Una vez un pescador muy pobre llamado Pedro fue al mar y oyó una voz que le dijo:
—Pedro, si tú me das lo que venga a alcanzarte al camino hoy, yo te daré una canasta de peces todos los días.
Entonces el pescador pensó: “Es muy buena mi perrita pero mis niños pasan mucha necesidad; voy a regalar la perrita”. Y contestó:
—Sí, te daré lo que venga a alcanzarme hoy al camino.
Y metió la canasta y la sacó llena de peces, y salió muy contento para su casa. Cuando iba llegando a su casa salió su hijo mayor Juan a alcanzarlo y él lo recibió llorando. Juan le dijo:
—Papá, ¿por qué usted está así si trae más peces que nunca?
Y él le contestó:
—Las cosas de la vida son así, hijo.
Pero al día siguiente cuando fue al mar oyó la voz que le dijo:
—¡Qué bien cumpliste con la palabra que me diste!
El pescador se echó a llorar a la orilla del mar. Y aquella voz le dijo:
—No te pongas triste, Pedro, mira que va a ser la felicidad de Juan.
Tiró la canasta al mar y la sacó llena de pexes, otra vez. Se fue para su casa y volvió a recibirlo Juan; él llegó llorando a su casa y les contó lo que le había sucedido en el mar. Juan le dijo:
—Si tú me llevas yo me voy.
La vieja estuvo también de acuerdo con que él se fuera.
Entonces Pedro llevó a Juan al mar al otro día y vino un barco a la orilla, cerradito de alegría, con mucha música y muy bonito, que dijo:
—Entra, Juan.
Y salió con él hacia un desierto. Y lo dejaron en un castillo. Luego, cuando llegó la hora de almorzar, oyó una voz que le dijo:
—Ya el almuerzo está servido.
Él se arrimó a almorzar, pero no vio a nadie, y más tarde, a la hora de la comida pasó lo mismo, pero él tampoco vio a nadie. Él pensó: “Esto ha de ser una cosa misteriosa”.
Más tarde, a la hora de dormir, vio encender las luces y arreglar una cama. Y él dijo:
—¿Esta cama será para mí?
Entonces él se acostó en ella y el castillo se apagó otra vez, sintió acostarse a su espalda a alguien. Él pensó: “Esto ha de ser una cosa misteriosa”.
Así pasaron muchos días, después le dijo una voz:
—Juan, ya tú tendrás ganas de ver a tu familia.
Y él le contestó que sí.
La voz le dijo:
—Pues mañana vas a ir, pero sí te voy a encargar una cosa, no te dejes besar ni abrazar de nadie, ni echarte nada en los bolsillos.
Entonces salió aquel barco muy alegre hacia la bahía, y Juan encontró a Pedro en la orilla y le contó su historia. Fueron para la casa y volvió a contar lo que a él le sucedía y nadie lo besó ni lo abrazó. Pero su abuelita, por la noche, cuando él estaba dormido lo abrazó y lo besó y le echó un cabo de vela y una caja de fósforos en los bolsillos.
Al otro día Juan salió con Pedro para el mar y vio venir aquel barco lindo y alegre cerradito de negro y muy triste.
Entonces él pensó: “Este misterio no ha de estar contento con mi viaje”.
Entonces el barco llegó al muelle y le dijo:
—Entra Juan. ¡Qué bien cumpliste con la palabra que me diste!
Juan le dijo:
—Yo no me dejé abrazar ni besar por nadie.
La voz le dijo:
—¿Sí? Regístrate los bolsillos y verás…
Entonces él vio que traía en los bolsillos una caja de fósforos y un cabo de vela.
Y él le dijo a aquella voz:
—Nada, yo lo boto.
La voz le dijo:
—Ya para qué. Estamos perdidos.
Y se lo llevó.
Y Juan, cuando se fue a acostar sintió acostarse alguien a su espalda otra vez. Entonces él pensó: “De todos modos ya estoy perdido, voy a ver qué cosa es”.
