
Los cazadores que continuamente van de un lugar a otro, subiendo altas colinas, descendiendo a profundos barrancos y abriéndose camino a través de selvas en busca de bisontes salvajes y otras presas, cuentan extrañas historias de un lugar encantado en la cima de una elevada montaña.
Dicen que allí hay un hermoso lago, que es tan brillante y claro como una gota de rocío de la mañana que cuelga del pétalo de un nenúfar blanco, y cuando bebes de él, ya no te cansas. Su agua te hace sentir que te renuevas la vida y que tu cuerpo está más vigoroso que nunca. Las flores en la orilla de este lago encantado son más hermosas que las que crecen en cualquier otro lugar, y tal es el amor de los espíritus que lo adoran, que lo cuidan como a ningún otro lugar en este mundo. Allí se encuentran plátanos más grandes que aquellos que se encuentran en los jardines del hombre, y naranjas, de sabor más dulce que las que jamás comemos. Los frutos de todos los árboles, más bellos a la vista y más ricos de lo que el hombre puede producir, están ahí, para quien pueda encontrarlos. Todas las aves criadas habitualmente por el hombre y que acuden en bandadas a su puerta están allí, y no se asustan ante la presencia del hombre, sino que acuden a su llamada. Si el hombre quisiera matarlos, su flecha no puede atravesar sus cuerpos encantados para privarlos de la vida, las flechas caen al suelo y no generan ningún mal a ningún animal, porque los espíritus los protegen y sus vidas son sagradas. Alrededor de este lugar hay grandes campos de arroz, y los hombres que allí llegan, se maravillan del tamaño de los granos y de la fuerza de los tallos. Ningún campo cuidado por el hombre ha visto grano como el que alimentan los espíritus.
Muchos hombres, al oír hablar de esta maravillosa cima de la montaña, la han buscado, pero todos han regresado sin éxito a sus hogares, diciendo que no existe tal lugar en esta tierra. Sólo el cazador, que ha perseguido la presa a través de la selva, a través de los arroyos y por las escarpadas laderas de las montañas, cuando está cansado y desanimado porque el codiciado premio ya no está a su alcance, es recompensado por todo su esfuerzo, y se encuentra como perdido, en el jardín de los frutos, o en la orilla del lago encantado, cuyas aguas dan renovado vigor a su cuerpo cansado.
A menudo, cuando el cazador desea comer la carne de las aves, intenta matarlas, pero ni con todo su esfuerzo puede quitarles la vida, ya que los espíritus las mantienen bajo su cuidado. Ningún mortal puede hacerles daño. El cazador tampoco puede llevarse nada de los frutos, porque al abandonar el lugar, no importa cómo lo agarre, desaparece de su mano. Así, ningún hombre que no haya visto el lugar ha comido esos frutos, ni ha podido beber sus aguas; por eso muchos dudan de su existencia, porque tal es el corazón del hombre que debe tocar con las manos, ver con los ojos o saborear con la lengua antes de poder creer.
Sin embargo, en la cima de la alta montaña está el lago de aguas frescas, claras y hermosas, donde las aves nadan en su superficie, o beben de su margen, y el grano y el fruto maduran para los amados del espíritus, y son conducidos por ellos a este preciado lugar donde pueden descansar y refrescarse, y luego regresar con sus familias, con sus esposas e hijos, y les cuentan lo que han visto, y cómo cuidan los espíritus de la selva. Pero sólo los pequeños, que tienen el corazón libre de mentiras, les creen.
Leyenda de Laos, recopilada por Katherine Neville Fleeson, editada en 1899, en el libro Laos Folk-Lore of Farther India.
Katherine Neville Fleeson (1859-1905) fue una misionera en Siam y Laos, nacida en Pennsylvania, hija de padres escoceses e irlandeses.
Entre otras publicaciones, escribió un libro con recopilaciones que ella misma realizó, de cuentos y leyendas inéditos: Laos Folk-Lore of Father India.