Había una vez la hija de un jefe que había alcanzado la edad en que se observaba, según la tradición, por los ntonjane. Por lo tanto, fue llevada a una cabaña, en la que debía permanecer durante el tiempo que duraba el rito.
Un día sus compañeros la persuadieron para que fuera a bañarse en un arroyo cercano, aunque esto iba en contra de la costumbre de los ntonjane. Cuando salieron del agua, vieron cerca de sus ropas una serpiente con manchas negras, llamada Isinyobolokondwana. Los niños tenían mucho miedo y al principio no sabían qué hacer. Pero poco a poco uno de ellos empezó a cantar estas palabras:
“Sinyobolokondwana,
Sinyobolokondwana,
¡Trae mi manto!
La serpiente respondió:
«Tómalo,
Y sigue adelante”.
Los compañeros de la hija del jefe, uno tras otro, pidieron de esta manera a la serpiente sus mantos, y obtuvieron permiso para llevárselos. La última de todas fue la hija del jefe. Pero en lugar de hablarle respetuosamente a la serpiente como lo habían hecho los demás, ella dijo burlonamente:
“Ngcingcingci, ngcingcingci”, una expresión que se utiliza para expresar desprecio.
Entonces la serpiente se enojó mucho y mordió a la muchacha, y la hija del jefe, al momento, adquirió el mismo color horrible que ella. Sus compañeros se asustaron tanto que la abandonaron y huyeron a sus casas. Luego pusieron a otra niña en la cabaña y fingieron que era la hija del jefe. La muchacha, abandonada por sus amigos, se dirigió a un bosque cercano y trepó a un árbol para esconderse.
En ese momento, el jefe tenía que sacrificar un buey para el rito de su hija, y envió a un joven al bosque a buscar trozos de madera para clavar en la piel del animal. El joven estaba cortando palos, cuando escuchó a alguien gritar:
—Hombre cortando palos, dile a mi padre y a mi madre que el sinyobolokondwana me mordió.
Oyó esto repetido dos veces y, sin lograr ver quién lloraba y hablaba de esta manera, corrió a su casa y se lo contó al jefe. Luego enviaron a dos jóvenes con él para ver qué era, y uno de ellos resultó ser el hermano de la niña. A estos dos se les dijo que se escondieran y escucharan mientras el otro cortaba los palos. Así lo hicieron y oyeron la voz que lloraba como antes.
—Hombre cortando palos, dile a mi padre y a mi madre que el sinyobolokondwana me mordió.
Entonces el hermano de la muchacha conoció la voz de su hermana, y fueron todos al árbol donde estaba ella, y la llevaron consigo a su casa.
El jefe quedó muy sorprendido de ver a su hija en aquel estado, y se enojó muchísimo con los otros jóvenes por llevarla al río, y luego por sustituirla por otra muchacha para engañarlo. Tal fue su enojo, que hizo que los mataran a todos.
Luego envió a su hija con algunos de sus hombres y cuarenta cabezas de ganado a un país lejano, a fin de alejar a su hija de él. Los hombres y su hija hicieron lo que les ordenaron, se alejaron y construyeron chozas en aquel lugar para vivir.
Después de estar mucho tiempo allí, se dieron cuenta que las vacas que el jefe enviaba con ellos daban más leche de la que podían consumir, así que, la leche sobrante, la echaron en un agujero en el suelo. Para su asombro, la leche subió, subió y subió, cada vez más alto, hasta que finalmente se levantó del suelo como una gran roca colgante. Llamaron a la hija del jefe para mostrarle la maravilla que estaba pasando.
La muchacha se acercó al agujero con gran curiosidad, se había convertido en un gran precipicio, y al momento en que la joven puso allí el pie, ella cayó dentro, y mientras la leche corría sobre ella, toda su piel fea y manchada desapareció, y volvió a ser hermosa como al principio.
Poco después, un joven jefe que pasaba por allí vio a la muchacha y se enamoró de ella. Pensó que era hija de uno de los hombres que estaban allí para protegerla, pero cuando indagó le dijeron que era hija de su jefe.
El joven enamorado fue donde el padre de la muchacha a pedirle la mano de su hija, y algunos de los hombres fueron también a contarle cómo la leche había curado a la niña.
El joven jefe tenía mucho ganado, que ofreció a su padre. Así que el anciano jefe accedió a permitirle casarse con la muchacha, y ella se convirtió en su gran esposa, y él la amaba mucho.
Cuento popular sudafricano recopilado por George McCall Theal (1837-1919), en Kaffir Folk-Lore, 1886
George McCall Theal (1837 - 1919), fue un historiador sudafricano muy prolífico e influyente.
Nacido en Canadá bajo una educación muy religiosa, viajó por África donde trabajó como profesor y estudió en el seminario, donde se desarrolló en teología y aprendió imprenta y encuadernación.
Escribió libros, artículos y colecciones sobre la historia de sudáfrica y su folclore.