Hubo una vez un tiempo de gran hambruna en la tierra. El padre Anansi y su hijo, Kweku Tsin, tenían mucha hambre y salieron una mañana a cazar al bosque. En poco tiempo, Kweku Tsin tuvo la suerte de matar un hermoso ciervo, y lo llevó ante su padre. Anansi se alegró mucho de ver tal provisión de alimentos y le pidió a su hijo que permaneciera allí de guardia, mientras él iba a buscar una canasta grande para transportar al ciervo hasta casa.
Pasó aproximadamente una hora sin que regresara y Kweku Tsin se puso ansioso. Temiendo que su padre se hubiera extraviado, gritó en voz alta: «¡Padre, padre!» para guiarlo hasta el lugar. Para su alegría escuchó una voz que respondía: “Sí, hijo mío”, e inmediatamente volvió a gritar, pensando que era Anansi.
En lugar de su padre, sin embargo, apareció un terrible dragón. Este monstruo exhalaba fuego por sus grandes fosas nasales, y era un espectáculo espantoso de contemplar. Kweku Tsin quedó aterrorizado cuando lo vio aproximarse y rápidamente se escondió en una cueva cercana.
El dragón llegó al lugar, husmeó y se molestó mucho al encontrar únicamente el cuerpo de un ciervo. Descargó su ira golpeando el cuerpo del ciervo y se fue.
Poco después apareció el padre Anansi. Cuando escuchó la historia que Kweku Tsin le contó del dragón, quiso ver al monstruo con sus propios ojos, y pronto su deseo se hizo realidad, porque el dragón, oliendo carne humana, regresó apresuradamente al lugar y se apoderó del padre y el hijo. Los llevó a su castillo, donde encontraron muchas otras criaturas que desafortunadamente habían sido cazadas por el monstruo y que también esperaban su suerte. Todos quedaron a cargo del sirviente del dragón, un hermoso gallo blanco, que siempre que sucedía algo inusual, cantaba para llamar a su amo. Tras dejarlos allí, vieron al dragón que partió en busca de más presas.
Kweku Tsin reunió entonces a todos sus compañeros de aquella prisión para encontrar una vía de escape. Todos temían huir debido a los increíbles poderes del monstruo. La vista del dragón era tan aguda que podía detectar una mosca que se movía a kilómetros de distancia. No sólo eso, también podía moverse sobre el suelo con tanta rapidez que nadie podía dejarle atrás. Kweku Tsin, sin embargo, siendo sumamente inteligente, pronto ideó un plan.
Sabiendo que el gallo blanco no cantaría mientras tuviera granos de arroz para comer, Kweku esparció en el suelo el contenido de cuarenta bolsas de grano, que estaban almacenadas en el gran salón. Mientras el gallo estaba ocupado comiendo, Kweku Tsin ordenó a los hilanderos que hilaran finas cuerdas de cáñamo para hacer una fuerte escalera de cuerda. Tenía la intención de arrojar un extremo de esto al cielo, confiando en que los dioses lo atraparían y lo sujetarían, mientras él y sus compañeros de prisión montaban la estructura de una escalera.
Mientras se hacía la escalera, los hombres mataron y comieron todo el ganado que necesitaban, reservando todos los huesos para Kweku Tsin tal cuál fue su deseo. Cuando todo estuvo listo, el joven recogió los huesos en un gran saco. También consiguió el violín del dragón y lo colocó a su lado.
Ya todo estaba listo. Kweku Tsin arrojó un extremo de la escalera hacia el cielo donde quedó enganchada. Las víctimas del dragón comenzaron a subir, uno tras otro, y Kweku permaneció abajo.
En ese momento, sin embargo, la poderosa vista del monstruo le mostró que algo inusual estaba sucediendo en su casa y se apresuró a regresar. Al verlo acercarse, Kweku Tsin también subió por la escalera, con la bolsa de huesos a la espalda y el violín bajo el brazo. El dragón empezó a subir tras él. Cada vez que el monstruo se acercaba demasiado, el joven le arrojaba un hueso, con el que, teniendo mucha hambre, se veía obligado a descender al suelo para comer.
Kweku Tsin repitió esto hasta que todos le arrojó todos los huesos. En ese momento, con toda la gente a salvo en el cielo, subió lo más rápido posible, deteniéndose de vez en cuando para tocar una melodía en el maravilloso violín. Cada vez que hacía esto, el dragón tenía que regresar a la tierra para bailar, ya que no podía resistir la música mágica. Cuando Kweku estuvo bastante a punto de llegar a los cielos y el dragón casi lo había alcanzado, el valiente joven se inclinó y cortó la escalera debajo de sus propios pies. El dragón cayó al suelo, pero los dioses pusieron a Kweku a salvo.
Los dioses estaban tan complacidos con su sabiduría y valentía al dar libertad a sus semejantes, que lo convirtieron en el Sol, la fuente de toda luz y calor para el mundo. Su padre, Anansi, se convirtió en la Luna y sus amigos en las estrellas.
A partir de entonces, fue el privilegio de Kweku Tsin proporcionar luz a todos ellos, cada uno de los cuales estaba aburrido e impotente sin él.
Cuento popular africano recopilado por William Henry Barker (1882-1929)
William Henry Barker (1853 – 1929) fue un hombre de negocios y escritor inglés, conocido por la recopilación de cuentos populares del oeste de África.