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El Espíritu del Sauce

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Mitología
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Hace cerca de mil años —744 según los datos históricos— fue fundado el templo de San-jū-san-en Dō. Esto ocurrió en el año 1132. «San-jū-san-gen Dō» significa «sala de los treinta y tres espacios»; y se dice que actualmente en el templo se pueden encontrar cerca de 33 333 imágenes de la diosa Kannon, la diosa de la Misericordia. Antes de la construcción del templo, en una aldea cercana se erigía un sauce de un prodigioso tamaño. En este árbol solían jugar todos los niños del pueblo, que trepaban y se columpiaban en sus ramas. Proporcionaba sombra a los ancianos en el calor del verano, y al atardecer, cuando el trabajo estaba hecho, muchos eran los muchachos y muchachas que se juraban amor eterno bajo sus ramas. El árbol parecía ejercer una influencia benigna en todo el mundo. Incluso el agotado viajero podía descansar tranquilo y seco bajo sus ramas. Pero, ¡ay!, también en aquellos tiempos el hombre era muchas veces despiadado con los árboles. Un buen día, los lugareños anunciaron su intención de talar el sauce y usar su madera para levantar un puente sobre el río.

En el pueblo vivía un joven granjero llamado Heitaro, el lugareño que más amaba aquel árbol, pues había vivido toda su vida cerca de él, al igual que sus antepasados; y se mostraba abiertamente contrario a que se talara. Heitaro consideraba que un árbol así debía ser respetado. ¿Acaso no había desafiado las tormentas durante cientos de años? ¡Y el placer que proporcionaba a los niños en el calor del verano! ¿No procuraba solaz al cansado, y al enamorado un entorno romántico? Todas estas razones esgrimidas por Heitaro acabaron por convencer a los aldeanos.

—Antes de que acordéis la tala del sauce —les dijo—, os daré aquellos árboles de mi propiedad que necesitéis para levantar el puente. Pero deberéis respetar para siempre este entrañable y viejo sauce.

Los aldeanos accedieron sin reparos, ya que en su fuero interno sentían también una reverente veneración por el viejo árbol. Heitaro estaba encantado, y rápidamente encontró madera con la que construir el puente.

Días más tarde, al volver del trabajo, Heitaro se encontró a una bella muchacha de pie bajo el árbol. Instintivamente, el joven se inclinó ante ella, quien lo imitó, y ambos entablaron una conversación sobre el árbol, sobre su edad y su belleza. Parecían sentirse atraídos por su común compasión. Tras lamentar que la joven tuviera que marcharse, Heitaro se despidió. Esa tarde fue incapaz de centrarse en sus quehaceres diarios. Sus pensamientos no estaban en lo que estaba haciendo: «¿Quién era la dama bajo el sauce? ¡Cuánto desearía verla de nuevo!». Heitaro no pudo dormir esa noche. Había sido contagiado por la fiebre del amor.

Al día siguiente salió hacia el trabajo temprano, y permaneció allí todo el día, multiplicando su labor para intentar olvidar a la dama del sauce. Sin embargo, en su regreso a casa por la tarde, ¡he aquí que allí estaba la dama de nuevo! Esta vez fue ella la que dio un paso al frente recibiéndolo de la manera más amistosa.

—¡Bienvenido, viejo amigo! —le dijo—. Ven y descansa bajo las ramas del árbol que tanto amas, pues debes de estar cansado.

Heitaro aceptó la invitación de buena gana, y no solo hizo lo que se le conminaba, sino que además le declaró su amor.

Tras esto, la joven misteriosa, a la que nadie había visto antes, siguió encontrándose cada día con Heitaro, hasta que finalmente consintió en casarse con él; con la condición de que no le preguntase nunca sobre sus familiares o amigos.

—No tengo ninguno —le dijo—. Solo puedo prometerte que seré una esposa buena y fiel, y afirmar que te amaré con toda mi alma.

Puedes llamarme Sauce. Así pues, seré tu esposa.

Al día siguiente, Heitaro se llevó a Sauce a su casa, y se casaron.

En menos de un año engendraron un hijo, que se convirtió en su más absorbente alegría. No había momento de su tiempo libre que no lo pasaran jugando con su niño, al que llamaron Chiyodō. Sería difícil encontrar en todo Japón una casa más feliz que la de Heitaro, con su buena esposa y su hermoso hijo. Pero, ¡ay!, ¿existe un lugar en el mundo donde la más completa felicidad se prolongue eternamente? Aunque los dioses permitiesen la existencia de un lugar así, las leyes de los hombres no lo harían. Cuando Chiyodō hubo cumplido los cinco años, y era el niño más guapo de toda la vecindad, el emperador retirado Toba decidió levantar en Kioto un inmenso templo consagrado a Kannon, al que aportaría mil y una imágenes de la diosa de la Misericordia. (Actualmente, en 1907, como decíamos al comienzo del relato, este templo es conocido como San-jū-san-gen Dō y contiene 33 333 imágenes). El emperador retirado Toba deseaba alcanzar la fama, y ordenó a las autoridades hacer acopio de madera para la construcción del vasto templo. Los días del viejo sauce estaban contados: su madera fue requerida, junto a la de muchos otros, para erigir el techo del templo.

Heitaro intentó salvar el árbol de nuevo ofreciendo todo lo que tenía a cambio de nada, pero fue en vano, ya que hasta sus vecinos estaban ansiosos por ver su sauce formando parte del templo.

