Sigurd

Bangsimon

Criaturas fantásticas
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Leyenda
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Érase una vez un rey y una reina que vivían en su reino y tenían un hijo que se llamaba Sigurd. En una cabaña de las proximidades vivía un hombre viejo llamado Bangsimon con su mujer. Tenían una hija que se llamaba Helga. Como contaba exactamente la misma edad que el príncipe Sigurd, de niños jugaban a menudo
juntos.

Ocurrió entonces que el rey perdió a su reina; sintió mucho su pérdida, se sentaba a menudo junto a su túmulo y se olvidó del gobierno del reino. A sus consejeros y a su séquito aquello les pareció tan mal que fueron a verle y le rogaron que diera por terminado su luto. Le pidieron que les dejara marchar enseguida a buscarle una nueva esposa. Él estuvo de acuerdo, pero con la condición de que no le propusieran ni a una mujer de la isla, ni a una emperejilada belleza de la península, ni a una mujer del bosque. Se lo prometieron firmemente, y luego se prepararon para el viaje.

Pero se perdieron en el mar y estuvieron navegando de acá para allá mucho tiempo, sin rumbo. Finalmente vieron algo grande y negro a proa y descubrieron que se trataba de una isla. Bajaron a tierra y exploraron los alrededores hasta que llegaron a una tienda. Allí vieron a una bella mujer que estaba sentada en una silla peinándose con un peine de oro. La mujer les preguntó dónde iban y cuál era su propósito. Entonces le contaron cuál era el motivo de su viaje. Ella entonces dijo:

—A vuestro rey le ha ocurrido lo mismo que a mí. También yo he perdido recientemente a mi marido. Era emperador de veinte pequeños reinos; los vikios devastaron el país, el rey pereció y yo huí hasta aquí.

Entonces le pidieron su mano en nombre del rey, y ella accedió. Luego embarcaron todos, y la travesía de regreso discurrió sin incidentes. Cuando el rey los vio llegar, ordenó que le llevaran a la playa y allí le rogó a la reina que se montara en el coche con él. Así, les llevaron a casa en coche a los dos juntos.

Como al rey le complació mucho la reina, le pidió su mano, y ella se la concedió.

Hizo preparar una gran fiesta y celebró sus bodas con ella.

Al príncipe Sigurd, sin embargo, su madrastra no le hacía mucha gracia, así que procuraba relacionarse con ella lo menos posible.

Pero pasado algún tiempo, la reina se puso enferma. El rey se sintió muy desgraciado por ello. Le preguntó a la reina si se trataba de una enfermedad mortal o de una enfermedad pasajera. Ella le contestó que era una enfermedad mortal, y le pidió al rey el favor de que cuando ella muriera hiciera que su hijo Sigurd la velara durante las tres primeras noches…, en una habitación que ella misma determinaría.

Todo ocurrió tal como la reina había predicho: era una enfermedad mortal, a consecuencia de la cual falleció. El rey hizo llevar el cadáver a la habitación que ella había determinado y se cuidó de que dispusieran todo tal como ella había querido. Luego le pidió a su hijo que velara a la muerta, pero éste al principio se negó. El rey entonces se puso furioso y se lo ordenó, así que a Sigurd no le quedó más remedio que prometer que lo haría. Pero como le daba miedo la oscuridad y también los muertos, fue a ver a Helga, la hija del sirviente, y le pidió que convenciera a su padre, Bangsimon, de que velara al cadáver en su lugar.

Al principio, éste tampoco estuvo dispuesto a hacerlo, pero al final se dejó convencer y prometió que velaría la primera noche.

Así pues, por la noche se dirigió a la habitación en la que estaba instalada la capilla ardiente. Cuando entró, la reina muerta preguntó:

—¿Quién está ahí?

—Bangsimon, el sirviente —contestó.

—¡Desaparece de aquí, desvergonzado! Tú no debes velarme. El que me debe velar es el príncipe Sigurd. ¿Tengo los pies pálidos? —exclamó.

—Más pálidos que la paja —contestó.

—Entonces lo mejor será que luchemos —dijo ella, y se levantó del catafalco, se avalanzó sobre Bangsimon y lucharon entre sí hasta que empezó a clarear.

Cuando se hizo de día, ella se volvió a echar en el catafalco. Bangsimon, por su parte, regresó a su cabaña.

Como la segunda noche le ocurrió exactamente lo mismo, no estaba dispuesto por nada del mundo a pasar allí también la tercera noche. Finalmente, sin embargo, accedió, ya que su hija se lo había rogado encarecidamente. Pero, antes de ir, les dijo a Sigurd y a Helga que si pasados tres años no había regresado, se tenían que casar.

