kúnos

Ignác Kúnos (1860-1945) fue un lingüista, folclorista y escritor húngaro, especializado en la cultura turca.

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