El Espabilado, Cuento Cómico Catalán

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Cuentos Cómicos
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Había una vez un joven que tuvo que recorrer muchas tierras y, al regresar a su casa después de muchos años de ausencia, su madre se alegró tanto que casi enfermó de felicidad. El joven la abrazó, le hizo secar las lágrimas y cuando él ya se sentía feliz de estar otra vez en casa, su madre le contó que en medio de tanta alegría tenía malas noticias que darle: mientras él había estado fuera, su padre había muerto, y ella, viuda, había llegado a tal estado de pobreza que en ese momento no tenía nada para comer.

—¿Y por eso te asustas? ¿No tienes nada, absolutamente nada en casa?

—Nada.

—Ya verás. Y buscando, buscando, sólo encontró ceniza en la cenicera.

—Pues con eso ya tengo bastante.

—Sí, pero ceniza no se come.

—No importa, sáquela y métala dentro de un saco de harina.

La mujer lo hizo, le dio el saco lleno a su hijo y él, cargándolo al hombro, se fue hacia un molino donde ya sabía que no había agua. Dejó el saco en el suelo porque pesaba mucho y llamó al molinero.

—Hola, molinero, venía a ver si me querrías moler este saco de trigo que traigo.

—Yo sí, pero no tengo agua.

—Pues debería convenirme mucho.

—No puede ser de ninguna manera.

El joven, al oír esa respuesta, tomó el saco, pero en lugar de llevar el suyo, agarró uno que estaba justo al lado, lleno de harina, y se fue a su casa, donde encontró a su madre, que se alegró mucho al verlo con tanta bendición de Dios.

Mientras tanto, el campesino, dueño de la harina, fue al molino a pedir su saco y se lo llevaron, pero cuando llegó a su casa y vio que dentro había ceniza, se enfadó muchísimo y fue enseguida al molino, donde el molinero quedó más que sorprendido por lo que pasaba.

—¿No fue ese muchacho que vino de tierras lejanas?

Por todo eso, un vecino que no era muy amigo del molinero empezó a burlarse de la broma que le habían hecho, y el molinero se enfureció tanto que fue a casa del joven para pedirle que le devolviera el saco de harina que le había cambiado o, si quería quedárselo, le daría tal que fuera a buscar y le trajera el caballo de su vecino, pues eso era para hacerle una broma.

El joven prefirió tomar el caballo antes que devolver la harina. El molinero pagó la harina al campesino y aquel empezó a escribir una carta al vecino del molinero diciéndole que esa noche le robarían el caballo que tenía.

Cuando el vecino recibió la carta, se puso en guardia, cerró bien todas las puertas y ordenó a sus criados que no dejaran nunca de vigilar el caballo.

Aquí va la noche:

—Truc. Truc.

—¿Quién es?

—Soy un pobre, ¿me darías alojamiento esta noche? —El joven se había vestido de pobre.

—No puede ser, hermano, esta noche nos van a robar el caballo.

—Bueno, ¿y qué tengo yo que ver con el caballo?

Finalmente, después de muchas dudas y discusiones le abrieron la puerta. El pobre, como de costumbre, se fue a la cuadra, se hizo un lecho de paja y fingió dormirse.

Los criados que debían vigilar el caballo al final se pusieron a jugar y el pobre, fingiendo que con los gritos se despertaba, quiso participar y empezó a jugar también.

Jugando, hablando y gritando, los criados tuvieron mucha sed y el pobre, sacando una botellita de vino, les dio de beber. Pero en ese vino el pobre había puesto somnífero, y los criados empezaron a dormirse sin darse cuenta.

—¿Qué haremos? —decían— si nos dormimos y nos roban el caballo.

Pero uno de ellos, que era más vivo que los otros, respondió:

—Ya sé cómo lo haré, pondré la silla al caballo, yo me subiré y así, aunque me duerma, si se llevan el caballo, yo lo sentiré.

El joven, cuando vio a todos dormidos, incluso al que estaba sobre el caballo, tomó cuatro estacas, aflojó la silla, las metió por en medio y, haciendo que el caballo caminara poco a poco, abrió la puerta y huyó, dejando al otro dormido sobre la silla sostenida por las estacas.

