—¡Vete, insecto ruin, engendro inmundo del fango!
Así denuesta el León al Mosquito. Este le declara guerra.
—¿Piensas –exclama–, que tu categoría real me asusta o intimida? Más corpulento que tú es el Buey, y lo conduzco a mi antojo.
Dice, y él mismo suena el toque de ataque, trompetero y paladín a la vez. Hácese atrás, toma carrera, y se precipita sobre el cuello del León. La fiera ruge, relampaguean sus pupilas, llénasele la boca de espumarajos. Gran alarma en aquellos contornos; todos tiemblan, todos se esconden; ¡y el pánico general es obra de un mosquito! El diminuto insecto hostiga al regio animal por todos lados; tan pronto le pica en el áspero lomo como en los húmedos hocicos, o se le mete en las narices. Entonces llega al colmo la rabia del León. Y su invisible enemigo triunfa y ríe, al ver que ni los colmillos ni las garras le bastan a la irritada fiera para morderse y arañarse.
El rey de los bosques se hiere y desgarra él mismo; golpea sus flancos con la resonante cola; azota el aire a más no poder; y su propio furor lo fatiga y abate.
El Mosquito se retira de la pelea triunfante y glorioso: con el mismo clarín que anunció el ataque, proclama la victoria; corre a publicar por todas partes la fausta nueva; pero da en la emboscada de una araña, y allí tienen fin todas sus proezas.
¿Qué lecciones nos da esta fabulilla? Dos veo en ella; primera, que el enemigo más temible suele ser el más pequeño; segunda, que después de vencer los mayores peligros, sucumbimos a veces ante el menor obstáculo.
Fábula original de Esopo , recreada por Jean de la Fontaine