Había un rey en una tierra no lejos de Grecia que tenía dos hijas, y la menor era más hermosa que la mayor.
Este viejo rey hizo un matrimonio entre el rey de Grecia y su propia hija mayor; pero mantuvo escondida a la más joven hasta después del matrimonio. Tras la boda, la hija menor salió; y cuando el rey de Grecia la vio, ya no volvió a mirar a su propia esposa. Lo único que deseaba era irse con la hermana menor y dejar a la mayor en casa con su padre.
El rey no quiso escuchar esto, no aceptó el cambio de las dos hijas, por lo que el rey de Grecia dejó a su esposa donde estaba, con terrible ira se fue solo a su casa y reunió todas sus fuerzas para marchar contra el reino de su consuegro.
El rey de Grecia, pronto conquistó al rey y a su ejército y, en la medida de sus posibilidades, lo humilló y atormentó. Tan lleno de ira estaba que además de esto, le robó al derrotado rey unos hechizos druídicos, una vara encantada y el anillo mágico de la juventud, y, golpeando a la hermana mayor con la vara, le dijo:
—Serás una serpiente del mar y vivirás afuera, en la bahía junto al castillo.
Luego, volviéndose hacia la hermana menor, cuyo nombre era Gil an Og, la golpeó con la vara y le dijo:
—Serás un gato mientras estés dentro de este castillo, y tendrás tu propia forma sólo cuando estés fuera de los muros.
Después de haber hecho esto, el rey de Grecia regresó a su país, llevando consigo la vara del encantamiento y el anillo de la juventud. El rey murió en la miseria y el dolor, dejando a sus dos hijas hechizadas.
Ahora bien, en este reino había un famoso druida, y la hermana menor fue a consultarlo y le preguntó:
—¿Seré liberada alguna vez del encantamiento que sufro?
—No te liberarás de este mal, a menos que encuentres a un hombre que pueda liberarte; y no hay ningún hombre en el mundo que pueda hacerlo excepto el guerrero que ahora está con Fin MacCumhail en Erin.
—Y, ¿cómo puedo encontrar a ese hombre?— preguntó ella.
—Te lo diré—, dijo el druida. —Tienes que bordar una camisa con tu propio cabello, y la llevas contigo a un viaje, y avanzas sin detenerte hasta Erin, y cuando encuentres a Fin y sus hombres, el hombre que te puede liberar del hechizo será aquel a quien le quede bien la camisa que has bordado.
La princesa comenzó a hacer la camisa y trabajó sin parar hasta terminarla. Luego inició su viaje y, caminó y caminó, y no descansó. Tubo que terminar su travesía en barco y finalmente llegó a Erin. Desembarcó y preguntó dónde se encontraban Fin y sus hombres en aquella época del año.
—Los encontrarás en Knock an Ar—, fue la respuesta que recibió.
Fue a Knock an Ar llevando la camiseta consigo. El primer hombre que conoció fue Conan Maol, y ella le dijo:
—He venido a buscar al hombre que le quede bien a esta camisa. Desde el momento en que un hombre la prueba, todos deben intentarlo hasta que descubra a quién le queda bien.
La camiseta pasó de mano en mano hasta que Cucúlin se la puso.
—Bueno—, dijo ella, —se adapta como a tu propia piel.
La princesa Gil an Og le contó a Cucúlin todo lo que había sucedido: cómo su padre había obligado a su hermana a casarse con el rey de Grecia, cómo este rey había atacado con todos sus ejércitos contra su padre, cómo había encantado a su hermana y a ella misma y se había llevado la vara de los encantamientos con el anillo de la juventud de su padre, y cómo el viejo druida dijo que el hombre al que le quedara bien aquella camisa, sería el único hombre en el mundo que podía liberarlos de aquella desgracia.
Cucúlin decidió ayudar a la princesa y Gil an Og y Cucúlin zarparon en el barco y cruzaron los mares hasta su país, luego anduvieron mucho hasta llegar al castillo.
—Esta noche no tendrás más compañía que un gato—, dijo Gil an Og. —Pues dentro del castillo, me transformo en gato, y fuera de él, tengo mi propia apariencia. Ahora tu cena estará lista, entra.
