


Magbangal era un buen cazador, y a menudo iba a cierta colina donde cazaba jabalíes para alimentarse. Una noche, mientras se acercaba la temporada de siembra, estaba sentado en su casa pensando, y después de un largo rato llamó a su esposa. Ella vino y él le dijo:
–Mañana iré a la colina a limpiar la tierra para nuestra siembra, pero quiero que tú te quedes aquí.
–Oh, déjame ir contigo –rogó su esposa–, pues no tienes otro compañero.
–No –dijo Magbangal–, quiero ir solo, y tú debes quedarte en casa.
Finalmente, su esposa aceptó, y en la mañana se levantó temprano para prepararle comida. Cuando el arroz estuvo cocido y el pescado listo, lo llamó para que comiera, pero él dijo:
–No, no quiero comer ahora, pero volveré esta tarde y debes tenerlo listo para mí.
Entonces recogió sus diez hachas y bolos, una piedra de afilar y un tubo de bambú para el agua, y partió hacia la colina. Al llegar a su terreno, cortó algunos árboles pequeños para hacer un banco. Cuando lo terminó, se sentó en él y les dijo a los bolos:
–Ustedes, bolos, deben afilarse en la piedra.
Y los bolos fueron a la piedra y se afilaron. Luego, a las hachas les dijo:
–Ustedes, hachas, también deben afilarse.
Y ellas también se afilaron.
Cuando todos estuvieron listos, dijo:
–Ahora ustedes, bolos, corten todos los arbustos pequeños debajo de los árboles, y ustedes, hachas, deben cortar los árboles grandes.
Entonces los bolos y las hachas se pusieron a trabajar, y desde su lugar en el banco, Magbangal podía ver cómo se limpiaba la tierra.
La esposa de Magbangal estaba trabajando en la casa tejiendo una falda, pero cuando escuchó que los árboles caían continuamente, se detuvo a escuchar y pensó para sí:
–Mi esposo debe haber encontrado a muchas personas que lo ayudan a limpiar nuestra tierra. Cuando se fue de aquí, estaba solo, pero seguramente no puede cortar los árboles tan rápido. Iré a ver quién lo está ayudando.
Salió de la casa y caminó rápidamente hacia el campo, pero al acercarse fue más despacio, y finalmente se detuvo detrás de un árbol. Desde su escondite, pudo ver a su esposo dormido en el banco, y también vio que los bolos y las hachas estaban cortando los árboles sin manos que los guiaran.
–Oh –dijo ella–, Magbangal es muy poderoso. Nunca antes había visto bolos y hachas trabajando sin manos, y él nunca me habló de su poder.
De pronto, vio a su esposo levantarse de un salto y, tomando un bolo, cortarse uno de sus propios brazos. Él despertó y se sentó diciendo:
–Alguien debe estar mirándome, pues uno de mis brazos está cortado.
Cuando vio a su esposa, supo que ella era la causa de haber perdido su brazo, y mientras volvían juntos a casa, exclamó:
–Ahora me voy. Es mejor que me vaya al cielo, donde pueda dar la señal al pueblo de cuándo es tiempo de sembrar; y tú debes ir al agua y convertirte en pez.
Poco después, él subió al cielo y se convirtió en la constelación Magbangal; y desde entonces, cuando la gente ve aparecer estas estrellas en el cielo, sabe que ha llegado el momento de sembrar el arroz.
Leyeda filipina recopilada por Mabel Cook Cole, en Philippine Folklore Storiesm, publicado en 1916
Mabel Cook Cole (1880-1977) fue una escritora y antropóloga estadounidense, especializada e literatura infantil y antropología filipina.