La madre de Sowe murió cuando él era sólo un niño. Su padre se casó entonces con una mujer llamada Kumba. Con Kumba, el padre de Sowe tuvo tres hijos. Desde que su padre se casó con Kumba, Sowe empezó a tener problemas con ella porque Kumba quería que Dembo, su hijo mayor, heredara las propiedades de su padre. Ella entonces se prometió a sí misma deshacerse de Sowe.
El primer plan de Kumba para deshacerse de Sowe consistía en colocar veneno en su comida y ponerla en la cabaña de Sowe. Cuando éste llegó de la selva, llamó a sus dos hermanos más pequeños, los hijos de Kumba, su madrastra, para sentarse y esperar en su cabaña mientras él iba a buscar un poco de agua al pozo. Desdichadamente, los dos chicos tenían prisa por probar la deliciosa comida que había en la cabaña. Se apresuraron a comer un bocado cada uno, antes de que Sowe volviera del pozo.
Cuando regresó, encontró a los dos chicos echados en el suelo muertos, y empezó a correr gritando:
-¡Ayuda! ¡Socorro!
Los mayores, que estaban sentados, se precipitaron dentro de la cabaña de Sowe, pero se encontraron con Kumba que dijo
-Ha sido la comida que di a Sowe. Nunca pensé que podía ser mala. ¡Oh! ¡Dios mío, ayúdame!
Y así fue cómo los dos chicos que ella amaba murieron.
Sowe continuó con su rutina diaria de llevar el ganado a pastar lejos, para volver siempre tarde por la noche.
Pero su madrastra aún estaba en su contra y continuaba planeando para hacerle daño. En estos momentos, ella fue a ver a un chamán, que sabía preparar unas pócimas hechas de hojas secas mezcladas con raíces. Éste le dijo que tenía que poner el preparado en el suelo, exactamente donde Sowe pasaba cada día al llegar a casa. Le prometió a Kumba que el muchacho no viviría para ver la luz del siguiente día.
Cuando Sowe llegó con el ganado ese día, el gran y viejo toro llamado Bunkari le informó, con voz muy grave, que ese día no debía entrar en el poblado por la puerta trasera como hacía todos los días. Sowe llegó después de dejar al ganado detrás de la plantación de mandioca, y corrió hacia el enorme poblado, dando la vuelta para entrar por la puerta principal. Saludó a los ancianos que estaban sentados alrededor del fuego y caminó hacia su cabaña. Cuando Kumba lo vio, corrió hacia la puerta trasera con una escoba y limpió las poderosas hojas secas que había esparcido en aquel lugar, la trampa para Sowe, que había escapado por segunda vez con la ayuda de Bunkari, el gran toro. Ella estaba dudosa y se preguntaba qué clase de espíritu había hablado con Sowe para ayudarlo a escapar de esa trampa. La mujer se había prometido que Dembo, su hijo mayor, sería el único heredero del ganado, las ovejas, las cabras y los caballos cuando muriera su marido, porque Dembo era el único hijo que le quedaba. Un día Kumba le dijo a Dembo:
-Nosotros nunca vamos a compartir nada con el chico que se quedó sin madre cuando era pequeño, al cual yo había cuidado e incluso amamantado contigo, mi verdadero hijo.
Entonces ella ideó el último plan. Dembo tenía la misma edad que Sowe y eran más o menos de la misma estatura. Kumba les propuso a los dos que se quedaran esa noche en su cabaña porque ella debía asistir en Bantaba a una boda. Su intención era que cuando los chicos durmieran, ella iría a la cabaña donde se encontrasen y sacaría a Dembo para llevarlo a otra cabaña y dejar a Sowe solo. Luego incendiaria la cabaña y éste sería el final para Sowe.
Sowe se encontraba en su viaje diario hacia la selva y el camino era seco y polvoriento. Por la noche, cuando volvía a casa, todo el rebaño parecía enfadado, como si todas las reses supieran lo que iba a suceder cuando llegasen.
Bunkari, el viejo toro, demostró su poder espiritual por última vez: se quedó más lejos, detrás de los otros, caminando muy lentamente, moviendo su enorme cabeza de izquierda a derecha, y parando de vez en cuando para levantar el polvo rojo con sus patas delanteras, haciendo caer la arena en su espalda. Cuando el viejo Bunkari hace estos gestos se sabe que quiere dar un mensaje a Sowe o al resto del rebaño. Por ejemplo, cuando una res es vendida, antes de que se la lleven, el viejo Bunkari lo sabe. Entonces, llora y murmura durante la noche anterior a que la vaca sea mandada con el carnicero.
Ahora, el viejo Bunkari sabe que hay un plan en la casa de sus amos en el pueblo. Sabe que consiste en que los chicos se quedarán dormidos en una cabaña, y entonces Kumba sacará a su hijo Dembo antes de incendiarla.
Bunkari sabe que sólo existe una forma de salvar a su amo, Sowe, y es diciéndole lo que su madrastra ha planeado para él para que así pueda encontrar una vía para escapar del peligroso plan. El espíritu del viejo Bunkari le ha informado de que pueden pasar dos cosas distintas. Una de ellas es callarse para salvar su propia vida, y la segunda es revelar el plan para salvar a Sowe. Pero entonces, el viejo Bunkari no verá el sol el día siguiente, porque morirá después de que el fuego haya destruido toda la cabaña.