Luego se dirigió al palacio, a la habitación en la que yacía el cadáver; él y la reina se intercambiaron las mismas palabras que las dos noches anteriores y lucharon hasta que empezó a clarear. Cuando se hizo de día, ella se transformó en un buitre y él en un dragón volador. Se elevaron por los aires y volaron sobre tierras y mares hasta que llegaron a un país desconocido. Allí, la reina sucumbió en la lucha y Bangsimon quiso degollarla de una dentellada. Ella le rogó que le perdonara la vida y le prometió recompensarle por ello en cuanto se convirtiera en la princesa de aquel reino.

—Pero ¿cómo vas a conseguirlo? —preguntó él.

—Me transformaré en una niña pequeña, y el rey me encontrará cuando salga de caza —dijo ella.

Él entonces la soltó y ella se fue volando a un gran bosque que había cerca de allí.

Al día siguiente, el rey de aquel lugar salió de caza y se encontró en el bosque a una guapa muchachita. La llevó consigo y la educó como si fuera su propia hija, pues él y su reina no tenían descendencia. La muchacha creció tan rápidamente que parecía casi increíble. También Bangsimon había llegado al palacio real y estaba allí empleado. Era el encargado de ablandar el pescado y de otros trabajos parecidos.

Pasado algún tiempo, la princesa empezó a morderse los dedos hasta hacerse sangre. Luego afirmó que el viejo que vivía en el palacio real la había tratado de aquella manera. El rey y la reina se indignaron mucho con él, pero no lo echaron.

Un día, mientras la princesa estaba paseando sola, Bangsimon le preguntó cuándo le iba a recompensar por haberle perdonado la vida. Ella le contestó que lo haría en cuanto se convirtiera en la reina de aquel reino.

—¿Cómo vas a conseguirlo? —preguntó el viejo.

—Le pediré a la reina —dijo ella— que me enseñe la colección de tesoros, pues ella accede a todos mis deseos. Dejaré que suba delante de mí la escalera que conduce hasta allí. Yo la seguiré y, cuando ella haya llegado al último escalón, romperé la escalera y se partirá el cuello. Luego la enterraré debajo de la escalera, me pondré sus vestidos y el rey creerá que soy su mujer.

Y dicho aquello se separaron.

Unos días después, el rey echó en falta a su hija. La reina opinó que todo parecía indicar que el pescadero, que ya la había tratado mal en una ocasión, le había infligido algún daño. Detuvieron al viejo y decidieron quemarlo en una hoguera, a pesar de que negó ser el culpable de los hechos.

Así pues, lo condujeron a la hoguera, estando presentes el rey y la reina. Antes de que lo arrojaran a la hoguera, el viejo dijo al rey que no exigía perdón, pero que le rogaba que le concediera un último deseo. El rey se lo concedió. Entonces el viejo pidió a la reina que contara la historia de su vida. Ella dijo que eso no era difícil:

que había sido una princesa, que se había casado con el rey, con el que aún seguía casada, y que lo que había ocurrido desde entonces ya lo sabían todos muy bien.

Entonces el viejo contó en voz muy alta la verdad sobre la vida de ella desde el momento en que llegaron a aquel país. Al oírlo, ella se transformó en un dragón volador y se arrojó volando sobre el viejo. Pero éste sacó un saco de debajo de su abrigo y se lo echó a la mujer sobre la cabeza, de modo que ella se cayó en la hoguera y se quemó. Luego le aconsejó al rey que cavara bajo la escalera que conducía a la colección de los tesoros. Al hacerlo, encontró que todo era tal como él había predicho. El rey le agradeció al viejo con muy buenas palabras que le hubiera librado de aquel monstruo; decidió regalarle un barco con tripulación, y finalmente el viejo zarpó hacia su casa.

Pero hay que decir que, mientras sucedía esto, Sigurd había perdido a su padre y había asumido el gobierno. Cuando el viejo llegó a casa, Sigurd y Helga estaban celebrando sus bodas, pues habían pasado justo tres años desde que él se fuera de casa. Fue un reencuentro feliz. Los esposos vivieron juntos, honrados y estimados, durante muchos años. Así se acaba la historia de Bangsimon.

Cuento popular islandes, recopilado por Ulf Diederichs

Ulf Diederichs

Ulf Diederichs (1937-2014) . Fue un editor y autor alemán.

De familia de editores, tubo gran interés en cuentos de hadas, leyendas de fantasía y mitología oriental.

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