Ralló un fósforo y vio que era una mujer y le dijo:
—¿Qué es lo que yo tengo que hacer ahora?
Y ella le dijo:
—Tendrás que ir a las siete torres milin, del castillo donde irás y no volverás. Allá te diré lo que tendrás que hacer.
Entonces él salió con rumbo a las siete torres milin y en el camino encontró un león, un águila y una hormiga compartiendo a una res. Él pensó: “Aquí mismo me van a comer”. Pero siguió. Después que pasó dijo:
—Gracias a Dios que ya de ésta me salvé.
Pero a poco de andar, el león dijo:
—Ve, águila, tú que eres más liviana, y dile a ese señor que venga para que nos comparta esto.
Entonces el águila voló y alcanzó al hombre en el camino y le dijo:
—Señor, dice el león que vaya allá un momento.
Y entonces él pensó: “Ahora sí es verdá que me va a comer”. Pero llegó y le dijo:
—¿Para qué usted me quería, señor león?
—Para nada, amigo; para que nos hiciera el favor de compartirnos esta res.
Entonces él les dijo:
—¿Quedarán conformes con la partición que yo haga?
Y el león dijo:
—Sí hombre, cómo no, amigo.
—A usted, como tiene buena dentadura, le daremos carne y hueso; a usted, águila, como no tiene dientes, le daremos masas; pero a usted, hormiguita, como es chiquita, le daremos la cabeza que le sirve de comida y casa.
Y les preguntó:
—¿Están conformes con la partición?
—Sí, hombre, cómo no, amigo —le contestó el león.
Y él se fue.
A poco andar, le dice el león al águila:
—Caramba, qué mal agradecidos fuimos que no le dimos las gracias ni tan siquiera a ese señor. Ve tú, águila, y dile a ese señor que venga acá.
Entonces él pensó por segunda vez:
“Ya de ésta si no puedo escapar, me va a comer el león”.
Pero fue y le dijo al león:
—¿Qué, señor león, no quedaron conformes con la partición?
—Sí, cómo no. Por eso lo mandé a buscar, porque fuimos tan al agradecidos que ni las gracias le dimos.
El león dijo:
—Mire, yo le daré un pelito de mi bigote para cuando usted diga: “Adiós si león”, se volverá un león.
Por lo siguiente, el águila le dijo igual:
—Yo le daré una plumita y cuando usted diga: “Adiós si águila”, se volverá un águila.
Por lo siguiente la hormiguita dijo:
—Yo aunque cojita me quede le daré una patica y cuando usted diga: “Adiós si hormiga”, se volverá una hormiga.
Entonces, a poco andar, él dijo:
—Voy a probar la plumita a ver si es verdad; y dijo: “Adiós si águila”.
Y se volvió un águila y salió volando.
Y dijo:
—¡Qué dichoso soy! Quiera Dios que todo me salga bien.
Entonces cayó en una cañada y dijo:
—“Adiós si león”.
Y se volvió un león. Entonces, a poco andar, él dijo:
—Voy a utilizar la pluma para andar más rápido, y dijo: “Adiós si águila”.
Y se volvió un águila y salió vuela y vuela y vuela y cayó en las siete torres milin y una muchacha dijo:
—¡Qué aguilita más bonita! ¡Agárramela, papá!
Y el gigante que era su papá, dijo:
—¿Quién va a agarrar a ese animal a esta hora?
Pero a tanta lucha de la muchacha, el gigante la agarró, y dijo:
—Tráncala bien, que no se te vaya a ir.
Entonces por la noche la aguilita dijo:
—“Adiós si hormiga”.
Y se volvió una hormiga. Entró por una abertura que tenía la puerta y cuando llegó a la cama de la muchacha, dijo:
—“Adiós si hombre”.