Bunkari se encontraba detrás del rebaño y de vez en cuando se paraba y gemía, luego miraba detrás de él. Sowe se acercó silenciosamente a él y le puso la mano en el cuello dándole un ligero masaje, y le llamaba con nombres como “el héroe de la luz de la luna”, “el padre de la selva lluviosa”, “el amo de las nubes oscuras de la noche”. Él estaba muy contento y lo expresaba levantando sus patas delanteras del suelo y gimiendo. Entonces, lloró estridentemente y luego lo hizo más suavemente, cada sollozo significaba muchas palabras que sólo Sowe era capaz de entender. Le dijo al chico que Kumba, la madrastra, había construido el último y más malvado de los planes para acabar con su vida. Le explicó entonces qué había planeado Kumba exactamente.
Cuando Sowe llegó al pueblo después de la puesta de sol, dejó al ganado y puso al viejo Bunkari debajo de un enorme mangó vallado con tallos de maíz y se dirigió hacia la plazuela, al lado del fuego, para encontrarse con los ancianos que siempre se encontraban allí reunidos. Más tarde cenó con Dembo y volvió al lado del fuego para escuchar las historias que contaban los viejos.
Kumba llegó a la reunión justo antes de medianoche, y les preguntó a Sowe y a Dembo si querían ir a su cabaña a dormir, porque ella debía ir a Bantaba para asistir a una boda. Los muchachos estrecharon las manos a los ancianos y les agradecieron por las historias que les habían contado. Entonces se alejaron con Kumba.
Cuando llegaron a su cabaña, Kumba les advirtió que no jugaran con nada que encontraran porque podían romper algunas de sus cosas, y les dijo que se fueran directamente a la cama.
-Sowe debe levantarse temprano mañana por la mañana para sacar al ganado a pastar -añadió y se marchó.
Como Sowe aún tenía muy presente el consejo de Bunkari, le pidió a Dembo antes de dormirse que se cambiasen las ropas.
-Dembo, ya verás qué divertido será mañana por la mañana cuando Kumba te vea con mi ropa -dijo Sowe.
Dembo estuvo de acuerdo y los chicos se cambiaron la ropa antes de acostarse. Kumba encontró a los dos chicos durmiendo cuando llegó, pero ella confundió a Sowe con su hijo. Llevó a Sowe a otra cabaña antes de regresar a la suya para incendiarla con su verdadero hijo dentro. Volvió por el camino trasero para que nadie la viera. Antes de que pudiera llegar al centro del pueblo, las llamas eran ya tan grandes que se veían las sombras desde las cabañas cercanas. Los habitantes, al ver el incendio, salieron de sus cabañas gritando “¡Safari! ¡Dimba! ¡Yeeteh!”
Todo el pueblo se precipitó hacia la cabaña de Kumba. Las mujeres echaban agua mientras los hombres usaban trapos para apagar el fuego. A pesar de todos los esfuerzos, el viento soplaba a favor del fuego. Un hora después la cabaña estaba completamente quemada, no había nada excepto los huesos y las cenizas de Dembo. Uno de los hombres llamó a los otros y se pusieron de acuerdo para descubrir las causas del accidente. Llamaron a Kumba, que en esos momentos no paraba de gritar:
-¡Allah u akbar!, mis hijos estaban dentro durmiendo.
Uno de los ancianos le dijo que estuviese atenta y que escuchara su pregunta. Le dijo que diera los nombres de los que dormían en la cabaña.
-Los dos muchachos, Dembo, mi hijo, y Sowe, el hijo de la primera esposa de mi marido -dijo-. En Bantaba vi las llamas que salían de mi cabaña y corrí hacia aquí con otras mujeres.
Su historia era corta, mezclada y con puntos sin explicar. Lloraba lágrimas de cocodrilo mientras sus ojos estaban tan blancos como un grano de arroz. (En su corazón pensaba que era Sowe el muchacho que encontraron entre las cenizas.) Uno de los ancianos sugirió que mirasen en otras cabañas porque sólo se encontró un cuerpo en la cabaña accidentada. Durante la búsqueda, encontraron a Sowe durmiendo en la cabaña donde fue llevado por su madrastra antes de que ella incendiara la otra cabaña. Sowe fue llevado allí con las ropas de Dembo puestas. Todo el mundo estaba confundido. Le preguntaron que explicase lo que había sucedido.
-Yo estaba durmiendo con Dembo en la cabaña. Yo no sé cómo pude escapar, ni por qué llevo puestas sus ropas -dijo deliberadamente mal.
Se oía un fuerte ruido de la multitud. Todos pensaban que un gran espíritu había venido para salvar a Sowe y que Kumba debía pagar por sus malvados actos. Dijeron a otras mujeres que estaban en un grupo separado, chismorreando, que debían aprender de los errores de Kumba.
Kumba se sentía tan disgustada que corrió hacia el pozo y saltó. Se rompió el cuello y murió. A la mañana siguiente, cuando Sowe sacó el ganado, encontró muerto al viejo Bunkari debajo del árbol de mangó. Llamó a su padre y ambos cavaron una tumba profunda con una lápida y enterraron al viejo toro.
Cuento popular africano
Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.
Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.
En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»