El angel de la muerte

La peste Antonina romana, una leyenda zombi

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Miedo
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En el año 166 d.C. asoló en el imperio romano, una extraña enfermedad que fue descrita por Galeno en su libro Methodus Melendi, quien huyó de Roma tras ver lo que allí estaba ocurriendo.

Cuentan que la epidemia surgió en Babilonia, en forma de vaho que surgió en una arqueta de oro del templo de Apolo cuando un soldado abrió sin saber lo que hacía aquella arqueta, generando aquella brutal peste. Como una maldición, surgiría así la primera pandemia que devastó Roma.

Desde Babilonia avanzó por toda la península de Anatolia, llegando hasta Tracia y Armenia, se extendió por todo Judea, Egipto… Tras esto, se expandió por todo el norte de África, recorrió todo Macedonia, infectando la península balcánica al completo, se extendió por la península itálica y a finales del 167 ya estaba incluso en las islas británicas, y hasta el 180 d.C. no se consideró que se había superado.

El mismo Marco Aurelio murió por esta peste, y la mala suerte hizo que los altos cargos militares, políticos, así como todos los soldados, esparcieran la epidemia por todas las provincias. En algunos escritos, se cuenta que falleció una décima parte de toda la población romana, en otros, cuentan que hasta la mitad de la población.

Los síntomas eran fiebre, diarrea, inflamación de garganta y erupciones en la piel.

Cuentan que una mutación hacia lo que hoy denominaríamos virus zombi, se produjo en Italia en el año 168. En las crónicas, relatan que se encontraron con un extraño suceso: los enfermos no morían, sino que entraban en un estado de trance, se tornaban muy agresivos y completamente fuera de sí.

Tal fue el temor que tenían, que Lucio Vero y Marco Aurelio, emplearon todo tipo de rituales, sacrificios, y nuevas leyes para las sepulturas de los muertos.

Cada día calculaban que morían hasta 2000 personas, no sabían que hacer, por lo que empezaron a apilar a los muertos e incinerarlos en grupos. El temor a que los cadáveres revivieran y atacaran a las gentes era tan grande que se desenterró muchos de ellos para rematarlos, incinerarlos, o para decapitarlos.

A partir de aquí, los romanos tomaron la costumbre de decapitar a los enemigos por temor a que este regresara tras su muerte.

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