Al día siguiente, por la mañana, el amo, desde su cuarto, gritó a los criados si todavía tenían vigilado el caballo y el que estaba sobre la silla respondió que sí, pues él todavía lo montaba. Pero cuando aquel llegó a la cuadra y se vio burlado de esa manera, se enfadó mucho y empezó a gritar por todas partes con tanto alboroto que salieron todos los vecinos y uno, que había visto las burlas que hizo el otro día al molinero, no pudo evitar reírse, cosa que el burlado resentía mucho.

—Es el pobre, es el pobre —decían todos—, pero ¿quién podrá ser este? ¿Quién podrá ser? —Al final pensaron que no podía ser otro que el joven llegado de tierras lejanas.

El amo del caballo fue a verlo y le dijo:

—Tú me has tomado el caballo, te lo perdono por la gracia con que lo hiciste, pero tienes que aceptar una condición: que tomes las sábanas de mi vecino mientras él esté dormido.

—Lo haré.

Él preparó un muñeco de paja, esperó que fuera de noche y cuando supo que todos estaban en la cama, se subió a la ventana del vecino, puso el muñeco, bajó y cuando estuvo abajo tiró una piedra muy grande a la ventana.

La mujer se despertó y, con miedo, tocó a su marido y le contó que había oído un ruido en la ventana. El hombre se levantó y de puntillas fue a la ventana, y justo cuando la abrió y vio a un hombre, le dio un empujón y lo tiró hacia abajo. Inmediatamente se escuchó un grito horroroso.

Entonces empezó el miedo:

—Quizás lo he matado.

La mujer le dijo:

—Ve, baja, agárralo y tíralo bien lejos.

El hombre se levantó, bajó, abrió la puerta y fue a tirar un poco más lejos el muñeco, mientras el joven entró en la casa y le dijo en voz baja a la mujer:

—Tú, dame las sábanas que las envolveré para que no se vean tanto.

La mujer, creyendo que era su marido, lo hizo y cuando él llegó y vio la cama sin sábanas, le preguntó cómo se las había quitado.

Y la mujer dijo:

—¡Ay! ¡Ay! ¡Si tú me lo dijiste!

Entonces conocieron la broma.

—¿Quién podrá ser? ¿Quién podrá ser? Sólo puede haber sido el joven que llegó de tierras lejanas que ya ha hecho otras.

Al día siguiente, por la mañana, el hombre fue a encontrarse con el joven y le dijo que no le perdonaba la broma sino le hacía otra, pero bien grande, a un usurero que había en el pueblo.

Resulta que ese usurero era un hombre muy avaro y para no gastar luz, cuando anochecía iba a la iglesia a fingir que rezaba; el joven lo espió bien y al atardecer, cuando la iglesia estaba vacía y sólo estaba el usurero, él entró, se puso al pie del altar y comenzó a gritar:

—Quien quiera ir al cielo, ahora es la hora; quien quiera ir al cielo, ahora es la hora.

El usurero, que tenía la conciencia muy sucia, lo oyó y dijo:

—Yo.

—Pues trae toda la riqueza que tengas.

El usurero fue a su casa y como era tan avaro, tomó sólo una parte y volvió a la iglesia. Pero el joven, que ya lo conocía, apenas sintió que entraba, empezó a gritar:

—No la traes toda, no la traes toda.

El usurero no tuvo otra opción que ir a buscar todo el dinero que tenía y dejarlo al pie del altar; el joven lo tomó, le tapó los ojos al usurero y lo hizo subir por la escalera del campanario dándole un golpe en cada descanso, diciendo:

—Ahora estamos en el primer punto de la gloria, ahora en el segundo, ahora en el tercero.

Después lo hizo bajar y correr siempre con los ojos tapados por diferentes calles, diciendo en cada esquina después de haberle dado un buen golpe en la espalda:

—Ahora estamos en la primera calle del cielo, ahora en la segunda calle, ahora en la tercera.

Al final el pobre usurero se cansó y quiso quitarse el pañuelo, y el joven, después de haberlo apaleado un poco, apuró a correr con el dinero y lo dejó allí solo donde al día siguiente los vecinos lo encontraron maltrecho y pobre, sin que nadie sintiera lástima por él, mientras el joven se llevaba a su madre lejos a disfrutar de las riquezas.

Cuento popular catalán de Francisco Maspons y Labrós, recopilados en Lo Rondallayre, Quentos Populars Catalans en 1875

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