Gelert
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Fue alrededor del año 1200 que el príncipe Llewellyn poseía un castillo en Aber, justo enfrente de nosotros; de hecho, partes de las torres se conservan hasta nuestros días. Su consorte era la princesa Juana, hija del rey Juan. Su ataúd ha permanecido intacto hasta nuestros días. Llewellyn era un gran cazador de lobos y zorros, pues las colinas de Carnarvonshire en aquellos tiempos, estaban infestadas de lobos que corrían tras los jóvenes corderos.

El príncipe tenía varias casas de caza, una especie de granjas, una de ellas en el lugar que ahora se llama Beth-Gelert, pues los lobos abundaban allí en aquella época. El príncipe solía viajar de granja en granja con su familia y amigos cuando participaba en estas partidas de caza. Una temporada salieron de caza desde Aber y se detuvieron en la casa donde ahora está Beth-Gelert, a unas catorce millas de distancia. El príncipe llevaba consigo a todos sus perros, pero su favorito era Gelert, un perro que nunca había dejado escapar a ningún lobo en sus seis años.

El príncipe amaba al perro como si fuera un hijo, y al sonido de su cuerno, Gelert siempre era el primero en salir corriendo. Un día fueron de caza, dejando a su esposa y al niño, en una gran cuna de madera, en la granja.

La partida de caza mató a tres o cuatro lobos, y unas dos horas antes de que se diera la orden de regresar a casa, Llewellyn extrañó a Gelert y preguntó a sus cazadores:

—¿Dónde está Gelert? No lo veo.

—Tiene razón, amo, no lo hemos visto en esta media hora.

Y Llewellyn tocó su cuerno, pero Gelert no acudió a llamado.

En efecto, Gelert había seguido el rastro de un lobo que conducía a la casa.

El príncipe dio la señal de vuelta y regresaron a casa, mientras el príncipe lamentaba la muerte de Gelert.

—¡Seguro que lo mataron, seguro que lo mataron! ¡Ya que no respondió al cuerno! ¡Ay, mi Gelert!.

Se acercaron a la casa, y el príncipe entró y vio a Gelert tendido junto a la cuna volcada, con sangre por toda la habitación.

—¡Qué! ¿Has matado a mi hijo?—, dijo el príncipe, y atravesó al perro con su espada.

Después levantó la cuna para buscar a su hijo y encontró debajo el cuerpo de un gran lobo que Gelert había matado, y su hijo estaba a salvo. Gelert había volcado la cuna en la refriega.

—¡Ay, Gelert! ¡Ay, Gelert! —dijo el príncipe—. ¡Mi perro favorito, mi perro favorito! ¡Tu amo te mató y, al morir, le lamiste la mano! —Acarició al perro, pero ya era demasiado tarde, y el pobre Gelert murió lamiendo la mano de su amo.

Al día siguiente hicieron un ataúd y le hicieron un funeral como si fuera un ser humano; todos los sirvientes, todos de luto riguroso. Le hicieron una tumba, y el pueblo se llamó Beth-Gelert, la Tumba de Gelert, en honor al perro. El príncipe plantó un árbol y puso una lápida de pizarra, aunque era anterior a la época de las canteras. Y aún hoy se pueden ver.

Cuento anónimo galés, recopilado por P. H. Emerson en el libro Welsh Fairy-Tales and Other Stories, publicado en 1894

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