Después de la cena Cucúlin se fue a otra habitación aparte, y se acostó a descansar del largo viaje. El gato se acercó a su almohada, se sentó allí y ronroneó hasta quedarse dormido, y durmió profundamente hasta la mañana.
Cuando Cucúlin se levantó, tenía ante él una palangana con agua para asearse y todo lo que necesitaba, y su desayuno listo. Salió después del desayuno y vió a Gil an Og en el jardín delante de él que le dijo:
—Si no estás dispuesto a liberarnos a mi hermana y a mí, no te instaré; pero si nos liberas, estaré muy agradecida. Muchos hijos de reyes y guerreros antes que tú han ido a recuperar el anillo y la vara; pero nunca han regresado.
—Prospere o no en esta aventura, iré adelante con ella—, dijo Cucúlin.
—Te daré—, dijo Gil an Og, —un regalo como nunca antes le he dado a ningún hombre que se haya aventurado en mi nombre; te daré mi barco moteado.
Cucúlin se despidió de Gil an Og y navegó en el barco moteado hacia Grecia, donde fue a la corte del rey y lo desafió a combatir.
El rey de Grecia reunió sus fuerzas y las envió a castigar a Cucúlin. Cuculín luchó contra los guerreros del rey de Grecia y los mató a todos, hasta el último hombre. Entonces Cucúlin desafió al rey por segunda vez.
—Ahora no tengo a nadie con quien luchar excepto a mí mismo—, dijo el rey; —Y no creo que me convenga salir y encontrarme con alguien como tú.
—Si no acudes a mi llamado—, dijo Cucúlin, —entraré a tu palacio y te cortaré la cabeza en tu propio castillo.
—Basta de descaro por tu parte, sinvergüenza, dijo el rey de Grecia. No permitiré que entres en mi castillo, te encontraré en la llanura abierta.
El rey salió, y pelearon hasta que Cucúlin lo venció, lo ató de pies a cabeza y le dijo:
—A menos que me des el anillo de la juventud y la vara de encantamiento que tomado del padre de Gil an Og.
—Yo mismo llevaría el anillo de la juventud y la vara de encantamientos —dijo el rey derrotado, —pero no me es posible; porque vino un hombre no hace mucho, me los robó y se los llevó. Y ese hombre podría vencernos a mí, a ti, y a quien se interponga en su camino.
—¿Quién es ese hombre?— preguntó Cucúlin.
—Su nombre es Lug Longhand (produnciado Loog)—, dijo el rey. —Y si hubiera sabido lo que pretendías, no me hubiera enfrentado a ti. Te diré cómo perdí el anillo y la vara, me iré contigo y te mostraré dónde vive Lug Longhand. Si vienes a mi castillo, serás bien recibido.
Cucúlin fue con el Rey de Grecia al castillo, y partieron al día siguiente. Avanzaron y nunca se detuvieron hasta que llegaron frente al castillo de Lug Longhand. Allí, Cucúlin le desafió a sus fuerzas al combate.
—No tengo guerreros—, dijo Lug, —pero lucharé contra ti yo mismo—. Entonces comenzó el combate, y estuvieron todo el día uno contra el otro, y ninguno obtuvo la victoria.
El propio rey de Grecia instaló una tienda de campaña en el prado frente al castillo y preparó todo lo necesario para comer y beber, pues no había nadie más para hacerlo.
Al día siguiente, después del desayuno, Cucúlin y Lug comenzaron a pelear nuevamente. El rey de Grecia quedó mirando la batalla como el día anterior.
Lucharon todo el día hasta casi la tarde, cuando Cucúlin se apoderó de Lug Longhand y lo ató en la cabeza y los talones, diciendo:
—Te cortaré la cabeza ahora mismo, a menos que me des la vara y el anillo que te llevaste del rey de Grecia.
—Oh, entonces eso quieres—, dijo Lug, —sería difícil para mí dártelos a ti o a él o a nadie; porque vino un fuerte guerrero y me los quitó. Tal era su fuerza que te los habrían quitado a ti y a él, si hubieras estado aquí.
—¿Quién en el mundo te los quitó?— preguntó el rey de Grecia.
