Érase una vez dos campesinos en una finca llamada Vaderas, así como viven en ella dos campesinos ahora. En aquellos días los caminos eran buenos y las mujeres tenían la costumbre de montar a caballo cuando querían ir a la iglesia.
Una Navidad las dos mujeres acordaron que irían a misa de Nochebuena y la que se despertara en el momento oportuno debía llamar a la otra, pues en aquella época no existía el reloj. Era alrededor de medianoche cuando a una de las mujeres le pareció oír una voz desde la ventana que llamaba:
—Ahora voy a partir.
Se levantó apresuradamente y se vistió para poder montar con la otra mujer; pero como no había tiempo para comer, tomó consigo un trozo de pan de la mesa. En aquella época era costumbre hornear el pan en forma de cruz. Fue un trozo de este tipo que la mujer tomó y guardó en su bolsillo, para comérselo en el camino. Cabalgó lo más rápido que pudo para alcanzar a su amiga, pero no pudo alcanzarla. El camino pasaba por un pequeño arroyo que desemboca en el lago Vidostern, y al otro lado del arroyo había un puente, conocido como el Puente de la Tierra, y en el puente había dos trolls brujos, ocupados lavándose. Cuando la mujer cruzó el puente, uno de los trolls brujos le gritó al otro:
—¡Date prisa y arráncale la cabeza de los hombros!
—Eso no puedo hacerlo—, respondió el otro troll, —porque tiene un pedacito de pan en forma de cruz en el bolsillo.
La mujer, que no había podido alcanzar a su vecina, llegó sola a la iglesia de Hanger.
La iglesia estaba llena de luces, como siempre ocurría cuando se decía la misa de Navidad. Tan rápido como pudo, la mujer ató su caballo y entró apresuradamente en la iglesia. Le pareció que la iglesia estaba abarrotada de gente; pero todos ellos estaban sin cabeza, y en el altar estaba el sacerdote, en pleno canónico pero sin cabeza. En su prisa no vio de inmediato cómo estaban las cosas; pero se sentó en su lugar de costumbre. Mientras se sentaba, le pareció que alguien decía:
—Si no hubiera sido tu padrino cuando fuiste bautizado, te eliminaría mientras estás sentado allí, y ahora date prisa y desaparece, o será ¡Peor para ti!— Entonces se dio cuenta de que las cosas no eran como debían ser y salió corriendo apresuradamente.
Cuando entró en el cementerio de la iglesia, le pareció que estaba rodeada de una gran multitud de gente. En aquella época la gente vestía amplios mantos de lana cruda, tejidos en casa, y de color blanco. Ella llevaba uno de estos mantos y los espectros se lo apoderaron. Pero ella lo arrojó y logró escapar del cementerio, correr a la casa de pobres y despertar a la gente que estaba allí. Se dice que era entonces la una de la noche.
Así que se sentó y esperó la misa temprana de las cuatro de la mañana. Y cuando finalmente amaneció, encontraron un pedacito de su manto en cada tumba del cementerio.
Una experiencia similar le ocurrió a un hombre y su esposa que vivían en una choza conocida como Ingas, debajo de Mosled.
No se adelantaron más de una hora; pero cuando llegaron a la iglesia de Hanger, pensaron que el servicio ya había comenzado y quisieron entrar de inmediato; pero la iglesia estaba cerrada con barrotes y cerrojos, y el servicio fantasmal de los muertos estaba llegando a su fin. Y cuando comenzó la misa propiamente dicha, se encontró tirada por todos lados parte de la tierra de las tumbas de los que poco antes habían estado adorando. El hombre y su esposa cayeron entonces gravemente enfermos porque habían perturbado a los muertos.
Leyenda escandinava con origen sueco sobre los espectros navideños
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»