Pensaban que les traería suerte, y en cualquier caso, que sería un magnífico regalo para el gran templo.

Finalmente el momento fatídico llegó. Una noche, después de que él, su esposa y su hijo se hubieran retirado a descansar, y mientras estaban durmiendo, Heitaro se despertó con el sonido de unas hachas. Asombrado, descubrió entonces a su amada esposa sentada en la cama, observándolo fijamente con seriedad mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, pues lloraba amargamente.

—Mi querido esposo —le dijo con voz ahogada—, te ruego que escuches lo que tengo que decirte, y no dudes de mis palabras.

Desgraciadamente, no estás soñando. Cuando nos casamos te rogué que no me preguntaras por mi vida, y tú nunca lo hiciste.

Recuerda que te dije que te hablaría de ello si se presentaba la ocasión. Tristemente, la ocasión ha llegado, mi querido esposo. Yo no soy más que el espíritu del sauce al que tanto amas, y que tan generosamente salvaste hace ahora seis años. Me aparecí en forma humana bajo el árbol para recompensar tu gran bondad, con la esperanza de vivir contigo y hacerte feliz el resto de tu vida. Pero, ¡ay!, esto no es posible, ya que están talando el sauce. ¡Siento cada golpe de sus hachas! Debo regresar al árbol para morir, pues soy parte de él. Mi corazón se desgarra al pensar que debo abandonar también a nuestro querido hijo Chiyodō, que tanto sufrirá al saber que su madre ya no está en este mundo. Consuélale, querido esposo. Es lo bastante mayor y fuerte para vivir contigo sin una madre y aun así no sufrir. Os deseo a ambos larga vida y prosperidad. Adiós, querido, debo llegar hasta el sauce… Escucho sus hachas golpeando cada vez más fuerte, y yo… me siento más débil con cada hachazo que asestan.

Heitaro despertó a su hijo justo cuando Sauce desaparecía, preguntándose para sus adentros si no se había tratado de un sueño. Chiyodō, al despertarse, estiró los brazos hacia donde su madre había desaparecido, llorando amargamente e implorándole que volviera.

—Mi querido hijo —dijo Heitaro—, ella se ha ido y no puede volver. Ven, vistámonos, y vayamos a ver su funeral. Tu madre era el espíritu del Gran Sauce.

Un poco más tarde, al despuntar el alba, Heitaro tomó a Chiyodō de la mano y lo llevó hasta el árbol. Al llegar allí, lo encontraron derribado y con sus ramas podadas. Podéis imaginaros los sentimientos de Heitaro.

¡Pero algo muy extraño estaba ocurriendo! A pesar de su esfuerzo conjunto, aquellos hombres eran incapaces de desplazar el tronco ni una sola pulgada hacia el río, donde habían de transportarlo flotando hasta Kioto. Al ver esto, Heitaro se dirigió a los hombres.

—Amigos míos —les dijo—, el tronco muerto del árbol que estáis intentando mover contiene el espíritu de mi esposa. Quizás si permitierais a mi hijo Chiyodō ayudaros, sería más fácil para vosotros; y a él le gustaría presentar sus últimos respetos a su madre.

Los leñadores aceptaron la propuesta. Para su asombro, en cuanto Chiyodō se acercó al tronco y lo empujó con su delicada mano, la madera se deslizó suavemente hacia el río. Su padre cantaba una uta. Existe una conocida canción o balada en estilo uta que se cree que tiene su origen en esta historia; actualmente la cantan los hombres que levantan pesadas cargas o realizan labores duras:

Muzan naru kana
Motowa kumanono y anagino tsuyu de
Sodate-agetaru kono midorigo wa
Yoi, yoi, yoito nal.

¿No es triste ver al pequeño,
que nació del rocío del sauce de Kumano,
florecer hasta aquí?
Tirad, tirad, tirad fuerte, compañeros.

En Wakanoura los obreros cantan una canción de trabajo, la cual también se cree que surge de esta historia; la «Yanagi no Sé»:

Wakano urani wa meishoga gozaru
Ichini Gongen
Nini Tamatsushima
Sanni Sagari Matsu
Shini Shiogama
Yoi, yoi, yoi to na

Estos son los lugares famosos de Wakanoura:
el primero es Gongen,
el segundo Tamatsushima,
tercero, el pino de ramas inclinadas,
el cuarto proviene de Shiogama.
Tirad, tirad, tirad fuerte, compañeros.

Una tercera uta nace de esta historia, y se suele cantar cuando los niños pequeños ayudan.

El carro no se podía mover cuando pasó enfrente de la casa de Heitaro, así que el pequeño Chiyodō fue obligado a ayudar, y todos cantaban:

Muzan naru kana
Motowa Kumanono yanagino tsuyu de
Sodate-agetaru kono midorigo wa
Yoi, yoi, yoito na!

¿No es triste ver al pequeño,
que nació del rocío del sauce de Kumano,
florecer hasta aquí?
Tirad, tirad, tirad fuerte, compañeros.

Cuento popular japonés recopilado por Richard Gordon Smith (1858-1918)

Richard Gordon Smith

Richard Gordon Smith (1858 – 1918) fue un viajero, deportista y naturalista británico.

Realizó muchos viajes y vivió en Japón varios años. Creo diarios de los viajes con ilustraciones.

Transcribió cuentos y mitos populares antiguos japoneses.

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