—Libérame de estas ataduras y ven a mi castillo y te contaré toda la historia—, dijo Lug Longhand.
Cucúlin lo soltó y se dirigieron al castillo. Lug los recibió, los alojó y los dio entretenimientos toda la noche. A la mañana, tras desayunar, él dijo:
—El anillo y la vara me los quitó el caballero de la isla del Diluvio. Esta isla está rodeada por una cadena, y hay un anillo de fuego de siete millas de ancho entre la cadena y el castillo. Ningún hombre puede acercarse a la isla sin romper la cadena, y en el momento en que se rompe la cadena, el fuego deja de arder en ese lugar; y en el instante en que el fuego se apaga, el caballero sale corriendo y ataca y mata a todos los hombres que están ante él.
El rey de Grecia, Cucúlin y Lug Longhand continuaron juntos el viaje y navegaron en el barco moteado hacia la isla del Diluvio. A la mañana siguiente, cuando el barco moteado chocó contra la cadena, perdió parte de sus velas y estuvo a punto de hundirse, y se habría hundido en el fondo del mar de no ser por lo fuerte que era.
Cuando Cucúlin vio lo sucedido, tomó los remos, remó con fuerza y empujó la embarcación con tal ímpetu, que cortó la cadena y logró poner el barco sobre tierra firme hasta un tercio de su longitud. En ese momento se apagó el fuego en el lugar donde chocó el barco, y cuando el caballero de la Isla vio apagarse el fuego, corrió a la orilla y se encontró con Cucúlin, el rey de Grecia, y Lug Longhand.
Cuando Cucúlin lo vio, arrojó sus armas, lo agarró, lo levantó por encima de su cabeza, lo arrojó sobre la espalda, lo ató de la cabeza a los talones y dijo:
—Te cortaré la cabeza a menos que Dame el anillo y la vara que le llevaste a Lug Longhand.
—Yo se los quité, es verdad—, dijo el caballero; —Pero me sería difícil dártelos ahora; porque vino un hombre y me los quitó, el cual te los habría quitado a ti y a todos los que están contigo, y a muchos más, si hubierais estado aquí.
—¿Quién en el mundo podría ser ese hombre?— preguntó Cucúlin.
—El Gruagach Oscuro de la Isla del Norte. Libérame y ven a mi castillo. Te lo contaré todo y te entretendré bien.
Los llevó a su castillo, los animó y entretuvo, y les contó todo sobre Gruagach y su isla. A la mañana siguiente todos zarparon en el barco de Cucúlin, que habían dejado en la costa de la isla, y no se detuvieron hasta que llegaron al castillo de Gruagach y plantaron sus tiendas frente a él.
Entonces Cucúlin desafió a Gruagach. Los demás lo siguieron para saber si prosperaría. Gruagach salió y se enfrentó a Cucúlin, y comenzó una gran batalla y lucharon todo el día uno contra el otro y ninguno de los dos tomó ventaja. Cuando llegó la noche, se detuvieron y se prepararon para la cena y la noche.
Al día siguiente, después del desayuno, Cucúlin volvió a desafiar a Gruagach y lucharon hasta la noche; Cuando Cucúlin venció en la lucha, desarmó a Gruagach, lo ató y le dijo:
—A menos que entregues la vara de encantamiento y el anillo de la juventud que le quitaste al caballero de la isla del Diluvio, te cortaré la cabeza.
—Yo se los quité, es cierto; pero hubo un hombre llamado Thin-in-Iron, que me los quitó, y te los habría quitado a ti y a mí, y a todos los que están aquí, si hubierais estado aquí. Es un hombre que la espada no puede cortarlo, el fuego no puede quemarlo, el agua no puede ahogarlo, y no es fácil vencerlo. Pero si me liberas ahora y vienes a mi castillo, te trataré bien y te contaré todo sobre él.
Cucúlin estuvo de acuerdo con esto.
A la mañana siguiente decidieron no parar ni quedar satisfechos hasta alcanzar su destino. Encontraron el castillo de Thin-in-Iron y Cucúlin lo retó a combatir. Pelearon; y Cuculín le golpeaba con su espada, pero, aun así, no recibía corte ni herida alguna, y Cuculín quedó exhausto por la batalla. Lucharon hasta que Cucúlin dijo:
—Ya es hora de parar hasta mañana.
