princesa

Versión La princesa que rompía todas las noches siete pares de zapatos . Cuento Argentino, adaptado a Castellano Estándar

Cuentos con Magia
Cuentos con Magia

Había un rey que tenía una hija llamada Filomena. El rey quería saber qué hacía su hija durante la noche, porque cada día al amanecer encontraba en el cuarto de la princesa siete pares de zapatos rotos. Ni el rey ni la reina podían descubrir qué hacía a altas horas de la noche. No sabían a qué hora salía ni a qué hora volvía, aunque la vigilaban, y ahí estaban los siete pares de zapatos gastados que ella usaba.

Entonces el rey decretó que el hombre que descubriera qué hacía su hija a esas horas, se la daría en matrimonio, sin importar su posición.

La princesa era muy hermosa y pronto llegaron pretendientes de todos lados. Primero vinieron príncipes y hombres ricos, y después hasta peones y esclavos, de todo tipo, pero nadie pudo descubrir, por más que se desvelaran, qué hacía la princesa a altas horas de la noche. Este decreto se difundió por todo el mundo, y la curiosidad aumentó. Llegó hasta los confines del mundo. Muchísimos vinieron, pero no pudieron descubrir qué hacía la princesa. Al que se presentaba y no adivinaba, el rey le cortaba la cabeza. Esa era la condición que imponía el rey, y palabra de rey no se rompe. Ya eran muchos los que habían muerto.

Había una señora viuda y pobre que tenía un hijo muy bueno e ingenioso. Un día, el joven se enteró de la noticia de que el rey ofrecía a su hija en matrimonio al que adivinara qué hacía de noche, y le dijo a su madre:

—Mamá, me voy a ir a ver si adivino y vuelvo casado con la princesa Filomena.

Como toda madre, se desesperó al conocer el peligro que corría su hijo. Eso la hizo ponerse muy angustiada y le dijo:

—Pero, ¿a dónde vas, hijo? El rey te va a matar. Nadie puede adivinarlo, hijo, ¿cómo te vas a exponer así? ¿Qué voy a hacer yo sola si te matan?

Pero él respondió:

—Me voy, y ya verás que adivino —y así fue.

El joven ensilló su caballo y emprendió el viaje.

Después de muchos días llegó al lugar donde vivía el rey. A la entrada del pueblo llegó a la casa de una anciana que vivía sola en una pequeña casita. Ella estaba tostando maíz. Lo hizo pasar a la cocina y lo invitó a comer maíz tostado y mate. En la conversación, le preguntó:

—Abuela, ¿qué noticias hay por aquí?

—La noticia que hay, hijo, es que el rey ha emitido un decreto ofreciendo en matrimonio a la princesa al que adivine adónde va todas las noches a romper siete pares de zapatos. Nadie lo ha adivinado hasta ahora, y el rey ya ha mandado decapitar a muchos jóvenes.

—¿Y cómo se puede hacer, abuela, para adivinar?

Entonces la anciana le dijo que le iba a dar un poder para que se transformara en hormiga, y también para hacerse invisible, y que le iba a explicar cómo hacerlo. Le dijo que cuando llegara al palacio lo llevarían ante el rey y que esa noche lo pondrían en la puerta del cuarto de la princesa. Que cuando la princesa le ofreciera un vaso de vino, no lo tomara porque era para dormirlo. Que fingiera tomarlo y que lo tirara discretamente. Le dio un gallo para que lo pusiera en un rincón. Le dijo que cuando el gallo cantara, a las doce de la noche, dijera: “Por la virtud que Dios me dio, que me haga una hormiguita, la más pequeña del mundo”. En ese momento se convertiría en una hormiguita y entraría por el agujero de la puerta al cuarto de la princesa. La princesa se convertiría en un pájaro y él debía subirse por las plumas de la cola para ver qué hacía y adónde iba.

Al día siguiente temprano, el joven partió, y la anciana le dio su bendición.

Cuando llegó al palacio y explicó su propósito, lo llevaron ante el rey. El joven dijo que iba a adivinar qué hacía la princesa. Entonces el rey le dijo:

—¿Conoces mi decreto?

—Sí, majestad.

El rey le advirtió:

—Te veo muy listo, pero debes saber que si no adivinas en veinticuatro horas, te haré cortar la cabeza.

