

Había una vez una codorniz joven que vivía en una granja. Cuando el granjero araba la tierra, la codorniz solía saltar sobre los terrones y recoger semillas, o malas hierbas, o gusanos, o cualquier cosa que apareciese con el paso del arado, y se las comía y vivía de ellas.
Se podría pensar que esto hacía muy feliz a la codorniz pues no tenía problemas para encontrar comida, porque el labrador la encontraba por él; sólo tenía que saltar tras el arado y picotear. Lejos de lo esperado, él mismo se dijo que debía mejorar; Así que un buen día voló sobre la granja, hacia el bosque que la rodeaba; y posándose en el suelo justo en la linde del bosque, miró a su alrededor para ver si había algo bueno para comer.
En el aire, justo por encima de las copas de los árboles, sobrevolaba un halcón con las alas extendidas; Así como la Codorniz buscaba gusanos, así el Halcón buscaba codornices; ¡Y he aquí que vio uno! Descendió rápidamente, en un zumbido, y en un instante la codorniz estaba entre sus retorcidas garras.
¿Qué podría hacer ahora la pobre Codorniz? Gorjeó y revoloteó y finalmente comenzó a llorar.
—¡Dios mío, Dios mío!— gimió Codorniz mientras las lágrimas le corrían por el pico—. ¡Qué tonta fui al cazar furtivamente en las reservas ajenas! ¡Si me hubiera quedado en casa, este Halcón nunca me habría atrapado, ni siquiera si hubiera acercado ni lo hubiera intentado!
—¿Qué estás diciendo, Codorniz?— preguntó el Halcón. —¿Crees que no puedo encontrarte en cualquier parte?
—¡No en mi propio terreno!— gritó la codorniz.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Un campo arado lleno de terrones.
—Oh, tonterías, Codorniz, los granjeros idiotas no te ayudarán. Sólo inténtalo; ¡Vete! Yo te seguiré.
La codorniz se fue volando, sintiéndose tan feliz ahora como miserable hacía un momento; y cuando regresó a su granja, escogió un terrón grande y se sentó encima.
—¡Vamos, Halcón!— gritó ella; —¡vamos!
El Halcón descendió con un picado rápido como el de un relámpago; pero justo cuando se acercaba, la codorniz lo esquivó ágilmente y cayó sobre el terrón hacia el otro lado, dejando que el halcón se estrellara con toda su fuerza contra el terrón de tierra; y fue tan rápido que el impacto lo mató.
Entonces la Codorniz descubrió que para la mayoría de las personas es mucho mejor seguir con aquello que están acostumbradas; y en cuanto al Halcón, podría haber pensado, si hubiera sido capaz de pensar, que más vale pájaro en mano que ciento volando.
Cuento de la India, inspirado en un Jataka budista, recopilado y adaptado por W. H. D. Rouse, en The Giant Crab, and Other Tales from Old India, 1897. Autor: W. H. D. Rouse, Ilustrador: W. Heath Robinson