mujer griega, por William-Adolphe Bouguereau

Sincirlis, Mincirlis y Microsincirlaquis

Amor
Amor

Había un joven á quien llamaban Sincirlis, Mincirlis y Microsincirlaquis. Pasando cierto día por una callejuela vió en una ventana elevada una muchacha llamada Heliogénita, y al momento se enamoró de ella con tal vehemencia que no podía andar. Llegado con harto trabajo á su casa, se tiró sobre el colchón exclamando:

—¡Madre, el alma; madre, el corazón; madre, la cabeza; madre, el amor me ha embargado; madre, hoy voy á morir; madre, Heliogénita arriba en la ventana!

mujer griega, por William-Adolphe Bouguereau
mujer griega, por William-Adolphe Bouguereau

Esto dijo segunda y tercera vez gritando y murmurando entre dientes. Su madre le preguntó qué tenía, y cuando oyó que sufría todo aquello por Heliogénita, lo refirió al momento á su marido y convinieron en enviar sirvientas á casa de ésta. Asi que llegaron las muchachas y llamaron á la puerta, preguntó ella:

—¿Quién llama?— Contestaron: —Somos las criadas de Sincirlis, Mincirlis y Microsincirlaquis. En seguida Heliogénita dijo: «¡Corred á abrir, muchachas!— y abiertas las puertas, entraron. (Sincirlis, Mincirlis y Microsincirlaquis se había disfrazado de criada y entró con ellas á fin de verla y escuchar lo que respecto de él diría).

Así que subieron, ofrecióles para asientos sillas de oro, y al cabo de un rato comenzaron á decir que las había enviado Sincirlis el cual deseaba tomarla como esposa. Al oír tal cosa Heliogénita, les dijo que las manos de Sincirlis eran escardillas de su jardín, los pies azadones de sus campos y la lengua espátula de su escusado. Mandó á las doncellas le dieran esta contestación, con lo cual se marcharon, y él desalentado se arrojó sobre el colchón gritando con más fuerza que antes: « ¡Madre, el alma; madre, el corazón; madre, la cabeza; madre, Heliogénita; madre, ¡esta noche me muero!»

Entonces su madre le aconsejó que fuese á consultar á las hechiceras é hiciera lo que le dijesen. Fué, pues, y les habló así:

—Esta pasión tengo: ¿Qué debo hacer para apoderarme de ella?

—No te preocupes—, le contestaron—; ponte un traje de mujer, vas á su casa, llamas y ella preguntará ¿quién llama á la puerta? ¿Y tú le respondes: «Yo soy tu prima de San Donato  y vengo á que me enseñes á bordar». Además las hechiceras le dieron maleficio diciéndole: «Ahí tienes el hechizo; así que entres, abrazas y unges primeramente á Heliogénita y después á las criadas; y á la noche, luego que hayáis cenado, comenzará el hechizo á apoderarse poco á poco de ellas, y entonces! exclamas: «¡Ah! Todas, todas las aves duermen juntas; y yo, ave solitaria, ¿con quién dormiré?» Ella te contestará: «Calla, calla, prima mía, que tú te quedarás con las criadas;» mas tú le replicas: «¿Yo, hija de un rey, he de quedarme con las criadas?» Te dirá entonces que con las niñeras, y poniendo tú igual reparo, por fin exclamará: «Calla, prima mía, ya te quedarás conmigo». Te conformas, y esperando que se duerma, la tomas y huyes».

Hizo Sincirlis al pié de la letra lo que le aconsejaron las hechiceras, y apoderándose de la joven se la llevó dormida á su propia casa. Mientras la tenía en sus brazos ella exclamaba:

—¡Ay! ¿Dónde estáis, niñeras y criadas, que os contaré lo que he visto en sueños? Me parecía estar en los brazos del bestia Sincirlis.

—Pues en los míos estás—, le dijo. Cuando Heliogénita comprendió que así era en verdad, se heló de espanto y no articuló ni una palabra más. Después se casaron y vivieron felices; pero nosotros los somos más que ellos.

Cuentos griegos. Cuento popular anónimo de la antigua Grecia, recopilados, publicados y traducidos al alemán por el austriaco Jean Pio o Johann Georg von Hahn (1811-1869), posteriormente traducidos al castellano por Ramón Manuel Garriga (1835-1906)

libro de cuentos

Los cuentos populares, las leyendas, las fábulas, la mitología…, son del pueblo.

Son narraciones que se han mantenidos vivas transmitiéndose oralmente, por las mismas personas del pueblo. Por ello no tienen dueño, sino que pertenecen a las gentes, a la folclore, a las distintas culturas, a todos.

En algún momento, alguien las escribe y las registra, a veces transformándolas, a veces las mantiene intactas, hasta ese momento, son voces, palabras, consejos, cosas que «decía mi abuelo que le contaba su madre…»

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