Ubasute y la Montaña dónde se Abandonaban a los ancianos

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Cuentos con Sabiduría

Hace mucho tiempo, en un invierno muy muy duro, hubo una gran hambruna. Todos en las aldeas estaban muy preocupados, y empezaron a ver a los niños morir de hambre. Nadie, ni los más mayores, podían evitar llorar ante tan terrible situación. Los ancianos se reunieron y pidieron a los más jóvenes que los llevasen a morir al monte, pues habiendo tan pocos alimentos, preferían que los más jóvenes tuvieran comida, sus manos ya no eran útiles, sus vidas ya no servían.

Insistieron y finalmente, los hijos y nietos acompañaron a un monte a sus ancianos para dejarles morir. Hubo una muy triste despedida, pero los ancianos estaban felices sabiendo que hacían lo correcto.

Sin embargo, algunas personas testarudas, quedan atascadas en ciertos momentos. Y aunque el año siguiente fue mejor, muchos jóvenes recordaron que la solución de abandonar a los mayores dio buenos resultados, por lo que siguieron con la tradición, un año, tras otro, hasta que, con el tiempo, se olvidó el motivo y simplemente, y cuando las personas llegaban a cierta edad, se los acompañaba a una montaña donde se les abandonaba para que murieran allá.

Por tradición, y olvidando completamente el origen de la misma, llegó a imponerse por ley que, a todo hombre y mujer, a los 70 años, se le tenía que abandonar en el monte.

Un día, en una aldea, un campesino alcanzó los 70 años, y siguiendo la ley, su hijo llegado el día, le cargó en las espaldas y ascendió montaña arriba para abandonarlo.

Mientras caminaba, el anciano sobre las espaldas de su hijo, iba quebrando ramitas de los árboles para señalar la ruta.

-Padre, ¿por qué rompe las ramas de los árboles? ¿Está usted marcando la ruta de regreso a casa? – le preguntó el hijo.

-No para mi, vamos a un lugar muy agreste, donde los caminos no llegan, y sería fatal si tú no pudieras encontrar el camino de regreso.

El hijo no pudo contener las lágrimas al escuchar cómo su padre, incluso en aquella situación, continuaba preocupándose por él.

Cuando llegaron al lugar más profundo y perdido de la montaña, el hijo con gran dolor en su corazón, se despidió de su padre y lo abandonó emprendiendo el camino de regreso a su casa. Sin embargo, en el retorno, decidió seguir un camino distinto al utilizado en el ascenso.

Cuando llegó la noche, el joven continuaba perdido por la montaña y no le quedó más remedio que regresar con su padre.

El anciano continuaba allí, donde le había abandonado, sentado esperando la muerte.

-¿Entonces te perdiste? – preguntó el anciano a su hijo.

-He intentado regresar por una ruta diferente, pero no encuentro el camino. Por favor, te ruego que me recuerdes por dónde debo ir.

Volvió a cargar a su anciano padre a las espaldas y siguiendo sus instrucciones, descendió ladera abajo mientras el anciano le guiaba por el mismo camino que había marcado en el ascenso. Cuando llegaron a casa, el hijo supo que no podría repetir la angustia de abandonar nuevamente a su padre en el monte, y entendiendo lo ocurrido como una señal, escondió a su padre en un sotanillo bajo la cocina. La familia le daba de comer y le agradecían su presencia.

Un día, el señor reunió a todos los campesino y decretó:

-Cada uno vosotros me traerá una cuerda tejida con ceniza.

Los campesinos quedaron muy preocupados, pues es imposible tejer nada con ceniza. Simplemente al coger la ceniza, esta se desmoronaría en las manos.

El joven que no pudo abandonar a su padre en el bosque dos veces, regresó a su hogar pálido y asustado. Llamó a su padre y le dijo:

-Hoy el señor ha ordenado a todos que le entreguemos una cuerda tejida con ceniza ¿cómo podría hacerse algo así?

-¡Ya lo sé! – dijo el anciano -, un tiempo atrás hubo un incendio y pudimos ver cuerdas de ceniza. Hazlo así. Tienes que trenzar una cuerda apretando mucho las hebras. Después la quemas con mucho cuidado para no pasarte con el fuego, hasta que quede reducida a cenizas, pero sin que se desmorone. Luego llévala al señor.

-¿Y cómo la llevaré? En el momento de agarrarla se desmoronará?

-Quémala sobre una plancha de metal mientras arde, y tras quemarla, sólo cuando el metal se haya enfriado, agarra la plancha entera y llévala con la cuerda encima al señor.

El joven campesino hizo como le había indicado su padre y logró llevar al señor una cuerda de ceniza. Nadie más lo había logrado.

El señor le felicitó por su hazaña.

Otro día, el señor convocó nuevamente a todo el pueblo y ordenó:

-Cada uno de vosotros, deberá traerme una concha atravesada por un hilo.

El joven campesino regresó a su hogar, y nuevamente mostró su preocupación a su padre.

El padre le dijo:

-Sólo las hormigas lograrían atravesar la concha. Coge una concha y orienta la punta hacia la luz, luego pégale un grano de arroz a la punta de un hilo y dale el arroz a la hormiga. Permite que la hormiga camine sobre la concha, y así pasará el hilo de un lado a otro.

El hijo siguió las instrucciones y así pudo cumplir con el mandato del señor. Llevó la concha y el señor quedó muy impresionado. Díjole:

-Me tranquiliza tener personas así en mis dominios, ¿cómo es posible que tengas tanta sabiduría?

El joven le contó la verdad:

-Se supone que tendría que haber abandonado a mi padre en la montaña, en su momento sentí mucha pena, pero le dejé allí. Al regresar me perdí y tuve que regresar con él para que me guiara de regreso a casa. Cuando regresamos a casa, no pude ni si quiera pensar en volver a abandonarlo, y decidí dejarlo en casa. Desde entonces sus consejos me han ayudado mucho, pues él es mucho más sabio que yo.

Cuando el señor escuchó esto, quedó muy impresionado y se dio cuenta que las personas mayores poseían una sabiduría de gran utilidad para todos, por lo que decretó que ningún otro anciano sería abandonado en la montaña.

Leyenda de Japón

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