Se volvió un hombre y le dio un pellizco a la muchacha y ella gritó y dijo:
—¡Aquí adentro hay uno!
Y él dijo:
—“Adiós si hormiga”.
Y se volvió una hormiga. Entró a la jaula y dijo:
—“Adiós si águila”.
Y se volvió un águila. El gigante se levantó y no vio a nadie en el cuarto.
Al poco rato él volvió a ir donde ella estaba y volvió a gritar ella al pellizco.
El gigante se levantó y no encontró a nadie, y le dijo:
—Si vuelves a gritar te voy a dar una mano de plan que te voy a pelar.
Y la mujer del gigante dijo:
—¿No será el aguilita?
El gigante fue a la jaula y dijo:
—No, hombre, no. Si esa llega a mañana es mucho porque está triste.
Entonces después que se durmieron fue otra vez la hormiguita a la cama de la muchacha y le dijo:
—No te asustes que soy yo, Juan, dime ¿qué es lo que tengo que hacer?
—Conforme tuviste la suerte de llegar aquí quién sabe tengas la suerte de vencerlo todo. Mañana te voy a soltar para que estires las paticas y te vas hasta el río a ver si logras matar al puerco espín, que ése es el gigante; adentro del puerco espín
hay una paloma y dentro de esa paloma hay un huevito, le sacas ese huevito y cuando el gigante te salga se lo escachas en la frente y te harás de todo este castillo.
Entonces al otro día la muchacha dijo:
—Voy a soltar esta aguilita para que estire las paticas.
Y el aguilita fue a parar al río, donde dijo:
—Voy a prepararme por si viene el puerco espín.
Y dijo: “Adiós si león”.
Y se volvió un león.
Entonces venía el puerco espín a esperar el ganado, y él le dijo:
—Tenemos que echar una lucha.
El puerco espín le dijo:
—Tenemos que echar una lucha.
A media pelea el puerco espín dice:
—Estamos rendidos. ¡Qué falta me hace un vaso de vino y un pedazo de carne para ganarte en dos patas!
Y el león dijo:
—Qué falta me hace un vaso de agua y un beso de una muchacha para ganarte en seguida.
Una muchacha que oyó aquellas palabras fue asombrada para su casa y lo contó. Y dijo:
—Mamá, el ganado está completo. Yo me atrevería si se prendieran otra vez a darle el agua y el beso a ese león.
Y la madre le dijo:
—Sí, hija, si te atreves ve mañana, que quién sabe ellos se prendan otra vez.
Al otro día la muchacha fue temprano y se acercó a aquel lugar; vio salir al león cuando venía el puerco espín y le dijo el león:
—Tenemos que echar una lucha.
Dijo el puerco espín:
—Estamos prendidos.
Y ella se fue acercando a donde estaba la pelea. Cuando fueron a descansar el puerco espín dijo:
—¡Qué falta me hace un vaso de vino y un pedazo de carne para ganarte en dos patas!
La muchacha se acercó al león y cuando el león dijo:
—¡Qué falta me hace un vaso de agua y un beso de una muchacha!
Ella brincó y le dio el beso y el agua al león. En seguida el león mató al puerco espín y dijo:
—“Adiós si hombre”.
Y se volvió un hombre. Abrió al puerco espín y salió volando una paloma que tenía adentro. Y él dijo:
—“Adiós si águila”.
Y se volvió un águila, salió volando y agarró la paloma, la abrió y le sacó el huevito que tenía dentro. Se fue para la torre milin y cuando salió el gigante a comérselo él tiró el huevito y lo mató.
Se hizo dueño de todo aquel castillo y de la muchacha que tanto amaba a Juan, aunque ni tan siquiera la conocía a ella.
Cuento popular cubano recopilado por Carmen Bravo-Villasante
Carmen Bravo-Villasante (1918 – 1994), fue filóloga, folclorista y traductora española.
Fue pionera en el estudio universitario de la literatura infantil.