—No tengo miedo, majestad —respondió el joven, y pidió permiso para conservar el gallo.

—¡Claro! —dijo el rey.

Esa noche lo llevaron a la puerta del cuarto de la princesa para que vigilara. Puso el gallo en un rincón, oculto. La princesa llegó y le ofreció un vaso de vino. Él fingió que lo tomaba, pero ella entró al cuarto y cerró la puerta con llave. Él tiró el vino porque era para hacerlo dormir, eso era lo que les daba a todos los pretendientes. A las doce cantó el gallo. El joven se transformó en una pequeña hormiguita e ingresó al cuarto por el agujero de la cerradura. En ese momento, a las doce en punto, la princesa se desnudó completamente, se bañó con agua muy clara —la hormiguita lo estaba viendo—. Luego sacó de una cómoda una pomada blanca y se la aplicó por todo el cuerpo. Después sacó una pomada negra y la puso encima de la blanca. Luego se revolcó en un montón de plumas y se transformó en un pájaro. Después de eso, hizo algunos vuelos de práctica. La hormiguita se sujetó de las plumas gruesas de la cola. Entonces el pájaro salió por una puerta secreta que ni el rey conocía.

Empezó a volar y volar, hasta llegar a un río de aguas brillantes, al que le dijo:

—Adiós, río de aguas brillantes.

Y el río le respondió:

—Adiós, princesa Filomena, y que Dios te proteja en tu camino.

Entonces la princesa miró a su alrededor y, como no vio a nadie, dijo:

—Este río está loco, si no hay nadie aquí.

Llegó a un gran pedregal que era todo de perlas y le dijo:

—Adiós, pedregal de perlas.

Y el pedregal le contestó:

—Adiós, princesa Filomena, y que Dios te proteja en tu camino.

Entonces ella miró a su alrededor y, como no vio nada, dijo:

—Este pedregal está loco, si no hay nadie.

Llegó a unos árboles con hojas de plata y frutos de oro, y les dijo:

—Adiós, árboles de hojas de plata y frutos de oro.

—Adiós, princesa Filomena, y que Dios te proteja en tu camino —respondieron.

Más intrigada, la princesa miró a su alrededor y, como no vio nada, siguió adelante. Cuando llegó a los confines del mundo, donde había una gran salamandra, entró y se volvió persona. Allí estaban demonios y brujas. Había muchas niñas como ella, todas muy hermosas. La princesa bailó tanto que tuvo que cambiarse los zapatos muchas veces, hasta que rompió los siete pares que había llevado —que todos los días mandaba a hacer siete pares nuevos—. Cuando ya comenzaba a amanecer, terminó el baile y todos se apresuraron a salir de la salamandra. Entonces la princesa empezó a desvestirse, y en ese momento se le cayó un pañuelo con las letras de su nombre, que la hormiguita recogió. Como tenía prisa, ella no lo buscó y volvió a convertirse en pájaro y voló, con la hormiguita prendida.

Cuando pasó por los árboles, les dijo:

—Adiós, árboles de hojas de plata y frutos de oro.

—Adiós, princesa Filomena, y que Dios te proteja en tu camino.

La princesa miró a su alrededor y no vio nada.

Cuando pasó por el pedregal, dijo:

—Adiós, pedregal de perlas.

Y el pedregal le respondió:

—Adiós, princesa Filomena, y que Dios te proteja en tu camino.

Miró a su alrededor y no vio nada. Cuando llegó al río le dijo:

—Adiós, río de aguas brillantes.

Y el río le respondió:

—Adiós, princesa Filomena, y que Dios te proteja en tu camino.

Miró a su alrededor y no vio nada, pero quedó con la idea de que el río, el pedregal y los árboles le habían advertido que tuviera cuidado con su compañía.

El joven, cuando volvieron al cuarto de la princesa, salió por el agujero de la cerradura y volvió a hacerse humano.

Al día siguiente, cumplidas las veinticuatro horas, debía presentarse para decir lo que había descubierto sobre la princesa. Nadie creía que iba a adivinar.

Llegó mucha gente para ver qué pasaba. El lugar estaba en silencio. El rey se reía al ver el aspecto del joven, el cual parecía saber más que todos los príncipes que habían venido de todas partes del mundo. Entonces él dijo:

—Aquí estoy, majestad. Estoy listo para decir todo lo que sé.

