Ninfas encontrando a Orfeo

Orfeo

En Tracia, cierto día, nació Orfeo, hijo de Apolo y Calíope. Apolo era el dios de la música y el canto, y Calíope era la musa de la poesía épica. Bendecido con grandes dones en su nacimiento, su padre le regaló una lira, y él mismo le enseñó a tocarla.

Todas las bestias salvajes se sentían conmovidas por el sonido de la música que tocaba Orfeo, y todos los bosques quedaban en silencio para poder escucharle. Cuando tocaba una canción de cuna, las bestias se dormían, tocaba música de amor, y los campos florecían, y cuando tocaba música alegre, todos los corazones sonreían.

Orfeo
Orfeo, Hugues Jean Francois Paul

Orfeo, con los años, alcanzó gran poder, y se convirtió en el príncipe de Tracia. Y cuando estaba en el trono, Eurídice se enamoró de él, lo secuestró y la mantuvo cautivo. Mientras estaba cautivo, Orfeo correspondió al amor de Eurídice y decidieron casarse.

Pero los augurios en su boda no fueron buenos, el fuego no tenía una luz dorada, sino un humo negro que hizo que todos lagrimeasen en la ceremonia. No sabrían cuál sería el designio que les esperaba, pero pronto lo descubrieron.

Un día Eurídice, con las ninfas, paseaba por los bosques de sombras azules de Tracia. Y en el paseo un pastor vio a Eurídice y se enamoró perdidamente de ella. El pastor corrió tras ella pero Eurídice huyó aterrorizada ante la obsesión que el pastor mostraba.

En la carrera, una serpiente venenosa que acechaba entre los helechos, mordió el pie de Eurídice. Eurídice, con gran sufrimiento, exhaló su último suspiro y fue a la tierra de los espíritus y las sombras, a la tierra de Ares.

Orfeo quedó destrozado. No había ningún sosiego para su corazón, por lo que partió al Olimpo y suplicó a Zeus que le diera permiso para ir al Valle de las Sombras de la Muerte.

Zeus, conmovido por su angustia le concedió el permiso, pero le advirtió de los peligros del viaje.

El amor de Orfeo era tan perfecto que no podía temer a nada. Se apresuró al Valle de las Sombras y llegó a la entrada del dios Ares. Allí estaba Cerbero, el perro de tres cabezas, guardián del infierno. Cerbero estaba a punto de saltar sobre Orfeo para devorarlo y hacerlo presa de su mundo, cuando Orfeo sacó la lira y tocó una melodía preciosa, que anhelaba el amor, que recordaba algún dolor, o algo, de algo hablaba más grande que la propia muerte. Orfeo cantó sobre todas las bellezas de la tierra, el dolor del mundo, los deseos, las cosas pasadas y las cosas por venir. Y de la lira salían poderosos sonidos acordes con su melodía.

Hades, en las profundidades del Tántalo, escuchó la melodía y se conmovió con ella. Toda amargura y pena desapareció y hasta el incensante curso de la rueda de Ición se detuvo, y el implacable pico del buitre ya no desgarraba el hígado del Titán. Sísifo se sentó a escuchar, las Danïdes descansaron de sacar agua en un colador. Las Furias lloraron por primera vez. Todos los espíritus, ninfas, divinidades y seres del mundo de Hades, incluido el propio Hades, escuchaban atentos y conmovidos a Orfeo.

Cuando la música de Orfeo se detuvo, pareciera que el mundo se había detenido.

Hades se apiadó de él y le permitió que se llevara a Eurídice con él hasta «la luz del cielo», pero con una condición. Sólo cuando Eurídice hubiera pisado la tierra de los vivos, Orfeo podría mirarla a los ojos.

