El Siervo Vigilante

Había una vez un príncipe que iba a visitar a su amada, hija única de un rey vecino; y como necesitaba los servicios de un asistente, mandó llamar a su barbero, que era conocido en el pueblo por su muy buena conducta, así como por sus maneras excéntricas.

—Pablo—, dijo el príncipe, —quiero que vayas conmigo a Granada para ayudarme en mi viaje. Te recompensaré generosamente y no te faltará nada en cuanto a comida. Pero debes vestir mi librea, saludarme a la manera de España, sostener mi estribo cuando subo y hacer todo lo que se requiere de un siervo. Sobre todo, no dejéis que me quede dormido, porque de lo contrario llegaré tarde a Granada.

—Señor—, respondió el barbero, —seré tan fiel a usted como el perro lo fue a Santo Domingo. Cuando estés dormido estaré en guardia, y cuando estés despierto veré que ningún daño te acerque; pero os ruego que no os enfadéis conmigo si, tratando de serviros, de mala gana os causo alguna molestia.

—Buen Pablo—, continuó el príncipe, —no digas más, pero vuelve a tu tienda, recoge tu ropa y ven aquí tan pronto como puedas esta tarde. Si cuando llegas estoy en la cama, sabrás que es porque debo levantarme mañana a las cinco de la mañana, y cuidar de que no me dejes dormir más allá de esa hora.

Pablo se apresuró a regresar a casa, empacó sus pocas prendas de ropa interior y luego se dirigió a la taberna principal para contarles a sus amigos su buena suerte. Todos se alegraron tanto de la buena suerte de Pablo, que brindaron por su salud, y él devolvió el cumplido tantas veces que al fin el vino empezaba a hacerle efecto, así que se despidió de sus amigos y se fue, diciendo a Él mismo:

—Debo despertar a Su Alteza a las cinco en punto—. Esto lo repitió tantas veces que llegó al gran patio del palacio antes de darse cuenta.

El dormitorio del príncipe daba al patio, y Pablo vio a la tenue luz que ardía en el cuarto que el príncipe se había retirado a descansar.

Temeroso de que el príncipe creyera que se había olvidado de despertarlo, y que por lo tanto se mantenía despierto, Pablo cogió un largo bastón, con el que golpeó la ventana del príncipe, y siguió golpeando hasta que apareció el príncipe, y Abrió la ventana, gritando:

—¿Quién está ahí? ¿Quien me quiere?

—Soy yo—, dijo Pablo. —No me he olvidado de tus órdenes; Mañana por la mañana despertaré a Su Alteza a las cinco.

—Muy bien, Pablo; pero déjame dormir un rato, o mañana estaré cansado.

Tan pronto como desapareció el príncipe, Pablo se puso a pensar en todos los príncipes de los que había oído hablar, y se interesó tanto en el tema que cuando oyó cantar el gallo, creyendo que era de día, volvió a coger el bastón y golpeó fuerte. en la ventana.

El príncipe volvió a levantar el cinturón y gritó:

—¿Quién es? ¿Qué deseas? Déjame dormir, o mañana estaré cansado.

—Señor—, exclamó el barbero, —ya cantó el gallo, y debe ser hora de levantarse.

—Te equivocas—, respondió el príncipe, —pues hace sólo media hora que me despertaste; pero no estoy enojado contigo.

Pablo estaba ahora muy turbado en su mente porque pensaba que podía ofender al príncipe, y por eso daba vueltas en su mente todo lo que su madre le había dicho acerca de la ira de los príncipes, y lo mucho que era de temer. Este pensamiento lo dejó tan perplejo que decidió poner fin a la vida del gallo que había provocado el error. Se dirigió, pues, al corral cercano y, al ver al delincuente rodeado de gallinas, se abalanzó sobre él, lo que hizo que todas las aves cacarearan como si hubiera entrado un zorro.

El príncipe, al oír el ruido, corrió hacia la ventana y en voz alta preguntó a qué se debía el ruido.

—Señor—, dijo Pablo, —no estaba más que tratando de castigar al perturbador de su descanso. Ya lo he atrapado, y vuestra alteza puede irse a dormir sin mayores cuidados, ya que no me olvidaré de despertaros.

—Pero—, continuó el príncipe, —si me despiertas de nuevo antes de tiempo, decididamente te castigaré—. Dicho lo cual se retiró nuevamente a descansar.

—Desde los días en que los gallos cantan en Tierra Santa siempre han traído dolor a este mundo—, exclamó Pablo para sus adentros. —Su lugar apropiado es en la sartén, y ahí es donde debería ir si por mí fuera.

De pronto Pablo empezó a tener mucho sueño, y anduvo de un lado a otro del patio para mantenerse despierto; pero adormecido se hundió en el suelo, y pronto se quedó tan profundamente dormido que soñó que un príncipe negro lo atacaba, lo que le hizo gritar tan terriblemente que despertó, no sólo al príncipe, sino también a todos los perros de la vecindad.

El príncipe corrió nuevamente hacia la ventana y escuchó a Pablo gritar:

—¡No me mates, te lo daré todo!

Bajó apresuradamente al patio y, viendo cómo estaban las cosas, le dio a Pablo una patada tan fuerte que éste se levantó de un salto.

El barbero, asustado, vio al príncipe cerca de él, se puso en marcha y corrió a casa lo más rápido que pudo.

Cuando se acostó, comenzó a lamentar haber huido del servicio del príncipe, así que se levantó de nuevo, diciéndose:

—El príncipe tendrá una espuela más afilada de la que yo jamás podría abrochar—. y acercándose a la puerta principal del palacio, escribió con tiza las siguientes palabras: —Pablo ha ido ante vuestra alteza a cortejar a la princesa de Granada en persona.

Esto tuvo el efecto deseado, porque cuando el príncipe se levantó por la mañana y salía solo del palacio, leyó las palabras, y le causaron tantos celos que realizó la distancia en la mitad del tiempo que de otro modo habría tomado.

Pablo decía después que “el celoso a caballo es primo hermano del relámpago y del verdadero español”.

Cuento popular español, recopilado por Charles Sellers (1847-1904)

libro de cuentos

Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.

Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.

En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»

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