Cucúlin apenas pudo llegar a la tienda. Tuvieron que sostenerlo y acostarlo. Y, ¿quién podría aparecer ante Cucúlin esa noche sino Gil an Og, y ella le dijo:
—Has llegado más lejos que cualquier hombre antes que tú, y te curaré todas tus heridas, y no necesitas continuar la batalla para obtener la vara del encantamiento y la anillo de juventud.
—Bueno—, dijo Cucúlin, —no me rendiré, lucharé un día más contra Thin-in-Iron.
Cuando llegó la hora de descansar, Gil an Og se fue y Cucúlin se durmió solo. A la mañana siguiente, todos sus camaradas estaban levantados y frente a su tienda. Creían que había muerto por las heridas del combate, pero vieron que se encontraba tan bien de salud como siempre.
Prepararon el desayuno, y después de desayunar Cucúlin se dirigió ante la puerta del castillo para desafiar a su enemigo nuevamente.
Thin-in-Iron asomó la cabeza y dijo:
—Ese hombre con el que luché ayer ha vuelto hoy. Habría sido una buena acción si le hubiera cortado la cabeza anoche. Entonces no estaría aquí para molestarme esta mañana. No volveré a casa este día hasta que traiga su cabeza conmigo. Entonces tendré paz.
Nuevamente, Cucúlin y Thin-in-Iron se encontraron en combate y lucharon hasta que llegó la noche. Entonces Thin-in-Iron gritó pidiendo un cese, y Cucúlin se alegró de concedérselo; porque su espada no hacía nada contra Thin-in-Iron excepto cansarlo, pues estaba encantado y ninguna espada podía cortarle. Cuando Thin-in-Iron fue a su castillo, vomitó tres sorbos de sangre y le dijo a su ama de llaves:
—Aunque su espada no pudo penetrarme, casi me rompe el corazón por el esfuerzo.
Cucúlin tuvo que ser llevado a su tienda. Sus camaradas lo acostaron en su cama y dijeron:
—Quien vino ayer y lo curó, puede ser también venga esta noche. Se fueron y no tardaron en irse cuando Gil an Og vino y dijo:
—Cucúlin, si hubieras cumplido mis órdenes, no estarías como estás esta noche. Pero si descuidas mis palabras ahora, nunca volverás a ver mi rostro. Te curaré esta vez y te pondré tan bien como siempre; y con su magia y sus dones, ella lo curó y quedó tan fuerte como antes.
En cuanto Cucúlin se vio curado, dijo:
—Oh, entonces—, dijo Cucúlin, —sea lo que sea lo que me suceda, nunca volveré atrás hasta que le quite otro día y batalle contra Thin-in-Iron.
—Bueno—, dijo ella, —tú eres un hombre más fuerte que él, pero no sirve de nada atacarlo con una espada. Tira tu espada a un lado mañana, podrás vencerlo y atarlo. Ahora, ya no me volverás a ver.
Ella se fue y pronto, él se quedó dormido. Sus camaradas llegaron por la mañana y lo encontraron sano y curado de todas las heridas. Desayunaron y, después de comer, Cucúlin salió y convocó un nuevo desafío.
—Oh, es el mismo hombre de ayer—, dijo Thin-in-Iron, —y si le hubiera cortado la cabeza entonces, no sería él quien me molestaría hoy. Si vivo para ello, esta noche llevaré su cabeza en mi mano y nunca más me molestará.
Cuando Cucúlin vio venir a Thin-in-Iron, arrojó su espada a un lado y, saltó frente a él, cuerpo a cuerpo, lo agarró por el cuerpo, lo levantó, luego lo arrojó al suelo y le dijo:
—Si no me das lo que te pido, te cortaré la cabeza.
—¿Qué quieres de mí?— preguntó Thin-in-Iron.
—Quiero la vara de encantamiento y el anillo de la juventud que trajiste desde el Gruagach.
—Yo ciertamente se los quité, pero no me sería fácil entregártelos a ti o a cualquier otro hombre; porque vino un hombres más fuerte y me los quitó.
