geisers Nueva Zelanda

La Ogresa Alada

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Animales
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Poco después de la llegada de los maoríes a Nueva Zelanda, vivían tres hermanos a quienes les gustaba mucho la caza y la pesca.

El más joven se llamaba Hatu, y era despreciado por los demás, recibía menos porción de comida que sus hermanos, y no recibía golosinas, por eso se solía sentar junto al fuego a llorar, mientras comía los pájaros más duros y viejos que habían cazado.

Un día, los hermanos de Hatu no le avisaron y salieron solos a una expedición de caza, y Hatu aprovechó, se deslizó hasta el almacén, y devoró los pájaros que habían sido enjaulados en calabazas. Cuando hubo comido hasta no poder devorar más, salió del almacén, rompió ramas de los árboles y pisoteó el lugar, para hacer creer a sus hermanos que un grupo de guerra había visitado el lugar y saqueado. la tienda. Después, para llevar más lejos el engaño, se hirió con una lanza y se acostó como herido, esperando el regreso de sus hermanos.

Cuando los hermanos mayores llegaron a casa, encontraron el almacén saqueado y pregonaron a Hatu quiénes habían saqueado su despensa.

Haru les contó que habían sido una partida de guerra de extraños, y que lo habían herido.

Los hermanos examinaron las heridas y le vendaron. Luego se sentaron a comer y el pobre Hatu, nuevamente recibió su parte habitual de aquellos bocados que a los demás no les gustaban.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas cuando pensó en la crueldad, y lo único que los hermanos dijeron:

—Esas no son lágrimas reales; es sólo el humo lo que le hace llorar los ojos.

Al día siguiente, la partida de caza partió nuevamente y Hatu repitió su estratagema, y nuevamente al día siguiente.

Pero los hermanos mayores comenzaron a sospechar y, decidieron esconderse para mirar y descubrir si Hatu les estaba engañando.

Cuando vieron lo que ocurría, se enojaron terriblemente y se lanzaron contra Hatu golpeándole con fuerza. Lo golpearon con tanta crueldad que pensaban que estaba muerto, dejaron su cuerpo lejos y regresaron a casa.

Cuando los padres regresaron preguntaron por Hatu, y los hermanos respondieron:

—No sabemos, no lo hemos visto.

Mientras tanto, Hatu había recobrado el sentido y se alejó, pues temía emprender el camino de regreso a casa por miedo a encontrarse con sus crueles hermanos.

Mientras caminaba se internó en el bosque e intentó cazar algún pájaro para alimentarse. Al ver una buena presa, asestó un golpe con su lanza alrededor de un árbol, pero en lugar de dar en el blanco, descubrió que había herido a una Ogresa.

La Ogresa también estaba cazaba pájaros, con la misma boca, y luego los sacaba de su boca y los clavaba en una larga y fina punta, como el pico de una garza.

La lanza de la pobre Hatu le había atravesado uno de los labios a la Ogresa, y ella, en cuanto se dio cuenta, voló hacia él en. Ella instantáneamente voló hacia él y lo atrapó antes de que pudiera escapar. Esto fue muy fácil para ella, ya que tenía alas en los brazos y podía moverse tan rápido como el viento.

La Ogresa alada, que se llamaba Kura, se llevó al joven como prisionero a su casa con la intención de tenerlo como mascota, porque le gustaban las mascotas y tenía muchos pajaritos y lagartijas domesticada en su vivienda.

La Ogresa Kura trataba muy bien a su nueva mascota Hatu, pero ella siempre le daba comida cruda, e insistía para que se lo comiera así. El joven, sin embargo, sólo fingía comer su porción de carne cruda, llevándose los trozos a la boca y luego dejándolos caer cuando no era observado.

Cuando amaneció, Kura salió a cazar pájaros y Hatu aprovechó y cocino algo de comida. Después de satisfacer su hambre, recorrió la casa de la Ogresa para descubrir todos los tesoros que Kura había almacenado. Había una gran capa de plumas rojas, otra de piel de perro, otra de lino bellamente tejido, había una espada de dos manos hecha de madera dura y bellamente tallada, también muchas lagartijas y pájaros.

Finalmente decidió intentar escapar, así que un día le dijo a Kura por la mañana:

—Ahora, será mejor que hoy recorras un largo camino, pasando la primera cadena montañosa, hasta la centésima, la milésima y más allá. Cuando llegues allí atraparás una gran cantidad de pájaros.

Kura hizo caso de Hatu y se marchó, entonces Hatu quedó en la casa y cocinó tranquilamente comida para su viaje, pues pensó que la Ogresa se había marchado muy lejos. Luego recogió sus mantos de plumas rojas, de piel de perro y de lino, se armó la espada, hizo todo el daño que pudo al lugar, soltó a los animales domésticos y comenzó a escapar.

Al liberar a los animales, uno de los pajaritos extendió sus alas y voló sobe las colinas hacia Kura gritando:

—Oh Kura, todos tus tesoros han sido robados y tu hogar destruido.

Kura dijo:

—¿Quién ha hecho esto?

El pájaro respondió:

—Hatu. Ha liberado a todas tus mascotas, ha destruido la vivienda y se ha llevado la espada y las capas de tu tesoro.

Entonces Kura apresuró su vuelo hacia su casa, cantando una canción mágica, lo que hizo que su avance fuera aún más rápido de lo habitual; y las palabras que cantó fueron:

“¡Sal, estírate! ¡Sal, estírate!
¡Ahí estás, Hatu, no muy lejos!

En tres de sus grandes zancadas, yendo de un campo a otro y golpeando el aire con sus brazos alados, llegó a su morada devastada. No pudo ver a nadie allí, pero su pecho se llenó de rabia al ver el daño que le habían hecho a su propiedad, y le preguntó al pajarito por dónde se había ido Hatu. El pájaro se lo dijo y ella lo siguió rápidamente, cantando su canción mientras avanzaba.

“¡Sal, estírate! ¡Sal, estírate!
¡Ahí estás, Hatu, no muy lejos!

Hatu pronto estuvo a punto de ser superado. Se llenó de terror cuando vio a su perseguidor, pero afortunadamente recordó las palabras de un hechizo, que repitió y luego gritó:

¡Oh roca, roca, ábrete a mi!

Entonces la roca se abrió, el joven entró, la grieta se cerró nuevamente, de modo que la ogresa no pudo encontrarlo, sino que siguió en la dirección que pensó que había tomado Hatu.

Cuando su voz se perdió en la distancia, Hatu salió de su refugio y continuó su viaje nuevamente.

Kura lo vio y regresó atrás a por Hatu, quien una vez más repitió su hechizo:

¡Oh roca, roca, ábrete a mi!

La roca se abrió y Hatu se escondió eludiendo a Kura nuevamente. Así fue frustrada la persecución, hasta que llegaron a la región de los lagos calientes, entre manantiales y géisers.

Hatu conocía bien el camino entre ellos y se abrió camino rápidamente entre los lugares peligrosos, pero al llegar a un manantial hirviente de azufre, sobre el cual saltó con seguridad, Kura cayó y murió hervida.

Hatu luego regresó con su padre y su madre, les contó toda la historia y los padres, nunca más permitiría que sus hijos abusaran de su hermano menor.

Cuento popular de Nueva Zelanda, recopilado por Edward Robert Tregear (1846-1931)

Edward Robert Tregear

Edward Robert Tregear (1846-1931) fue un folclorista neozelandés.

Fue un prolífero escritor en gran cantidad de géneros literarios. Recopiló obras folclóricas australianas y neozelandesas. Fue un académico en Nueva Zelanda, potenció la reforma social y una nueva legislación laboral.

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