Cuentan que un wotjako estaba a la orilla de un lago haciendo sogas cuando salió del lago un hombrecillo muy pequeño.
—Oye, mi amigo humano, ¿qué estás haciendo? —dijo.
—Estoy haciendo sogas —contestó el wotjako—. Saco todo lo que hay en el fondo del lago.
—Ay, mi amigo humano, si es así… ¡no lo hagas! ¡Si no lo haces te daré dinero! — dijo antes de desaparecer en el agua.
El ser humano cavó en secreto un hoyo que cubrió con un sombrero al que previamente había hecho un agujero. Dicen que el espíritu de las aguas regresó y empezó a llenar el sombrero de dinero. Pero como el dinero no llenó el sombrero, el espíritu dijo:
—¡Ay, mi amigo humano, mi dinero ya no es suficiente! —Y desapareció de nuevo en el agua. Un momento después, sacó del agua un lingote de hierro y dijo:
—¡Mi amigo humano, tíralo a la otra orilla del lago! El wotjako dijo:
—¡Tíralo tú primero!
El espíritu de las aguas tiró el lingote a un par de metros y a continuación dijo:
—¡Bien, mi amigo humano, ahora tíralo tú!. El hombre dijo:
—¡Lo lanzaré por encima de las nubes.
Pero, de repente, el espíritu cogió su lingote y lo arrastró hasta el agua.
Después de haber arrastrado el lingote, sacó del agua un caballo, se lo cargó al hombro y dio la vuelta al lago. Después de haber hecho esto, dijo:
—¡Bien, mi amigo humano, ahora da tú la vuelta! El hombre se montó en el caballo y dio la vuelta al lago cabalgando. El hombrecillo volvió a desaparecer en el agua. Fue hasta donde estaba su madre y le dijo:
—¡Asombroso! ¡Mi amigo, el ser humano, ha apretado al caballo entre sus muslos y ha dado la vuelta al lago!
El hombre metió en su maleta el dinero que le había dado el espíritu de las aguas y echó a andar de regreso a su casa. Hizo que el hombrecillo se cargara la maleta al hombro y se la llevara.
En el camino de regreso vieron una piedra de molino. El hombrecillo preguntó:
—Mi amigo humano, ¿qué es eso? El hombre contestó:
—Es el huso de la rueca de mi madre.
El hombrecillo cogió la rueda de molino, se la echó al hombro y cargó con ella. Después de avanzar un trecho, vieron un rastrillo. El hombrecillo preguntó:
—Mi amigo humano, ¿qué es eso? El hombre contestó:
—Es el peine de mi madre.
El espíritu de las aguas empezó a peinarse.
—¡Ay, mi amigo humano —dijo—, este peine es demasiado grande! Se llevó también el peine. Luego siguieron andando un trecho y vieron también un arado.
—Mi amigo humano —dijo—, ¿qué es eso de ahí? El hombre contestó:
—Es una azada que mi madre utiliza para arrancar las raíces de las hierbas.
El hombrecillo cogió la azada y empezó a cavar. Llegaron a casa y el wotjako le dijo al hombrecillo:
—Quédate aquí, en la puerta, mientras sujeto a mis doce sirvientes (se refería a sus perros). Entró en la casa y le indicó a su madre:
Madre, te ordenaré que hagas la comida. Tú entonces dirás lo siguiente: «Pero, hijo mío, ¿qué voy a cocinar?». Cuando te lo haya pedido tres veces, di: «La cabeza del gran diablo, el pie del pequeño diablo».
A continuación, el hombre invitó a entrar al diablo (o sea, al espíritu de las aguas) y dijo:
—¡Madre, haz la comida! La madre contestó:
—Pero, hijo mío, ¿qué voy a cocinar?
La mujer repitió tres veces esta pregunta después de que el hijo le ordenara tres veces también que hiciera la comida. A continuación la madre dijo:
—¡La cabeza del gran diablo, el pie del pequeño diablo!
El diablo desapareció de aquel cuarto levantando el techo de la habitación, y los perros hicieron trizas la ropa que había dejado allí abandonada.
Cuento popular nórdico recopilado y traducido por Yrjö Wichmann (1868-1932) en 1901
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»