Todos esperaban que lo mandaran a matar de inmediato. También estaba presente la princesa. Entonces él dijo:

—La princesa, después de las doce de la noche, se desnuda, se baña con agua clara, se unta con una pomada blanca, luego con una pomada negra, se revuelca en un montón de plumas y se convierte en un pájaro. Sale lentamente por una puerta secreta. Pasa por un río de aguas brillantes, un pedregal de perlas y árboles de hojas de plata y frutos de oro. Va hasta los confines del mundo, donde hay una gran salamandra. Allí se transforma en humana. Baila hasta el amanecer con demonios, brujas y otras niñas hermosas como ella, y rompe siete pares de zapatos sin descansar. Cuando amanece, todos salen apresuradamente de la salamandra. La princesa se quita los trajes lujosos y se pone las pomadas para volver a ser pájaro. En ese momento se le cayó el pañuelo con su nombre, y aquí está. Cuando pasamos por el río, el pedregal y los árboles, me respondieron saludándola y diciéndome que la cuidara, porque ellos me veían, pero yo iba invisible en las plumas de la princesa. Después volvió a su cuarto y yo salí por el agujero de la puerta y volví a ser humano. Y aquí estoy para casarme con ella.

Entonces la princesa dijo que todo era cierto y que eso ponía fin al mal que unas brujas le habían hecho, y que ahora sería libre y podría vivir como todos los demás. Que había que agradecer a ese joven que la había ayudado con una mano santa.

Todos quedaron muy sorprendidos por la hazaña del joven. El rey dijo que debía casarse con la princesa, aunque fuera pobre, porque palabra de rey no se rompe.

Se casaron y celebraron grandes fiestas. Yo también estuve en la fiesta y luego regresé a mi rancho.

Versión La princesa que rompía todas las noches siete pares de zapatos Texto Original

SAN LUIS

Había un rey que tenia una hija y la hija se llamaba Filomena. El Rey quería saber qué hacía su hija en la noche, porque todos los días amanecían en el cuarto de la Princesa siete pares de zapatos rotos. Ni el Rey ni la Reina podían descubrir qué hacía a altas horas de la noche. No sabían a qué hora salía ni a qué hora volvía, por más que la vigilaban, y áhi ‘taban los siete pares de zapatos gastados de que ella los usaba.

Entonces el Rey decretó que el hombre que descubriera qué hacía su hija a esas horas, se la daba en matrimonio, sin mirar calibre.

La Princesa era muy linda y vinieron en seguida mozos de todos lados. Primero vinieron príncipes y mozos ricos, y después hasta piones y esclavos, de todo, y no se pudo saber, por más que se desvelaban, qué hacía la Princesa a altas horas de la noche. Esto se llenó por todo el mundo, lo que decía este decreto. El Rey en su decreto aumentó la curiosidá de todo el mundo. Llegó esto hasta el fin del mundo. Muchísimos venían pero no descubrían qué hacía la Princesa. El que se presentaba y no adivinaba, le cortaban la cabeza. Ésta era la condición que ponía el Rey, y palabra de rey no puede faltar. Y ya eran muchísimos los que habían muerto.

Había una señora viuda y pobre, que tenía un hijo muy güeno y muy ardiloso. Un día, este hijo se enteró de la noticia de que el Rey daba la hija en matrimonio al que adivinara qué hacía de noche, y le dijo a la madre:

-Mama, yo me voy a ir a ver si adivino y vuelvo casado con la Princesa Filomena.

Como toda madre, se desesperó conociendo el peligro que corría el hijo. Eso la hizo entrar en mucho apuro y le dijo al hijo:

-Pero, dónde vas a ir, hijo, que el Rey te va a matar. Si naide puede adivinar, hijo, cómo te vas a exponer de gusto. Qué voy hacer yo sola si a vos te matan.

Pero él dijo:

-Me voy y me voy, y ya va ver que adivino -y así tuvo que ser.

Este mozo ensilló su cabaíto y dispuso el viaje, y se jue.

Después de muchos días de camino llegó al lugar ande vivía el Rey. En las orías del pueblo llegó a la casa di una viejita que vivía sola en un ranchito. Taba tostando máiz, la viejita. Lu hizo pasar a la cocinita y lo convidó con máiz tostau y mate. Y áhi en conversación, le preguntó:

-Mama vieja, ¿qué noticias se corren por acá?