—¿Quién podría quitártelos?— preguntó Cucúlin.
—La reina del desierto, una vieja bruja que los tiene ahora. Pero libérame de estas ataduras y te llevaré a mi castillo y te entretendré bien, e iré contigo y el resto de la compañía, a ver cómo prosperas.
Entonces llevó a Cucúlin y a sus amigos al castillo y los entretuvo alegremente, y les dijo:
—La vieja bruja, la reina del desierto, vive en una torre redonda, que siempre gira sobre unas ruedas de piedra. Sólo hay una entrada a la torre, y está muy por encima del suelo, y dentro hay una única habitación que es donde ella vive, y está guardando el anillo y la vara. Hay una silla, y ella sólo tiene que sentarse en la silla y desear estar en cualquier parte del mundo, y en ese momento, la casa y ella aparecen allá. Tiene cinco líneas de guardias protegiendo su torre, y si atraviesas los guardias, habrás logrado lo que ningún hombre antes que tú ha hecho hasta el día de hoy. Los primeros guardias son dos leones que salen corriendo para saber cuál de ellos sacará el primer mordisco en la garganta al que intenta pasar, los segundos son siete hombres con las armas del lucero del alba, esas lanzas con bolas de hierro, y con sus bolas de hierro puntiagudas le quitan la vida a golpes a cualquier mortal que se cruce en su camino. En la tercera línea de los guardianes, está el hombre colgado, que está colgado de un árbol, toca con los dedos de los pies en el suelo, y la cabeza ha sido cortada y está tirada en el suelo, pero que mata a todo hombre que se le acerca. En la cuarta línea de los guardianes esta el Toro de la Niebla que oscurece los bosques en siete millas a la redonda y destruye todo lo que entra en la Niebla. La quinta línea de guardianes son siete gatos con colas venenosas; y una gota de su veneno mataría al hombre más fuerte.
A la mañana siguiente todos fueron con Cucúlin hasta los leones que custodiaban a la reina del desierto, una vieja bruja rejuvenecida por el anillo de la juventud. Rápidamente, los dos leones corrieron hacia Cucúlin para ver cuál le daría el primer mordisco.
Cucúlin llevaba un pañuelo de seda rojo alrededor del cuello y tenía una fina cabellera. Se cortó el pelo de la cabeza y se lo enrolló en una mano, tomó su pañuelo y se lo envolvió en la otra. Luego, corriendo hacia los leones, metió una mano en la garganta de cada león, pues los leones no pueden morder ni la seda ni el pelo, y así los derrotó, les sacó los hígados y los ojos a ambos, y cayeron muertos ante él.
Sus camaradas al ver esto dijeron:
—Prosperarás ahora que has hecho este acto—; y ellos lo dejaron y se fueron a sus casas, cada uno a su tierra.
Cucúlin fue más allá. Las siguientes personas que conoció fueron los siete hombres con las armas luceros del alba, y dijeron:
—Hace mucho tiempo que ningún hombre ha llegado hasta nosotros; ahora nos entretendremos un rato.
El primero dijo:
—Dale un toque con el arma y y deja que los demás hagan lo mismo; y lo azotaremos hasta que muera.
Ahora Cucúlin desenvainó su espada y le cortó la cabeza al primer hombre antes de que pudiera asestarle ningún golpe con el arma; y luego hizo lo mismo con los otros seis.
Siguió su camino hasta que llegó al hombre colgado, que estaba colgado de un árbol, con la cabeza apoyada en el suelo cerca de él. Y se contaba que la reina del desierto lo había atado al árbol porque no quería casarse con ella; y ella dijo:
—Si viene algún hombre que te ponga la cabeza, serás libre, pero si cuentas tu desgracia morirás al instante—. Y le ordenó que matara a todo hombre que intentara pasar por su camino sin ponerle la cabeza.
Cucúlin se acercó, lo miró y vio montones de huesos alrededor del árbol. El cuerpo decía:
—No puedes pasar por aquí. Peleo con cada hombre que intenta pasar.
