Había una vez dos comerciantes que vivían en cierto pueblo justo al borde de un arroyo. Uno de ellos era ruso, el otro tártaro; ambos eran ricos. Pero el ruso quedó tan arruinado por algún negocio que no le quedó ni una sola propiedad. Todo lo que tenía fue confiscado o robado. El comerciante ruso no tenía a quién recurrir: quedó tan pobre como una rata. Entonces fue donde su amigo el tártaro y le rogó que le prestara algo de dinero.
—Consígueme una garantía y te prestaré dinero—, dice el tártaro.
—¿Pero quién me va a dar esa garantía para ti, no tengo alma alguna que me pueda ayudar? Pero, ¡claro! ¡Hay una garantía para ti: la cruz vivificante en la Iglesia!
—¡Muy bien mi amigo!— dice el tártaro. —Confiaré en tu cruz. Tu fe o la nuestra, para mí todo es lo mismo.
Y le dio al comerciante ruso cincuenta mil rublos. El ruso tomó el dinero, se despidió del tártaro y volvió a comerciar en diversos lugares.
Al cabo de dos años había ganado ciento cincuenta mil rublos de los cincuenta mil que había pedido prestado. Sucedió que un día navegaba por el Danubio, yendo de un lugar a otro con mercancías, cuando de repente se desató una tormenta y estuvo a punto de hundir el barco en el que se encontraba. Entonces el comerciante se acordó de cómo había pidió dinero prestado y que había entregado como garantía la cruz que da vida en la Iglesia, pero no había pagado su deuda. ¡Esa fue sin duda la causa de la tormenta que surgió! Tan pronto como se dijo esto a sí mismo, la tormenta comenzó a amainar. El mercader tomó un barril, contó cincuenta mil rublos, escribió una nota al tártaro, la metió junto con el dinero en el barril y luego arrojó el barril al agua, diciéndose:
—Como entregué la cruz como mi fianza ante el tártaro, el dinero seguramente le llegará.
El barril se hundió inmediatamente hasta el fondo; todos supusieron que el dinero se había perdido. ¿Pero qué pasó?
En casa del tártaro vivía una cocinera rusa. Un día iba al río a buscar agua y al llegar vio un barril flotando. Así que se adentró un poco en el agua e intentó agarrarlo para sacarlo a la orilla, ¡pero no pudo hacerlo! Cuando se acercó al barril, éste se alejaba de ella; cuando se volvió del barril hacia la orilla, flotó tras ella. Continuó intentándolo y se esforzó durante algún tiempo, luego se fue a casa y le contó a su amo todo lo que había sucedido. Al principio él no le creía, pero al final decidió ir al río y ver por sí mismo qué clase de barril era el que flotaba allí. Cuando llegó allí, efectivamente, allí estaba el barril flotando, y no muy lejos de la orilla. El tártaro se quitó la ropa y se metió en el agua. Antes de haber recorrido ninguna distancia, el barril llegó flotando hacia él por sí solo. Lo cogió, lo llevó a casa, lo abrió y miró dentro. Allí vio una cantidad de dinero y, encima del dinero, una nota. Sacó la nota y la leyó, y en ella decía esto:
«¡Estimado amigo! Te devuelvo los cincuenta mil rublos que me prestaste, por los que te entregué en garantía la cruz que da la vida en la Iglesia»
El tártaro leyó estas palabras y quedó asombrado ante el poder de la cruz vivificante.
Contó el dinero para ver si realmente estaba allí la suma total. Estaba allí exactamente.
Mientras tanto, el comerciante ruso, después de comerciar unos cinco años, hizo una fortuna aceptable. Pues bien, regresó a su antiguo hogar, y, pensando que se había perdido su barril, consideró que su primer deber era llegar a un acuerdo con el tártaro. Entonces fue a su casa y le ofreció el dinero que le había prestado. El tártaro le contó todo lo sucedido y cómo había encontrado el barril en el río, con el dinero y la nota dentro. Luego le mostró la nota, diciendo:
—¿Escribiste tú esta nota de tu puño y letra?
—Ciertamente la escribí—, respondió el otro.
Todos quedaron asombrados ante este maravilloso milagro, y el tártaro dijo:
—Entonces no tengo más dinero que recibir de ti, hermano, no me debes nada.
El comerciante ruso hizo realizar un servicio como ofrenda de agradecimiento a Dios, y al día siguiente el tártaro fue bautizado junto con toda su familia. El comerciante ruso fue su padrino y la cocinera su madrina.
Después de eso, ambos vivieron larga y felizmente, sobrevivieron hasta una edad avanzada y luego murieron en paz.
Cuento popular ruso recopilado por Aleksandr Nikolaevich Afanasiev (1826-1871).
Aleksandr Nikolaevich Afanasev (1826-1871) Historiador, crítico literario y folclorista ruso.
Recopiló un total de 680 de cuentos populares rusos.