-Y, la noticia qui hay, hijo, es que el Rey ha echau un decreto dando en matrimonio la Princesa al que adivine adónde va todas las noches pa romper siete pares de zapatos. Naide lo adivina hasta el presente. Y ya li ha echo cortar la cabeza a muchos mozos, el Rey. 

-¿Y cómo se puede hacer, mama vieja, para adivinar?

Entonce la viejita le dijo que le iba a dar una virtú para que se haga hormiguita, y si haga invisible tamén, y que le iba a decir cómo tenía qui hacer. Le dijo que cuando llegue al palacio lo iban a llevar a la presencia del Rey y que esa noche lo iban a llevar a la puerta del cuarto de la Princesa. Que cuando la Princesa lo convide con un vaso de vino no lo tome porque es pa que se duerma. Que si haga el que lo toma y que lo bote con disimulo. Le dio un gallo pa que lo ponga en un rincón. Y le dijo que cuando el gallo cante, que es a las doce de la noche, diga: «Por la virtú que Dios me dio que me haga una hormiguita, la más chiquita del mundo». Que áhi se iba a convertir en una hormiguita y que se meta por el aujero de la puerta al cuarto de la princesa. Que la Princesa s’iba hacer un pájaro, y que muy ligero, se le suba por las plumas de la cola y que así iba a ver qué hacia y adónde iba.

Y al otro día temprano, se jue el mozo, y la viejita l’echó la bendición.

Cuando este joven llegó al palacio y dijo a lo que iba, lo llevaron a la presencia del Rey. El morro le dijo que él iba a adivinar qué hacía la Princesa. Entonces el Rey le dijo:

-¿Vos sabís mi decreto?

-Sí, mi Sacarrial Majestá. Entonce el Rey le dijo:

-Te veo muy ladino, pero tenís que saber que si no adivinás entre las veinticuatro horas, ti hago cortar la cabeza.

-No tengo miedo, mi Sacarrial Majestá -le contestó el mozo, y le pidió permisio para tener el gallo.

-¡Cómo no! -le dijo el Rey. 

A la noche lo llevaron a la puerta del cuarto de la Princesa adonde tenía que vigilar. Al gallo lo puso en un rinconcito, disimulado. Ya vino la Princesa y li ofertó un vaso de vino. Él se quedó con el vaso haciendosé el que lo tomaba y ella se entró al cuarto y s’echó llave. Él botó el vino porque era pa hacerlo dormir. Eso les daba a todos los mozos, la Princesa. A las doce cantó el gallo. El mozo se transformó en una hormiguita chiquita y se metió en el cuarto de la Princesa por el aujero de la llave. En ese mesmo momento, que eran las doce justas, la Princesa se desnudó entera, se bañó en una agua muy clara -esto ‘tá viendo l’hormiguita-. Después de ese baño ella sacó de una cómoda una untura blanca y principió a ponerse por todo el cuerpo. Después sacó una untura negra y se puso encima de la untura blanca. Después de eso se revolcó en un montón de plumas y se volvió pájaro. Después que ‘tuvo así, ensayó unos saltos. Áhi l’hormiguita se le prendió de las plumas gruesas de la cola. Entonce el pájaro salió por una puerta falsa que ni el mismo Rey conocía.

Empezó a volar y a volar, y llega después a un riyo di aguas de brillantes, y le dice:

-Adiós riyo di aguas de brillantes.

Y el riyo le contesta:

-Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña.

Entonce la Princesa mira para todos lados y como no ve nada dice:

-Éste riyo ‘tá loco, si nu hay naide aquí.

Llega a un gran pedregal que era todo de perlas y le dice:

-Adiós pedregal de perlas.

Y el pedregal le contesta:

-Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña.  

Entonce ella mira, y como no ve nada, dice:

-Este pedregal ‘tá loco, si nu hay naide.

Llega a unos árboles que tienen las hojas de plata y los frutos di oro y les dice:

-Adiós árboles de hojas de plata y frutos di oro.

-Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña.

