La siguiente leyenda es la más antigua de los Ihahan, un pueblo berebere del norte de África. Los narradores cuentan que todo ocurrió antes del diluvio.
Este cuento se escucha en varias versiones. A veces Salomón es identificado como el rey Yedad. Y el episodio donde se muestra al rey muerto, también se encuentra en el Corán referido a Salomón.
Yedad u ben Ad significa Yedad el hijo de los Ad. Los Ad son un pueblo citado en el Corán, cuya leyenda dice que Dios castigó borrándolo de la faz de la Tierra.
La leyenda del rey Yedad
EL REY más antiguo de que se tiene memoria se llamó Yedad u ben Ad.
Fue soberano de los yin y de los hombres, y vivió en épocas remotas. Su frase favorita era: “No moriré jamás”.
Pasaba la vida sentado en su trono, desde donde impartía justicia, apoyado en su bastón. Así permaneció durante años y años, hasta que murió. Y era tal su estado en vida, que ni los yin, ni los hombres que vivían a su alrededor advirtieron su muerte.
Al cabo de mucho tiempo, su bastón, que había sido roído por un gusano, se quebró, y la momia del monarca se desplomó al momento.
Al verlo muerto, los yin y los hombres que le servían huyeron de su lado, dejando desierta la ciudad.
¿Qué fue de Yedad u ben Ad? levantó muros de oro y otros de cobre, y entre su cuerpo y la Tierra todo era plata. El trono en que se sentaba estaba hecho de oro puro; más llegó el ángel de la muerte y de nada le valieron sus riquezas.
Con el paso del tiempo, el recuerdo del lugar donde se alzó su ciudad se borró de la memoria de los hombres.
Acaeció que un día llegaron hasta el mismo trono de Salomón, hijo de David, vagas noticias que hablaban de aquel rey mítico.
Salomón convocó apresuradamente a sus pájaros, a sus yin y a sus más sabios hombres, para que le hablasen de Yedad u ben Ad y del sitio exacto que ocupó su fabulosa ciudad. Pero nadie supo darle la información que pedía.
Salomón preguntó entonces:
-¿Dónde está mi vieja águila?
Pasaron nueve días, antes que el águila se postrase a sus pies deshecha en disculpas:
—Oh, Soberano mío, sapiente Salomón, el único motivo de mi tardanza es la vejez de mi padre, que tiene ya 900 años, y se encuentra débil, ciego y sin plumas en su isla del tenebroso océano. Volando constantemente sobre él, protejo su desnudez del inclemente sol. Déjame, te suplico, volver sin demora a su lado.
Salomón le dijo:
—Vuela hasta tu padre y pregúntale por Yedad u ben Ad y el camino que hemos de seguir hasta la ciudad. Luego, vuelve y comunícame las nuevas.
El águila voló seguidamente a donde moraba su progenitor y le transmitió los deseos del sabio rey. El viejo le respondió:
—Yo no puedo acordarme del legendario soberano de los yin y de los hombres, pero mi abuelo, que tenía mil trescientos años cuando murió, me habló de él. Ese Yedad u ben Ad poseía todos los bienes de la Tierra, y nada le era oculto a su saber; pero en cambio no pudo huir de la muerte. Estamos hechos de tierra, sobre ella vivimos y a ella volveremos.
Luego, describió a su hijo el camino que habría de seguir hasta encontrar la ciudad de los Ben Ad; oído lo cual, el águila regresó junto a Salomón y le dio cumplida cuenta de todo.
Salomón reunió su ejército y el águila, volando en cabeza, los guio a través de desiertos hasta el mar, y después de describir con su vuelo círculos cada vez más cerrados, cayó en picado, como una piedra, sobre las mismas ruinas de la ciudad, entre una palmera y un viejo matadero.
Como el palacio estaba cubierto por la arena, nadie encontró su entrada.
Pero Dios hizo soplar un fuerte viento durante días, primero del Norte, luego del Oeste, más tarde del Sur, y por último del Este. La arena desapareció y dejó al descubierto el palacio y con él su entrada.
Salomón penetró con su séquito hasta el mismo salón del trono, donde hallaron una estatua con una tabla de plata en la boca. En ella podía leerse en caracteres griegos la siguiente inscripción.
“Soy Yedad u ben Ad, he vivido mil años, gobernado mil ciudades y cabalgado mil caballos.
Di muerte a mil guerreros y de mil mujeres que tuve me nacieron mil varones.
Mil sabios me aconsejaban, y aun así no pude huir del Ángel de la Muerte.
Nadie me superará en riquezas ni me alcanzará en poder o en años de existencia.
Por eso puedo deciros: De nada vale atesorar en la Tierra, que el mundo es sólo ilusión y es ley que el que vive muera.”
Leído esto, se apresuró el Sabio Rey a abandonar el palacio y la ciudad de Yedad u ben Ad, dando orden a sus gentes de regresar de inmediato a Jerusalén.
El viento sopló de nuevo, sepultando una vez más el palacio, y de la mente de los hombres desapareció el recuerdo del lugar que ocupa en la Tierra.
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»