Orfeo y Eurídice
Orfeo y Eurídice, Catharine Adelaide Sparkes

Al instante Orfeo se vio llevando de la mano a Eurídice, sin mirar atrás, presto y con gran alegría hacia la vida, pero, antes de llegar a «la luz del cielo», el anhelo de Orfeo era tal, que no pudo contenerse y miró hacia atrás para ver el rostro de Eurídice. Y en ese momento, la vio cómo la oscuridad se la arrebataba, nuevamente, y Eurídice era absorbida hacia el mismo lugar del que la acababa de rescatar.

Un sólo «adiós» brotó de los labios de Eurídice antes de ser engullida hacia el mundo de los muertos.

Orfeo intentó seguirla, pero las puertas de la Tierra de las Sombras se cerraron rápidamente.

Una intensa ansiedad se apoderó de Orfeo, la tristeza se hizo la más intensa de las amarguras. Siete largos días y noches Orfeo esperó junto al río esperando que Caronte cediera y le dejara pasar. Y viendo que eso no ocurriría, fue dejándolo pasar, aunque el dolor y la amargura no se iban de su corazón.

Al tiempo, Jasón, jefe de los argonautas, buscó a Orfeo para que les ayudara a encontrar el Vellocino de Oro, y aunque Orfeo se sentía tan abatido, aceptó y navegó con los demás. El viaje le ayudó a dejar ir todos los problemas, pero cuando terminó la búsqueda, Orfeo regresó a su tierra de Tracia, y nuevamente el dolor de la pérdida de Eurídice se intensificó.

Un día, Baco celebraba una fiesta, y él, los centauros y las bacantes corrían por el bosque. Las bacantes eran mujeres griegas adoradoras de Baco. Tanto Baco como las bacantes, embriagados y entre sátiras, corrían y jugaban sin preocupación.

Las bacantes eran personas veleidosas, caprichosas, muy antojadizas. Nadie les negaba sus caprichos, pues era bien sabido que cuando deseaban algo, hacían lo que fuese por conseguirlo. Y cuando las bacantes vieron a Orfeo, se encapricharon de él. Todas se lanzaron hacia Orfeo para poseerle, pero Orfeo las rechazó.

No era la primera vez que Orfeo había rechazado a las bacantes, y esto había generado una rabia inmensa en esas mujeres. Y aquél día, la existencia misma de Orfeo les resultaba repulsiva.

Orfeo representaba el amor, no el deseo caprichoso. Además Orfeo era leal, constante en su anhelo. Las bacantes al verle sintieron tal arrojo de ira que surgió en ellas un deseo de quitarle la vida, a tal punto, que lo desgarraron y lo mataron. Entre todas las mujeres, caprichosas e insaciables, desgarraron miembro a miembro a Orfeo, disfrutando de su antojadiza sed de sangre. Y finalmente, arrojaron al río su cabeza y su lira. Del pobre muchacho, no quedó nada más.

Ninfas encontrando a Orfeo
Ninfas encontrando a Orfeo, John William Waterhouse

El río arrastró la lira y la cabeza de Orfeo, y su último canto:

«¡Cuántos otros han muerto de la misma manera!
Es la eterna lucha de la fuerza brutal
contra la suave y sublime inteligencia
inspirada por el cielo,
cuyo reino no es de este mundo».

En el cielo, la Lira de Orfeo brilla cada noche para recordarnos la ceguera del necio envidioso, que con su veleidosa actitud es capaz de destruir toda belleza honesta y fresca. Pues, ¿no hay acaso tantas y tantas leyendas del odio que surge de la envidia, de aquellos que actúan por antojo, haciendo únicamente caso a sus deseos, y desatan su ira arrogante e inconsciente hacia los que con sinceridad e inteligencia, se enfrentan a los desafíos de la vida?

La cabeza y la lira de de Orfeo siguieron el curso del río, hasta que llegaron a Libetlera, y fueron recogidos por las musas, quienes dulcemente los recogieron, y lo transformaron en un oráculo perfecto de sabiduría y belleza.

Relato de Mitología clásica

Altaïr

Altaïr, escritora, música, psicoterapeuta y creadora del proyecto conmoraleja.com, kailashmagazine.com

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