La Princesa más intrigada miró para todos lados y como no ve nada, siguió no más. Cuando ya pasó esto, llegó a los confines del mundo adonde había una Salamanca. Entró la Princesa y se hizo persona. Áhi ‘taban demonios y brujas. Había muchas niñas como la Princesa, cual de todas más linda. La Princesa bailó tanto, que a cada momento se tenía que cambiar los zapatos, hasta que rompió los siete pares qui había llevado -que todos los días se mandaba hacer siete pares nuevos-. Ya cuando ‘taba por aclarar, si acabó el baile, y todos se apuraron a salir de la Salamanca. Áhi empezó a desvestirse la Princesa, y en eso se le cayó un pañuelito que tenía con las letras de su nombre y se lu agarró l’hormiguita. Como ‘taba tan apurada, lo dejó de buscar, y s’hizo pájaro otra vez y se voló. La hormiguita iba prendida. Cuando pasó por los árboles les dijo:

-Adiós árboles de las hojas de plata y de los frutos di oro.

-Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña.

La Princesa miró para todos lados y no vido nada.

Cuando pasó por el pedregal, dijo:

-Adiós pedregal de perlas. 

Y el pedregal le contestó:

-Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña.

Miró para todos lados y no vido nada. Cuando llegó adonde ‘taba el riyo le dijo:

-Adiós riyo di agua de brillantes.

Y el riyo le contestó:

-Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña.

Miró para todos lados y no vido nada, pero le quedó la idea de que el riyo, el pedregal y los árboles li habían dicho que se cuidara de su compaña.

El joven, cuando volvieron al cuarto de la Princesa, salió otra vez por el aujero de la llave y se hizo cristiano otra vez.

Al otro día, cumplidas las veinticuatro horas, tenía que presentarse a decir lo que sabía, de la Princesa. Naide créiba que iba a adivinar.

Ya vino toda la gente para ver qué pasaba. ‘Taba aquello que se venía abajo. El Rey se réiba lo que vía la facha del mozo, la pellejadura del qu’iba a saber más que todos los príncipes qui habían venido de todas las partes del mundo. Entonce él dice:

-Aquí ‘toy Sacarrial Majestá. ‘Toy dispuesto a decir todo lo que sé.

‘Taban todos esperando que lo manden a matar no más. Tamén ‘taba presente la Princesa. Entonce él dice:

-La Princesa, después de las doce de la noche, se desnuda, se baña en agua clara, se da friegas con una untura blanca, después con una untura negra, se revuelca en un montón de plumas y se vuelve pájaro. Sale despacito por una puerta secreta. Pasa por un riyo de aguas de brillantes, por un pedregal de perlas, y por los árboles de hojas de plata y frutos di oro. Va a los confines del mundo adonde hay una gran Salamanca. Ahí se trasforma en cristiano. Baila hasta la madrugada con demonios, brujas y otras niñas como ella, muy lindas y lujosas, y rompe siete pares de zapatos sin descansar. Cuando quiso aclarar, todos los que bailaban en la Salamanca salieron disparando. La Princesa se sacó los trajes lujosos que usaba y se puso las unturas pa volverse pájaro. Áhi se le cayó el pañuelo con su nombre, y aquí ‘tá. Cuando pasamos por el riyo, el pedregal y los árboles, le contestaron el saludo diciendolé: Adiós Princesa Filomena y Dios la guarde de su compaña. Eso era porque ellos me vían, pero yo iba invisible en las plumas de la Princesa. Después vino a su cuarto y yo salí por el aujero de la puerta y me hice cristiano otra vez. Y aquí ‘toy pa casarme con ella.

Entonce la Princesa dijo que era cierto todo y que con eso se acababa el mal, el mal qui unas brujas li habían hecho, y que ella agora iba a ser libre y podía vivir como todos los cristianos. Y que había qui agradecer a ese joven qui había síu ayudado por una mano santa.

Todo el mundo se quedó muy sosprendido de la hazaña de este joven. El Rey dijo que se tenía que casar con la Princesa aunque juera pobre, que palabra de Rey no puede faltar.

Se casaron y hicieron grandes fiestas. Yo ‘tuve tamén en la fiesta y después me vine pa mi rancho.

Juana Salazar, 70 años. El Zapallar. Ayacucho. San Luis, 1932.

La narradora, campesina originaria del lugar, es una de las pocas alfareras de la región.

Cuento popular argentino recopilado por Berta Vidal de Battini en Cuentos y Leyendas populares de la Argentina en 1980, texto publicados en la Biblioteca Virtual de Miguel de Cervantes

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