—Bueno, no voy a pelear con un hombre a menos que tenga una cabeza. Toma tu cabeza—. Y Cucúlin, tomando la cabeza, la puso sobre el cuerpo y dijo: —¡Ahora sí pelearé contigo!.
El hombre agradecido y por fin libre, dijo:
—Ahora estoy bien. Sé adónde vas. Me quedaré aquí hasta que regreses; si vences no me olvidarás. Quítame la cabeza ahora; ponla donde la encontraste, y si lo logras, recuerda que estaré aquí antes que tú en tu camino de regreso a casa.
Cucúlin siguió adelante, pero pronto se encontró con el toro de la Niebla que cubría siete millas de bosque con una espesa niebla. Cuando el toro lo vio, se abalanzó sobre él y le clavó un cuerno en las costillas y lo arrojó tres millas dentro del bosque, contra una gran encina y le rompió tres costillas.
—Bueno—, dijo Cucúlin, cuando se recuperó del golpe, —si me asesta otro golpe así, no podré hacer mucho más.
Apenas se había puesto en pie cuando el toro volvió a atacarle; pero cuando estaba a punto de golpearle, Cucúlin agarró al toro por ambos cuernos y ambos forcejearon y lucharon. Durante tres días y tres noches, sin descanso alguno, Cucúlin mantuvo la batalla contra el toro, hasta la mañana del cuarto día, cuando logró tumbarlo. Entonces lo puso de lado, y poniendo un pie sobre un cuerno y tomando el otro con las dos manos, dijo:
—Te he ganado; aunque no hay en mí una puntada que no esté hecha jirones por luchando contra ti.
Desgarró el toro desde los cuernos hasta la cola, en dos partes iguales, y dijo:
—Ahora que te he partido en dos, te haré cuartos.
Entonces tomó su espada, y cuando golpeó el espinazo del toro, la espada quedó en el hueso y no pudo sacarla.
Se alejó y se quedó un gran rato mirando.
—Es difícil pensar—, dijo, —en ningún guerrero que deje su espada tras él.
Así que regresó, dio otro tirón y quitó la empuñadura de su espada, dejando la hoja en el lomo del toro. Luego se alejó con todo andrajoso y destrozado, pues la ropa se le había roto entera en la batalla, y con la empuñadura en la mano de su espada rota, y se dirigió hacia la fragua del fuerte herrero Strong Smith. Uno de los muchachos del Herrero estaba en ese momento buscando carbón y vio venir a Cucúlin con la empuñadura en la mano, y entró corriendo, diciendo:
—Se acerca un hombre que parece un tonto; ¡nos divertiremos con él!
—¡No sabes lo que dices!— dijo el maestro. —¿Has oído algún relato sobre el toro de la Niebla estos tres días?
—No hemos oído nada—, dijeron los chicos.
—Tal vez—, dijo Strong Smith, —el que viene es un gran guerrero, y deben tener cuidado con él.
En ese momento Cucúlin entró en la fragua donde trabajaban doce muchachos y el maestro. Los saludó y preguntó:
—¿Pueden poner una espada en esta empuñadura?
—Podemos—, dijo el maestro. Metieron una cuchilla en la empuñadura. Cucúlin levantó la espada, le dio una sacudida y la rompió en pedazos.
—Esta espada está podrida—, dijo. —Haz otra.
Hicieron una segunda espada. Los chicos ahora le tenían miedo. Rompió la segunda espada de la misma manera que la primera. Hicieron seis espadas, una más fuerte que la otra. A todas les hizo lo mismo.
—De nada sirve hablar—, dijo el herrero; —No tenemos material que sirva como espada adecuada para usted. Bajen ahora—, dijo a dos de los muchachos, —y traigan una vieja espada llena de óxido que está en el establo.
Fueron y alzaron la espada sobre dos picas que estaban entre ellos; Era tan pesada que no se podía cargar. Se lo dieron a Cucúlin, y de un golpe en el talón le quitó el polvo y salió a la puerta y le dio una sacudida; y al agitarla, se oscureció todo el lugar con el óxido de la hoja.
—Esta es mi espada, quienquiera que la haya hecho, la hizo para mí—, dijo.
—Lo es—, dijo el maestro; —Es tuya. Ahora sé quién eres y adónde vas. Quiero recordarte que estoy esclavizado aquí.
El herrero llevó entonces a Cucúlin a su casa, le dio comida y ropa para el viaje. Cuando estuvo listo, el Herrero dijo:
—Espero que prosperes. Has hecho mucho más que cualquier hombre que haya avanzado por este camino antes. Ahora no hay nada que se interponga en tu camino hasta que llegues a los siete gatos que te esperan y la torre que gira de la bruja. Si los gatos sacuden sus colas y una gota de veneno cae sobre ti, penetrará hasta tu corazón. Debes barrer sus colas con tu espada. Entonces sus cuerpos sufrirán lo mismo que el veneno de sus colas haría en ti.
Cucúlin no tardó en llegar hasta ellos y no hubo uno de los siete gatos al que no le arrancara la cola antes de que se diera cuenta. No le importaban los cuerpos de los gatos, así que tenía las colas y los gatos huyeron.
Ahora se encontraba frente a la torre que giraba sobre ruedas. En ella estaba la reina del desierto. Thin-in-Iron le había dicho que debía cortar el eje. Encontró el eje, lo cortó y la torre se detuvo en ese instante. Cucúlin dio un salto y entró por la única puerta.
La vieja bruja se estaba preparando para sentarse en la silla cuando lo vio venir. Rápidamente él saltó hacia adelante, empujó la silla con una mano y, cogiendo con la otra mano a la bruja por la nuca, dijo:
—¡Ahora vas a perder la cabeza, vieja!
—Perdóname y conseguirás lo que quieras—, dijo. —Tengo el anillo de la juventud y la vara del encantamiento—, y ella le dio rápidamente los objetos.
Cucúlin se puso el anillo en el dedo y dijo:
—¡Nunca más le harás daño al hombre!— volvió su cabeza hacia la entrada y le dio una patada. La bruja salió volando a través de la puerta y cayó al suelo, donde se rompió el cuello y murió en el acto.
Cucúlin nombró al fuerte herrero Strong Smith rey sobre todos los dominios de la reina del Desierto, y proclamó que cualquier persona en el país que se negara a obedecer al nuevo rey sería ejecutada.
Cucúlin se volvió inmediatamente y caminó hasta llegar al hombre colgado. Lo soltó y, poniendo la cabeza sobre su cuerpo, le asestó un golpe con la vara convirtiéndole en un hombre hermosísimo, que feliz y agradecido, regresó a su casa.
Luego Cucúlin avanzó y no se detuvo hasta llegar al castillo de Gil an Og. Ella estaba afuera, esperándole para darle una feliz bienvenida; ¡Y por qué no, sin duda, si tenía la vara del encantamiento y el anillo de la juventud!
Cuando ella entró al castillo y tomó la forma de un gato, él le asestó un golpe con la vara y el gato se transformó en la princesa que siempre había sido, tal cuál era antes de que el rey de Grecia la golpeara con aquella misma vara. Luego preguntó:
—¿Dónde está tu hermana?
—Esta en el lago de afuera—, respondió Gil an Og, —en forma de serpiente marina.
Juntos salieron y en el momento en que llegaron a la orilla del lago, la hermana se levantó cerca de ellos. Entonces Cucúlin la golpeó con la vara y ella cayó a tierra con su propia forma y semblante.
Al día siguiente vieron una gran cantidad de barcos frente al puerto, y ¿Quiénes crees que irían en aquellos barcos?, allí iban el rey de Grecia, Lug Longhand, el caballero de la isla del Diluvio, el Guagach Oscuro del Isla del Norte y Thin-in-Iron. Todos llegaron en sus propios barcos para ver a Cucúlin. Todos fueron bien recibidos, y cuando hubieron festejado y regocijado juntos, Cucúlin se casó con Gil an Og. El rey de Grecia tomó a la hermana de Gil an Og, con la que ya se había casado hacía tiempo, y se fueron a su casa.
Cucúlin se fue él mismo con su esposa Gil an Og, y nunca se detuvo hasta llegar a Erin; y cuando llegó, Fin MacCumhail y sus hombres estaban en KilConaly, cerca del río Shannon.
Pues bien, cuando Cucúlin se había ido de Erín por petición de la princesa Gil an Og, dejó un hijo cuya madre se llamaba Virago de Alba: ella aún vivía y el hijo tenía dieciocho años. Cuando escuchó que Cucúlin había llevado a Gil an Og a Erin, se enfureció de celos y locura. Ella había criado sola al hijo, que se llamaba Conlán, como cualquier hijo de rey, y ahora entregándole sus armas de guerrero le dijo que fuera con su padre.
—Lo haría—, dijo Conlán, —si supiera quién es mi padre.
—Su nombre es Cucúlin, y está con la compañía de Fin MacCumhail. Te ordeno que no cedas ante ningún hombre—, le dijo a su hijo, —ni le digas a nadie tu nombre hasta que pelees contra él.
Conlán partió del Ulster, donde estaba su madre, y no se detuvo hasta encontrarse con Fin y sus hombres, que ese día estaban cazando a lo largo de los acantilados de KilConaly.
Cuando el joven se acercó, Fin dijo:
—¿Quién es y qué hace un hombre solo frente a nosotros?
Conan Maol le dijo a Fin:
—Deja que vaya contra él, le preguntaré quién es y qué quiere.
Fin estuvo de acuerdo y Conan Maol se dirigió a Conlán:
—¿Quién eres y qué haces aquí?
—Nunca doy cuentas de mí mismo a ningún hombre—, respondió Conlán, —hasta que él luché contra mi.
—No hay ningún hombre entre nosotros—, dijo Conan, —que sea capaz de esa lucha excepto Cucúlin.
Llamaron a Cucúlin; él se acercó y los dos pelearon. Conlán supo por la descripción que le había dado su madre que Cucúlin era su padre, pero Cucúlin no conocía a su hijo. Así que cada vez que Conlán apuntaba con su lanza, la lanzaba para golpear el suelo frente al dedo del pie de Cucúlin, pero Cucúlin apuntaba directamente a él.
Estuvieron juntos tres días y tres noches. El hijo siempre perdonaba al padre, pero el padre nunca perdonaba ningún golpe al hijo.
Conan Maol acudió a ellos la cuarta mañana.
—Cucúlin—, dijo, —no esperaba encontrar a ningún rival que luchara contra ti durante tres días, es un gran guerrero y debes vencerlo.
Cuando Conlán escuchó a Conan Maol instando a su padre a matarlo, le lanzó una mirada amarga y se olvidó de protegerse. Entonces, aprovechando que bajó la guardia, la lanza de Cucúlin le atravesó la cabeza y cayó.
—Me muero de ese golpe de mi padre—, dijo.
—¿Eres mi hijo?— dijo Cuculin.
—Lo soy—, dijo Conlán.
Cucúlin tomó su espada y le cortó la cabeza antes de dejarlo en aquel sufrimiento y dolor que estaba padeciendo. Luego se enfrentó a toda la gente, y Fin quedó mirando aquél acto de ira.
—Hay problemas en Cucúlin—, dijo Fin.
—Muérdete el pulgar—, dijo Conan Maol, —para saber qué tiene.
Fin se mordió el pulgar y dijo:
—Cucúlin está lleno de ira por matar a su propio hijo, y si yo y todos mis hombres lo enfrentáramos antes de que su pasión se enfríe, al final de siete días, nos destruiría a todos.
—Ve ahora—, dijo Conan, —y átalo para que baje a la playa de Bale y que luche siete días contra las olas del mar, antes de matarnos a todos.
Entonces Fin lo obligó a bajar. Cuando fue a la playa de Bale, Cucúlin encontró una gran piedra blanca. Agarró la espada en su mano derecha y gritó:
—Si tuviera en mi mano la cabeza de la mujer que envió a su hijo al peligro de muerte, la partiría como partí esta piedra—, e hizo cuatro cuartos. de la piedra.
Luego luchó contra las olas durante siete días y siete noches, hasta que cayó de hambre y debilidad, y las olas pasaron sobre él.
Cuento popular Irlandés, recopilado por Jeremiah Curtin
Jeremiah Curtin (1835-1891), fue un etnógrafo, folclorista y traductor estadounidense.